“¡¿Acaso no somos gente?!” 20 años del Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (reflexión y selección de citas) / Víctor H. Palacios Cruz


 

Nuestro país tiene un problema: posee territorio, leyes, historia y bellos símbolos. Pero él mismo no existe. 200 años luego de la Independencia, cortamos un lazo y olvidamos hacer algo con lo que quedó desenlazado. Olvidamos construir una comunidad cuyos miembros, desde su variada pertenencia geográfica y cultural, tuvieran sin excepción no solo los mismos derechos y servicios, sino también una voz que, en la marcha del conjunto, tuviera el mismo volumen que las de todos los demás. Causa dolor el verse rodeado por gente, incluso de buen corazón, que cree que ya hay progreso cuando en la ciudad prospera un centro comercial, sin importar que alrededor y más allá otros compatriotas carezcan de una posta de salud o una escuela en buenas condiciones. Para muchos, el acto cometido por un negro, un serrano o un venezolano es más delito que el perpetrado por personas de otras condiciones. Para ellos, es cierto el dolor sufrido por residentes en Lima y otras capitales costeñas y, en cambio, dudoso y hasta sospechoso el padecido por los habitantes de la inmensidad restante del Perú. Aun con detalles estadísticos perfectibles, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, creada bajo el gobierno de Valentín Paniagua, investigó no solo la superficie de la violencia – desatada primero por Sendero Luminoso y luego replicada por quienes acudieron a combatirla–, sino también todas las estacas que la sostenían y que, en realidad, se hundían hasta el fondo desarticulado, injusto y desigual de una sociedad inclinada, además, a los ademanes autoritarios. Ciertos sectores políticos, militares y algunos de orden eclesiástico quedaron retratados por el sesgo flagrante de sus ataques contra la CVR. ¡Cuánto molesta la verdad a quienes dicen defenderla! Qué vergüenza. De hecho, no conozco un documento más lúcido en el análisis de la mentalidad genocida de Abimael Guzmán y sus secuaces, que el Informe entregado por esta comisión el 28 de agosto de 2003. Lo decepcionante es que, al volver a sus páginas, el lector encuentra con facilidad situaciones y características que no han cambiado mucho o nada medio siglo después de que Guzmán empezara a concebir la oscuridad de su movimiento dogmático, sangriento y devastador. Comparto unas cuantas citas escogidas con el fin de ponderar la trascendencia del indispensable trabajo de esta comisión, especialmente entre quienes jamás han leído el Hatun Wilakuy o la versión abreviada de su informe final.

 

FACTORES DE LA VIOLENCIA

Introducción

“Fue deber de la Comisión de la Verdad y Reconciliación «analizar las condiciones políticas, sociales y culturales, así como los comportamientos que, desde la sociedad y las instituciones del Estado, contribuyeron a la trágica situación de violencia por la que atravesó el Perú». Como producto de este análisis, la CVR ha encontrado que la causa inmediata y decisiva para el desencadenamiento del conflicto armado interno en el Perú fue la libre decisión del PCP-SL de iniciar una denominada «guerra popular» contra el Estado, a contracorriente del sentir mayoritario de millones de peruanos y peruanas que hacia fines de la década de 1970 canalizaban sus anhelos de transformación de nuestra sociedad por otras vías, principalmente, a través de la proliferación de organizaciones sociales de todo tipo, de movilizaciones fundamentalmente pacíficas y de la participación electoral que se mantuvo alta desde que se reinstauró la democracia en 1980.”

(p. 333)

 

Desigualdad y pobreza: contexto y no causa

“La violencia golpeó principalmente a los habitantes más pobres en las áreas más pobres del país. Sin embargo, como esos mismos testimonios indican, la pobreza no explica por sí sola el estallido del conflicto armado. Es más preciso verla como uno de los factores que contribuyó a encenderlo y como el telón de fondo sobre el cual se desarrolló ese drama.

