El amor no es un “sentimiento muy bonito”…felizmente (I) / Por:Víctor H. Palacios Cruz

Detalle de El beso, de Gustav Klimt (1907-1908)

Hablar del amor es solo merodear el impenetrable corazón de un bosque. La fuente universal de dichas y desdichas, de fantasías a todo color y de la rutina más gris, de crímenes y redenciones, del arte más exquisito pero también de la sencillez más reparadora. Como todo lo que importa, el amor esquiva las definiciones. Aquí unos apuntes a modo de veredas sobre las cuales detenernos un rato a avistar lo inabarcable, en el entendido de que la belleza de la lejanía reside en la hondura de lo difuminado.


1. Por qué el amor no puede ser un “sentimiento muy bonito”

Por conveniencias de dominio e influencia en el consumo, el espectáculo y la política, la sociedad ha sobrevalorado los sentimientos, pasiones o emociones, convirtiendo la alegría en felicidad y desacreditando injustamente la tristeza. Desde luego, el sentimiento es más seducible que la deliberación. De ahí que la publicidad mercantil o electoral escoja el atajo de los impulsos antes que el arduo trato con las voluntades.
Por cierto, qué interesante la rebeldía de la película de Pixar Inside Out (2015) al reivindicar el costado reflexivo y empático de la tristeza, y denunciar la frivolidad de la alegría impuesta.

Para el mercado, el sentimiento es más seducible que la deliberación

Los sentimientos, pasiones o emociones –vergüenza, ira, ternura, euforia, angustia, pánico– son súbitas alteraciones del ánimo desatadas por determinadas percepciones o representaciones mentales, que se acompañan de una diversidad de síntomas corporales –secreción de adrenalina, sudoración, palidez, aceleración cardíaca, temblor muscular, ruborización, etc.– y dan lugar a distintas reacciones motrices o conductuales.

Fotograma de la película animada de Pixar Inside Out (Pete Docter y Ronnie del Carmen, 2015).

Suceden en este orden necesariamente (no estamos tristes porque lloramos, sino que lloramos porque estamos tristes) en un proceso además irreversible, cuya duración es impredecible pero siempre limitada. En ese sentido, los sentimientos surgen con variable intensidad, pero se extinguen como fuegos de artificio en la noche.
Las participación de elementos neuroeléctricos y químicos en el trayecto de una emoción (oxitocina, serotonina, dopamina, endorfina) ha provocado el malentendido según el cual la amistad, el amor materno y el amor de pareja son hechos de carácter puramente orgánico. Malentendido, por supuesto, favorable al negocio farmacéutico.
La ingesta de alcohol y otros estimulantes propicia ciertos estados de ánimo, y en un futuro no lejano las farmacias expenderán neuroestimuladores e implantes con los suministros necesarios no solo para contrarrestar probables desequilibrios internos, sino también para potenciar conductas deseables, con el riesgo de una dependencia de consecuencias insospechadas. Sobre todo con el riesgo de confundir la acción humana con sus síntomas fisiológicos, por lo demás pasajeros. 

El amor no es una cuestión química sino de dos voluntades que se reúnen para enfrentar juntas la incertidumbre

En definitiva, el amor no es una cuestión de química, sino de dos voluntades que se reúnen para enfrentar juntas la incertidumbre de lo venidero.
El flujo natural y espontáneo de los sentimientos, pasiones o emociones los aparta de toda voluntariedad. No son ni buenos ni malos; más aún son amorales (indiferentes moralmente). Pero pueden, en su irrupción intempestiva, precipitarnos hacia comportamientos que luego podemos lamentar. Por ejemplo, es desaconsejable corregir a un hijo en medio de un rapto de cólera, pues podría causarse más daño que bien. No prueba una buena crianza ética que los niños se abstengan de hacer algo únicamente porque sus padres o profesores “se molestan”.

