El jardín como reflejo y escenario de la filosofía. Citas de "Jardinosofía", libro de Santiago Beruete
Muchas
veces caminé entre las plantas que abrazaban la casa de mis abuelos en la dulce
sierra piurana, con un libro en las manos. En el doble sentido de la palabra,
las hojas pasaban ante mí mezclando los mensajes de sus distintas caligrafías. Tiempo
después, he dado de pronto con el libro perfecto para reproducir en el alma ese
viejo placer: Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines. Su autor,
el pamplonés Santiago Beruete, es también jardinero, además de escritor y
filósofo. Los mismos dedos que palpan tallos, semillas y raíces y desaparecen
bajo los terrones de una huerta, han escrito este ensayo –unión de historia,
arte y pensamiento– del cual comparto con ilusión los siguientes fragmentos.
El
jardín: lugar de equilibrio y contrapeso
“El hecho
de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén
evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a
la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de
permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su
razón y el desorden de sus instintos” (2022, 19).
“Es bien
conocido el efecto positivo que la belleza del paisaje ejerce sobre la psique
humana: estimula los sentidos, serena la mente y sana el corazón maltrecho”
(2022, 27)
El
jardín: imagen del universo
“Un jardín
es también una imagen del universo a escala humana, un cosmos en miniatura,
limitado y manejable, una representación simbólica de la realidad. Como dice
Michel Foucault, «el jardín es la parcela más pequeña del mundo y es, por otro
lado, la totalidad del mundo. El jardín es, desde el fondo de la antigüedad,
una especie de heteretopía feliz y universalizante». (…)
(Dice Alain
Roger:) «La función monádica del arte consiste en concentrar lo máximo en lo
mínimo. Este es el deseo tan a menudo manifestado por los artistas: el torrente
del mundo en un ‘ápice de materia’ (Cézanne)».”
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Santiago Beruete. |
Jardín:
entre lo arquitectónico y lo vital
“Mientras
que en oriente los artífices de los jardines eran filósofos, poetas y pintores,
en occidente los arquitectos y, más recientemente, los paisajistas han
adquirido un protagonismo casi exclusivo en su realización. (…) La ordenación y
modelación del espacio no representa más que una pequeña parte en la
realización de un jardín. Un ejemplo de lo que podríamos llamar una concepción
humanista del jardín lo encontramos en Michael Laurie, quien escribió: «Sus
fundamentos apenas guardan relación con una profesión (la arquitectura), cuyos
resultados suelen quedar obsoletos muy pronto, cuyo periodo de vida es más
corto que lo que tarda un árbol en llegar a la madurez»” (2022, 31-32).
Filosofar
en los jardines: herencia griega (Platón)
“Puede que,
desde la perspectiva de la historia de la jardinería, los griegos adolezcan de
un naturalismo poco innovador, pero, desde la perspectiva de la filosofía, los
jardines desempeñaron un papel crucial en su vida cultural. Puede proporcionar
una idea de la importancia de los jardines públicos, o tal vez sería mejor
llamarlos parques, el hecho de que las grandes escuelas filosóficas, que son la
marca distintiva de su herencia civilizadora, se desarrollaron en ellos.
Tras su
vuelta a Atenas, después de su primer y accidentado viaje a Italia y Sicilia,
Platón fundó su escuela, tomando como modelo probablemente las comunidades
filosóficas de los pitagóricos que había conocido allí” (2022, 45-46).
Filosofar
en los jardines: herencia griega (Epicuro)
“Leemos en
Plinio: «Fue Epicuro, maestro en el ocio, el primero que en Atenas instituyó
este uso; hasta él, no entraba en las costumbres vivir en el campo dentro de la
ciudad».
El ideal de
convivencia con la naturaleza inspiraba las enseñanzas del maestro de Samos,
para quien el sabio amaba el campo. En tanto que los epicúreos se convertían en
los filósofos del jardín, se reforzaba la asociación de este con un lugar de
deleite y un espacio para recrear los sentidos y cultivar la amistad. (Dice
Carlos García Gual:) «A diferencia de la Academia y el Liceo, el Jardín (de
Epicuro) no pretendía ser una escuela de educación superior donde, junto con
una formación moral dogmática, se estimulaba la educación para destacar en el
gran mundo, la orientación política y la investigación científica. Era ante
todo un retiro para la vida en común y la meditación amistosa de unas personas
dedicadas a filosofar, un tanto desengañadas respecto a la repercusión mundana
de las enseñanzas de la auténtica filosofía. El jardín era una escuela donde se
buscaba, ante todo, una felicidad cotidiana y serena mediante la convivencia
según ciertas normas y la reflexión según ciertos principios»” (2022, 47).
