Ambivalencias de la ignorancia. Una reflexión y citas de Peter Burke / Víctor H. Palacios Cruz

Peter Burke (n. 1937)

 

La ignorancia de un niño nos encanta porque nos recuerda la magia del descubrimiento. Por el contrario, la ignorancia de un adulto produce unas veces burla y otras compasión; y la de un funcionario en el ejercicio de sus funciones unánime indignación. La ignorancia de los límites del cosmos despierta la reverencia ante la creación; pero no saber cómo se cura una enfermedad, alarma y sufrimiento. Adoramos ignorar qué rostro tiene el mal o el asesino en una novela o película de detectives o de terror para seguir leyendo o viendo hasta el final; pero en cambio odiamos ignorar por qué siempre desaprobamos el mismo examen o perdemos contra el mismo rival.

Pitágoras, Heráclito y Sócrates observaron la conveniencia de atenernos a nuestra condición mortal y no codiciar una sabiduría fuera de nuestro alcance. Un pasaje del Génesis ilustraba el deseo de poseer “la ciencia del bien y del mal” y pretender “ser como dioses” como una osadía que mereció ser castigada con el destierro y el dolor.

Por su parte, Nicolás de Cusa vio en el no saber cómo era Dios la más lógica consecuencia de comparar su inmensidad con nuestra pequeñez; mientras que Michel de Montaigne encontró en la ignorancia una “profundidad y variedad infinita” que aseguraba el placer de seguir conversando, leyendo y viajando.

Cometer un mal era producto no de una mala voluntad sino de la falta de conocimiento, según Sócrates; y Platón, en el mito de Eros, contaba que no había mayor ignorancia que aquella que se ignoraba a sí misma. Peor aún, aquella que creía saber lo que en realidad no sabía. Que, por tanto, nuestro deseo de saber (“philos-sophia”) dormía siempre “en la intemperie de las puertas y al borde de los caminos”.

En suma, en pocos temas como este reparamos en que nada es absoluto, y ni siquiera la ignorancia es siempre mala ni el saber siempre bueno, ni tampoco lo contrario. La ignorancia ha costado más de una guerra, la quiebra de incontables empresas y hasta la muerte de aquellos a quienes los años terminaron concediendo la razón. Mientras tanto, un Premio Nobel (David Gross en 2004) declara que “me hace muy feliz anunciar que nada indica que se esté agotando nuestro recurso más importante: la ignorancia” (P. Burke, 2024, 113).

Cuando nos enamoramos de una persona o un oficio nos volvemos impacientes y queremos saberlo todo, y afilamos nuestros sentidos y lo retenemos todo con enorme fervor. Al revés, hay quienes viven en una adecuada omisión de los hechos y cuidan que la siempre compleja realidad no interfiera nunca en la armonía de sus imperturbables cabezas. Allí están los miles de adoradores de todos los caudillos de un extremo o del contrario, incapaces de ver lo que tienen ante sus ojos y de escuchar a sus prójimos.

Comparto unas citas del libro más reciente del investigador Peter Burke (n. 1937) que hace las delicias de todo lector contando una cierta historia de las distintas estimaciones –reivindicaciones y perjuicios– que la ignorancia ha merecido de nuestra sorprendente especie a lo largo de los siglos.


 

IGNORANCIA NATURAL

El inevitable no saber sobre lo divino

“Los primeros agnósticos de los que se tiene noticia fueron los filósofos griegos Jenófanes (580-470aC), que dijo que «ningún hombre ha visto y ninguno conocerá la verdad acerca de los dioses»; y Protágoras (490-420aC), que afirmó que «sobre los dioses no puedo saber que existen ni que no existen, ni cómo son en su forma; porque muchas cosas me impiden saber esto: la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida humana».

(…) En las tradiciones judía y cristiana encontramos lo que se podría escribir como «agnosticismo devoto». La idea de un «Dios oculto» se remonta al Antiguo Testamento (Isaías 14, 15). Moisés ben Maimón (Maimónides), el erudito judío del siglo XII, aseguró que es imposible «describir al Creador más que con atributos negativos». (…)

La expresión más famosa de esta idea es sin duda el tratado del cardenal Nicolás de Cusa en el siglo XV, De docta ignorancia, con el cual defendía que era posible conocer el alcance de la propia ignorancia. Nicolás escribió que «Dios es inefable», así que la única aproximación posible a él es la ruta negativa (via negativa), o sea, decir lo que no es.”

