Osamu Dazai o la vida trágica del ser no amado / Víctor H. Palacios Cruz


 

Nos malacostumbran a solo ver lo humano en una bella escultura griega, en las armoniosas proporciones del arte renacentista o en las manuales escolásticos de la antropología filosófica, y olvidamos que lo que somos únicamente aparece en toda su magnitud allí donde el sufrimiento, la derrota, la locura o la ambición desmesurada excavan nuestra figura hasta dejar a la vista el verdadero sustrato de un ser al mismo tiempo animal y metafísico.

Osamu Dazai (1909-1948) fue un escritor japonés de una vida tan brutalmente triste lanzada hacia el abismo por esa fuerza invencible que solo puede venir de la mayor de las carencias, que no es ni el hambre ni el frío ni la pobreza ni la enfermedad, sino la falta del amor de los padres. Esa afirmación del afecto que nos implanta en el mundo y abre bajo los pies un suelo firme que ya nada removerá.

Su novela autobiográfica Indigno de ser humano (1948) es quizá uno de los textos más necesarios y estremecedores. Un testimonio seco y crudo, sin elaboraciones retóricas ni técnicas ni conceptuales, y por ello sincero y sobrecogedor, de una existencia que aprendió desde la niñez a usar la payasada como el escudo de un temperamento en carne viva que, como en su gran relato “Esperando”, parece tan ansiosamente anhelante del prójimo como absolutamente incapaz de soportar su ayuda o su presencia.

Un hombre que se reconoció pronto en su inaptitud para la amistad, para el amor, para toda forma de comunicación y hasta para la más espontánea empatía con el dolor del otro, y que, creyéndose merecedor de la indiferencia, puso todo el empeño en su propia autodestrucción. Por desgracia, tuvo éxito en el último de sus varios intentos de suicidio que culminó un proceso de despojo y renuncia, del que solo quedó el vuelo alto y eterno de unos cuantos libros escritos con el alma hecha pedazos.

Comparto unos pasajes de Indigno de ser humano, que los conocedores estiman como su obra maestra, con los que queda dramáticamente claro que si la ausencia del afecto de los padres debilita la fe en lo divino, lo hace corroyendo primero la indispensable confianza en la humanidad y en uno mismo. Que nada precisa tanto nuestro corazón como el temprano latido cercano de un abrazo, una atención y un tiempo compartido.



 

Fuente: Dazai, Osamu (2024) Indigno de ser humano. Lima: Textos.

 

Conciencia de ser distinto. El humor como sobrevivencia

“Cuanto más pienso, menos entiendo. Todo lo que siento son ataques de angustia y terror al pensar que soy el único que es completamente diferente al resto. Es casi imposible para mí conversar con otras personas. ¿De qué debo hablar, cómo debo decirlo? No lo sé.

Así fue como se me ocurrió inventar mis bufonadas.

Era mi última posibilidad de conseguir el afecto de las personas. Aunque les tenía un miedo mortal, parecía incapaz de renunciar a su compañía. Me las arreglé para mantener una sonrisa superficial que nunca abandonó mis labios; esta fue una manera de reconciliarme con los demás, un logro sumamente precario realizado a causa de insoportables esfuerzos internos.

De niño no tenía ni idea de lo que otros, incluso miembros de mi propia familia, podrían estar sufriendo o de lo que estaban pensando. Solo era consciente de mis propios miedos y vergüenzas indescriptibles. Antes de que nadie se diera cuenta, me había convertido en un payaso consumado, un niño que nunca podía decir la verdad” (2024, 26-27).

 

Terror del desprecio

“Pero ¿y la escuela?

Estaba camino de ganarme el respeto de todos. Pero la idea de ser respetado solía causarme un gran pánico. Mi definición de un hombre «respetado» era uno que había logrado engañar a la gente casi por completo, pero que al ser descubierto por un ser omnisciente y omnipotente era castigado con sufrir una vergüenza peor que la muerte. Incluso, suponiendo que pudiera engañar a la mayoría de los seres humanos que me respetaran, uno de ellos sabría la verdad, y tarde o temprano otros seres humanos lo sabrían. ¡Cuál sería la ira y la venganza de aquellos que descubrieran que habían sido engañados! El solo pensarlo me trastornaba la mente” (2024, 34).

