La sociedad es cómplice de sus tiranos. Unos textos de Etienne de La Boétie / Víctor H. Palacios Cruz

Estatua de La Boétie en Sarlat (Aquitania).

 

En los años 90 Bruno Latour escribió: pensábamos que los tiempos modernos “pasaban de una buena vez eliminando todo a su paso. Pero lo reprimido está de regreso”. En efecto, unas décadas antes del año 2000 el siglo XXI suscitaba la impresión de una etapa aún lejana de normalidad tecnológica con la humanidad inmersa en problemas más sofisticados. A la vista de la amenaza a la libertad que hay tras la Guerra en Ucrania, el preocupante crecimiento de los nacionalismos en Europa, así como la crisis institucional generalizada en el Perú, sabemos ahora que la barbarie que creíamos cubierta para siempre puede volver a perforar, en cualquier punto, el fino tejido de la civilización. Olvidamos que el desarrollo, la educación, la salud y la justicia o son para todos sin excepción, o más pronto que tarde su ostentación produce codicia y resentimiento. Nos equivocamos sin perdón al actuar como si la democracia una vez establecida nos llevara hacia “adelante” movilizada por la inercia de su funcionamiento, cuando ella, a diferencia de monarquías o dictaduras, es el único modo de gobierno que no es autónomo, es decir, que es un sistema cuyos mecanismos necesitan de la acción constante de la ciudadanía, y no solo de su clase política, por medio de la vigilancia, el deber cotidiano y la participación activa en la vida pública. Absolutismos y tiranías, de izquierdas o derechas, no ocurren de repente. Los preparamos con ciego ahínco durante un largo tiempo de desidia en los malos hábitos vecinales, en la dudosa conducta laboral y en las deshonestidades más menudas y corrientes que terminan, luego, amplificadas al cometerse desde el puesto visible de un cargo político. No, los corruptos no son únicamente jueces, alcaldes, ministros, congresistas y presidentes. Lo hemos sido todos mucho antes: las malas voluntades se abren paso cuando lo consienten la indiferencia, el miedo o la complicidad. Por cada funcionario corrupto hay un amplio círculo de secuaces que van desde empleados y policías hasta magistrados y periodistas. Un robo callejero puede no tener ningún testigo, pero es imposible perpetrar la complejidad de un delito en la función pública sin contar con una ayuda extendida e, incluso, interesada. Todo el mal que lamentamos es, finalmente, el que hemos ido poco a poco permitiendo.

Comparto, al respecto, unos textos esclarecedores escritos hace medio milenio por el joven jurista y filósofo francés, Etienne de La Boétie (1539-1563), quien murió prematuramente durante un brote de peste bubónica, en un libro que debemos a la lealtad de su mejor amigo, Michel de Montaigne, quien lo dio a la imprenta en 1572.

 

Fuente:

Boétie, Étienne de la (2008) Discurso de la servidumbre voluntaria. Madrid: Trotta.

 

La sociedad es cómplice de sus tiranos

“Es una desgracia extrema estar sujeto a un amo, del cual jamás podemos estar seguros de que sea bueno, pues siempre está en su poder ser malo cuando quiera […] Cómo puede ser que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas naciones aguanten alguna vez a un tirano solo, el cual solo tiene el poder que aquellos le dan; el cual no tiene el poder de hacerles daño sino en tanto que aquellos tienen la voluntad de soportarlo; el cual no podría hacerles daño alguno sino mientras prefieran sufrirle que contradecirle”.

(p. 25-26)

Casa de estilo renacentista, en Sarlat, donde nació La Boétie. 

 

“Si dos, si tres, si cuatro no se defienden de uno, ello es extraño, mas es, no obstante, posible: bien podrá decirse entonces, a justo título, que es por falta de valor. Pero si cien, si mil, aguantan a uno solo, ¿no diremos que no quieren, no que no osan enfrentarse a él, y que no es cobardía, sino más bien desprecio o desdén? Si vemos no a cien, no a mil hombres, sino a cien país, a mil ciudades, a un millón de hombres no acometer a uno solo, de quien el mejor tratado de todos recibe este mal de ser siervo y esclavo, ¿cómo podremos llamar a esto? ¿Es cobardía?”

