Mi libertad no termina donde empieza la de otro. Objeción de un malentendido común / Víctor H. Palacios Cruz

 

Lautaro do Campo, Multitudes.

En tiempos en que los congresistas de las tendencias más contrapuestas en el Perú coinciden en reclamar la amplitud más irrestricta para ciertas libertades –en nombre de una falsa “autonomía universitaria” o del consumo de productos nocivos en el mercado–, importa entender este atributo humano en su sentido no abstracto, donde aparece como capacidad puramente individual, sino en la realidad donde únicamente acontece y que es donde, por el contrario, no existe como una fuerza solitaria y autosuficiente. En efecto, las libertades no se delimitan entre sí, sino que se entrelazan e impulsan mutuamente. Soy libre solo cuando otros también lo son.

 

La libertad de expresión tiene su límite en la honra de las personas; no hay delito de pensamiento excepto cuando se amenaza la libertad de pensar de otros; y poner música a todo volumen encuentra su fin en el malestar que se provoca en el vecino.

Con estos casos suele ejemplificarse el viejo dicho según el cual “mi libertad termina donde comienza la de otro”. Una verdad sin embargo incompleta que, por ello, corre el peligro de convertirse en algo más grave que una mentira.

Sin duda, ninguna de las libertades individuales o colectivas es absoluta, sino más bien:

Una libertad situada, puesto que la elección es siempre la de un objeto cuya existencia es producto de unas circunstancias. Elegir autoridades era inconcebible antes de las democracias basadas en la realización de unos comicios; así como la libertad de prensa es indisociable de la imprenta y la rotativa industrial que permitieron la masificación de los diarios.

La voluntad de elegir –núcleo de la libertad– es pronunciar un “sí” a cambio de varios “noes”

Finita, porque por definición la voluntad de elegir –que es el núcleo de la libertad– es siempre pronunciar un “sí” a cambio de varios “noes”, ya que ni el presente ni la vida entera alcanzan para tomar la totalidad de las opciones, algunas de las cuales incluso no se compaginan entre sí.

Y relativa, puesto que en su desempeño dos o más libertades pueden colisionar o restringirse entre sí, de modo que corresponde a la conciliación, la tolerancia o el tribunal el dirimir lo que está permitido a cada cual al amparo del bien común como referencia definitiva.


Pero precisamente el que esta clase de situaciones sean, en lo cotidiano, numerosas y frecuentes es lo que resalta el hecho de que las libertades se delimiten mutuamente como una superficie visible que oculta las capas más profundas y esenciales. Como si las libertades fueran territorios que se trazaran los unos con exclusión de los otros.

Es un hábito común el ver nuestra libertad solo cuando se le interpone una barrera: el rumbo opuesto del prójimo, unas normas municipales, alguna carestía de recursos. Porque la entendemos solo como ausencia de coerción y sometimiento, como la holgura exterior que permite mi desenvolvimiento ilimitado.

Es un hábito común el ver nuestra libertad solo cuando se le interpone una barrera o una obstrucción

Contemporáneamente, ha sido Isaiah Berlin quien vio en esta acepción la mitad del significado completo de la libertad. La faceta según la cual ser libre es no encontrarse aprisionado o interrumpido por alguna restricción interior (una enfermedad, una minoría de edad, la ceguera de una pasión, etc.) o exterior (los muros de una cárcel, una intimidación física o las imposiciones de una dictadura). Ser libre-de, en resumen.

En tanto que la otra mitad la constituye el alma misma de la libertad, de la que la anterior es solo su requisito material, y que es la capacidad para llevar a cabo una iniciativa o un proyecto. El ser libre-para.

Se trata de la dimensión activa de la libertad que protagoniza el acto de la decisión, el llamado "libre albedrío" gracias al cual, decía Pico della Mirandola, el humano a diferencia de los demás seres de la naturaleza es su propio “modelador y diseñador”.


Según Isaiah Berlin, la reducción de la libertad a la primera parte de su definición es un rasgo típico de la cultura moderna. Algo que el lenguaje corriente confirma cuando se dice que “ser” o “estar libre” es no hallarse sujeto a algún deber o compromiso. El “tiempo libre” con que un estudiante o un trabajador aluden a los lapsos en que se encuentran momentáneamente absueltos de obligaciones académicas o laborales. Como si el estudio y el trabajo fueran estados de claudicación o servidumbre, cuando podría tratarse incluso de los hechos en que florece la más plena libertad, más aún si se trata de quehaceres en los que se han puesto las ilusiones de la vocación.

