Nietzsche: Dios, lo humano, la verdad, la música…

 

Nietzsche, por Curt Stoeving.

Sin una confrontación con Nietzsche la filosofía, la comprensión de la vida y hasta la misma fe no podrían alcanzar su más pleno vigor y madurez. Su pensamiento hecho de alturas y abismos, de tempestades y ternuras, es un ejercicio formativo no exento de riesgos y, por ello mismo, fascinante. Sus batallas contra el cristianismo (en rigor, el medieval y el protestante antes que el evangélico), la “moral de rebaño”, la sociedad de masas y el academicismo del siglo XIX son, entre otras cosas, esos desafíos y sacudidas que la cultura necesita cada tanto para evitar la decadencia del conformismo y la engañosa seguridad. En el fondo, su rebeldía y sus excesos provenían de una búsqueda ardorosa de luz y de una inapagable pasión por la vida. Muchos de sus críticos y adversarios admiten encontrar fragmentos de una inusual lucidez en distintos pasajes de su obra. Aquí una selección de citas para acercarnos a su contradictorio y estimulante legado.

 

Retrato de terceros 

Lou Andreas Salomé: “aquel hombre de mediana estatura, vestido de manera muy sencilla pero también extremadamente pulcro, con sus rasgos suaves y el liso cabello castaño peinado hacia atrás, podía pasar fácilmente desapercibido. Las finas y harto expresivas líneas de la boca quedaban cubiertas casi por entero por un gran bigote peinado hacia abajo; tenía una forma de sonreír apenas perceptible, una manera de hablar queda y un modo de andar cauteloso y ensimismado, con el que se inclinaba un poco de hombros; difícilmente imaginaríamos a aquella figura en medio de una multitud: llevaba el estigma de aquel que vive aparte, de quien vive a solas. Incomparablemente hermosas y de noble formación, hasta atraer de manera involuntaria hacia ellas la mirada, eran las manos de Nietzsche, de las que él mismo creía que revelaban su espíritu.

Verdaderamente revelador era también el lenguaje de los ojos. Medio ciegos y, sin embargo, no poseían nada de ese atisbar, de ese bizquear, de esa indeseable impertinencia de muchos miopes; antes bien, eran semejantes a pastores y guardianes de tesoros propios, de mudos secretos, que ninguna mirada intrusa debía rayar. 

Cuando en ocasiones se mostraba tal como era, durante el curso de un excitante diálogo, entonces podía aparecer y desaparecer en sus ojos una enternecedora luminosidad; pero cuando su estado de ánimo era sombrío, la soledad hablaba melancolía, casi amenazadora a través de ellos, como surgida de honduras inquietantes, de esas profundidades en las que se hallaba siempre solo, que no podía compartir con nadie, frente a las que él mismo se sentía a menudo sobrecogido de terror y en las que finalmente naufragó su espíritu.” [p. 64-66]

Retrato por H. J. W. Olde.

Stefan Zweig: “su posición frente a la verdad es demoníaca, pasional, vibrante, nerviosa y ávida, nunca se ahíta ni se agota, no se para en un resultado y, a pesar de todas las respuestas, sigue preguntando implacablemente, siempre insaciable. Nunca busca la verdad para hacer de ella una esposa, un sistema, una doctrina a los que se debe fidelidad. Todos los conocimientos lo atraen y ninguno lo sujeta. Tan pronto como un problema ha perdido la virginidad, el encanto del pudor, lo abandona sin piedad y sin celos a los que van detrás, como hacía don Juan ―hermano suyo por los instintos― con las mille e tre que ya no le interesaban.

Pues, como hace todo gran seductor que busca a la mujer en las mujeres, Nietzsche busca «el conocimiento cabal» en los conocimientos aislados, y el conocimiento cabal es algo eternamente imposible, eternamente inaccesible. Lo que martiriza a Nietzsche no es la lucha por el conocimiento, no es su conquista, su posesión, su disfrute, sino la eterna pregunta, la búsqueda, la caza. Su pasión es incertidumbre y no certeza.” [p. 264]

Caricatura de Toscano.