 


Incapacidad para comunicarse y amar

“Nunca pude considerar a las prostitutas como seres humanos, ni siquiera como mujeres. Me parecían más bien seres idiotas o lunáticas. Pero en sus brazos sentía una seguridad absoluta. Podía dormir profundamente. Daba hasta pena ver lo desprovistas de codicia que estaban. Y quizá fue porque sentían que yo tenía algo en común con ellas que siempre me mostraban una amabilidad natural que nunca se volvía agobiante. Amabilidad sin segundas intenciones, amabilidad despojada de presiones comerciales, para alguien que tal vez no volverían a ver nunca más. Algunas noches, vi en esas prostitutas idiotas o lunáticas la aureola de la Virgen María” (2024, 65).

 

Orden y marginalidad. Solidaridad con los parias

“La irracionalidad… la encontraba ligeramente placentera. O más bien, me hacía sentir cómodo. Lo que me asustaba era la lógica del mundo. Presentía que tenía algo incalculablemente poderoso. Su mecanismo era incomprensible y no podía permanecer encerrado con ella en esa habitación sin ventanas que me halaba los huesos. Aunque afuera estaba el mar de la irracionalidad, nadar en sus aguas hasta morir ahogado me parecía mucho más placentero.

La gente suele usar el término de «marginados sociales». Aparentemente, se refieren a los infelices, a los fracasados, a los descarriados de la sociedad humana. Yo me he sentido así desde el momento en que nací. Si alguna vez me encuentro con alguien que la sociedad ha señalado como marginado, invariablemente siento afecto por él y me sobrecoge una profunda ternura” (2024, 69-70).

 

Conciencia culposa

“La gente habla del «sentimiento de culpabilidad». En mi caso, ese sentimiento me apareció por sí solo desde que era un bebé, como una penosa herida. Con el paso del tiempo, lejos de curarse, se fue profundizando, hasta llegar al hueso. Las agonías que sufrí noche tras noche eran un infierno compuesto de infinitas torturas. Pero, aunque es una forma muy extraña de decirlo, la herida se ha vuelto gradualmente más querida que mi propia carne y sangre. Incluso he pensado que el dolor es la emoción de la herida viva o incluso es un murmullo de cariño” (2024, 69-70)

Un personaje de anime basado en la vida de Osamu Dazai.

 

Incapacidad para amar, y para la amistad

“Aunque siempre he procurado ser agradable con todo el mundo, ni una sola vez he experimentado la amistad. Excepto en el caso de compañeros de diversión como Horiki, solo tengo recuerdos amargos de mis conocidos. He jugado frenéticamente al bufón para desenredarme de estas dolorosas relaciones, lo que terminó agotándome. Incluso ahora me sobresalto si por casualidad veo en la calle un rostro conocido o si solo es alguien que se le parece. Al instante me invado un pánico violento que siento marearme. Sé que le caigo bien a las personas, pero parece que carezco de la facultad de amar a los demás. Aunque, con respecto a los demás, tengo serias dudas de que ellos posean realmente esta facultad. No era de extrañar entonces que alguien como yo pudiera sentir una profunda amistad. Además, carecía de la habilidad para hacer visitas. La puerta principal de la casa de otra persona me aterrorizaba más que la puerta del infierno de la Divina comedia” (2024, 109).

 

Individualismo trágico

“Llegué a sostener, casi como una convicción filosófica, la creencia de que la llamada sociedad es el individuo. Desde ese momento fui capaz de actuar más de acuerdo con mis propias inclinaciones” (2024, 123).

 

Individualismo trágico

“Los seres humanos no pueden concebir ningún medio de supervivencia si no es en términos de ganar o perder. Hablan de deber a la patria y cosas por el estilo, pero al final su objetivo es exclusivamente individual. Una vez alcanzado, de nuevo solo queda el individuo. La incomprensibilidad de la sociedad es la incomprensibilidad del individuo. El océano es la sociedad, son los individuos que lo conforman. Así fue como logré liberarme del miedo a aquel océano llamado «sociedad». Aprendí a comportarme de forma más bien descarada, sin la interminable preocupación que conocía antes, respondiendo por así decirlo, a las necesidades del momento” (2024, 127).


 

Sensación de nulidad e indignidad

“«No seas cínico. A mí nunca me han atado como a un vulgar delincuente».

