La búsqueda de conocimiento como escuela de la vida en comunidad / Por: Víctor H. Palacios Cruz

 

El café, pintura de R. Balaca (1860-1865).

Denostado por ciertos caudillos populistas, la pandemia ha renovado la confianza en el saber científico. Incluso ha vuelto a probar la necesidad que tenemos siempre de una perspectiva amplia y filosófica de nuestras experiencias. La obtención de la vacuna contra el COVID-19, por ejemplo, ha confirmado en particular que el conocimiento no resulta de empeños solitarios y dispersos, sino de nuestra capacidad de cooperación e intercambio. El imperativo de humildad que deriva de ello no rebaja a nuestra humanidad, sino que, por el contrario, la enaltece al restituirle su auténtica plenitud, pues ninguna persona puede entenderse a sí misma como individualidad autónoma, sino únicamente como parte de una interrelación constante y de una vida en comunidad.

 

“Creo en los cafés, en el diálogo,

creo en la dignidad de la persona,

en la libertad.”

E. Sabato

 

       Maurice Merleau-Ponty propone este ejercicio: tenemos una casa a orillas del Sena. Alguien la observa desde el otro lado del río, otro desde un costado, otro lo hace situado detrás de ella y uno más, digamos, desde lo alto de un edificio. Desde luego, todas estas miradas difieren entre sí. Por tanto, ¿todas son falsas por igual? ¿Se engaña cada uno de los observadores? Evidentemente no. Pero sería un error aún más grave que cada mirada creyera ser la única posible.

Merleau-Ponty añade que ver es siempre hacerlo “desde algún lugar” y, por ello, nadie ve desde todos los ángulos posibles a la vez. Así, cada visión de las cosas, cada opinión sobre la vida o el universo es siempre, a pesar de su mayor esfuerzo, un encuadre fragmentario que varía según el emplazamiento de cada sujeto. Y según también cómo cambia la capacidad de mirar.

Ver es siempre hacerlo “desde algún lugar” y nadie ve desde todos los ángulos posibles a la vez

Entonces, si no es en ningún observador ¿dónde se halla la casa completa? Sin duda, en la reunión de todas las percepciones. Así también, cada viaje, cada lectura, cada saludo y cada café es un encuentro de caminos que incrementa nuestro contacto con lo real así como incrementa el ser que somos.

El conocimiento es por esencia un trabajo en equipo. Pocas situaciones recientes nos lo han recordado tanto como la obtención de la vacuna contra el COVID-19. La verdad nunca proviene de un solo intelecto, porque hasta el lenguaje en que ella se construye y comunica es el legado de otros y de tantos. Con lo cual, la pluralidad no solo no es nunca un problema, sino que es incluso la condición del mismo saber, pues solo a través de ella quedan a la vista otras áreas y disposiciones de la misma realidad.

M. Merleau-Ponty (1908-1961).

Al revés, nada es más contrario a la ciencia, a la filosofía y aun a la política que la unilateralidad excluyente y la hostilidad hacia lo diverso. Tal vez las contradicciones entre los humanos no sean más que diferencias que se disuelven en un único y más amplio campo visual cuando las voluntades deciden escucharse.

Dice Michel de Montaigne: “en lugar de dedicarnos a conocer a los demás, solo nos esforzamos en darnos a conocer, y nos preocupamos más por despachar nuestra mercancía que por adquirir una nueva. El silencio y la modestia son cualidades muy convenientes en el trato con los demás”.

En esa línea y más brevemente, el fallecido entrevistador norteamericano Larry King decía: “nunca aprendo menos que cuando soy yo el que habla”.

Una actitud acogedora hacia el otro dentro de cualquier forma de sociedad (país, ciudad, edificio de vecinos, claustro universitario, junta empresarial, relación de pareja) es lo más saludable para cada una de las posiciones personales, puesto que solo encontrándose entre sí surgirá algo superior a lo que cada uno descubriría escarbando únicamente dentro de sí mismo.

Larry King: “nunca aprendo menos que cuando soy yo el que habla

A menudo en colegios y universidades se pide a los estudiantes redactar artículos o ensayos que muestren una rigurosa coherencia interna. Pero creo que se trata más de una exigencia técnica –necesaria y formativa, por supuesto–, que de una educación en el genuino amor a la verdad, que es lo que importa. En efecto, la fidelidad que el conocer impone es a las cosas mismas y no a nuestras propias cabezas. Y si ello supone contradecirnos, quedaría probado que, por encima del deseo de quedar bien, nos inspira el deber de ser honestos delante, además, de una inmensidad compleja y cambiante.

Larry King (1933-2021).

Al respecto, podría decirse que está más unido un pueblo cuyos miembros piensen distinto que otro en el que todos piensen igual. Los ciudadanos que reproducen los mismos gustos e ideas –los de un Estado totalitario o los de un mercado que prevalezca sobre el bien común– no precisarían escucharse y les bastaría con no interrumpirse al caminar. Serían ciertamente seres o temerosos o perezosos, pero definitivamente desdichados. Con la salvedad de que es prácticamente imposible que existan dos individualidades idénticas en ese sentido.

En nuestro propio rostro cada ojo no ve lo mismo que el otro, y es obvio que vemos mejor juntando las dos vistas.

Dice Montaigne: “cuando me llevan la contraria, despiertan mi atención, no mi cólera; me ofrezco a quien me contradice, que me instruye”.