(2024, 104-106)

 

El alumno no es un ser “sin luz”

Paulo Freire, que se dedicaba a la enseñanza en el noreste de Brasil, en 1963 aconsejó a los maestros para adultos que no dieran por hecho que el analfabetismo era equivalente a la ignorancia, que estuvieran abiertos a aprender de sus alumnos y los trataran como iguales, como personas capaces de tener una visión crítica de su propio mundo. Fue una perspectiva revolucionaria. Freire descubrió que, si se abandonaba lo que él denominó «educación bancaria», la presunción de que «el maestro lo sabe todo y los estudiantes no saben nada», era posible enseñar a los adultos a leer y escribir en cuarenta horas.” (2024, 63)

El pecado original representado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

 

LA IGNORANCIA ORGANIZATIVA

En un análisis clásico de las organizaciones, el sociólogo francés Michel Crozier llegó a la conclusión de que «una organización burocrática está compuesta por una serie de estratos superpuestos que no mantienen una buena comunicación entre ellos». En la agencia administrativa objeto de su estudio, un oficinista dijo al investigador que los supervisores «están demasiado por encima del flujo real de trabajo como para entender lo que sucede». Así, la centralización de poder en la organización genera un «punto ciego». «Los que tienen la información necesaria no tienen el poder de decisión, y los que tienen el poder de decisión carecen de la información necesaria».

(…) Un ejemplo especialmente memorable de desastre provocado por la ignorancia organizativa fue la explosión de Chernóbil en 1986. Los ingenieros y el gerente de la planta eran muy conscientes de lo peligroso de la situación, pero siguieron las órdenes de los dirigentes del partido comunista, que les impusieron fechas y cuotas que no podían cumplir sin correr riesgos adicionales. El partido quería ciertos resultados, pero no sabía o no quería saber nada de los riesgos que había que correr para conseguirlos.

(…) otra catástrofe de 1986, cuando el Challenger, un transbordador estadounidense estalló en llamas un momento después de despegar. Las dos catástrofes fueron «resultado de fallos en el control de calidad, presión política, incompetencia y encubrimientos». Chernóbil es también un ejemplo extremo de las consecuencias de la falta de conocimiento local, de lo que el antropólogo james C. Scott ha definido como ver «con ojos de Estado»”.

(2024, 46-47)

 

“La ignorancia organizativa también es un problema grave para los negocios, igual que lo es para los gobiernos. (…) Los trabajadores y la dirección han parecido a menudo «dos culturas». Cada grupo ignora los conocimientos del otro. El problema se ha escrito como «conocimiento pegajoso» (sticky knowledge), en el sentido de que se adhiere al entorno donde se encuentra y no se mueve con facilidad. (…) Si la dirección no escucha, los trabajadores no hablan, y se genera un «clima de silencio». En casos extremos, los encargados tienen miedo de decir a sus jefes lo que creen que sus jefes no quieren oír. El resultado es que se ignoran problemas graves.

(…) Un autor que escribía sobre compañías creó la metáfora del «iceberg de ignorancia», que viene a explicar que, cuanto más se asciende en la jerarquía, menos se sabe de los trabajadores de la parte de abajo, incluyendo el conocimiento real que tienen los trabajadores de la firma y los productos. (…) Los empleados que trabajan en una firma durante décadas adquieren un «conocimiento tácito», es decir, un conocimiento que ni ellos mismos saben que poseen. Como no suelen ponerlo por escrito ni transmitirlo a sus sucesores, la compañía lo pierde cuando se jubilan.”

(2024, 207-208)

La ignorancia, de Roberto Fábregas.

 

IGNORANCIA EN LA POLÍTICA Y LA GUERRA

En los casos de derrota en la invasión a Rusia, de Napoleón y su ejército en 1812 y de Hitler en 1941, “la catástrofe para los invasores no se debe tanto a los ejércitos defensores como a las constantes geográficas y meteorológicas, dos en particular. Una, el vasto tamaño del país en el que los invasores estaban inevitablemente dispersos, como si el paisaje los hubiera engullido. Un oficial alemán que había leído las memorias de Caulaincourt dejó constancia de los «malos presentimientos que me provoca el enorme espacio de Rusia». Otro declaró que «la inmensidad de Rusia nos devora». Un tercero llamó a la estepa rusa «un océano capaz de ahogar al invasor». Como escribió en su momento Carl von Clausewitz: «la campaña rusa de 1812 demostró que no es posible conquistar un país de tal tamaño».