A la sombra del ser libre-de, bastaría decir que mi libertad termina donde comienza la de otro. Que nadie puede hacer uso de su libertad para menoscabar la de otro.

Los artistas son los primeros en aceptar que el límite no es un enemigo sino un aliado de la creación

Pero a la luz del ser libre-para, resulta que, por el contrario, mi libertad solo comienza cuando han comenzado las libertades de los otros. Imaginemos que nuestro antepasado primitivo, privado de todas las facilitaciones que la cultura y el progreso han ido acumulando, erraba con mayor soltura en un mundo sin fronteras, sin embargo incluso ignorante del margen drásticamente encogido de sus posibilidades de acción.

Que veamos, pues, solo lo que limita nuestros movimientos y no la inmensidad de variables que lo posibilitan revela una comprensión empobrecida de lo que somos. Un enfoque fragmentario que obedece a la abstracción ficticia según la cual el humano es un ser que se agota en una individualidad perfectamente aprovisionada de facultades y derechos.


A todo esto, los artistas, a quienes por costumbre atribuimos la más activa de las libertades, son los primeros en aceptar que el límite no es un enemigo sino un aliado de la creación. El límite temporal de una música o una película, las medidas de un lienzo, un mural o una viñeta no hacen sino concentrar, estimular y darle forma al acto creador.

El famoso compositor Igor Stravinsky decía que la libertad personal es “más grande y significativa cuanto más estrechos son los límites que imponga a mi campo de acción y cuanto más me rodee de obstáculos. Todo aquello que disminuye la limitación disminuye la fuerza”.

Hasta el más caprichoso de mis gustos es tributario de las libertades más diversas de mi tiempo y de mi entorno

Véase cualquier ejemplo de una decisión, relevante o trivial –una carrera universitaria, una serie de televisión o una marca de champú–, no en el costado de su no padecer ninguna coacción, sino en el contenido que la especifica, y lo que se verá al instante es que ningún paso que demos es realizable sin la concurrencia de una serie de libertades ajenas –empresarios, profesores, artistas, comerciantes, transportistas, administrativos, empleados a todo nivel, científicos, expertos en tecnologías, electricistas, publicistas, políticas económicas de un país, inventores, vendedores mayoristas y minoristas, clientes, etc.– que remiten a un sinnúmero de acciones cuyos rostros no veré en su mayoría a lo largo de mi vida.

El resultado es que hasta el gusto más ocurrente es tributario de las determinaciones más diversas de mi tiempo y de mi entorno. Que un alumno pueda estudiar cualquier carrera profesional se lo debe no solo a su universidad y a sus padres, sino a sus propios compañeros sin los cuales su aventura sería totalmente insostenible. Hay proveedores y beneficiarios en un extremo y otro de cualquier oficio o afición, desde la faena del obrero hasta la soledad del poeta.


La fragante taza de café que disfruto mientras escribo se la debo a unos campesinos cuyos nombres aparecen en el empaque que llega hasta mi casa, atravesando cientos de kilómetros y varias manos de por medio.

La brillante escritora Irene Vallejo, autora de un libro de éxito indetenible y justificado, El infinito en un junco, dice con la delicadeza y la lucidez que la singulariza: “entre las cunas de la UCI Neonatal pudo haber naufragado el sueño de mi infancia: dedicarme a la literatura”. Y añade: “una sociedad generosa me apoyó cuando todo peligraba. Por eso, frente al discurso del mérito individual, quiero reconocer mi deuda con mi país”.

K. Marx: “el desarrollo libre de cada uno es la condición para el desarrollo libre de todos”

No es necesario ser marxista o comunista para aceptar esta afirmación de Karl Marx: “el desarrollo libre de cada uno es la condición para el desarrollo libre de todos”.