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A. Strohmayer, Los filósofos del jardín (1834). |
La
filosofía nació a cielo abierto y no entre cuatro paredes
“Un hecho
no suficientemente señalado es que, en sus orígenes, la enseñanza de la
filosofía fue una actividad practicada al aire libre que se beneficiaba de la
atmósfera campestre, casi bucólica, de los jardines arbolados. Conviene no
olvidar, por tanto, que la filosofía nació a la sombra bienhechora de los
grandes plátanos y a la orilla de cantarines arroyos que serpenteaban por los
prados, donde se levantaban santuarios y templos. Antes de encerrarse entre las
cuatro paredes de los edificios escolares, las ideas de los filósofos se
escuchaban entremezcladas con los trinos de los pájaros, la letanía de las
cigarras y el murmullo de las hojas sacudidas por la brisa. Es innegable que
los comentarios de Platón, Aristóteles y demás no debían sonar igual, y quizás
tampoco con tanta solemnidad, en medio de la naturaleza, bajo el cielo abierto”
(2022, 51).
El
jardín: un orden a salvo del destino (Roma)
Cabe
preguntarse “si la práctica de la armonía espacial (inspirada en Vitruvio), de
la que fueron maestros los romanos, oculta el anhelo de un orden perdurable y
la falsa seguridad de la permanencia. Creemos que Richard Sennet acierta al
asociar la pasión, por no decir obsesión, de los romanos por una arquitectura
equilibrada, acorde e idóneamente emplazada con el temor irracional al destino:
«La
búsqueda de una orientación precisa obedecía a la necesidad profundamente
sentida, de índole semejante a la necesidad de imágenes que pudieran
considerarse verdades literales y repetirse una y otra vez. Este lenguaje
visual expresaba las necesidades de un pueblo inestable, desigual y difícil de
manejar que buscaba la seguridad que emanaba del lugar. Las formas pretendían
expresar que una Roma perdurable y esencial quedaba de alguna manera al margen
de las crisis históricas»” (2022, 58-59).
El
jardín: imagen del universo (paisajismo y bonsáis)
“Ya en el
siglo XVIII el ideal de un jardín sin límites inspiró al movimiento paisajista
inglés, que llevó hasta las últimas consecuencias la utilización del foso
oculto, un hallazgo de los jardineros franceses del siglo anterior. Esta
barrera invisible o cerca hundida, que fue rebautizada con el nombre de ha-ha
(en alusión a la sorpresa que producía encontrarla), empezó a utilizarse a gran
escala en Inglaterra a partir de la segunda década del siglo XVIII. De esta
manera el jardín se abría, se liberaba y permitía que la mirada vagase
libremente. (…)
En el polo
opuesto de estos mecanismos para atrapar el entorno y ampliar así los límites
del jardín se encuentran las técnicas para condensar el universo en un
escenario reducido, para miniaturizar el paisaje despojándolo de todo lo
accesorio; en suma, para jibarizar los espacios naturales y ralentizar el
tiempo. Esta reducción de lo inmenso a lo ínfimo alcanza su clímax en el arte
del bonsái, que aparece en la misma época que los jardines zen (siglo XIV).
(Dice Michel Tournier:) «El jardín enano, cuanto más pequeño sea, tanto más vasta
es la parte del mundo que abarca»” (2022, 60-61).
El
jardín como imagen del cielo
“Por
difícil que sea creer en el cielo, aún hoy la mejor manera de simbolizar la
intangible dicha eterna sigue siendo un jardín, un parque o un entorno natural.
(…). Por importa que la mayoría de los teólogos modernos sostengan la
indescriptibilidad de la vida ultraterrena; en el imaginario popular lo más
parecido al cielo es un vergel. La única manera de recrear la existencia del
más allá es a través de las experiencias del más acá, y de las bellezas
naturales es, sin duda, una de las más universales y perdurables” (2022, 79).
Jardín:
orden geométrico y trascendencia
Existió “una
filosofía del jardín que depura y somete la naturaleza a la abstracción
geométrica con el propósito de catapultarnos a una belleza trascendente y
fundirnos con el paisaje. Ficino asume la tradición que proviene de Platón y
Plotino, según la cual toda belleza visual es inmaterial, puesto que la luz que
sirve de puente entre el ojo y el objeto es espiritual.
(…) La
belleza que emana del sometimiento a un orden geométrico en el jardín. La
mirada del espectador, lejos de quedar prendada, trabada en la hermosura de las
formas vegetales, es proyectada por la matemática oculta de su trazado hacia un
más allá presidido por la belleza abstracta del orden. Se produce una suerte de
catarsis visual, de elevación hacia una realidad superior que, siquiera
temporalmente, calma las ansias de inmortalidad del hombre, su anhelo de
escapar a su condición mortal y liberarse de su naturaleza material. Gilles A.
Tiberghien describe así una experiencia que solo cabe calificar de espiritual:
«Un verdadero jardín está hecho a la imagen de aquel que lo ha soñado, es el
resultado de una alquimia que transforma la naturaleza en espíritu y hace de
ella un poema vegetal»” (2022, 108).