 

Autorretrato intelectual

Ecce homo: “Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo gigantesco, ―de una crisis como jamás la ha habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita.” [pp. 123-124]

 

El individuo humano

Aurora: “«Conócete a ti mismo». A esto se reduce toda la ciencia.― Sólo cuando el hombre haya alcanzado el conocimiento de todas las cosas, podrá reconocerse a sí mismo, pues las cosas son únicamente los límites del hombre.” [p. 91]

 

Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (II Intempestiva): “Lo que se enseña no se transforma en vida. Si se observa una vez más esta exterioridad, uno percibe enseguida cómo esta expulsión de los instintos por medio de la historia ha convertido a los hombres casi en puras abstracciones y sombras: nadie se arriesga como persona, sino que se enmascara como hombre culto, como sabio, poeta, o como político. […] Pese a que nunca se ha hablado de una manera tan enfática de la «personalidad libre», lo cierto es que no se ven «personalidades», ni mucho menos «libres», sino más bien hombres cubiertos medrosamente detrás de la categoría de lo universal. Y es que el individuo se ha replegado a su interioridad, ya no se descubre ni rastro fuera de él.” [p. 78]

 

Retrato por Edvard Munch.

Así habló Zaratustra: “Desde que estoy entre hombres, para mí lo de menos es ver: ‘A éste le falta un ojo, y a aquél una oreja, y a aquel tercero la pierna, y otros hay que han perdido la lengua o la nariz o la cabeza’.

Yo veo y he visto cosas peores, y hay algunas tan horribles que no quisiera hablar de todas, y de otras ni aun callar quisiera, a saber: seres humanos a quienes les falta todo, excepto una cosa de la que tienen demasiado ―seres humanos que no son más que un gran ojo, o un gran hocico, o un gran estómago, o alguna otra cosa grande, ―lisiados al revés los llamo yo.

[…] ¡En verdad, amigos míos, yo camino entre los hombres como entre fragmentos y miembros de hombres!

Para mis ojos lo más terrible es encontrar al hombre destrozado y esparcido como sobre un campo de batalla y de matanza.” [p. 208]

 

Nietzsche citado por Byung-Chul Han: “Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño, os soportáis mal a vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismos. Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera, y ni siquiera para la pereza!”. [El aroma del tiempo, p. 154]

Retrato de autor desconocido.

La búsqueda de la verdad

La ciencia jovial: “¿Qué es lo que entiende el pueblo realmente por conocimiento? ¿Qué quiere éste cuando quiere el “conocimiento”? Nada más que esto: que algo extraño sea reducido a algo familiar. Y, nosotros los filósofos, ¿acaso hemos entendido por conocimiento en realidad algo más? Lo familiar alude a lo que estamos habituados, de tal manera que ya no nos sorprendemos más ante ello, nuestra cotidianidad, alguna regla a la que nos adherimos, todo aquello en lo que nos sentimos cómodos: ―¿cómo? ¿No es precisamente nuestra necesidad de conocer la necesidad de lo familiar, la voluntad de descubrir bajo todo lo extraño, poco habitual, problemático, algo que ya no nos intranquilice más? ¿No será el júbilo de los que conocen, el júbilo precisamente del sentimiento de seguridad nuevamente recuperado?...

«He aquí un filósofo que se jactaba de haber “conocido” el mundo cuando lo redujo a la “idea”: pero, ¿no fue precisamente porque para él la “idea” era tan familiar, tan habitual? ¿Por qué no tenía miedo de la “idea”? ¡Con qué poco se dan por satisfechos los que conocen!” [pp. 353-354]

 

Más allá del bien y del mal: “En última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado.” [p. 111]

 

Más allá del bien y del mal: “Cuando uno ha acabado de construir su casa, advierte que, haciéndola, ha aprendido, sin darse cuenta, algo que tendría que haber sabido absolutamente antes de comenzar a construir. El eterno y molesto ‘¡demasiado tarde!’ ¡La melancolía de todo lo terminado!...” [p. 243]

Retrato de autor desconocido.


