Sobre la igualdad: una discusión económica y filosófica (T. Piketty y M. Sandel) / Víctor H. Palacios Cruz
Dos
gigantes de distintas edades, procedencias y especialidades se encuentran.
Thomas Piketty (1971) doctor en economía formado en Francia, y Michael J.
Sandel (1953), un filósofo norteamericano experto en ciencias políticas. Ambos coincidieron
en mayo de 2024 en París y sostuvieron una larga conversación de la que el libro
Igualdad. Qué es y por qué importa es una transcripción muy asequible al
público general. Piketty se presenta a sí mismo no como economista, sino como
un historiador de la economía entendida en su relación con la moral y la
política; Sandel, por su parte, ha escrito ensayos notables sobre temas
sociales e incluso sobre el impacto de la ingeniería genética en el campo ético
y antropológico.
A ambos los
reúne la misma mirada humanista. Una mirada humanista y social (alejada del
comunismo) que libera al ser humano de su secuestro por parte del modelo individualista
neoliberal (ese que exaltaba Margaret Thatcher declarando aberraciones como que
“no existe la sociedad, solo el individuo”) para devolverlo a su única realidad
verificable y compuesta de lazos y raíces. Un enfoque que reivindica la
dimensión comunitaria de toda existencia personal y que confirma lo que otros
investigadores han concluido desde sus propios trabajos: que la humanidad ha
sobrevivido gracias no tanto a la competencia sino a la solidaridad y la
cooperación.
En esta publicación
recojo algunas de sus más estimulantes observaciones sobre los riesgos de la mercantilización
de la sociedad y la educación; las debilidades flagrantes de la mentalidad
meritocrática; el grave daño a la dignidad humana que supone la enormidad de
las brechas salariales; y la necesidad de crear espacios públicos que permitan
a ciudadanos de distinta condición laboral, cultural y financiera el conocerse
mutuamente y sentir su integración en el conjunto de la vida en común.
Fuente:
Piketty,
Thomas y Sandel, Michael J. (2025) Igualdad. Qué es y por qué importa. Madrid:
Debate.
Efectos
de la mercantilización de todos los bienes
“Sandel: El
hecho de que todo esté en venta desvaloriza, corrompe o degrada el significado
de los bienes, con independencia de que obstruya o no el acceso a estos por
parte de quienes no se los pueden permitir.
Podríamos
traer a colación, por ejemplo, el caso de la enseñanza superior. Si la
educación está muy mercantilizada, se nos planteará por supuesto la cuestión del
desigual acceso a la misma, una desigualdad que suscita una crítica ya
consabida y que hemos comentado aquí. Pero ¿acaso no llevaría también a los
estudiantes a concebir el sentido de la educación en términos principalmente
instrumentales –entendiéndola
como una vía para conseguir un buen trabajo o ganar más dinero– y no haría que
se perdiera o se erosionara el interés de estos (y, en última instancia, de las
universidades) por el bien y el valor intrínsecos de enseñar y de aprender?”
Piketty: Desde luego que sí. Y también
corrompe a los profesores. Se han llevado a cabo multitud de experimentos que
muestran que, si das incentivos económicos a los docentes vinculándolos a las
notas que reciben sus alumnos, a veces consigues que suban las calificaciones
medias de sus clases, pero cuando preguntas a los estudiantes seis meses
después por lo que han aprendido realmente, descubres que no han aprendido
nada, porque los profesores se han centrado en enseñarles a conseguir buenas
notas en los exámenes, pero no en que aprendieran el contenido real, aquello
que no desaparece seis mes más tarde sin más”.
(2025, 35-35)
Crítica de la
meritocracia
“Sandel: La meritocracia presenta dos
problemas. Uno muy obvio es que no estamos a la altura de los principios
meritocráticos que profesamos. Las oportunidades no son realmente iguales. Los
hijos de padres pobres tienden a ser también pobres al llegar a la edad adulta.
