La maternidad des-idealizada: una reflexión y unas citas de Massimo Recalcati.
1. Llegado un tiempo me resultó
sospechoso el elogio que algunos varones dedican a las mujeres en la
celebración de su día, refiriéndose al amor y la belleza como su predicamento específico.
Más que atributos inherentes veía en estas dos palabras, por el contrario,
exigencias, imposiciones y deberes inexcusables y opresivos.
2. De modo similar, los
discursos del día de la madre me causan la incomodidad que produce la indolente
dulcificación de una realidad que es más bien dura, compleja y abrumadora. Con
intención o sin ella, son palabras insolidarias, y lo digo desde la gratitud por
la maternidad encomiable, no menos que misteriosa, que con mucha fortuna he
tenido siempre cerca: la de mi propia madre y mis dos abuelas, la de mi esposa, mis hermanas,
cuñadas y amigas.
3. ¿Por qué se olvida
en semejantes ocasiones y protocolos, por ejemplo, que el embarazo no es todo
el tiempo una “dulce espera” y que también lo ensombrece el
miedo a perder la vida que se lleva dentro, o a que el hijo presente riesgos y
discapacidades? ¿Que dar el pecho produce dolores de cuello y espalda, así como
desarreglos del sueño y la alimentación? ¿Que a muchas mujeres les causa angustia la
posibilidad de no estar a la altura de la imagen perfecta de madre que la sociedad
les induce y reclama?
4. ¿Por qué no hablamos también, desde
la mirada opuesta, de personas empequeñecidas y sofocadas por una maternidad
posesiva y envolvente, o de vidas desarraigadas y desesperadamente inseguras
por culpa de una madre ausente, descariñada o, quizá también, víctima de una anterior
maternidad patológica?
5. Comparto una serie de citas del
libro, hasta ahora, más penetrante y esclarecedor que he leído nunca sobre la maternidad.
Un estudio que parte no solo de la erudición y la sensibilidad, sino también
del ejercicio de la psiquiatría profesional, por tanto del contacto con un gran
número de madres, padres e hijos a lo largo de muchos años. Un libro que proyecta
su concepción alentadora y afirmativa sobre un fundamento de respeto, realismo y,
diría, necesaria des-idealización.
Al
Dr. Luis Torres,
Ginecólogo
y amigo.
¿QUÉ ES AMAR?
Dar lo que no se
tiene
Para
Lacan, “la definición más alta y precisa del amor: amar es dar al Otro lo que no se tiene. Esto significa que el
regalo del amor trasciende siempre el nivel del objeto, porque nunca es regalo
de algo que se posee, sino obsequio de lo que no tenemos, de lo que nos falta
radicalmente a nosotros.” (p. 53)
El hijo lo es de dos,
no solo de la madre
Equivocadamente,
algunos “atribuyen a la madre una función tan exclusiva en el cuidado de los
hijos que corren el riesgo de acabar cayendo en un proceso retórico de
idealización que no tiene debidamente en cuenta la necesidad de que el hijo sea
siempre el resultado de Dos y nunca de Uno solo.” (p. 15)
EL EMBARAZO
El embarazo como espera
“«La
espera es un encantamiento: recibí la
orden de no moverme», escribió Roland Barthes. «La identidad fatal del
enamorado no es otra más que esta: yo soy
el que espera». En el embarazo, sin embargo, el esperado, aquel a quien se
espera, quien debe venir a nosotros, quien viene al mundo, no es aún realmente
de este mundo. Su cuerpo –el cuerpo del hijo–, a pesar de estar contenido en el
cuerpo de la madre, en el embarazo está todavía fuera del mundo.