Aurora: “Las palabras obstruyen nuestro camino.― Cada vez que los hombres de las primeras épocas introducían una palabra, creían haber realizado un descubrimiento. ¡Qué lejos de la verdad! ―lo que habían hecho era plantear un problema y, en la medida que se figuraban haberlo resuelto, levantaban un obstáculo para su solución. Ahora, para alcanzar el conocimiento, hay que ir tropezando con palabras que se han vuelto duras y eternas como las piedras, hasta el punto de que es más fácil que nos rompamos una pierna al tropezar con ellas que romper una de esas palabras.” [p. 91]


La ciencia jovial: “¡Infinito es el más pequeño fragmento del mundo!” [p. 81]

 

Aurora: “Contra la tiranía de lo verdadero.― Aunque fuéramos lo bastante insensatos como para considerar verdaderas todas nuestras opiniones, sin embargo, no desearíamos que fuesen las únicas. No comprendo por qué hay que desear la omnipotencia y la tiranía de la verdad; me basta saber que la verdad posee un gran poder. Pero es preciso que pueda luchar, que tenga una oposición, y que de cuando en cuando, podamos descansar de ella en lo que no es verdad ―de lo contrario, lo verdadero se volverá aburrido, trivial y sin gusto alguno, y haría que a nosotros nos pasara lo mismo.” [p. 272]

 

Ecce homo: “Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte. Es preciso estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el peligro no pequeño de resfriarse en él. El hielo está cerca, la soledad es inmensa –¡más que tranquilas yacen todas las cosas en la luz!, ¡con qué libertad se respira!, ¡cuántas cosas sentimos por debajo de nosotros!– La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas ―búsqueda de todo lo problemático y extraño en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral”. [pp. 16-17]

Nietzsche cuidado por su familia en sus últimos días.

Dios: su muerte, su necesidad

Así habló Zaratustra: “Yo no creería más que en un dios que supiese bailar. Y cuando vi a mi demonio lo encontré serio, grave, profundo, solemne: era el espíritu de la pesadez […] Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mí.” [pp. 74-75]

 

La ciencia jovial: “El hombre loco.― ¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que justo antes de la claridad del mediodía encendió una lámpara, corrió al mercado y gritaba incesantemente: “¡Busco a Dios, busco a Dios!” ―Allí estaban congregados muchos de los que precisamente no creían en Dios, provocando una gran carcajada. “¿Acaso se ha perdido?”, dijo uno. “¿Se ha extraviado como un niño?”, dijo otro. “¿O es que se ha escondido? ¿Nos tiene miedo? ¿Se ha hecho a la mar en un barco? ¿Ha emigrado?” ―así gritaban y reían confusamente. El hombre loco saltó en medio de ellos, atravesándolos con su mirada. “¿A dónde ha ido Dios?”, gritó, “yo os lo voy a decir. ¡Nosotros lo hemos matado ―vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! ¿Pero cómo hemos hecho esto? ¿Cómo fuimos capaces de bebernos el mar hasta la última gota? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos continuamente? ¿Y hacia atrás, hacia los lados, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vagamos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el alentar del espacio vacío? ¿No se ha vuelto todo más frío? ¿No llega continuamente la oscuridad y más oscuridad? ¿No tendrán que encenderse lámparas a mediodía? ¿No escuchamos aún nada del ruido de los sepultureros que entierran a Dios?” [pp. 218-220]

 

Crepúsculo de los ídolos. O cómo se filosofa con el martillo: “nunca nos desembarazaremos de Dios como sigamos creyendo en la gramática”. [p. 55]

 

Lou Andreas Salomé: “Nietzsche acentuaba una y otra vez que el cristianismo de la casa parroquial paterna había dotado su carácter más íntimo de «suavidad y blandura, a semejanza de una piel sana»; y que cumplir con todos sus mandamientos le apreció tan fácil como seguir la propia inclinación. Nietzsche consideraba este «talento» suyo para toda religión, por así decirlo, innato e inalienable, una de las causas de la simpatía que todavía le inspiraban los auténticos cristianos incluso en la época en que ya lo separaba de ellos un profundo abismo espiritual.” [pp. 103-104]

