Reencontrarnos y re-hacernos: la vuelta a las clases presenciales / Víctor H. Palacios Cruz

 

Das Neue.

Como quien regresa al gimnasio luego de una prolongada pausa, reanudar las clases presenciales de la universidad –interrumpidas dos años y medio después del anuncio de una cuarentena– nos ha dejado el desfase entre una conciencia efusiva y contenta por volver a probar sensaciones olvidadas y un cuerpo en cambio exhausto y apaleado, así como unas facultades mentales y lingüísticas contracturadas por la prisa de querer dar todo lo que no habíamos dado, cuando apenas emprendemos el inicio de un largo y complejo proceso de reencuentro.

 

* Las imágenes corresponden a pinturas del artista alemán Neo Rauch (n. 1960).

 

Cuentan los cronistas que Europa acudió a la Primera Guerra Mundial no solo con el hambre de heroísmo acumulada por el ablandamiento moral de una extendida burguesía, sino también con la certeza de que serían solo unos meses de combate al cabo de los cuales los soldados volverían a casa paseados en hombros y condecorados.

Así también, un siglo más tarde, el mismo candor que pusimos al despedimos en marzo de 2020 diciendo que “en dos semanas volveríamos” precedió a una serie creciente de incertidumbres y desgracias. Hubo un tiempo en que cada día llegaba un correo electrónico de la universidad comunicando cuando menos una defunción. Profesores, otros trabajadores y parientes pasaban a la luz que nuestras creencias les deseaban, mientras los demás permanecíamos en el lado terrestre de una sombra común, encogidos y distantes, pero en realidad apretujados por la misma soledad, la misma angustia y una callada ansiedad de consuelo y de conversación.

Debimos difundir a nivel institucional no solo unas normas sanitarias, sino también unos protocolos de atención emocional

Es una de las primeras cosas que el instinto docente, más que la ilusa planificación curricular, me llevó a decir a mis alumnos en las aulas estos días: “mi abrazo más sentido y respetuoso para todos y sus familias. Ustedes y yo somos sobrevivientes. Hemos vuelto nosotros, otros no pudieron y les debemos el recuerdo. No hay nadie aquí que haya arribado intacto y sin rasguños. Todos volvemos incompletos”.

De inmediato decidí escucharlos para saber qué sentían, qué pensaban, qué temían. Y también para que, en primer lugar, ellos mismos lo supieran. Cualquier transición produce desacomodos y extrañezas, por más anhelo que se haya puesto en ese paso. A continuación, los chicos contaron las cosas que la abrumadora novedad del momento les permitía decir, con un temblor insumiso a la más fuerte voluntad. Entonces supe que debíamos haber difundido a nivel institucional no solo unas normas sanitarias, sino también unos protocolos de atención emocional.

Zustrom.


Como cuando entramos en la oscuridad sin saberlo –“volvemos en dos semanas”–, hemos salido al exterior tan vehementes como incautos, y es seguro que en mayor o menor medida nos lastimaremos, por lo que es más conveniente que nunca escucharnos, hablar a tiempo y crear confianza. Ante todo, como ha escrito el educador León Trahtemberg, debemos lograr que los estudiantes se sientan “acogidos y bienvenidos”, sea como sea que vengan de sus hogares y de su reciente y maltrecho pasado educativo.

Hay quien confesó su inesperado miedo a hablar delante de los demás, después de tanto tiempo hablándole a una máquina; y una muchacha admitió extrañar a sus padres luego de más de dos años recibiendo clases acurrucada en el cariño de la casa y en la cercanía de sus cosas, ahora que lo había dejado todo allá en su apacible localidad rural para instalarse en una ciudad atolondrada recorriendo la tortuosa distancia que hasta hace poco la conectividad de Internet mágicamente suprimía. Yo mismo llego al aula desgarrado por tener que separarme de mis dos hijos pequeñitos a los que toca no entender sino solo acostumbrarse a la ausencia de mamá y de papá.