Contra ese telón de fondo, adquieren un papel muy importante en la explicación del conflicto las múltiples brechas que atraviesan el país. La más visible y dramática es la que separa a ricos y pobres. Tanto o más que la pobreza misma, importa la inequidad, las abismales diferencias entre los que más tienen y los que sobreviven. Pero no se trata solo de una distribución desigual de la riqueza, sino también del poder político y simbólico, incluyendo aquí el uso de la palabra: quién «tiene derecho a hablar», quién es escuchado y a quién se le prestan oídos sordos. Esto es importante de destacar, pues el PCP-SL ofreció a sus seguidores un discurso que producía la ilusión de abarcar toda la realidad, así como la posibilidad de hacerse escuchar y de silenciar”.

(p. 337)

 

País roto e indiferencia al dolor de inocentes

“La proclividad de los gobiernos a la solución militar sin control civil estuvo en consonancia con un considerable sector de la sociedad peruana, principalmente el sector urbano medianamente instruido, beneficiario de los servicios del Estado y habitante de zonas alejadas del epicentro del conflicto. Este sector miró mayoritariamente con indiferencia o reclamó una solución rápida, dispuesta a afrontar el costo social que era pagado por los ciudadanos de las zonas rurales y más empobrecidas.”

(p. 447)


 

 

RAÍCES IDEOLÓGICAS DE LA VIOLENCIA

Materialismo, fatalismo y anulación de la libertad

“Antes de iniciar su «guerra popular», el PCP-SL afrontó intensas luchas internas, pues un sector de sus dirigentes se sentía más atraído por el clima de agitación social y apertura política que caracterizaba la transición a la democracia tras doce años de dictadura. Guzmán debió derrotar esa inclinación para moldear definitivamente su proyecto. Para hacerlo, impuso al «partido» ciertas definiciones radicales: a) convertir la ideología en una suerte de religión; b) concebir la militancia como purificación y renacimiento; c) identificar la acción revolucionaria con la violencia terrorista. El extremismo de estas posiciones se manifestó en cuatro textos cruciales producidos entre 1979 y 1980.

“Lo primero que impacta es el giro que el propio Guzmán imprime al tono de sus documentos. Ahora utiliza un discurso con resonancias religiosas, específicamente bíblicas, tanto para aplastar a sus opositores internos como para insuflar fe y esperanza en sus seguidores, mayoritariamente jóvenes. «Por la nueva bandera» se inicia con una frase bíblica: «Muchos serán los llamados y pocos los elegidos». Y luego continúa: «Y el viento se lleva las hojas, pero va quedando el grano (…) ¿cómo podrían los granos detener las ruedas del molino? Serían hechos polvo». Pero, afirmaba Guzmán, el dios de esta Biblia es la materia, que avanza de manera ineluctable hacia el comunismo. A través de un hábil discurso retórico, Guzmán aparece encarnando ese movimiento:

«Quince mil millones de años lleva la Tierra para generar el comunismo. ¿Cuánto dura un hombre? Mucho menos que el simple parpadeo de un sueño; no somos sino una pálida sombra y pretendemos levantarnos contra todo ese proceso de la materia (…) burbujas ensoberbecidas, ¿eso queremos ser? ¿Una parte infinitesimal que quiere levantarse contra quince mil millones de años? ¡Qué soberbia, qué putrición!»

En esta exhortación, los rivales de Guzmán aparecen no solo como insubordinándose al jefe, sino también contrariando al universo todo. En su discurso, el surgimiento del partido resulta un hecho cósmico.”

(p. 101-102)


 

“En la propuesta del PCP-SL, la superioridad del partido sobre las «masas» se justificaba por el monopolio de un saber «científico» del cual el PCP-SL se consideraba representante exclusivo. Este saber permitía comprender las leyes de la Historia y conducir, por tanto, al conjunto del país a un destino mejor.

“Lo que se mantiene constante entre los viejos mistis y los nuevos revolucionarios es una relación autoritaria con la población, en la cual el poder se negocia a través del uso de la violencia física y queda marcado en los cuerpos. El PCP-SL se inscribe, entonces, en una antigua tradición que va desde el recurso al castigo físico, tanto en haciendas o puestos policiales, como en las propias comunidades campesinas e, incluso, en las escuelas regidas todavía por el premonitorio proverbio «la letra con sangre entra».