(…) Hitler no ignoraba lo que le había pasado a Napoleón, pero, en el otro sentido de la palabra, sí lo ignoró. Confiaba en que con más tropas, y además tranques y aviones, tendría éxito allí donde Napoleón había fracasado. No fue así.

(…) En la «guerra de invierno» que siguió, un limitado ejército finlandés prácticamente destruyó la división soviética porque, a diferencia de los rusos, estaban entrenados para luchar en la nieve, a veces sobre esquíes. Los rusos aprendieron la lección, y las unidades soviéticas sobre esquíes tuvieron un papel importante en el cerco de 6º Ejército alemán en 1942.”

(2024, 367-370)

 

“Un mensajero que informó a Hitler en enero de 1943 sobre la terrible situación de las fuerzas alemanas lo vio mirar el mapa con todas las banderas que representaban a las divisiones alemanas como si ignorase que esas divisiones estaban ya muy menguadas. Más tarde, el mensajero comentó: «en ese momento vi que había perdido el contacto con la realidad. Vivía en un mundo de fantasía, de mapas y banderas». (…) A mayor escala, la campaña entera demuestra el riesgo de intentar controlar las operaciones militares desde la retaguardia, Hitler, sin conocer o sin querer conocer la situación, prohibió una retirada que era muy necesaria y arrebató a los comandantes sobre el terreno la posibilidad de responder con flexibilidad a los acontecimientos inesperados. En general, esta confianza, por no llamarla arrogancia, le impidió aprender las lecciones de la campaña rusa de Napoleón en 1812.”

(2024, 198)

 

“Tras caer ante Napoleón en la batalla de Jena de 1806, los prusianos pasaron a enseñar mejor geografía en sus escuelas. De manera similar, tras la derrota francesa de 1870 en una guerra de la que un geógrafo estadounidense dijo que «se luchó con los mapas como con las armas», el estudio de la geografía pasó a tener mayor importancia en la educación francesa.”

(2024, 189)

Hitler en una escena de la película La caída (O. Hirschbiegel, 2004)

 

“El gobierno de Felipe hizo un enorme esfuerzo colectivo por conseguir información, pero no se esforzó tanto por transmitirla a quien la debía recibir, ni en los lugares o momentos adecuados. El principal inconveniente del sistema era la fragmentación: por regiones, por la sempiterna jerarquía, por dominios como la guerra, las finanzas o la religión… (…) unas dificultades en la comunicación que cuesta imaginar desde que se inventaron el telégrafo y el teléfono.

El sistema se resintió de lo que se ha dado en denominar «la tiranía de la distancia», que analizó el historiador francés Fernand Braudel. Para él, la distancia era «el enemigo público número uno». En la era de Carlos V, la noticia de la victoria de los otomanos en la batalla de Mohács, en Hungría, tardó cincuenta y un día en llegarle al emperador en España. En tiempos de Felipe, «una carta tardaba al menos dos semanas en llegar de Madrid a Bruselas o a Milán, dos meses en llegar a México, y al menos un año en llegar a Manila». (…) En sus tiempos (los de Catalina la Grande de Rusia), una orden imperial podía tardar dieciocho meses en llegar de San Petersburgo a Kamchatka, en Siberia, y luego tenían que pasar otros dieciocho para que la respuesta se recibiera en la capital”.

(2024, 259-260)

 

SESGOS Y PREJUICIOS

Se puede ver “una formulación clásica de la sabiduría masculina convencional en el tratado del siglo XVII para la educación de las niñas (sobre todo las niñas de buena familia) escrito por el arzobispo François Fénelon; este libro tuvo un éxito considerable, no solo en Francia, sino también en las traducciones y adaptaciones inglesas del siglo XVIII.

Fénerlon recomendaba que las niñas recibieran instrucción religiosa y que se les enseñara a llevar una casa, a leer y a escribir. También recomendaba la aritmética para las cuentas del hogar. Por otra parte, el arzobispo no veía la necesidad de que las niñas aprendieran idiomas extranjeros (…) las mujeres no iban a gobernar un Estado, ni a practicar la abogacía o el sacerdocio, ni tampoco se alistarían en el ejército, así que no les hacía ninguna falta estudiar política, jurisprudencia, teología o el arte de la guerra. Y, además, debían evitar lo que Fénelon denominó «una curiosidad indiscreta e insaciable».