Las tasas de movilidad social ascendente son limitadas. (…)
La meritocracia, incluso la más
perfecta y consumada imaginable, tiene un lado oscuro: corroe el bien común. El
motivo de tal corrosividad estriba en que fomenta que quienes tengan éxito lo
vean como algo que han conseguido ellos mismos por su cuenta, y se embriagan
con su propio éxito, se olvidan de la suerte y la buena fortuna que les
ayudaron a llegar ahí, pierden de vista con qué o con quiénes tienen contraídas
múltiples deudas morales, como, por ejemplo, con aquellas personas o instituciones
que hicieron posibles sus logros.
Michael Young, que fue quien acuñó el
término «meritocracia» era muy consciente de ello. Para él la meritocracia no
era un ideal, sino un peligro. (…) La meritocracia cultivaría la arrogancia entre
los vencedores y la humillación entre quienes se quedarán atrás, a quienes se
les diría (y tal vez se les convencería de ello) que su fracaso, sus problemas,
son culpa suya y de nadie más”.
(2025, 68-70)
Combatir las
brechas salariales excesivas
“Piketty: Creo que tenemos que
comprimir sensiblemente la escala de los salarios, de las rentas. No digo que
debamos tener una igualdad absoluta de uno a uno entre todos los salarios, pero
sí pienso que una diferencia máxima de uno a cinco es suficiente. (…) Cuando la
diferencia entre la base y la cima de la escala es de uno a cincuenta, de uno a
cien o de uno a doscientos, la cosa ya no solo va de dinero. Se convierte, en
el fondo, en una cuestión de dignidad, porque significa que puedes comprar el
tiempo de otras personas y eso tiene unas consecuencias muy concretas. Tú
puedes gastarte entonces solo una pequeña parte de tu renta en dictarles a
otros u otras lo que van a hacer con su tiempo. O sea, que el conjunto de las
relaciones sociales se ve muy negativamente influido por esas enormes brechas
retributivas. Yo creo que deberíamos implantar topes salariales –y salarios
mínimos interprofesionales, por supuesto–, pero también deberíamos recuperar un
sistema impositivo muy progresivo”.
(2025, 98-99)
Recuperar la
pertenencia comunitaria
“Sandel: Pienso que, a nivel tanto
moral como político, la defensa de los sistemas tributarios progresivos debe
fundarse en la capacidad de cultivar y apelar a un sólido sentido de comunidad,
una fuerte conciencia de que somos conciudadanos implicados en un proyecto
común, con responsabilidades y deudas recíprocas entre nosotros. De ahí que
piense que los fundamentos morales de la fiscalidad progresiva y la
redistribución son inseparables de esas cuestiones de identidad, adhesión, comunidad
o solidaridad.
(…) ¿Cómo cultivamos la comunidad?
Esta no puede ser una cuestión puramente abstracta. Tienes mucha razón, Thomas,
cuando dices que toda riqueza es una creación colectiva y no un logro individual.
(…)
Los ricos se secesionan de las instalaciones
municipales y van a piscinas y gimnasios privados. En la sociedad civil, cada
vez hay menos instituciones en las que se mezclen personas de clases diferentes
y menos ocasiones para el encuentro entre ricos y pobres en el transcurso
normal de sus vidas. Hace falta construir una infraestructura cívica para una vida
en común en la que las personas se encuentren unas con otoras, ya sea en las
clínicas de salud, en los transportes públicos, en los parques y áreas recreativas,
en las instalaciones municipales, en las bibliotecas o incluso en los estadios
deportivos. Esta mezcla inadvertida entre las clases puede dar pie a costumbres,
actitudes y predisposiciones que nos recuerden nuestro carácter comunitario. Y
eso es inherente a cualquier proyecto dirigido a crear una sociedad
igualitaria, antes incluso de que lleguemos a los tipos impositivos, que estoy
de acuerdo contigo en que son también esenciales. Tenemos que crear espacios públicos
y comunes que reúnan a personas de orígenes sociales diferentes, que cultiven
una conciencia de responsabilidad mutua y de pertenencia”.
(2025, 102-105)





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