Sus palabras me desconcertaron. En el fondo Horiki no me trataba como a un ser humano, Para él yo era el cadáver viviente de un suicida en potencia, un desvergonzado, un fantasma imbécil. Su amistad no tenía otro propósito que utilizarme al máximo para sus propios placeres. Naturalmente, estos pensamientos no fueron nada agradables; pero, pensándolo bien, era de esperar que Horiki tuviera esta opinión de mí, ya que desde niño era indigno de ser humano. Entendí entonces que el desprecio, incluso por parte de Horiki, podía ser totalmente merecido” (2024, 142-143).

 

Condena de toda humanidad

Luego de sorprender a un hombre violando a mi esposa, paralizado e incapaz de hacer nada… “Aquella noche mi pelo empezó a encanecer prematuramente. Perdí toda confianza en mí mismo, dudaba inconmensurablemente de todos los seres humanos. Había abandonado para siempre toda esperanza en las cosas de este mundo, toda alegría y toda simpatía hacia las personas. Definitivamente, este acontecimiento fue decisivo en mi vida. Sentí cómo una herida me partía la frente justo entre las cejas, una herida que a partir de entonces me dolía cada vez que tenía que tratar con un ser humano” (2024, 147-148).

 

Abandono, abyección

“Pensé: «Quiero morir. Quiero morir ahora más que nunca. No tengo posibilidades de recuperación. Haga lo que haga seguro que será un fracaso, solo una capa más de vergüenza. Ese sueño de ir en bicicleta a ver una cascada entre hojas verdes no era para gente como yo. Lo único que puede ocurrir ahora es que un pecado asqueroso y humillante se amontone sobre otro, y mis sufrimientos se hagan cada vez más profundos. Quiero morir. Debo morir. Vivir solamente causa pecado». Pese a eso, no hacía más que ir y venir, medio enloquecido, de mi apartamento a la farmacia.

Cuanto más trabajaba, más morfina consumía. Mi deuda en la farmacia alcanzó una cifra aterradora. Cada vez que la mujer me veía, se le caían las lágrimas. Lo mismo pasaba conmigo” (2024, 163).

 

La pérdida del padre

“La noticia de la muerte de mi padre me dejó deshecho. Estaba muerta esa presencia familiar y aterradora que no había abandonado mi corazón ni una fracción de segundo. Sentí como si la urna de mi sufrimiento me hubiera vaciado, como si ya nada pudiera interesarme. Había perdido incluso la capacidad de sufrir” (2024, 167).

 

 

Comentarios

  1. Un sentimiento encontrado verdaderamente trágico, ver como un ser humano debe ocultarse detrás de bufonerías para sentirse aceptado y de ese modo anhelar llegar a ser amado o sentir, aunque sea por un vago y corto momento la felicidad. Osamu Dazai, representa un gran parecido con Franz Kafka, al leer su libro, Indigno de ser humano, no pude evitar relacionar una frase que Kafka le dijo a su amigo Max Brod, “Cuando salgo a la calle me siento como un hombre desnudo alrededor de hombres vestido”, se podría decir que esto pasaba con Dazai, pues se percibía a si mismo como una persona tímida y de baja autoestima, que lo único que buscaba era encontrar el sentido de la sociedad y su lugar en ella. Es evidente que el amor de los padres es parte sustancia e incondicional para el ansiado desenvolvimiento de la vida, crecer en un hogar libre de ataduras y anhelos superficiales de los padres. Dazai pensaba que el hecho de hacerlos reír haría que lo aceptaran y lo quisieran, sin embargo, el amor de los padres hacia los hijos no consiste en lo que podamos hacer por ellos, sino más bien este radica en el amor incondicional sin estar sujeto a disposiciones absurdas y abstractas.

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    1. totalmente de acuerdo contigo, Milagros. Lo que nos devuelve al hallazgo fundamental de la necesidad más profunda que tenemos los seres humanos: el amor de los padres que en cierto modo representa la acogida del mundo, y cuya ausencia nos vuelve contra nosotros y contra el mundo mismo. Gracias por haber leído esta publicación, gracias sobre todo por haberla propiciado con el préstamo amable y generoso de tu parte del libro aquí reseñado. Gracias!!

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