(…) En La abadía de Northanger (1817), de Jane Austen, el narrador dice de la heroína Catherin Morland: «su conversación amena, su porte distinguido compensaba la falta de conocimientos que, al fin y el cabo, tampoco poseen otros cerebros femeninos a la edad de diecisiete años».”

(2024, 51-52)

La nave de los necios (detalle) de El Bosco.

 

“En Rusia se publicó un texto falso, Los protocolos de los sabios de Sión (1903), que muchas veces se ha utilizado para justificar la afirmación de que los judíos estaban conspirando para dominar el mundo. Después de 1919 surgió otro mito, el de la «puñalada por la espalda», explotado por los nazis, que responsabilizaba a los judíos de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y, de manera muy conveniente, quitaba la responsabilidad a los generales. El antisemitismo de Lutero hizo más aceptable el antisemitismo nazi, por lo menos para los protestantes alemanes. Heinz Dungs, pastor luterano y nazi, comparó a Lutero con Hitler por sus cualidades como gran luchador. Los mitos cambian, pero el antisemitismo permanece, alimentado por una mezcla de odio, miedo, credulidad e ignorancia.

(…) En textos medievales como El cantar del Roldán o la obra de Jean Bodel El juego de San Nicolás se presenta a los fieles del islam como adoradores de Mahoma a la vez que de Termagente y Apolo, una especie de trinidad blasfema, una versión invertida de las creencias cristianas (como suele suceder, se analizaba lo desconocido tomando como referencia lo conocido). Podríamos tener la tentación de desechar estas ideas como ejemplos de la «credulidad medieval», pero, bien vistas, no son tan diferentes de las ideas contemporáneas como la de que todos los musulmanes son fanáticos o incluso terroristas.

Nicolás de Cusa volvió a ser la excepción: estudió el Corán y afirmó que Mahoma no era un malvado ni un impostor, sino que, sencillamente, ignoraba lo que era el cristianismo. Nicolás tuvo «consciencia de los límites de nuestro propio juicio sobre los que practican otras religiones».”

(2024, 98-99)

 

IGNORANCIA INTERESADA

Karl Popper llamaba «ignorancia activa» a la “resistencia a ciertas ideas, sobre todo si son nuevas. Hay una historia muy conocida sobre el descubrimiento por parte de Galileo de los cráteres de la Luna, lo que demostraba que, lejos de lo que había creído Aristóteles, esta no era una esfera lisa y perfecta. Se dice que algunos aristotélicos se negaron a mirar la Luna a través del telescopio porque se negaban a ver los cráteres. Esta anécdota en concreto es un mito, pero la historia de la ciencia presenta muchos casos de resistencia de este tipo que han llevado a quienes rechazaban las novedades científicas a «pasar por alto descubrimientos que tienen, literalmente, ante sus propios ojos». No querían ver lo que Thomas Khun denominó «anomalías» en la naturaleza que pudieran proyectar dudas sobre teorías que ellos daban por ciertas.

(…) El amargo epigrama de Max Planck: «la ciencia avanza de funeral en funeral». Lo que quería decir era que «una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus oponentes y haciendo que vean la luz, sino porque, tarde o temprano, sus oponentes mueren, y aparece una nueva generación que está familiarizada con la nueva teoría».” (2024, 119)

A. Durero, La melancolía.

 

“La famosa historia de los «pueblos Potemkin» corrobora o al menos simboliza este tema. Gregorio Potemkin era ministro y amante de Catalina la Grande, emperatriz de Rusia. Se dice que cuando la emperatriz decidió visitar el sur del país en 1787 en una barcaza que bajara por el río Dniéper, Potemkin se aseguró de que solo viera los pueblos más prósperos, para lo que movió de un lugar a otro los edificios, o al menos sus fachadas, y así pudo engañar a su jefa.

(…) De la misma manera, según los servicios de espionaje alemanes, Mussolini fue engañado por sus propias fuerzas aéreas: «en su recorrido estival para inspeccionar los escuadrones de aviación, le enseñaron varias veces los mismos contingentes militares y no se dio cuenta».”