Es
una paradoja de la maternidad: en la espera del embarazo, el niño solo puede
estar en el mundo a través de la madre, pero aún no está en el mundo como
sujeto. La madre espera a quien ya lleva consigo, sin saber quién es y sin
saber cómo es, sin haberlo visto nunca.” (p. 26)
El embarazo como estado
mental
“Solo
si el sueño acompaña el embarazo podrán ser vividas esas transformaciones con
satisfacción y no como una alteración intolerable y desestabilizadora de la
imagen del Yo. En caso contrario, prevalecerán fantasías de ataque al cuerpo,
de extrañeza, vivencias de despersonalización. La espera impuesta por la
gestación, por lo tanto, no es solo un proceso fisiológico sino también mental:
el niño se alimenta del pensamiento de la madre y de sus fantasmas”. (p. 37)
CORPORALIDAD DEL AMOR
MATERNO
El rostro de la madre:
rostro del mundo
“Si
el lactante no vislumbra la mirada materna dirigida hacia él, sino que la capta
como algo rígido, muerto, frío, ausente, el mundo se le aparecerá también como
cerrado, impenetrable y distante. La cerrazón del rostro de la madre mantiene
cerrado el rostro de la madre.” (p. 44)
La lengua materna como
lenguaje corporal indispensable
La
lengua materna no es tanto el idioma adquirido, sino una lengua que Lacan
denomina lalengua, “hecha de carne,
de afectos, de emociones, de balbuceos, de signos, de sonidos, de gestos, de
murmullos, de cuerpo, una especie de enjambre que todavía no responde a las
leyes del lenguaje, sino que es la materia prima sobre la que esas leyes se
aplicarán. Se trata de una lengua del cuerpo, irreductible a sus elementos
gramaticales. Consiste en un primer depósito estratificado de signos generados
por la relación entre la madre y el niño. Es la lengua que alimenta los primeros
intercambios vitales entre la madre y su niño y que precede al acceso al
lenguaje alfabético. (…)
“Los
resalta el atroz experimento practicado por Federico II de Prusia, el gran
reformador, cuando en su búsqueda de la lengua originaria, del idioma que
precede a todos los idiomas, confió unos cuantos recién nacidos a sus amas de
cría con la consigna de no dirigirles jamás palabra alguna. De esta manera,
para el monarca intelectual, podría observarse en vivo qué lengua hablarían
primero los niños. Resultado: todos los niños, privados del alimento de la
palabra, de dejaron morir”. (p. 48-49)
LA MADRE AMA CON NOMBRE
PROPIO
El amor materno no lo
es de lo universal sino de lo singular
Lacan
afirmó una vez que el amor es siempre «amor por el nombre». El amor maternal
pone de relieve esta verdad. El amor materno, en efecto, no es nunca amor
genérico, no es amor por lo universal, amor por la vida, amor por el amor. El
amor materno, más que cualquier otro amor, revela que, cuando se ama, se ama
siempre una vida en particular, al sujeto en su singularidad, que el amor es
siempre y exclusivamente amor por el nombre propio, por el nombre de quien amo,
por su existencia única, irrepetible e irreemplazable”. (p. 68)
El amor materno no lo
es de lo ideal, sino del hijo real
“Una
madre no exige el hijo ideal, no ama a su hijo en función de sus capacidades,
de sus facultades o de su belleza. El amor materno no es amor por el ideal,
sino por lo real de su hijo, es amor
por su nombre propio”. (p. 75)
SER MADRE ES PERDER AL
HIJO
Dar a luz es perder irreversiblemente al hijo
“Si
una madre es quien da inicio a la vida, también es la que hace posible la vida
de otro mundo. La venida a la luz del hijo no significa, por lo tanto, su mera
instalación en un mundo que ya existía antes, sino que suponer hacer que exista
de nuevo el mundo, hacer que exista otra vez, una vez más, el mundo. (…) Dar a
luz a un hijo, llevarlo en las entrañas, alimentarlo con el propio cuerpo
supone ya desde el principio perderlo, reconocerlo como pura trascendencia,
generarlo como una alteridad. (…) la madre se topa en ese acontecimiento con la
dimensión irreversible de la pérdida: nunca podrá reintegrar el fruto salido de su cuerpo otra vez en su cuerpo. Por esta razón, la
«hospitalidad sin propiedad» es lo que define a la madre, así como la
«responsabilidad sin propiedad» es lo que define al padre.” (p. 34)
La maternidad de María
como símbolo de la maternidad en general
“He
aquí la cuestión que encontramos en toda experiencia de maternidad: absoluta inmanencia y absoluta trascendencia.
Es también un milagro fisiológico que la ciencia médica conoce bien: la
existencia del feto conlleva la reducción de la agresividad identitaria del
sistema inmunitario. En vez de expulsar al intruso –como tendería a hacer la
activación de las defensas naturales del sistema inmunológico–, el cuerpo de la
madre custodia el cuerpo extraño del hijo.
“En
este sentido, María es el paradigma más puro del misterio de la maternidad:
contener en sí misma el misterio de una desmesura, de una imposibilidad, de un
acontecimiento que no puede explicarse nunca del todo, llevar en su seno al
hijo de Dios, custodiar un excedente, contener en el reducido espacio de su
propio vientre, tan diminuto, la desproporción de lo absoluto, el adviento de
Dios en el mundo para siempre. ¿Pero acaso no ocurre así, una y otra vez, para
cada madre? ¿No es el misterio de María un misterio que se repite infinitamente
en toda maternidad? ¿No es llamada toda madre a dar su propio cuerpo a una vida
que no podrá imaginar, prever, definir y que debe necesariamente perder?” (p.
