La humanidad: un don de la convivencia. Sobre unos versos de Ovidio / Víctor H. Palacios Cruz

 

"El mundo saliendo del caos".

Dice Ovidio en uno de los cantos de las Metamorfosis: “Tampoco es un osezno lo que la osa acaba de parir, / sino carne apenas viva; con sus lamidos la madre modela / sus miembros y le da la forma que ella misma tiene”. Versos en cuya literalidad se lee algo tan extravagante como lo que decía la vieja teoría de la generación espontánea; pero en cuya profundidad de sentido se encuentran, de repente, verdades que la ciencia presente –desde la pediatría hasta la neurociencia– confirma y que, además, cobran un especial interés en el tiempo de un individualismo feroz oculto bajo la piel de cordero del coaching y la autoayuda.

 

* Las ilustraciones pertenecen a J. Matheus e I. Briot y se incluyen en una edición francesa del poema de Ovidio de 1651. Las tomo de una entrada del blog Odisea2008 (http://www.odisea2008.com/2008/06/la-metamorfosis-de-ovidio.html)

 

En una entrevista de 1972, el rockero y artista David Bowie declaraba: “el futuro será increíblemente tecnológico. No habrá un sistema triangular, no vamos a volver al orden real de las cosas”. Vaticinio certero formulado décadas antes de la expansión de internet, cuando tenía casi la misma edad del millonario Donald Trump (24 años), quien vendría a invocar, durante su reciente y canallesca vida política, la existencia de “hechos alternativos”, esa red de negaciones y falsedades urdida por miles de operarios a sueldo y replicada por la credulidad de otros miles de internautas, con el fin no de defender la “grandeza” de su país ni ninguna otra noble causa, sino por el contrario, y tan cínicamente, de arropar y expandir sus negocios personales.

“Hechos alternativos” como el terraplanismo, la negación del cambio climático, la irrealidad de la pandemia o la malignidad de las vacunas, patrañas que deben su éxito, con consecuencias tristemente fatales, a la capacidad que tiene el cosmos digital para hacer posible la tesis de los infinitos mundos por la que Giordano Bruno fue acusado de herejía, o para volver terreno el universo paralelo y ficticio inventado por una sociedad secreta del que habla el cuento de Borges “Tlön Uqbar, Orbius Tertius”.

¿Cuántos de nosotros hemos subido al Everest para certificar que se trata, como todos cuentan, del pico más alto del planeta?

A menudo se olvida que nuestra pequeñez así como la difícil reunión de todas las miradas impiden que tengamos un conocimiento de primera mano de la inmensa mayoría de las cosas que existen o suceden en todos los tiempos y lugares. De ahí nuestra necesidad de confiar en el testimonio ajeno, en la palabra de aquellos que, por las más variadas razones que no excluyen lo arbitrario, se invisten de alguna autoridad. Como no podemos verlo todo, tendemos a creer en quienes afirman haber visto lo que dicen. ¿Cuántos de nosotros hemos subido al Everest para certificar que se trata, como todos cuentan, del pico más alto del planeta?

"El rapto de Proserpina"


La multiplicación de los libros gracias a la imprenta así como la evolución de nuestros instrumentos de estudio (en especial a partir de la aparición de telescopios y microscopios en el siglo XVI) ayudaron a reducir el rechazo a la ciencia, pese a lo cual la disputa entre geocentrismo y heliocentrismo es una de las mayores muestras del tortuoso camino que puede seguir una verdad para obtener la aceptación de las instituciones de una sociedad.

Pero también es cierto que la arrogancia científica, en particular la del positivismo del siglo XIX y en el presente la del utopismo tecnológico, ha resultado contraproducente y reafirmado a muchos en su adhesión al misterio, la creencia y la magia. Pienso que muchas veces por la muy justa razón de que tampoco el método científico puede barrer forzosamente con la totalidad de los “hechos” y que hay capas de lo existente nada imaginarias que tienen otro nivel de actuación y de comprobación.

¿Quién puede negar que innumerables situaciones humanas, individuales o colectivas, pueden ser perfectamente descritas por un mito como el de Sísifo?

Nada más decisivo que la física cuántica para convencernos de la conveniencia de la modestia y la cautela en nuestros juicios, más aún si recordamos lo que demostró Heisenberg hace casi un siglo con el “principio de la incertidumbre”, según el cual nuestros medios de observación repercuten sobre el movimiento de las partículas más imperceptibles de la materia que examinamos. Lo que, finalmente, lleva a la insospechada conclusión de que quizá todo lo expuesto con orgullo por la ciencia no sea más que lo que había dicho Kant: un conjunto de ideas determinadas por la influencia de nuestras propias condiciones de pensamiento y de percepción.

Es en este sentido que hay viejas “verdades” que han dejado de serlo o que solo “lo son” en la medida en que quienes las profesan no tienen acceso a la información o, simplemente, poseen un convencimiento personal o grupal que ninguna sabiduría y ni siquiera los hechos más a la vista tienen el mínimo poder de contrariar. La fe en los signos zodiacales es uno de entre cientos de ejemplos de esta laya.