Llego al aula desgarrado por separarme de mis hijos pequeñitos a los que toca no entender sino acostumbrarse a la ausencia de mamá y de papá

No hay nadie que niegue sobre la Tierra la verdad de que sin las tecnologías de nuestra era, la pandemia que aún vivimos habría agravado sus destrozos en la vida familiar, el trabajo, la educación, la economía y la cultura. Y, sin embargo, serán pocos los que ahora, delante de la fiesta tan justificada del retorno a lo presencial, se opongan a la evidencia de que no hay virtualidad que reproduzca el hecho físico, sensitivo y emocional –y, por tanto, poderosamente personal y hasta espiritual– del acto de compartir un mismo lugar y efectuar juntos una actividad.

Por ello qué inopinadamente exacta fue la palabra “suspender” que usamos, al principio de la partida, para designar la pausa obligada en los colegios y los campus universitarios refiriéndonos a uno solo de los sentidos que la RAE atribuye a este verbo: “detener o diferir por algún tiempo una acción o una obra”, ahora que reparamos en que también era sumamente cierta la otra acepción: “colgar en lo alto o en el aire”.

Der Zwiespalt.


Si bien no es verdad que no hayamos aprendido nada en las empijamadas sesiones vía Zoom, Teams o Google Meet, tampoco lo es el que hayamos debido promover sin más a los alumnos de una asignatura o un grado a otros, cuando en rigor el aprendizaje práctico e intelectual depende de lo que no hemos tenido hasta ahora: la interacción visual y la proximidad corporal que caracteriza a toda comunicación y, por tanto, a una educación a la que la esfera digital ha absuelto para siempre de la mera tarea de transmitir datos y contenidos.

Solo el encuentro que da la contigüidad material transforma a las personas, así como solo en la carne se consuma la unión de los esposos, según la teología sacramentaria católica. En nuestra inalienable condición anatómica, que el transhumanismo sueña con evaporar en algoritmos errantes en la red, la convivencia es un acontecimiento inseparable del espacio, al igual que caminar juntos requiere cuando menos de dos pares de sandalias y un sendero por delante. Todo lo demás que diga reemplazarlo o es antelación y recuerdo, o es únicamente un simulacro.

Solo el encuentro material transforma a las personas, así como solo en la carne se consuma la unión de los esposos

En efecto, encerrados en una burbuja conectada al cosmos por una a veces titilante señal, nos hemos mantenido flotantes, aéreos e irreales. Así, incompletos, hemos vivido una época alumbrada por unas pantallas que, a diferencia del fuego que reunía a nuestros antepasados en la antigua ceremonia del contar historias, nos ha sustraído a la vecindad del otro y retenido en ese agujero negro de cada dispositivo electrónico capaz de tragar o deformar cualquier elemento alrededor.

Una caparazón confortable cuyo funcionamiento brillaba confirmado por la eficacia del delivery y de los trámites bancarios y administrativos on line, pero que en verdad tenía una constitución in-calcárea y volátil que dejaba luego un sabor amargo, el regusto de frustración de un acto onanista. Esa sensación tengo: que hemos atravesado una existencia puramente mental que al fin recupera sus músculos y huesos. La vuelta a las clases presenciales nos ha devuelto brazos y piernas, y ocurre que queremos correr cuando apenas estamos reaprendiendo a andar.

Die Pumpe.


Estamos advertidos: alumnos y profesores vamos a experimentar precipitaciones, malentendidos y tropiezos. Algunas flores chamuscaremos por exceso de calor. Pero, sea lo que sea que nos pase, necesitaremos treguas, nuevas interposiciones de soledad y, sobre todo, saber que no nos hace menos el sentir temor o vergüenza al quedar expuestos nuevamente al mundo. No permitiré, desde luego, que ninguno de mis muchachos se vea maltratado u ofendido. Este otro laboratorio humano de la presencialidad reinstaurada necesita los soportes y contrapesos de la pertenencia grupal y la eficacia arropadora de una sana vida en comunidad.

En su novela La pasión según G. H., Clarice Lispector escribe: “he perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve: solo dos piernas”.

La vuelta a las clases presenciales nos ha devuelto brazos y piernas, y queremos correr cuando apenas estamos reaprendiendo a andar

¿No es una descripción insospechadamente precisa de lo que ahora vivimos? Nos habituamos a la ergonomía de un cálido refugio, y de repente algo nos arrebata la silla y, al contrario del acto del prestidigitador que retira el mantel de una mesa dejando la vajilla ilesa y en su sitio, todo dentro de nosotros sufre un desbarajuste y habrá más de una cosa que se ha roto.