Quienes trabajan en actividades intrínsecamente colectivas entienden mejor que nadie la verdad de estas palabras. Un ejemplo: el trompetista norteamericano Wynton Marsalis explica cómo el desempeño de los demás miembros de su grupo de jazz contribuye al crecimiento personal: “mi libertad de expresión estaba estrechamente vinculada a la expresión de los restantes miembros de la banda. Yo tenía algo que decir, pero ellos también. Cuanto más libres eran, más libre podía ser yo, y viceversa”.

Todo profesor sabe que la buena calidad de sus estudiantes lo catapulta en su sabiduría y su pericia pedagógica.


Por eso es que el desarrollo de una sociedad –en su economía, su salud, su educación, sus leyes, etc.– alienta las libertades de sus miembros al colocar delante de sus deliberaciones una mayor variedad de bienes posibles.

Es la misma razón por la que una crisis nacional, la hostilidad urbana, la delincuencia callejera, pero también un acto de corrupción pública o de evasión de impuestos, y hasta la abdicación de un talento intelectual, artístico o profesional es una fuerza que se resta a la marcha de una comunidad. Del mismo modo que, como sugiere Irene Vallejo, cualquier brillo personal es un don de la existencia en común.

También por eso es que cada uno de mis esfuerzos moviliza a otros en una cadena impredecible, como el aleteo de mariposa que provoca un huracán al otro lado del planeta.

Las libertades personales no se excluyen sino que se co-posibilitan y potencian recíprocamente

Por último, en la amistad y la relación de pareja, el consentimiento libre de la otra persona no es un límite sino aquello que favorece la dinámica enriquecedora de estos pactos de amor.

De manera que, en definitiva, decir que mi derecho acaba donde comienza el de los demás funciona solo en los puntos de fricción entre unas libertades que, por lo demás, se abren paso sobre los campos que otros caminos han abierto y despejado. Las libertades personales no se excluyen sino que se co-posibilitan y potencian recíprocamente.

A menudo, se han interpretado las restricciones de este tiempo de pandemia como obstrucciones a las libertades personales. Pero, una vez más, es un punto de vista que ve únicamente lo que impide el desplazamiento o la actividad individual, pero no la subsistencia conjunta de la sociedad –la protección del bien común y, sobre todo, de sus miembros más débiles– solo dentro de la cual será posible seguir siendo individualmente libres en adelante, gracias al cuidado de la más importante de todas las condiciones de la libertad: la vida que, por lo demás, nadie se ha dado a sí mismo libremente.


Como he intentado decir a menudo en este blog, sin los demás no solo no seríamos como somos cada cual, sino que ni siquiera seríamos.

Por tanto, concluyo deplorando lo que decía Margaret Thatcher, Primera Ministra británica en los años 80: “no existe la sociedad, sino solo individuos”. En rigor, la libertad quedaría sofocada sin remedio tanto cuando ignoramos a la sociedad como cuando ignoramos a las personas. Cualquier forma de individualismo y colectivismo (capitalismo salvaje, neoliberalismo, fascismo, comunismo y cualquier régimen totalitario de izquierda o derecha) frustra la libertad de las personas al desconectar su existencia de las condiciones mundanas y culturales que la incentivan (el individualismo), tanto cuanto al oprimir la desenvoltura de su ejecución (colectivismo).

Ahora mismo, este artículo ha vuelto a existir por obra de la mirada del lector que ha llegado hasta aquí.

 

Comentarios

  1. Consulta: Los programas de TV denominados basura, que libertades individuales violan ?
    OTROSÍ:
    Hay expresiones de todo tipo, que ya se han hecho comunes, por decirlo así, contra el Presidente de Perú, sean en TV o en periódicos, que a mí juicio vulneran el buen nombre de una persona(derecho constitucional), sin embargo, no hay una censura para es5e tipo de información...Pregunto:¿Esa libertad de expresión, que otras libertades viola?

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    Respuestas
    1. como decía un ilustre académico español hace décadas, José María Desantes, la libertad de información, es eso, de información, y no de lo contrario. La desinformación, el ejemplo más reciente y dramático es el de la negación de las vacunas, produce confusiones y miedos que recortan el ámbito de decisión de las personas. Es decir que no son nada inocentes, sino que atacan la capacidad de las personas más elegir juiciosamente sus opciones. En nuestro país, es inaceptable que hasta ahora no se defienda aguerrida y judicialmente una ética periodística indispensable para la vida en común

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