Patricio o la fuerza sonriente del segundo hijo / Víctor H. Palacios Cruz

Grafiti. Créditos: a quien corresponda.

 

A diferencia de las noches plácidas que nos dio nuestro primer bebé, Benjamín, con Patricio las madrugadas discurren cortadas en diversos trozos por sus dificultades para dormir de largo. El agotamiento resultante ha corrido por cuenta principalmente del cuerpo de mi esposa, que ahora mismo se recupera de una dolencia de columna semejante a una grieta, seguramente provocada por tener que sostener por tanto tiempo a un niño de catorce kilos de edad.

Sus llantos tienen la agudeza de una súbita sensación de espanto y desamparo, como si una pesadilla perforara su delicada cabecita durante casi todas las noches a las mismas horas. Para entenderlo, pensamos en un embarazo transcurrido en lo más oscuro y angosto del túnel de una pandemia, los músculos agarrotados y los nervios roídos por el cúmulo de miedos, tristezas y fatigas de dos años y pico de desdicha, y una mezcla tóxica de trajín doméstico y deberes laborales.

A sus sufrimientos nocturnos, se sumaron los problemas con la leche que tomaba como complemento del pecho materno que, en cambio, Benjamín más pequeño bebía antes de caer en un sueño de casi siempre ininterrumpida tranquilidad. La intolerancia a la proteína de la vaca en Patricio nos llevó a probar, siguiendo las indicaciones de su pediatra, algunas leches hidrolizadas que nunca terminó de aceptar. Pasados los seis meses, el consuelo de su estupendo apetito –adorable él comiendo pescado, carnes, frutas, verduras y menestras– no ayudó, sin embargo, a la disminución de sus desvelos.

Grafiti de niño, en Palestina.


Al fin en las últimas semanas ha logrado estirar sus tramos de sueño profundo, tal vez gracias a que ha empezado a consumir con éxito una leche industrial que bebe poco después de su cena; y considerando que la falta de descanso es para todo adulto la dureza de un peso tal que paraliza y oscurece el brío, la lucidez y la simpatía; sorprendentemente Patricio es, pese a todo, un niño de una vitalidad que resplandece, impetuoso, risueño, ingenioso y jovial, capaz de hacernos reír a todos, incluso a Benjamín cuya existencia, a todo esto, quedó entendiblemente desbaratada para siempre cuando vio, una mañana, el veloz gateo de su hermano aproximándose a sus juegos.

Patricio no solo corre, baila, salta y grita de júbilo, al punto que únicamente el hambre o el cansancio alteran su fantástica alegría, sino que parece él mismo una fuente inagotable de un buen humor mezclado con sagacidad y una aptitud natural para el regocijo en la travesura y la broma, como es evidente en el brillo de sus ojos cada vez que ha hecho una de las suyas.

Cuando apenas caminaba, mientras yo cambiaba a Benjamín sobre una cama, Patricio apareció para hurtar con mano rápida y precisa una crema que debía aplicar sobre la piel de su hermano y llevársela hasta la ventana de la habitación desde donde esperó atentamente mi reacción. Le pedí que me devolviera ese ungüento que necesitaba con urgencia, y en seguida caminó hacia mí estirando la mano que aferraba ese objeto. Yo sonreía orgulloso de la inmediata obediencia de mi segundo bebé y, faltando diez centímetros para recibir lo que me traía, de pronto Patricio se detuvo y dio un giro llevándoselo de nuevo consigo de regreso a la ventana, con sus dos hombros levantados como si prolongaran las comisuras de los labios de su astuta sonrisa. No supe, entonces, si enfadarme con su desacato o divertirme con su inesperada payasada.

Grafiti de Ricardo Cortez, en una calle de Lima.


Hace poco, me contó mi mamá, durante un almuerzo Patricio había recibido con entusiasmo un primer bocado cuando, al rato, su boca seguía llena retrasando la siguiente cucharada, hasta que la sospecha llevó a mi mamá a forzarlo a abrirla comprobando que en realidad había triturado y pasado hacía mucho su trozo de pollo y simplemente inflaba sus redondos cachetes para dar la impresión de que seguían ocupados. Su risa de pillo confirmó toda la intención de su engaño.

Como cualquier papá de dos o más bebés puede imaginar, las querellas entre nuestros dos bebés se repiten de tanto en tanto, pero al mismo tiempo se suceden los abrazos y los besos que se dan. Una mañana senté a Benjamín sobre el borde de una cama para hablar con él luego de una conducta inadecuada. Benjamín se acostó mirando hacia el techo, Patricio apareció, se subió a la cama, se tendió junto a él, estiró su brazo derecho, blanco y robusto, abrazando a Benjamín. Benjamín se puso de perfil hacia él y los dos se estrecharon con fuerza, y Benjamín dijo: “te amo, Patricio”.