(p. 25-27)

 

“La libertad, que es un bien tan grande y tan placentero que, perdida, todos los males le siguen, y los mismos bienes que permanecen tras su pérdida, pierden enteramente su gusto y su sabor, corrompidos por la servidumbre. […] esta ruina os viene no de los enemigos, sino […] de aquel cuya grandeza toda sois vosotros los autores. […] ¿De dónde ha sacado tantos ojos con que espiaros, si no se los dais vosotros? ¿Cómo tiene tantas manos para golpearos si no las toma de vosotros? Los pies con los que pisotea vuestras ciudades, ¿de dónde los ha sacado si no son los vuestros? ¿Cómo es que tiene algún poder sobre vosotros, si no es por vosotros? ¿Cómo osaría atacaros si no fueseis sus cómplices? […] No quiero que os lancéis sobre él, ni que lo derroquéis, sino solamente que no lo apoyéis más, y le veréis entonces como un gran coloso al que se le ha retirado la base y se rompe hundiéndose por su propio peso”.

(30-31)

 

La política se funda en la palabra y la libertad de todos

“Puesto que esta buena madre nos ha dado a todos la tierra por morada, nos ha alojado a todos de algún modo en la misma casa, nos ha formado a todos según el mismo patrón a fin de que cada uno pueda mirarse y casi reconocerse en el otro; puesto que nos ha hecho a todos este gran presente que son la voz y la palabra para intimar y fraternizar más y forjar mediante la común y mutua declaración de nuestros pensamientos una comunión de nuestras voluntades, y ha procurado por todos los medios estrechar y apretar fuerte el lazo de nuestra alianza y sociedad […] no cabe dudar entonces de que todos seamos naturalmente libres, pues todos somos compañeros, y no puede caber en el entendimiento de nadie que la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía”.

(p. 32-33)

Portada de una edición francesa de las obras de La Boétie.

 

La costumbre “naturaliza” el sometimiento que es contra natura

“La naturaleza del hombre es ser libre y querer serlo, pero su naturaleza es también tal que el hombre se pliega naturalmente a lo que la educación le da.

“[…] todas las cosas de las que se nutre y a las que se acostumbra son como naturales para el hombre, pero solo le es innato aquello a lo que le llama su naturaleza simple y no alterada. Así, la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre, como es el caso entre los más bravos caballos rabones y desorejados, que al principio muerden el freno y luego gustan de él, y mientras que al principio coceaban al ser ensillados, después se ufanan de sus arneses y, orgullosos, se pavonean bajo la barda.

Dicen que siempre han estado sometidos, que sus padres han vivido así; creen que están obligados a soportar el mal, y se engañan mediante ejemplos, y ellos mismos recurren al tiempo para fundamentar la dominación de aquellos que los tiranizan; pero, en verdad, los años no otorgan jamás el derecho de hacer el mal, sino que agrandan la injuria.”

(p. 40)

 

Contraposición tiranía-amistad

“El tirano no es nunca amado, ni ama nunca. La amistad es un nombre sagrado, es cosa santa; jamás se da sino entre gentes bien, y no prende sino por una estima mutua. Se mantiene no tanto en virtud de los beneficios como por la vida buena. Lo que hace que un amigo esté seguro de otro es el conocimiento que tiene de su integridad; los garantes que tiene son el buen natural, la fe y la constancia. […] cuando se reúnen los malos, lo que hay es un complot, no compañía; no se aman entre sí, sino que se temen los unos a los otros; no son amigos sino cómplices.

La amistad tiene su verdadero meollo en la igualdad, que nunca quiere cojear, sino que es siempre igual. […] Mas del tirano, aquellos que son sus favoritos no pueden tener jamás seguridad alguna, y tanto menos cuanto que de ellos ha aprendido aquél que todo lo puede, y que no hay derecho ni deber que le obliguen, pretendiendo que su voluntad vale por razón, y que nadie es su igual, sino que es amo de todos.”

(p. 56)

 

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