"Esculapio transformado en serpiente-dragón".


Pero un caso muy distinto es el de las verdades que los mitos y la literatura proporcionan a través de relatos, alegorías y metáforas que aluden tanto a la realidad cósmica cuanto a la humana. ¿Quién puede negar que innumerables situaciones humanas, individuales o colectivas, pueden ser perfectamente descritas por un mito como el de Sísifo? Cuánta luz han arrojado sobre la condición y el devenir de nuestra especie la historia del carro alado o la de la caverna contadas en los diálogos de Platón, quien decía incluso que creer que las cosas eran tal como él las presentaba era descabellado, pero que valía la pena “correr el riesgo” de creer (en la inmortalidad del alma, por ejemplo), porque “el riesgo es hermoso”. ¿Acaso no han servido los personajes e historias de Cervantes, Shakespeare, Dostoievsky o George Orwell para ayudarnos a auscultar el viejo y voluble corazón humano?

Por su raíz etimológica, ¿no podría considerarse que “considerar” significa “mirar juntos las estrellas”?

Como demostraron Lakoff y Johnson en su libro Metáforas de la vida cotidiana, el lenguaje común está repleto en todos los idiomas de figuras, símiles y comparaciones tomados de la poesía, la narrativa y la imaginación. Añado por mi parte que la sola etimología depara hallazgos sorprendentes, por ejemplo la palabra “apoptosis”, usada por los biólogos para hablar del cese repentino de la regeneración celular, que originalmente quiere decir en griego nada menos que “desprendimiento de los pétalos de una flor”.

Otro vocablo, “considerar”, proviene del prefijo latino cum y de siderius con los significados respectivos de “con” y “astro” o “estrella”. En analogía con otros términos parecidos como “compañía” que viene de cum y panis (“compartir el mismo pan”), ¿no podría considerarse que “considerar” es “mirar juntos las estrellas” o "compartir el mismo cielo"?

"Eurídice saliendo de los infiernos".


Sé a estas alturas que el lector se va a enfadar conmigo cuando confiese que todo lo dicho hasta aquí no es más que un pretexto o, mejor, una larga introducción perpetrada con el fin de permitirme compartir un breve y precioso pasaje de las Metamorfosis de Ovidio.

Un largo poema muy leído en la Europa medieval y renacentista (¿qué otro libro tiene el privilegio de haber sido amado por dos épocas tan aparentemente contrapuestas?), y que en un capítulo dedicado a describir el origen del universo dice: “Tampoco es un osezno lo que la osa acaba de parir, / sino carne apenas viva; con sus lamidos la madre modela / sus miembros y le da la forma que ella misma tiene”.

Decir que los besos de la madre dan forma a su cría contiene una de las verdades que las ciencias de nuestro tiempo han empezado a corroborar

Versos que, leídos desde el filtro positivista, se catalogarían como meros  productos del delirio y la fantasía, pero que puestos bajo el foco de los saberes del siglo XXI enuncian algo verdadero que no se haya en su literalidad, superficie sobre la cual el enunciado es un franco disparate (pero tanto como puede serlo lo que dice textualmente el mito de Sísifo o la palabra “compañía”), sino que se sitúa a una hondura que solo los poetas, mejor premunidos verbal y narrativamente que los académicos, pueden poner a la luz.

En efecto, a primera vista, Ovidio (43 aC-17dC) dice algo tan inaceptable como la famosa teoría de la generación espontánea, en la que por cierto Occidente creyó desde Aristóteles hasta Newton, y que solo los experimentos de Pasteur en el siglo XIX desterraron para siempre del saber establecido. Una teoría que, casualmente, la misma obra del poeta latino describe cuando dice, versos más arriba: “El cieno contiene los gérmenes que engendran a las verdes ranas”. Dicho sea de paso, el falso sustento de esta doctrina ya obsoleta está en la evidencia visual incompleta que convierte una secuencia de acontecimientos en una relación de causa-efecto.

"Ícaro y Dédalo".


Pero, como decía, en un segundo nivel –el de la interpretación– decir que los besos de la madre dan forma a su prole contiene una de las certezas más fecundas y bellas que la antropología, la psicología, la pediatría, la sociología y la neurociencia pueden hoy corroborar, e incluso propagar en favor de la entera humanidad.

Me refiero al hecho de que, como enseño en mis clases, el dibujo de “El hombre de Vitruvio” de Da Vinci no puede ser un retrato fiel de la humanidad ni siquiera en su sola anatomía, puesto que cada individualidad es a la vez la obra de su propia fisiología como la de una serie de intervenciones, préstamos e interacciones que ocurren entre su ser y el entorno en que nace y crece.

La absoluta falta de compañía de un prójimo nos condena a carecer incluso de la conciencia de ser humanos 

Son célebres los casos de niños ferales, es decir de individuos humanos –dignos por el solo hecho de serlo genéticamente, claro está–, que crecieron apartados de todo trato con sus semejantes, y que prueban con su apariencia y su estado que, fuera de la convivencia, no es posible el pleno despliegue de su ser.