El
origen de la filosofía en la pérdida de la unión con la naturaleza
“La pérdida
de esa unión mágica con la naturaleza está en el origen de la filosofía. El
paso del mito al logos en las polis griegas diseminadas por el Mediterráneo a
partir del siglo VII a. de C. tiene lugar paralelamente a la emergencia del
concepto de physis o naturaleza, concebida como entidad contrapuesta a
lo humano y gobernada por nomos o leyes. Tras la evocadora figura del
genio del lugar, que no ha dejado de metamorfosearse hasta nuestros días,
subyace la nostalgia de esa unión perdida con la naturaleza” (2022, 156).
Filósofos
“jardineros”: Wittgenstein y Heidegger
El primero
“levantó en 1913 con sus propias manos una rudimentaria cabaña de madera con
vistas panorámicas al lado Eidsvatnet. El caso es que el joven, cosmopolita y
mundano, aprendiz de filósofo sintió la necesidad de alejarse de Cambridge,
donde había pasado los dos últimos años siguiendo las lecciones de Bertrand
Russell, y refugiarse en aquel recóndito paraje, en medio de ninguna parte,
para serenar su ánimo inquieto, esquivar la depresión, restañar su maltrecho
corazón y aclarar sus ideas.
(…)
Heidegger, por su parte, se hizo construir una cabaña de obra revestida de
madera, de apenas 6x7 metros de planta y tres habitaciones, con calefacción,
aseo y agua corriente, en la Selva Negra. A partir del verano de 1922 y, por
espacio de cinco décadas, hasta el final de sus días, se retiró por temporadas
allí para trabajar en sus obras y preparar sus conferencias. Otros ilustres
ejemplos de cabañas de artistas son las de los músicos Gustav Mahler y Edvarg
Grieg, el dramaturgo August Strindberg, los escritores George Bernard Shaw y
Virginia Woolf, el poeta Dylan Thomas y una larga nómina de personajes” (2022, 203).
Cuidado
del jardín e indiferencia al prójimo
“Muchos de
los aristócratas involucrados en el desarrollo de la revolución industrial y en
la consiguiente degradación de la campiña inglesa fueron, asimismo, los
promotores de la estética paisajista. Los mismos que intentaban recrear la
bucólica atmósfera de la Arcadia en sus dominios propiciaron la aparición de
los primeros paisajes industriales, así como de los sucios, feos y contaminados
barrios obreros en las periferias urbanas. Se diría que, cuanto mayor era su
sensibilidad hacia la naturaleza, más insensibles se tornaban hacia las
desigualdades sociales y más desdén les inspiraban los toscos e incultos trabajadores
del campo” (2022, 233-234).
Cuidado
del jardín e indiferencia al prójimo (los nazis)
“En los
campos de concentración y exterminio nazis los mandos disfrutaban de lujosas
residencias rodeadas de jardines y huertos. Su cuidado corría a cargo por lo
general de trabajadores esclavos, como explica McKay:
«En
Buchenwald, los oficiales superiores vivían en grandes y lujosas villas de
madera, con amplias terrazas y estupendas vistas (apartando la vista con
respecto al campo), mientras que los oficiales subalternos tenían viviendas
familiares, cada una con su propio jardín. También había un espacio habilitado
para la cetrería, una casa-jardín circular, zoológicos con animales exóticos
(algunas veces los prisioneros eran arrojados a los osos) y jardines al aire
libre provistos de todas las comodidades. Las propiedades y los jardines eran
mantenidos por prisioneros esclavizados. En Auschwitz, el comandante Höss, su
mejor Hedwig y sus cinco hijos vivían en una villa arbolada separada del campo
por un elevado muro de hormigón, cerca del cual la señora Hedwig cuidaba de un
rosal y de begonias plantadas en macetas azules. Höss solía decir que el ‘el
jardín es mi mujer es un paraíso de flores… Ningún prisionero (de los que
trabajaban como jardineros) podrá decir que, en nuestra casa, ha sido
maltratado de alguna manera o en algún momento’».
(…) Primo
Levi recordaba en una de sus obras cómo los senderos de tierra apisonada que
unían las villas en Auschwitz estaban sembrados con fragmentos de huesos
machacados de prisioneros” (2022, 334-335).
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Imagen de Zona de interés, película de J. Glazer (2023). |
El
jardín como coacción de la naturaleza
“El desvelo
por esa naturaleza domesticada pero no artificial que es el jardín encierra
aspectos de dudosa moralidad, y es menos inocente de lo que cabría pensar.
Tendemos a pasar por alto el sadismo inherente al hecho de modelar el espacio
con plantas sometidas a fuerza de tijeras podadoras, azadas, rastrillos y otras
herramientas. Los jardines son el resultado de una crueldad controlada. El
mantenimiento de las formas vegetales exige infringir suplicios como podar,
injertar, trasplantar, etc. El abuso de poder se enmascara tras el genuino
afecto que sentimos por las plantas. (…)
Hay algo
profundamente turbador en el hecho de que disfrutemos coartando la libertad de
la Naturaleza, reprimiendo sus impulsos y forzándola a obedecer a nuestros
veleidosos mandatos.” (2022, 358-359 y 362).
Fuente: Beruete,
Santiago (2022) Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines.
México DF: Turner.
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