(…) El PCP-SL ofrecía un discurso con pretensiones de absoluta coherencia; un «gran relato» totalizador. Este, presentado como una ideología científica, «todopoderosa porque es verdadera» (según el propio PCP-SL), proporcionaba una comprensión aparentemente coherente no solo del país sino del universo todo; un universo moral simple, en blanco y negro, que daba sentido a las vidas de quienes lo compartían. La culminación del gran relato totalizador era una utopía, el comunismo:

«La sociedad de la ‘gran armonía’ (…) la radical y definitiva sociedad hacia la cual 15 mil millones de años de materia en movimiento, de esa parte que conocemos de la materia eterna, se enrumba necesaria e inconteniblemente. Única e insustituible sociedad, sin explotados ni explotadores, sin oprimidos ni opresores, sin clases, sin Estado, sin partidos, sin democracia, sin armas, sin guerras».

Para alcanzar esa sociedad sin movimiento, literalmente «el fin de la historia», era necesario provocar una ruptura de ribetes apocalípticos (…) la guerra popular era el prolongado Armagedón, del cual solo los comunistas saldrían salvos.”

(p. 335-336)


 

Exaltación del líder, dogmatismo y autoritarismo

En el esquema ideológico del círculo creado por Abimael Guzmán, “la sociedad resultaba absolutamente subordinada al partido que «lo decide todo, todo sin excepción». Más allá de los límites partidarios y de los organismos de masas que controlaba, para el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, (PCP-SL), no existía nada, salvo enemigos. Una vez iniciada la lucha armada, la «masa» debía someterse a la dirección científica del partido o pagar caro su insumisión. En esta concepción se percibe la futura «militarización de la sociedad» que propugnará el PCP-SL y que, a juicio de la CVR, fue un factor que influyó significativamente en el incremento de la cantidad de víctimas del conflicto.”

(p. 100)

 

“Por un lado, la tradición marxista-leninista, que otorga un privilegio ontológico al proletariado como clase portadora de una nueva sociedad supuestamente más justa (el comunismo). Dicha sociedad solo podría alcanzarse en un largo proceso de revoluciones, para cuyo éxito el proletariado en los distintos países tendría que organizarse en partidos de cuadros, selectos y secretos, en otras palabras, en vanguardias iluminadas capaces de interpretar las leyes de la Historia”. (…)

En el PCP-SL, el maoísmo se entrelazó con una tradición radical peruana, insurreccional, iluminada y por lo tanto sectaria, que subestimaba la democracia representativa y la política como espacio de diálogo, negociación y búsqueda de acuerdos”.

(p. 333-335)

 


Justificación materialista, racionalista y macabra de la violencia

Más palabras feroces de Guzmán:

«Desarraiguemos las hierbas venenosas, eso es veneno puro, cáncer a los huesos, nos corroería; no lo podemos permitir, es putrición y siniestra pus, no lo podemos permitir, menos ahora (…) desterremos esas siniestras víboras (…) no podemos permitir ni cobardía ni traición, son áspides (…) Comencemos a quemar, a desarraigar esa pus, ese veneno, quemarlo es urgente. Existe y eso no es bueno, es dañino, es una muerte lenta que nos podría consumir (…) Los que están en esa situación son los primeros que tienen que marcar a fuego, desarraigar, reventar los chupos. De otra manera la ponzoña sería general. Venenos, purulencias, hay que destruirlas».

(p. 102)

 

“El discurso anuncia la metodología que el PCP-SL empleará con las denominadas «masas». Para los «enemigos de clase», la perspectiva todavía es peor:

«El pueblo se encabrita, se arma y alzándose en rebelión pone dogales al cuello del imperialismo y los reaccionarios, los coge de la garganta, los atenaza; y, necesariamente, los estrangula, necesariamente. Las carnes reaccionarias las desflecan, las convierten en hilachas y esas negras piltrafas las hundirá en el fango, lo que quede lo incendiará (…) y sus cenizas las esparcirá a los vientos de la tierra para que quede no quede si no el siniestro recuerdo de lo que nunca ha de volver porque no puede ni debe volver».”