85)
Las lecciones de Salomón
“A
través de una audaz estratagema, Salomón desenmascara a la madre que miente
haciendo que se traicione: requiere una espada para separar al niño en dos
partes y dar una a cada una de las dos mujeres: «Traedme una espada (…) Cortad
al niño vivo en dos partes y dad mitad a una y mitad a la otra». Solo frente a
la posibilidad de la muerte real del hijo una de las dos madres cede,
declarándose dispuesta a renunciar al reconocimiento de la propiedad del hijo
para salvaguardar su vida. Está dispuesta a perder a su propio hijo con tal de
que pueda vivir su vida. ¿No es este acaso el acto que decide sin lugar a dudas
la identidad de la verdadera madre? Solo la que sabe perder lo que ha concebido
puede ser una auténtica madre. Esta es, de hecho, la mayor prueba que le espera
a toda madre: dejar marchar a su hijo después de haberlo engendrado y atendido,
regalarle la libertad como señal de amor. La otra madre, incapaz de subjetivar
esta pérdida, permanece encerrada en una envidia estéril, y quedaría satisfecha
con tener incluso una parte muerte del hijo con tal de no dejar de poseerlo”. (p.
92)
PATOLOGÍAS DE LA
MATERNIDAD
El exceso de presencia
o de ausencia
“Una
madre lo «suficientemente buena» es una madre que no sabe darse entera a su
hijo; es una madre a la que se hijo no puede poseer por completo, porque no se
agota toda ella en su ser madre; es una madre que sabe cómo estar entre la
ausencia y la presencia, sin acentuar unidireccionalmente una u otra. La
acentuación de la presencia implicaría en efecto la imposibilidad de separación
y la ilusión de la fusión, mientras que la acentuación de la ausencia daría
lugar a la vivencia del abandono y el desamparo.
“Es
la Ley de la interdicción del incesto la que impone a la madre renunciar a la
propiedad de su hijo, no someterlo a su propio goce, saber perderlo. La madre
genera la vida, pero no la posee; la renuncia a la posesión del hijo, el saber
ocupar la posición de la ausencia, sin embargo, es ya un movimiento de la
madre, la primera forma significativa de sublimación: el niño no puede gozar
ilimitadamente de la presencia del pecho, sino que debe ser capaz de
experimentar su ausencia.” (p. 64)
Ni una madre que niegue
la mujer, ni una mujer que niegue a la madre
“La
madre que suprime a la mujer –como sucedía en la versión patriarcal de la
maternidad– o la mujer que niega a la madre –como sucede en esta época
hipermoderna– no son dos representaciones de la madre, sino dos declinaciones
igualmente patológicas”. (p. 16)
Una madre
que no es solo madre
“Solo
si la mirada de la madre no se concentra en sentido único en la existencia del
hijo puede realizar la maternidad plenamente su función. Es lo que nos enseña
cotidianamente el psicoanálisis: solo si la madre es «no-toda-madre» puede
atesorar el niño experiencia de esa ausencia que hace posible su acceso al
mundo de los símbolos y de la cultura”. (p. 16)
La mujer devorada por
su maternidad
“¿Cuándo
se degrada el amor materno? Cuando la madre se pierde en sus propios hijos,
vive solo para ellos, se dedica sin límites a sus cuidados. Cuando la
responsabilidad de la maternidad da paso a un impulso devorador, recíproco por
lo general, entre madre e hijo: la madre
absorbe al niño que absorbe a su madre. El amor materno desemboca entonces
en una incorporación que puede alcanzar su extremo más radical en la transición
hacia el acto homicida o en una presencia asfixiante que no deja libertad
alguna al sujeto. (…) La clínica psicoanalítica nos enseña cómo la transición
al acto infanticida y, más en general, los abusos infantiles de todo tipo
tienen a menudo como origen una pareja madre-hijo que prescinde de toda
referencia a un tercero capaz de garantizar un límite al deseo materno”.