Tenemos que ponernos de pie y buscar una puerta. Vivimos un nuevo parto pero con la lucidez, para bien o para mal, que no teníamos cuando bebés. Abandonamos una guarida bien provista, y ahora los rayos del sol nos hieren y el aire frío cuartea nuestros labios. Nos habíamos vuelto animales de penumbra, seres nocturnos, y ansiábamos entrar en la zona iluminada y, al hacerlo al fin, sonreímos por fuera, mirados por todas partes, pero a la vez por dentro algo nos agrieta y notamos cansancios que desconocíamos. ¿Lo comprenderán los jefes? ¿Lo admitiremos nosotros en primer lugar? ¿Lo hablaremos?

Gold.


No será extraño que alguno quiera retroceder. La “nueva normalidad” era una cómoda anormalidad, pues vivir sobre la Tierra, mientras sigamos siendo como somos, corpóreos e interpersonales, será siempre actuar juntos a la luz de lo común (como decía Hannah Arendt). Pero resulta que por un tiempo más que habitar hemos hibernado en una altura o una periferia de lo real. La propia Lispector añade: “Quiero estar cautiva. No sé qué hacer con la aterradora libertad que puede destruirme. Pero, cuando estaba presa, ¿estaba contenta?”

Abandonamos una guarida, los rayos del sol nos hieren y el aire frío cuartea nuestros labios

Cómo recuerda todo ello la sabiduría también premonitoria de la alegoría de la caverna de Platón, en que el prisionero liberado se resiste a los fulgores de la luz natural, se opone a continuar y extraña las sombras que antes veía y que se sucedían según un orden conocido. Solo que, a diferencia del relato del filósofo ateniense, nosotros salimos bruscamente de una caverna sin ningún guía por delante. Pero, en compensación, lo hacemos juntos y al unísono, casi en multitud. Y solo le faltará la plática y la confidencia para que a esta experiencia se le llame “compañía”.

Porque si a la impalpable virtualidad, como a lo estrictamente racional, le falta siempre una articulación terrena para ser “real”; la vivencia colectiva y espacial siempre necesitará de la palabra, y de una mesa y un café, para ser reconociblemente humana.

Versenkung.


 

Comentarios

  1. Profesor Victor Hugo es imposible no ponerme nostálgica con sus artículos, lo mencionado no es nada más cierto que la verdad. Regresar a aulas y en mi caso y de la "pandilla" que con risas formamos en virtualidad es la primera vez que pisamos el campus universitario a sido algo único, indescriptible. El poder relacionarnos, observar con anhelo y poder entender que todo llega a su debido tiempo, ha sido algo grandioso. Pero no sólo son alegrías sino también traemos acolacion recuerdos que producen en nosotros tristeza y mucho más aún si la causa es el deceso de un familiar. Como usted mismo lo menciona solo queda ser fuerte y entender que siempre habrá una luz que guíe nuestro camino. Terminó mencionandole que me a tocado a fondo sus palabras y emocionada le agradezco que comparta con nosotros sus experiencias.

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    1. Qué amable y generosa por comentar aquí, Milagros. Efectivamente, todos hemos quedado sacudidos por la experiencia emocionalmente arrolladora y desconcertante de la pandemia, y necesitamos -me lo digo a mí mismo, y sé que no es sencillo tampoco- reconocer cómo nos encontramos, y confiar en quienes nos rodean y, al revés, inspirar esa confianza por igual. Lamentablemente para los profesores que intentamos sentir y amar lo que hacemos, la sobrecarga de horas de clases y cantidad de alumnos por cada clase es una dificultad considerable en la ilusión de escuchar a todos y llegar más profunda y formativamente a todos nuestros estudiantes. Incluso, los profesores necesitamos escucharnos entre nosotros también, y con la misma urgencia ciertamente. Saludos con todo mi aliento para tus proyectos e ilusiones, y también los de tus compañeros y tu familia, además!

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