(p. 103)

 

“El 3 de abril de 1983, un número aproximado de ochenta senderistas, entre hombres y mujeres, arremetió de la manera más despiadada contra Lucanamarca. Conforme la columna descendía de las estancias, iba asesinando campesinos, mujeres y hombres, niños y ancianos. Hubo en total 69 muertos. (…) La matanza de Lucanamarca fue reivindicada como acto del PCP-SL por Abimael Guzmán en 1988, en la denominada «Entrevista del siglo», en la que declaró que se trató de una decisión de la dirección central del PCP-SL frente a la rebelión campesina:

«Ahí lo principal es que les dimos un golpe contundente y los sofrenamos y entendieron que estaban con otro tipo de combatientes del pueblo, que no éramos lo que ellos antes habían combatido, eso es lo que entendieron; el exceso es el aspecto negativo. Entendiendo la guerra y basándonos en lo que dice Lenin, teniendo en cuenta a Clausewitz, en la guerra la masa en el combate puede rebasar y expresar todo su odio, el profundo sentimiento de odio de clase, de repudio, de condena que tiene, esa fue la raíz; esto ha sido explicado por Lenin, bien claramente explicado. Pueden cometerse excesos, el problema es llegar hasta un punto y no pasarlo porque si lo sobrepasas te desvías; (…) lo que necesitábamos era que las aguas se desbordaran, que el huayco entrara, seguros de que cuando entra arrasa pero luego vuelve a su cauce. Reitero, esto está explicado por Lenin perfectamente; y así es como entendemos ese exceso. Pero, insisto, ahí lo principal fue hacerles entender que éramos un hueso duro de roer, y que estábamos dispuestos a todo».

Dispuestos a todo contra civiles desarmados. Veinte años después, la CVR no ha encontrado signos de remordimiento entre los máximos dirigentes senderistas. Para ellos, «esas son las cosas que decimos que son errores, excesos que se cometen. Pero no son problema de línea».

Lucanamarca constituye un hito en la denominada «guerra popular», pues es la primera de las matanzas masivas e indiscriminadas que, a partir de entonces, caracterizarían las acciones del PCP-SL y lo convertirían en el grupo sedicioso más sanguinario de la historia latinoamericana”.

(p. 132-133)

 


 

VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA

Ataque a los campesinos y a la vida campesina

Guzmán dispuso prácticamente la inmovilización y el aislamiento de comunidades enteras en las tierras de Ayacucho.

“El secuestro de jóvenes, la interrupción de la vida cotidiana del campesinado, el ataque a su economía familiar y a la economía local, la obligación de asistir a asambleas y descuidar la atención de sus animales, la falta de libertad para movilizarse, todo ello suscitó un malestar general entre la población. A esto se sumó el creciente resentimiento por la ejecución de las antiguas autoridades, el cierre de ferias mercantiles, la obligación de producir solo para el autoconsumo y la conversión de los comuneros en «masa» administrada por el partido.

Desde fines de 1982 se produjeron las primeras reacciones violentas de las comunidades. Probablemente la primera fue la de los comuneros iquichanos en las alturas de Huanta, quienes en enero de 1983 mataron a siete senderistas en la comunidad de Huaychao en represalia por el asesinato de autoridades comunales. (…)

Estas rebeliones tempranas contra el PCP-SL, sin embargo, eran reacciones aisladas, locales y no coordinadas, y siempre provocaron una respuesta violenta por parte de los senderistas.”