Está más unido un pueblo cuyos miembros piensen distinto que otro en el que todos piensen igual

Por cierto, dice “atención”, y no simplemente “respeto”. Es decir, para Montaigne, aquel que tiene un parecer opuesto al suyo es un mejor invitado a su mesa que aquel que coincide con él o, peor aún, aquel que con cualquier propósito le dirige su alabanza. “Ninguna creencia me ofende”, agrega Montaigne y, por tanto, toparse con un juicio desconocido o dispar no lo inquieta ni aparta, sino que más bien lo atrae de buen ánimo. “La causa de la verdad debería ser la causa común de uno y otro”, aclara finalmente.

Algo extraordinario en un hombre que, habiendo sido católico hasta su muerte, no tuvo reparos en tratar afablemente a protestantes y judíos. Más aún, en el siglo XVI de una Francia asolada por la ferocidad con que se entremataban católicos y calvinistas hugonotes, unas décadas antes de la Guerra de los Treinta Años.

Tzvetan Todorov (1939-2017).

Nada rehúye más Montaigne que la adulación o el miedo a enmendar de los que confunden la amistad con la aquiescencia: “busco más el trato de quienes me reprenden que el de quienes me temen. Es un placer insípido y nocivo tener relación con gente que nos admira y nos cede el sitio”. De hecho, quien aplaude cada palabra que sale de nuestra boca –por ejemplo, el alumno que evita discrepar con el profesor–, nos inocula el veneno de la autocomplacencia, bajo cuyos efectos nos sentiríamos tentados de no salir de nosotros mismos y vivir conformes y orgullosos de nuestro siempre pequeño parecer.

Finitos todos, dado que para mirar el mundo hace falta habitarlo –como dice Merleau-Ponty–, estar en él significa adoptar uno y no todos los puntos de vista. Inexorable y maravillosamente todas nuestras miradas se trazan desde el vértice de nuestra ubicación en el espacio como también desde el vértice de nuestros recuerdos, sensibilidades e intereses. Es decir, desde nuestra irrenunciable personalidad.

Charlar no es sino canjear de nuestros respectivos trocitos de mundo

De manera que charlar no es sino canjear de nuestros respectivos trocitos de mundo. Admitir que mi óptica no es la única posible no me amilana ni acompleja, sino que viene a ser la mejor razón para dar la bienvenida al otro. En consecuencia, amar la verdad bajo la certeza de sabernos finitos y mortales –que es únicamente como existimos– termina siendo el fundamento más sólido y humano de toda convivencia. El impulso de todo aquello que vuelve armoniosa y enriquecedora la existencia en sociedad: la cortesía, la acogida, la cordialidad, la amabilidad, la hospitalidad, la integración, etc.

De ahí que la tolerancia sea tan indispensable como insuficiente, si lo que se quiere es acceder al conocimiento. Esto es, si se ama la verdad. Dice Tzvetan Todorov: “conversar con seres diferentes obliga a no tomarse a sí mismo por el centro del universo, y autoinyecta a la par ciertas dosis de tolerancia”.

Robert Palmer (1949-2003).

Concuerdo con Todorov excepto en que ese conversar comporta una iniciativa de acercarse o de recibir al otro, y no solo de coexistir sin trasponer los linderos que separan un terreno del otro. Quiero decir que no basta la tolerancia. El solo tolerar podría esconder una actitud de indiferencia o de secreta denigración del otro. “Tolerar” es “soportar”, como se soporta lo que duele o desagrada.

Pienso que una sociedad, y su política, se sostiene y vive como tal no mientras las esferas privadas se toleren recíprocamente, sino cuando se resuelven a sumar sus testimonios activa y libremente. Una comunidad es una interrelación interna y cotidiana, y no un conjunto de islas incapaces de formar un continente.

Un obrar dogmático y autoritario es antinatural y contrario a una vida en común

Una comunidad se halla más en consonancia consigo misma en tanto que escucha la variedad de voces que la conforman. Lo que en la práctica significa contar con una variada agenda cultural, así como con una adecuada calidad de los espacios públicos. A la inversa, un obrar dogmático y autoritario resulta antinatural y contrario a una vida en común sobre un mundo que es más mundo en la multiplicidad de los discursos y en la convergencia de todos los pronunciamientos vecinales, políticos, artísticos o intelectuales.

Como decían los versos de la canción “Every Kinda People” (1978) de Robert Palmer: “se necesita todo tipo de personas para hacer de lo que se trata la vida; sí, todo tipo de personas para hacer que el mundo gire”.

 


Comentarios

  1. La diversidad estimado es una condición natural y por ende divina. Cualquier forma de homogenizacion significa una distorsión de la naturaleza y por ende un atentado contra el orden divino de las cosas.

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  2. Brillante como siempre estimado Víctor. Gracias por compartir estas tan notables, como amenas, entradas a su blog.

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    1. Viniendo de usted, qué honor me hacen estas palabras. Muchísimos saludos para usted y los suyos y que toda esta larga pesadilla de la pandemia pase pronto y quede lejos, con sus dolores y tristezas.

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  3. ¡Gran artículo, profesor! Como siempre, solo la pluralidad de las miradas será lo que nos acerque un poquito a la realidad.

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    1. Comparto gratísimos recuerdos de nuestras clases, Mario, con tus compañeros y con todas sus intervenciones realmente entusiasmantes. Un abrazo de aliento y también de felicitaciones por tu estupendo blog de divulgación científica, que espero pronto poder compartir también con mis contactos.

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