(2024, 249)

 

“La industria del tabaco ya en 1950 tuvo pruebas de la relación entre fumar y el cáncer de pulmón. Una de las primeras reacciones de las compañías tabaqueras fue la negación absoluta, y llegaron a contratar a una firma de relaciones públicas para encargar un artículo en una revista True en 1968 titulado «La relación entre el cáncer y los cigarrillos es una patraña». Pero hubo otras respuestas sutiles. Algunos sembraron dudas, afirmando, por ejemplo, que la investigación no era «concluyente». En 1969, un vicepresidente de la industria del tabaco admitió en un célebre discurso de que «estamos vendiendo duda».

(…) Estos métodos se han descrito como la «fabricación» de la ignorancia. El estudio de las cartas de los consumidores a las compañías tabaqueras demuestra que «muchas personas han sido profundamente ignorantes sobre los cigarrillos». Un individuo aseguró: «Para mí, esta idea de que fumar es malo para la salud no es más que un montón de paparruchas». (…) También se podría hablar de la producción de «información errónea» o, dado que se trata de algo deliberado, de lo que los rusos bautizaron como «desinformación».”

(2024, 325-326)

La sabiduría y la ignorancia. Anónimo en el Museo del Prado.


 

FINITUD HUMANA E IGNORANCIAS MÚLTIPLES

El espectacular desarrollo del conocimiento colectivo en los dos últimos siglos no tiene reflejo en el conocimiento de la mayoría de ellos individuos. La humanidad como un todo es más sabia que nunca, pero la mayoría de los individuos saben poco más de lo que sabían sus antepasados.” (2024, 63)

 

“Dada la brevedad de la vida humana, la necesidad de dormir y las nuevas formas de arte o deporte que compiten por nuestra atención, es obvio que cada generación en cada cultura no puede saber más que sus predecesores. (…) Nos enfrentamos a la paradoja observada por el economista Friedrich von Hayek de que cuanto mayor es el aumento del conocimiento colectivo, gracias a la investigación de científicos y eruditos, «menor es la proporción de todo ese conocimiento que una mente puede absorber».

(…) Necesitamos definir los conocimientos e ignorancias en plural más que en singular, porque lo que es conocimiento común o sabiduría convencional varía tanto de un lugar a otro como de un período a otro: «el nuevo conocimiento hace posibles nuevas clases de ignorancia». Volviendo a C. S. Lewis, «tal vez todo nuevo aprendizaje se hace sitio creando una nueva ignorancia». Siempre debemos pensarlo dos veces antes de describir a un individuo, cultura o periodo como ignorante, ya que el hecho real es que hay demasiado por saber. (…) Para terminar con Mark Twain, «todos somos ignorantes, solo que respecto a cosas diferentes». El problema es que los que tienen el poder a menudo carecen de los conocimientos que necesitan, mientras que los que tienen los conocimientos carecen de poder.”

(2024, 380)

 

BONUS TRACK

Silencio, secreto y cohesión grupal

“Esta ley del silencio no se rompió hasta la década de 1980, cuando Tomasso Buscetta y los colegas que siguieron su ejemplo descubrieron el funcionamiento del sistema a las autoridades. Los mafiosos prometían (y prometen) guardar silencio, cosa que explica lo inexplicable: que tantos de ellos sean abstemios. Como dijo Buscetta a sus interrogadores, «un borracho no tiene secretos, mientras que un mafioso tiene que mantener el control en todo momento». La confianza tiene una importancia fundamental en los negocios ilegales, ya que la parte engañada no puede recurrir a la ley. Por tanto, los negocios secretos los suelen llevar a cabo sociedades secretas con complicados ritos de iniciación y códigos de honor que generan solidaridad entre sus miembros. Es el caso de la mafia, pero también de las tríadas y la yakuza en Japón.”

(2024, 233)

 

Fuente: Peter Burke (2024) Ignorancia. Una historia global. Madrid: Alianza.

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La amistad según Michel de Montaigne (1533-1592) / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Una pequeña historia de Navidad (de Eduardo Galeano)

¿Cuánto nos representa a todos “El hombre de Vitruvio”? Discusiones y reflexiones en torno al célebre dibujo de Da Vinci / Por: Víctor H. Palacios Cruz

¿Por qué lloramos cuando vemos las fotos de nuestros hijos más pequeños? / Víctor H. Palacios Cruz

Ser patriota es ser primero un buen vecino / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Carta de despedida a mis alumnos / Por: Víctor H. Palacios Cruz