(p. 131)


 

El sufrimiento de las víctimas

Los campesinos que “no tenían recursos ni contactos que les permitieran irse, quedaron convertidos en víctimas de las incursiones y los abusos del PCP-SL y de las Fuerzas Armadas. El sentimiento de estar a merced de los acontecimientos, sometidos a la arbitrariedad de los actores armados, es expresivamente rememorado por los pobladores al hablar de este período: «Viday carajo valenñachu, quknin qamun wañuchin, quknin qamun parakun» («Mi vida no vale nada, carajo. Viene uno, te mata. Viene el otro, te pega»). Era una especie de pesadilla atroz de la cual, por desgracia, no era posible despertar: «¿Acaso éramos gente? Allí estábamos como en nuestros sueños. (…) Los de SL nos mataban, los militares nos mataban, quién ya pues nos miraría (todos recuerdan y lloran)»”.

(p. 137)

 

«Ese tiempo, por estar de miedo, a los montes teníamos que ir y en los montes teníamos que dormir. En donde no debíamos dormir, dormíamos, con todos mis hijitos llorando, como la lluvia llorando. (…) De haber, había autoridad; pero con todos esos grandes temores, ¿dónde se habrían ido? Ellos también, de miedo se fueron. (…) En esa fecha muchos éramos (…) De ahí los que estuvieron, no sé adónde se habrían ido. A Lima, a Ica… Se esparcieron; así como cuando la madre perdiz vuela y se dispersan, lo mismo nosotros como la perdiz nos hemos dispersado, acá, allá, nosotros estuvimos. Tanto, tanto sufrimiento, papay, tuvimos».

(p. 357)

 


 

ANSIEDAD DE LÍDERES Y CAUDILLOS

Fanatismo e identificación personal

“El PCP-SL ofrecía, además, una propuesta organizativa: el partido comunista, que se militariza para llevar a cabo la «guerra popular prolongada». Iniciarla con lo que el mismo Guzmán reconoce era solo «un puñado de comunistas», requería que el partido fuera una institución total, que organizaba y controlaba todos los aspectos de la vida cotidiana proporcionando a sus militantes una identidad total.

(…) La exaltación del caudillo contrastaba con la desaparición de la individualidad de los militantes, alentados a pagar la «cuota» de sangre y a «inducir genocidio», probando su disposición a morir, como en las cárceles.”

(p. 336-337)

 

El líder y la inmolación de sus seguidores

“La figura del «presidente Gonzalo» (Abimael Guzmán) era cuasidivina. Los militantes le sacrificaban su individualidad mediante «cartas de sujeción» en las que se comprometían por escrito a ofrendar la vida por la causa senderista y por su máximo dirigente. Esta adhesión incondicional producía entre los cuadros senderistas y su jefe una relación de matices religiosos. Un militante detenido en un centro penal limeño decía, al hablar de la significación histórica de su líder, que este «colma el yo profundo, mueve el alma y encanta al espíritu; y da al individuo, como parte del conjunto, razón última de vivir. Yo como individuo no soy nada; con las masas y aplicando el pensamiento Gonzalo, puedo ser un héroe; muriendo físicamente por la revolución, viviré eternamente».”

(p. 157)

 

Liderazgo, inmolación del yo y fanatismo

En 1988, en un congreso con la juventud de su partido político, el presidente García Pérez dijo en su discurso:

«Debemos reconocer cómo Sendero Luminoso tiene militantes activos, entregados, sacrificados. Debemos reconocer algo que ellos tienen y nosotros no tenemos como partido (…) equivocado o no, criminal o no, el senderista tiene lo que nosotros no tenemos: mística y entrega (…) Esa es gente que merece nuestro respeto y mi personal admiración porque son, quiérase o no, militantes. Fanáticos les dicen. Yo creo que tienen mística y es parte de nuestra autocrítica, compañeros, saber reconocer que quien, subordinado o no, se entrega a la muerte, entrega la vida, tiene mística».

(p. 234)

 


 

HOMENAJE A LOS PERUANOS

“La CVR quiere destacar la terca voluntad de persistir de los peruanos y peruanas en general, especialmente de aquellos que vivieron y sobrevivieron en las zonas más golpeadas por la violencia, donde continuaron existiendo autoridades, escuelas, iglesias, trabajadores y vida cotidiana en general. A esa voluntad de despertar cada mañana, respirar hondo y continuar la vida en medio del terror, todos los peruanos le debemos un homenaje”.

(p. 351)

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