Ayn Rand (1905-1982)

Por cierto, el derecho penal convalida tácitamente estos conceptos al condenar con atenuantes un crimen cometido durante un estado pasional –de celos, por ejemplo–, y al condenar con agravantes el mismo crimen cometido tras un considerable tiempo en que seguramente los sentimientos declinan y la intencionalidad se afirma. Las emociones son ciegas, el amor no. Sería imprudente decidir casarnos simplemente porque una buena mañana amanecimos contentos.
Si el amor fuera sentimiento volveríamos a la idea característicamente grecolatina de que el amor es deseo carnal y tendencia pasional (como ilustra El arte de amar de Ovidio). Pero, entonces, toda la importancia que solemos concederle y que la experiencia confirma a un nivel incluso existencial devendría ilusión, puesto que sobre la caducidad y la volatilidad de los sentimientos no podría elevarse el ambicioso edificio del amor.
El amor no es sentimiento sino consentimiento. En todo caso, el amor se acompaña de un séquito de sentimientos sin confundirse con ninguno de ellos. Puede aun producir emociones ingratas que, sin embargo, aceptamos como parte de la realidad en que discurre la vida. Y no estoy hablando de los celos. 

Sobre la volatilidad de los sentimientos no puede elevarse el edificio ambicioso del amor

Por ejemplo, una madre ama a sus hijos cuya lejanía le causa angustia. Si el miembro de una pareja sufre la muerte de alguien querido, la otra parte experimentará una con-dolencia. No queremos la angustia ni el dolor sino amar, pero amar trae toda suerte de temores y preocupaciones, pues trata de un caminar juntos en el mundo, y no de la imposible perpetuación de una situación agradable, o de un lazo vivido en algún reino ficticio o mental.
De cualquier manera, el amor de pareja es un vínculo decidido por la concurrencia de dos voluntades que, partiendo de una afinidad psicofísica (el enamoramiento), instaura una esfera de convivencia propia y exclusiva, infunde una asimilación mutua (“Melibeo soy”) y se sostiene gracias al cuidado mutuo (“soy responsable de mi rosa”, dice El principito).
El amor es, entonces, un bien para los dos y no para uno solo, y un bien al que contribuyen las dos partes por igual.

Rainer Maria Rilke (1875-1926)


2. ¿Por qué el machismo y el matriarcalismo impiden el amor de pareja?

“Pareja” viene de la palabra “par” que significa “igual”. Una relación amorosa es una unión sobre el mismo plano de dos personas diferentes.
El verso de una bella canción del brasileño Roberto Carlos dice con lucidez que “al amor no le importa quién sabe más”. En efecto, la edad, la procedencia, los gustos, el conocimiento, etc., no se ignoran pero son irrelevantes cuando dos personas se unen para andar juntos sobre el mismo horizonte como dos iguales capaces de voluntad y dueños de sí mismos con todo su mundo a cuestas. Solo ama quien tiene dominio sobre sí mismo. Como decía Ayn Rand, “para poder decir yo te amo, primero debo aprender a decir yo”. Ello vuelve imposible el querer entablar una relación de amistad o amor con un ser desprovisto de libertad y soberanía personal (una mascota, un menor de edad o un adulto intimidado y postrado).
Resulta interesante advertir que en el rito católico el sacerdote no consulta el consentimiento a solo uno de los contrayentes, sino a ambos y delante de testigos.

Rilke, “no podría entregarme por completo a ti, porque entonces ya no me tendrías a mí y perderías a alguien capaz de amarte”

Como he contado en otra entrada del blog (Un examen clínico del machismo), el machismo y el matriarcalismo desnivelan por igual el plano de una relación de pareja, poniendo a una de las partes en posición de preeminencia sobre la otra, con consecuencias aberrantes de control, asedio, chantaje y violencia. La asimetría establecida tiene su origen en una inseguridad patológica por parte de la persona dominante que se resuelve erróneamente por medio de una ansiedad de poder y vigilancia.
Machismo y matriarcalismo coinciden en el ejercicio de un dominio cotidiano que despoja a la otra persona de un libre arbitrio propio y, por tanto, de dignidad. 
Como advierte Rainer María Rilke, “no podría entregarme por completo a ti, porque entonces ya no me tendrías a mí y perderías a alguien capaz de amarte”. Esa es precisamente la paradoja de estas anomalías desgraciadamente “normalizadas” en muchas sociedades e idiosincrasias. Donde el protagonismo es individual, no existe propiamente relación de pareja, puesto que es uno solo o una sola quien decide, y quien por ello exige y concede permisos para el movimiento de la otra persona, que se presupone por ello inferior y desvalida. Es decir, incapaz de amar por sí misma.