“La
existencia de este límite debería quedar establecida por encima de todo
mediante el vínculo amoroso del que la vida del hijo brota y que separa la
existencia de la mujer de la de la madre. Sin la suficiente distancia entre la
madre y la mujer, la madre y el niño se confunden, se anulan recíprocamente,
dando lugar a una simbiosis mortífera o una conflictividad repleta de odio y
violencia. En casos como estos no es solo la madre la que devora a su hijo,
sino que –al consagrar enloquecidamente su vida a la de su hijo– es la mujer la
que resulta devorada por la madre. Si el niño consume el horizonte del mundo –si
la madre elimina a la mujer–, el hijo se convierte en un objeto que encierra el
deseo de la mujer en el deseo de la madre. El mundo se contrae entonces en un
mundo cerrado y la díada madre-hijo se convierte en el modelo de una relación
que no puede tolerar forma alguna de separación”. (p. 122)
Maternidad y crisis
conyugal
“No
es casualidad que las crisis de muchas parejas estén marcadas por la llegada de
un hijo. El nacimiento de un hijo, en efecto, puede fortalecer, pero también
desestabilizar a parejas sólidas: a un hombre puede costarle trabajo reconocer
a la mujer que amaba y deseaba sexualmente en la que se ha convertido en madre
de sus hijos, y una mujer puede dejar de reconocer en el padre de sus hijos al
hombre del que se enamoró”. (p. 144)
MATERNIDAD Y RELACIÓN
CONYUGAL
Madre absorbente e
hijas sometidas
Cuando
una mujer ha vivido una relación con una madre absorbente que ha negado su
propia feminidad, surge la posibilidad de creer que carece de identidad personal
y que esta solo puede provenir de alguien que ejerza un poder sobre ella.
“Si
su propio ser le rehúye, si carece de un uniforme identificador estable, el
hombre puede ofrecer a la mujer una forma estable con la que identificarse. Esta
es la atractiva posición que puede ejercer el fantasma masculino: convertirse
en objeto de un hombre es una manera de rechazar inconscientemente su
feminidad, de liberarse de la dificultad de dar una forma realmente singular al
deseo femenino. Este es el caldo de cultivo de la violencia masculina: ofrecer
a la mujer la ilusión de una referencia identificadora estable, segura, cierta,
aun cuando ella pase a través del uso más brutal de la violencia y la
humillación. ¿No es precisamente esta dificultad la que entrega en ocasiones a
la mujer a los brazos de quien en realidad la agravia? La mujer que rechaza
inconscientemente su propia feminidad puede llegar a creer que solo se puede
ser mujer entregándose pasivamente a un hombre, siguiendo acaso el ejemplo
sacrificial de la propia madre.
“(…)
tener un amo la dispensa de la difícil tarea de vivir la alteridad radical de
la feminidad.
“(Todo
lo cual es evidentemente) un engaño atroz: ningún hombre sabe lo que es una
mujer. He aquí, pues, que se consuma el terrible malentendido: ella se entrega
a las manos del hombre para ser una mujer, pero se ve reducida a mero
cuerpo-cosa, cuerpo-instrumento, cuerpo reducido a objeto de goce”. (p. 180-182)
ESTRAGOS DE UNA MUJER
QUE NIEGA LO MATERNO
La madre devorada por una
feminidad narcisista
“Si
la maternidad se vive como obstáculo para la realización personal es porque se
ha perdido esa conexión que une de forma generativa el ser madre con el ser
mujer. Si hubo una época –la de la ideología patriarcal– en la que la madre
tendía a matar a la mujer, ahora el riesgo parece el contrario: que la mujer
puede matar a la madre.” (p, 149)
Ser mutilado por la
ausencia de afecto materno
Si
el deseo del hijo está ausente, “si el niño no es deseado antes de su
nacimiento, si no se le quiere, si ningún deseo lo está aguardando, las
consecuencias serán una mutilación de su sentimiento de la vida. (…)
“El
acceso a la vida –y a la sexualidad– se muestra obstaculizado por la ausencia
de transmisión del deseo materno. Esta ausencia deja a la hija o al hijo en una
desesperada soledad, sustrayéndole su derecho a existir. El sentimiento de la
vida no llega a instalarse, no se transmite. (…) la vida es una herida que nunca
deja de expurgar”. (p. 159-161)
El desafecto como inseguridad de existir
“Un
chico esquizofrénico me pedía, al final de cada sesión, antes de despedirse, un
espejo en el que poder reflejar su rostro. Hallaba de esa manera cierto alivio ante
la angustia de la separación que se renovaba en cada final de sesión; tenía que
localizar su imagen en el espejo para no sentir que se la arrancaban. Su
historia se caracterizaba por una familia inexistente, por una madre y un padre
que nunca dejaron de discutir furiosamente, haciendo caso omiso de la presencia
del hijo (…) Temía que sus padres pudieran destruirse mutuamente y quedarse
solo en el mundo. Su rostro no pudo reflejarse en ningún otro rostro; su cuerpo
quedó fragmentado en un caos pulsional que él vivía de modo delirante: su
propio cuerpo era un material explosivo altamente peligroso (como lo eran las
furiosas peleas entre sus padres). (…) el uso del espejo en el baño del
analista podía suplir, aunque solo fuera imaginariamente, la ausencia decisiva
del espejo simbólico constituido por el rostro del Otro”. (p. 43)
Fuente:
Massimo
Recalcati (2018) Las manos de la madre.
Deseo, fantasmas y herencia de lo materno. Barcelona: Anagrama.
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