Carta de despedida a mis alumnos / Por: Víctor H. Palacios Cruz
En una canción de cuna para
su hijo Sean, luego de confesar su impaciencia por verlo crecer, John Lennon
dice: “la vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”.
Creo que la educación es también lo que sucede en el corazón del estudiante, y en el del maestro, mientras andamos atareados
diseñando asignaturas. Pasan los años y me convenzo más de que el efecto de lo
que hacemos en cada clase escapa a la conciencia, y se pierde en ese campo de lo
inexplicable donde se cruzan la libertad, el azar y hasta el milagro.
Queridos
estudiantes:
Han
pasado más de tres meses desde que empezamos nuestras clases sin haber llegado
a encontrarnos dentro de las aulas, aquellas con mesas alineadas y cuatro
paredes que no se desvanecen con las fallas de internet. Les confieso que antes
de nuestras sesiones a distancia sentí terror ante un escollo previsible: la
coincidencia con las clases de mi esposa y la falta de ayuda doméstica en el
cuidado de mi bebé, que en todo este tiempo, por cierto, ha crecido, aumentado su
dentadura y aprendido a caminar. Ávido y curioso, como todo pequeño que siente el
universo en la punta de sus deditos y, por ello mismo, inexperto
ante cualquier peligro.
T. Kallifatides: “uno no es el producto de sus circunstancias, sino de su confrontación con ellas”
Sin
duda, hemos tenido momentos duros. La afección de garganta que me obligó a
callar por unos días; o el colapso de mi vetusta máquina ya sustituida. Y
ustedes sus propias y variadas dificultades, las que pude conocer y las que he
de ignorar como es debido. Una carencia tecnológica, una lluvia torrencial en
la sierra, el incendio de una operadora telefónica, el reemplazar al padre que
no está, o, peor aún, una pérdida familiar perturbadora o una maligna enfermedad
tocándolos de pronto.
Sin
duda, esta época de cuarentena y pandemia ha sellado nuestros lazos, como hacen
los tiempos adversos y distintos al unir fuertemente a las personas a las que la
fortuna ha puesto cerca. Con razón decía Theodor Kallifatides que “uno no es
el producto de sus circunstancias, sino de su confrontación con ellas”.
Tras
estas semanas de aprendizaje –informático, didáctico y emocional–, pienso que
el dejar de vernos los unos a los otros ha suprimido las distracciones de la
visibilidad para dejar que se disipe lo importante en definitiva: lo que
tenemos que pensar y lo que tenemos que aprender. Entre nosotros, lo esencial
se ha vuelto dramáticamente presente: las ilusiones que nos han citado en el
camino, la comprensión de la realidad desde nuestra disciplina y la humanidad esperando
allá afuera. Si lo que se enseña no tiene nada que ver con todo ello, tengan la
certeza de que carece de valor alguno.
El ser testigo cercano de cada signo de crecimiento de los alumnos multiplica el legítimo afecto
He
presenciado la progresiva maduración de sus inteligencias y el ser testigo cercano
de cada signo de su crecimiento multiplica el legítimo afecto; y he
sonreído con la misma fruición con que el campesino observa los brotes de un cultivo
que presagian los frutos de la próxima estación. Ha habido pasajes de una
auténtica fiesta del pensamiento en nuestras reuniones, con los autores invitados
y las ideas remontando lo insospechado más allá del programa.
Estoy
orgulloso de ustedes porque con su energía participativa nos hemos ejercitado en
el pensar en equipo, que es la única forma de entender lo que nos rodea a
salvo de fantasías y de dogmatismos. Yo mismo gracias a sus propuestas y
consultas veo más nítido cada argumento y más grande cada misterio, y compruebo
lo que decía Platón, que el saber surge luego de un largo tiempo de vida en
comunidad.
Nuestras
sesiones fluyen con la dicha del encuentro, a veces hasta con bastante buen humor, y
perdonen todas mis bromas. Pero, ante todo, el inicio de cada clase ha sido siempre una luz en esta
era de penumbra. Sé que no es lo mismo, pero por instantes se me olvida que
no los veo aquí, mientras me doblo delante de mi teclado, gesticulo a ciegas y mis
manos se alzan alargadas por la exaltación. Los voy a extrañar después y mucho.
Y gracias por aceptar mis manías y mis limitaciones.
Pensar en equipo es la única forma de entender lo que nos rodea a salvo de fantasías y de dogmatismos
Mi
hijo va y viene desde la biblioteca donde mi esposa da sus clases hasta la
habitación donde yo doy las mías, a fin de cubrir juntos sus movimientos. No me
he sentido un buen padre quitándole a él la atención que le debo; y no me he
sentido un buen profesor interrumpiendo mi trabajo con ustedes para correr a
rescatarlo de una caída inminente, para sacar una pelota que se le ha escapado bajo
una cama o, como esta mañana al ver que venía hacia mí llorando de sueño, para
hacerle un biberón mientras les explicaba a ustedes desde mi cocina, entre el
agua caliente y una lata de leche, la huella de la lógica matemática en la
filosofía cartesiana. Entre un párrafo y otro del Discurso del método, mi hijo se quedaba dulcemente dormido sobre mi
hombro.