Gibran Kahlil Gibran (1883-1931)

Por supuesto, el hombre machista o la mujer matriarcalista necesita a su lado a un ser pusilánime y dependiente, incapaz de amar y tener voz propia. En tales estados se recela aún del crecimiento de la otra persona. Tristemente las familias que se organizan en torno a esta verticalidad se resignan a una ilusoria paz doméstica fundada en la incuestionabilidad de la autoridad unilateral. Más que un clima de paz es, en rigor, la inmovilidad propia del régimen de un miedo.
El poeta y ensayista libanés Gibran Kahlil Gibran decía a propósito del matrimonio: “dejen que haya espacios en vuestra cercanía (…) las cuerdas de un laúd están separadas aunque vibren con la misma música. Da tu corazón, pero no para que tu compañero se adueñe de él. Porque solo la mano de la Vida puede contener los corazones. (…) Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Y ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble”.


3. No se aman cualidades sino personas

Ernesto Sabato dice que amar cualidades es amar interesadamente.
Veamos. Si amo a alguien porque cuenta buenos chistes, amo mi risa; si porque amo su sabiduría, amo mi saber; si porque cocina bien, amo mi vientre; si porque es guapo o guapa, amo mi orgullo y mi placer.
Las cualidades son lo segundo que conocemos del prójimo después de las apariencias que son, por supuesto, lo primero en la certeza de que no somos ángeles sino seres corporales y no accedemos a ninguna dimensión inmaterial si no es a partir de las superficies.

Amamos a alguien vivo y no al póster de un ídolo del espectáculo pegado sobre una pared

Pero en el amor de pareja se ama a una persona cuyo ser no se agota ni en sus apariencias ni en sus cualidades, buenas o malas. Amar a alguien por sus atributos o habilidades es reducir la individualidad inaprehensible de la persona a una categoría que, inevitablemente, la abstrae y distorsiona. No porque baile bien, cante hermoso, escriba lindos poemas o juegue perfectamente al fútbol, el conjunto de la persona será idénticamente espléndido en todo lo restante. Ni tiene por qué serlo, además.
Las personas no somos una suma de aspectos y facultades, como creía la Escolástica medieval. Pasar la parte por el todo crea prejuicios y engaños, y no se puede fundar sobre un error de conocimiento el proyecto de una convivencia integral.

Ernesto Sabato (1911-2011)

Además, amar cualidades colisionaría con el hecho innegable de que éstas cambian, en contraste con el ingenuo deseo de la inmutabilidad de una mujer o de un varón hermosos en el momento en que los conocimos. En verdad amamos a alguien vivo –que no deja de tomar decisiones– y no al póster de una estrella del espectáculo pegado sobre una pared.
En rigor, no nos enamoramos de alguien por cómo es en el presente, más bien amamos por adelantado lo que vaya a ser en el futuro. Amamos la incertidumbre junto a alguien a cuyo lado nosotros también cambiaremos. El amor de pareja no es una meta, sino el punto de partida de una existencia en la que lo único previsible será el estar unidos. No caminamos hacia un lugar, caminamos juntos simplemente.

Al amar cualidades, el "tú" se reduce a una categoría que tarde o temprano la expondrá a la comparación

Por último, y más gravemente aún, al amar cualidades reduciríamos a la persona a una categoría que la expondrá tarde o temprano a la comparación. Si amamos un cabello, un día veremos otro que solo por distinto nos parecerá más hermoso; si amamos un modo de hablar, un día escucharemos otro que solo por nuevo nos parecerá más atrayente.
Las cualidades llaman, invitan, nos detienen. Sin la menor duda. Pero entonces el paso del tiempo y la conversación permiten llegar al fin a la persona, que resulta un “tú” irresoluble en términos mensurables o científicos, obra asimismo de una historia que lo vuelve irrepetible.
Al acceder a la persona más allá de sus cualidades alcanzamos por fin la región de lo incomparable.

* En la próxima entrega: ¿Existe el amor a primera vista? / ¿La admiración y la compasión pueden ser fundamentos del amor de pareja? / ¿Cómo se diferencia el amor del puro deseo?


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