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Mostrando las entradas de mayo, 2020

Michel de Montaigne y el amor a la vida sencilla / Por: Víctor H. Palacios Cruz

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Estatua de Montaigne frente a La Sorbona, París. Un tiempo de cuarentena nos fuerza a un trato más continuo con nuestro interior, el íntimo y el doméstico, con sus fantasmas, sus silencios, sus asperezas y su sabor particular. Los ensayos de Montaigne (1533-1592) alumbran ese reducto con una luz tenue, que no enceguece pero que tampoco es la grisura de la mediocridad. Él, que prefirió la parte más antigua y modesta de su castillo para instalar su estudio. Él, que decía leer a Cicerón con el mismo interés con que escuchaba a los campesinos de sus tierras, en quienes además creía haber visto mayor entereza para enfrentar la muerte que en tantos entendidos en Aristóteles. “Yo, que no me muevo sino a ras de tierra, detesto la inhumana sabiduría que nos quiere volver desdeñosos y hostiles hacia el cuidado del cuerpo. Me parece tan injusto acoger de mala gana los placeres naturales como tomárselos demasiado a pecho. Jerjes, envuelto en todos los placeres humanos, ofrecía premio

Anna Ajmátova: memoria, dolor e identidad / Por: Víctor H. Palacios Cruz

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Retrato de A. Ajmátova por Nathan Altman (1915) Las pinturas y fotografías que le han hecho y los versos que le han dedicado constituyen todo un género. Hasta un planeta, descubierto por una astrónoma soviética, lleva su nombre. Su obra, sin embargo, testimonia la difícil sobrevivencia al conflicto entre la necesidad de existir y el peso de una memoria desdichada. Como decía Kierkegaard, uno solo se comprende mirando hacia el pasado, pero solo vive mirando hacia adelante. Anna Ajmátova (1889-1966) encarnó el cruel dilema de tener que ser alguien destruyendo las huellas del pasado o, por el contrario, exponerse a un suplicio insoportable. Bajo el régimen de Stalin, la Unión Soviética comunista expulsó y acusó de traición a Anna Ajmátova. La infancia de esta escritora rusa ya había sido infeliz por culpa de la separación de sus padres y el rechazo de su vocación literaria por parte de su progenitor. Su primer marido fue fusilado a órdenes del gobierno, su hijo llevado a prisió

Las clases virtuales como un contar historias junto al fuego / Por: Víctor H. Palacios Cruz

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Nieto leyendo a su abuelo , pintura de Albert Anker (1893). Internet era hasta hace poco un medio vecino o auxiliar de la enseñanza. De pronto se ha convertido en un ineludible lugar sin lugar, una vía de salvación que ha provocado urgencias y dilemas para todas las partes: instituciones, profesores, estudiantes y padres de familia. Aquí unas consideraciones para homenajear a todos mis colegas que, en estos nuevos tiempos, siguen amando lo que hacen y haciendo lo que aman. Esa vocación y esa felicidad que ni el miedo ni la incomprensión nos pueden robar. A Cristina, mi esposa;  a Rocío, mi hermana; y a todos los maestros que  entre inmensas dificultades no han dejado de  contar historias con amor En un lugar y un tiempo del cual la humanidad no puede acordarse, un círculo de seres penosamente abrigados alrededor de una hoguera convirtieron una mezcla de ruidos, gestos y ademanes en el primer relato que oyera alguna vez nuestra especie. Gracias a esta aventura, nues

La pérdida de las personas que amamos y que somos (S. Agustín, S. Márai, J. R. Ribeyro y J. Cortázar)

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Aquiles llorando la muerte de Patroclo , pintura de Gavin Hamilton (1763). Es mentira que los seres a quienes queremos existan fuera de nosotros: al frente, al lado o muy lejos. Con el tiempo, el trato y las palabras, ellos se instalan en nuestra mente, nuestros hábitos y nuestros gestos, de manera que vivir su partida es experimentar los desgarros de una amputación. En estos días de luto por culpa de una pandemia, San Agustín, Sándor Márai, Julio Ramón Ribeyro y Julio Cortázar siguen hablándonos para describir el helado vacío de la ausencia o la compañía más profunda que nos hacen todavía aquellos a quienes ya extrañamos. San Agustín: la muerte del amigo San Agustín (353-430) en retrato de Caravaggio sin fecha (s. XVI) “Al haber muerto aquel a quien yo había amado como si nunca fuera a morir, me parecía raro que el resto de los mortales siguiera viviendo. Y mi extrañeza era aún mayor ante el hecho de seguir viviendo yo mismo, que era como un doble de su persona

Robert Walser: la inolvidable literatura de un fracaso triste y feliz / Por: Víctor H. Palacios Cruz

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W. Benjamin, F. Kafka, R. Musil, H. Hesse y E. Canetti lo admiraban, pero a causa de su automarginación de las modas y los géneros el escritor Robert Walser (1878-1956) perdió toda ilusión literaria y editorial y cayó en el hoyo del desaliento. Un derrumbe, sin embargo, iluminado por la sonrisa de su entrega al fin a una escritura propia y desenvuelta, sin árbitros en torno. Recluido en un sanatorio mental en sus últimos 27 años, siguió cultivando sobre cualquier trozo de papel su bella prosa divagatoria y poética. Como Hölderlin, Nietzsche, Rimbaud o el músico Bill Withers, Walser fue un astro radiante que, de repente, desapareció en la impenetrable oscuridad de la locura o la renuncia. “Tengo la sensación de que los días me los regala algún dios bonachón que se complace en tirarle algo a un haragán. Los tiempos venideros me castigarán por esta gandulería, ya que los pasados no lo han hecho. Creo, sin embargo, que así le soy grato a mi Dios. Dios ama a la gente feliz y odia a