Discúlpenme,
repito. Pero sé que, aun entre sobresaltos y tropiezos, hemos caminado. Ha
habido noches en que le ha costado a mi bebé dormirse, y finalmente sumando
fatigas me he derrumbado sobre la cama dividido en pedazos. A la mañana
siguiente su sonrisa los cosía otra vez, y yo me levantaba de nuevo entero a
encarar el día.
Al
rato, conectados otra vez, ya estaban ustedes escalando las alturas con sus
comentarios sobre Los ensayos de
Montaigne, con el viento en la cara sobre la cima de nuestro propio Ventoux,
por aquel monte sobre el cual Petrarca avistó con gozo una vasta geografía reconciliando
a toda la Edad Media con la dignidad de la naturaleza, a la vez que descubría
la inmensidad de su interior leyendo allí mismo una página de San Agustín que dice:
“y van los hombres a contemplar las estrellas, las montañas, los ríos y los
mares, y se olvidan de sí mismos”.
No quiero verlos más para saber así que llegaron lejos y caminan solos
Gracias
por este cielo que rozamos juntos. Sin embargo, nunca se den por contentos y
que ninguna de sus alegrías sea un punto de llegada. Los docentes debemos
desaparecer y ustedes seguir su propio rumbo. Aunque los recuerde siempre, no
quiero verlos más para saber, así, que llegaron lejos y caminan solos, por su
cuenta y hacia adelante.
Y
también solidarios, porque nunca deben olvidar que cada cual está hecho de los demás.
Los rasgos del cuerpo, lo que comemos, vestimos y bailamos, y la lengua con que
hablamos a solas y con que desciframos las voces de nuestros semejantes, todo viene de
fuera y de antes, y con su mezcla trazamos cada inimitable individualidad. Sin
los otros, no solo estaríamos solos,
sino que sencillamente no estaríamos.
Por ello, tienen la sagrada obligación de cuidar el mundo, y muchas veces cuestionarlo
y modificarlo será la mejor manera de quererlo. Pensar es hacerle a las cosas un
lugar bajo el pecho.
Por
el resto de su carrera universitaria, no dejen de acudir a los maestros que más
los exijan y desafíen, del mismo modo que un deportista profesional contrataría
no a un entrenador condescendiente sino a uno que lo someta un régimen riguroso
que saque de sí hasta las posibilidades que desconocía. De lo contrario, ¿cómo
creer que anhelan una sociedad mejor si ustedes que van a responsabilizarse de
ella no quieren también serlo?
Le
diría a cada uno de ustedes lo que el entrañable Alfredo al Totó ya adolescente
en la película Cinema Paradiso: “no quiero oírte; quiero oír hablar de ti”. Su país los
espera y solo cambiará si ustedes lo quieren. Pero “hagas lo que hagas, ámalo como
amabas la cabina del Paradiso”, añadía Alfredo en la estación de tren donde
Totó debía partir, luego de estrecharlo entre sus brazos para finalmente
apartarlo de sí y para siempre.
Sin los otros, no solo estaríamos solos, sino que sencillamente no estaríamos
Nos
quedan pocas clases y ellas serán, se los prometo, mi esfuerzo más grande, mi
abrazo más vivo, no para que se acuerden de mí, sino para que recuerden mañana
lo que quisimos y buscamos. Pero, por favor, jamás me sigan ni me copien. En
sus sendas solo soy un montoncito de lodo que mañana la lluvia barrerá.
El
próximo semestre vendrán otros alumnos. No sientan celos, les pido. También
ellos tendrán derecho a ser queridos. Y se repetirá este desfile de las nostalgias.
Esta extraña lealtad del tener que separarnos. Pero nunca nadie será igual a
nadie, y ninguna clase igual a otra.
Yo
mismo no soy el profesor de ayer y mis estudiantes tienen la más bella culpa
de esto. Nos tentará el mirar atrás, pero seguiremos caminando. Y donde
quiera que el andar se detenga en un amanecer postrero, si lo merezco, buscaré
en silencio sus rostros iluminados en medio de una suave multitud alada.
Gracias por todo, de nuevo y siempre.
Me matriculé en el curso de Filosofía Moderna y Contemporánea con gran incertidumbre ya que, realmente habían diversos comentarios sobre el curso y la dificultad que esté tendría. Sin embargo, no cabe duda, que tal como explicó Da Vinci, debemos ir por la experiencia que es maestra de todas las ciencias y comprobarlo por nosotros mismos. No puedo concluir el curso más que con total satisfacción, en cada clase explicada, a pesar de las dificultades, pude comprender que muy aparte de él gran papel que desempeñan los profesores, son también padres de familia, y déjeme decirle que siempre que habían las pausas por el pequeño Benjamín, me embargaba la nostalgia y la melancolía, porque todos comprendíamos el gran trabajo que está realizando con nosotros. En cada repertorio de citas explicado, ha dejado en nosotros una huella indeleble, aunque las circunstancias no hayan sido las esperadas, me llevó una gran experiencia y espero no sea la última.
ResponderBorrarQue lindo detalle Valeria , es el mejor regalo que un docente puede recibir, el aprecio y gratitud por las lecciones recibidas , más allá del conocimiento compartido ha sido el acompañamiento en el transcurso de esa transmisión de saberes donde nos hemos dado a conocer en todo el ámbito que nos rodea y nos han visto a los docentes tal y como somos personas que aman lo que hacen en la universidad y en el hogar. Sabe Víctor Hugo que disfruto de sus escritos compartidos! Gran saludo.
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