El neurocientífico español Francisco Mora habla en uno de sus libros acerca de John Ssabunnya, encontrado en las selvas de Uganda hacia los años 90, y que mostró a sus captores un aspecto “animal” y una incapacidad total para andar erguido. Mencionando otro caso famoso, el del “salvaje de Aveyron”, el filósofo y educador peruano Constantino Carvallo concluye que  “somos en gran medida lo que nos dicen que somos” y que, por tanto, la absoluta falta de compañía de un prójimo nos condena a carecer incluso de la conciencia de ser humanos y a no adoptar los aprendizajes más elementales que distinguen a nuestra especie.

"La caída de Faetón".


En efecto, dos características que singularizan al humano, el andar a dos pies y la facultad de pensar, son inseparables en su desarrollo de una vida compartida con sus pares. De hecho, no hay manera de que un bebé aprenda a caminar sin el ejemplo de los demás que da impulso a su conducta imitativa, y más aún sin el afecto que lo incentiva y que solo puede ofrecerle el cobijo familiar. Del mismo modo que no hay forma de aprender a pensar sin la conquista de un lenguaje y, a su vez, no hay forma de aprender a hablar sin un medio social que lo haga y lo enseñe.

Como ha escrito Siri Hustvedt en su ensayo Vivir, pensar, mirar, el desarrollo cerebral de un bebé está determinado por los intercambios visuales que la madre entabla con él. La importancia de acariciar, sonreír y hablar al bebé no es una concesión al sentimiento, sino una verdad incluso trágica en los casos contrafácticos que la confirman. Por ejemplo, la terrible historia que reseña Massimo Recalcati al referirse al “atroz experimento practicado por Federico II de Prusia, el gran reformador, cuando en su búsqueda de la lengua originaria, del idioma que precede a todos los idiomas, confió unos cuantos recién nacidos a sus amas de cría con la consigna de no dirigirles jamás palabra alguna. De esta manera, para el monarca intelectual, podría observarse en vivo qué lengua hablarían primero los niños. Resultado: todos los niños, privados del alimento de la palabra, de dejaron morir”.

Ha dejado de ser “verdadero” que lo que los humanos somos esté escrito en nuestros genes

Es más, una rama científica relativamente reciente, la epigenética, sostiene que sobre la manifestación de los genes (el fenotipo) actúa no solo la herencia cromosómica en sí, sino también una serie indefinible de factores ambientales que comienzan en la propia corporalidad maternal. Con lo cual, ha dejado de ser “verdadero” que lo que los humanos somos esté escrito en nuestros genes.

La presunta esencia de lo humano no está, pues, garantizada por el equipaje biológico o metafísico de cada cual, sino que su ser, su perfil y sus potencialidades dependen de la proximidad y la interrelación con los demás. No es banal decir, por ello, que quizá el amor sea en definitiva la gran fuerza modeladora de nuestra naturaleza.

"Pegaso, Medusa y Perseo".


Existe un libre albedrío. Los retratos y las biografías tienen sentido, sí. Pero incluso ellas refrendan que la lenta, sinuosa e impredecible maduración de una identidad personal es algo en lo que muchas veces es imposible separar la acción propia de la influencia, la constricción o el impulso del entorno. Que, como decía el teólogo jesuita Juan Masiá Clavel, “ni me hago yo solo, ni me hacen. Me hago y hago algo de mí, con lo que las circunstancias han hecho de mí”.

Con lo cual, aun cuando pensara en algo distinto, Ovidio tenía razón al decir que “con sus lamidos la madre modela los miembros de su cría y le da la forma que ella misma tiene”, con la salvedad de que ahora sabemos que esa madre es tanto la progenitora en cuyo interior crecimos y junto a cuyo pecho empezamos a rozar, oler, escuchar y saborear el mundo, cuanto la sociedad en cuyos espacios y fenómenos cualquiera de sus miembros puede naufragar por falta de acogida, estímulos, medios y, peor aún, del afecto incondicional que merece cada humano por el solo hecho de existir. Para criar a un hijo hace falta toda una tribu, reza un sabio dicho africano.

Al fin y al cabo, o somos juntos o, sencillamente, no seremos nada destacados pero solos

Que, en suma, es urgente contrarrestar el individualismo perverso que se esconde en las exhortaciones del coaching y la autoayuda, y en toda la mentalidad “exitista” y “empoderadora” –palabra horrible– que nos dice que todo está exclusivamente en nuestras manos; que seremos, si queremos, el fruto de nuestro propio esfuerzo, y que triunfaremos con solo quererlo, de modo que la culpa del fracaso será enteramente nuestra.

Cuando lo que hay que hacer es poner énfasis en la cooperación, la solidaridad y, antes que nada, en la comprensión de la múltiple reciprocidad únicamente en la cual es posible que se forme y sobreviva un ser tan delicado y vibrante como el humano. Porque, al fin y al cabo, o somos juntos o, sencillamente, no seremos nada destacados pero solos.

 

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