 

G. Reale y D. Antiseri: “a pesar de todo esto, Nietzsche está cautivado por la figura de Cristo («Cristo es el hombre más noble»; «el símbolo de la cruz es el más sublime que haya existido nunca») y distingue entre Jesús y cristianismo («el cristianismo es algo profundamente distinto a lo que su fundador quiso e hizo»). Cristo murió para indicar cómo hay que vivir: «Lo que dejó en herencia a los hombres fue la práctica de la vida; su comportamiento ante los jueces, los esbirros, los acusadores, y ante toda la clase de calumnias y de escarnios, su comportamiento en la cruz […]. La palabras dirigidas al ladrón sobre la cruz encierran en sí todo el Evangelio». Cristo fue un «espíritu libre», pero el Evangelio murió con él: también el Evangelio «fue suspendido de la cruz» o, mejor dicho, se transformó en Iglesia, en cristianismo, es decir, en odio y resentimiento contra lo noble y lo aristocrático: «Pablo fue el más grande de todos los apóstoles de la venganza».” [p. 388]

 

Retrato de autor desconocido.

 
El temor, el dolor, el placer, la música

Así habló Zaratustra: “Profundo es su dolor. / El placer es aún más profundo que el sufrimiento. / El dolor dice: ¡Pasa! / Mas todo placer quiere eternidad, / ¡quiere profunda, profunda eternidad!” [p. 318]

 

Aurora: “Temor y amor.― El miedo ha hecho que progrese el entendimiento general sobre el hombre más que el amor, porque el miedo nos hace entrever quién es el otro, qué sabe y qué quiere. Equivocarse en esto, supondría un gran peligro y perjuicio. El amor, por el contrario, posee un impulso secreto a ver en el prójimo todo lo hermoso o a alzarle a lo más alto en todo lo posible; para él sería un placer y una ventaja engañarse en este aspecto ―y eso es justo lo que hace.” [pp. 218-219]

 

Aurora: “Noche y música.― Sólo en la noche, y en la penumbra de bosques umbríos y de cavernas, pudo desarrollarse tan extraordinariamente ese órgano del miedo que es el oído. Un desarrollo posible gracias al modo de vida de los miedosos, esto es, la época más larga de la historia de la humanidad. En la claridad, el oído es mucho menos necesario. De ahí el carácter de la música: arte de la noche y de la penumbra.” [p. 205]

 

Fuentes:

 

Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza, 1997

Aurora. Madrid: Biblioteca Nueva, 2003.

Crepúsculo de los ídolos. O cómo se filosofa con el martillo. Madrid, Alianza Editorial, 2010.

Ecce homo. Madrid: Alianza, 1996.

La ciencia jovial. Madrid: Biblioteca Nueva, 2001.

Más allá del bien y del mal. Madrid: Alianza, 1983.

Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (II Intempestiva). Madrid: Biblioteca Nueva, 1999.

 

 

Otros:

Lou Andreas Salomé. Friedrich en sus obras. Barcelona: Editorial Minúscula, 2005.

Byung Chul-Han. El aroma del tiempo. Barcelona: Herder, 2015.

G. Reale y D. Antiseri. Historia del pensamiento filosófico y científico, III. Barcelona: Herder, 2005.

Stefan Zweig. La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche). Barcelona, Acantilado, 1999.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La amistad según Michel de Montaigne (1533-1592) / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Una pequeña historia de Navidad (de Eduardo Galeano)

¿Cuánto nos representa a todos “El hombre de Vitruvio”? Discusiones y reflexiones en torno al célebre dibujo de Da Vinci / Por: Víctor H. Palacios Cruz

¿Por qué lloramos cuando vemos las fotos de nuestros hijos más pequeños? / Víctor H. Palacios Cruz

Carta de despedida a mis alumnos / Por: Víctor H. Palacios Cruz

La Máquina de Ser Otro: las relaciones humanas y las fronteras del yo. Por Víctor H. Palacios Cruz