Enmudecí enternecido olvidando totalmente las explicaciones que iba a darle al mayor de los dos. Un rato más tarde caí en la cuenta de que quizá el menor había venido a rescatar a su hermano del regaño de papá de la manera más persuasiva e incontestable.

Grafiti de Lalone, Caminito del Rey (España).


Qué hermoso cuando los dos escuchan música, cantan a su modo y hacen de las cosas que los rodean cualquier instrumento musical. Una mañana, mientras escuchábamos a mi adorado Ian Dury, Benjamín se puso a tocar el piano colocando sus dos manos sobre la mesa del comedor, y entonces Patricio, sin nada utilizable a la vista, cogió un pequeño cocodrilo de plástico, lo volteó y embocando la cola que era curva juntó sus dos manitos pulsando, sobre la panza áspera del saurio, las llaves de un imaginario y melodioso saxofón.

Como el segundo hijo que es, Patricio, adelanta en su crecimiento los pasos que ya ha dado Benjamín. Ponerse de pie, caminar, subir y bajar por un tobogán, dar saltos y encontrar salidas a impedimentos prácticos, todo sucede en él con notable antelación. Una tarde, para alcanzar a Benjamín que se había valido de sus piernas más largas para trepar a una cama con barandas, Patricio sacó una caja de plástico de debajo de esa cama, pisó sobre ella, alcanzó la baranda, encontró otro apoyo con uno de sus pies y se impulsó para caer sobre el colchón con soltura, determinación y una carcajada por añadidura.

Grafiti de E. Mendieta, en West Palm Beach, Florida (USA).


Por ahora veo dos personalidades que se trazan tan diferentes entre sí: Benjamín tierno, dulce, creativo, de exquisita sensibilidad y motricidad refinada, hábil con el lenguaje y el razonamiento, capaz de observación cuidadosa y asombro poético, pero también temperamental, impaciente e irascible. Patricio, por su parte, vivaz, resuelto, intrépido y avezado, más físicamente vigoroso y alto; divertido, valiente y desenfadado; más sociable y efusivo, y me parece que también más resiliente y tenaz.

Ambos capaces de jugar juntos tanto como de hacerlo solos y apartados, cada cual dentro del decorado de sus propias fantasías. Entre tíos y abuelos circulan rumores especulativos: Patricio le robará las novias a Benjamín, pero a la vez lo defenderá de las peleas del barrio o del colegio. Por mi parte, visualizo futuras escenas en que el menor consulta al mayor su punto de vista más juicioso sobre un dilema sentimental, o en que el mayor, atascado por una derrota o un titubeo, vuelve a andar gracias al empuje y el aliento de su hermano menor.

Hermosa diversidad imposible de separar, asimismo, del orden de sus nacimientos. Desde luego, cuando nace el segundo hijo, no hay duda de que él tiene la mayor necesidad de cuidado físico, de la misma forma que el primero tiene la mayor necesidad de cuidado emocional.

"Niño atrapado", grafiti de Jordi Costa G., en Lérida (España).


Por ello, nadie nunca, ni nosotros sus papás, ponderará del todo el sismo que remeció el alma de Benjamín cuando vio en la aparición de su hermano la repentina verdad de que el cariño y el tiempo de sus padres ya no eran suyos por entero. Para él, y por el resto de su vida, la igualdad de los afectos será al mismo tiempo la pérdida de lo que originalmente recibió.

Por el contrario, Patricio nació con la certeza de ese amor distribuido, aceitados sus reflejos más bien para la lucha y la sobrevivencia, para llamar la atención, no amilanarse y prevalecer. De ahí la tierra firme de su carácter sobre la cual su espíritu danza y brinca.

Sea como sea, hermanos en los que se extienden, combinan y superan las diversas facetas de la personalidad de los padres, en los que interactúa y se renueva incluso lo oculto en la genealogía familiar y lo que escapa a las lámparas de la ciencia.

Pero cuando bajo del taxi, de vuelta del trabajo, y alzo la mirada y encuentro arriba, detrás de una de las ventanas de nuestro departamento, sus dos rostros estallando de contentos al verme llegar, se me caen las llaves de la impaciencia por entrar y pasa una nube que me eleva sobre las gradas de la escalera, y entonces ya solo falta el abrazo de mi esposa para rodear mi ser hecho pedazos que se reúnen, al abrirse la puerta, con el abrazo simultáneo de Patricio y Benjamín, uno a cada lado, todos juntos y a salvo en nuestra pequeña isla iluminada en medio del océano de sombras de este tiempo.

 

 

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