Unas dosis de Joubert / Por: Víctor H. Palacios Cruz

 


Montaigne me presentó a Plutarco y Borges a De Quincey. Así también, leyendo a Julio Ramón Ribeyro di con un escritor de obra mínima pero memorable: Joseph Joubert (1754-1824), que fue profesor de colegio e inspector de universidad durante el régimen napoléonico. Como en Latinoamérica algunos intelectuales respecto de la Revolución cubana, Joubert se entusiasmó con la Revolución Francesa cuyos excesos luego lo desencantaron. Debemos la publicación póstuma de sus Pensamientos al Conde de Chateaubriand, amigo suyo. Qué paradoja, pues no hay estilos más contrapuestos que los de ambos. Frente al Chateaubriand de producción copiosa y retórica solemne y suntuosa, Joubert fue un autor de textos escasos, brevísimos y punzantes. El primero trazó con detalle una extensión de valles y montañas. El segundo se limitó a señalar unas cuantas cimas dejando a sus lectores la tarea de completar el resto del paisaje, cada cual a su manera y con unánime fervor. Aquí una selección.

 

 

Educación

 

“Enseñar es aprender dos veces”.

 

“Todo niño que no haya sentido grandes temores carecerá de grandes virtudes. Las grandes potencias de su alma no habrán sido removidas. El frío templa el hierro y el temor templa las almas. Los grandes temores a la vergüenza son los que hacen de la educación pública preferible a la doméstica, porque la multitud de los testigos es la única que hace terrible la reprobación y la censura pública es, entre las censuras, la única que hiela de espanto las buenas almas.”

 

 

El sonido y la música

 

“Un solo sonido bello es más bello que una larga conversación”.

 

“Como en la música, el placer nade de la mezcla de sonidos y silencios, de descansos y de ruido, así nace, en la arquitectura, de la mezcla bien dispuesta de vacíos y de llenos, de intervalos y de masas”.

 

“El ruido hiende el aire y el sonido se sostiene en él. El ruido distrae, el sonido recoge. El sonido nos calma y el ruido nos agita. Y es que el ruido trastorna nuestra situación, pero el sonido nos da otra. Somos todos instrumentos que el sonido pone de acuerdo, pero que el ruido desorganiza. El ruido es un sonido aplastado; es informe.”

  


Sentidos, memoria, imaginación

 

“No es el sol el que está en el cielo que vemos, sino el que está en el fondo de nuestra retina”.

 

“La memoria y el olvido son la madre y el padre de las musas”.

 

“La imaginación ha hecho más descubrimientos que los ojos”.

 

Lenguaje y pensamiento

 

“Quisiera que los pensamientos se sucedieran en un libro como los astros en el cielo, con orden, con armonía, pero fácilmente y a intervalos, sin tocarse, sin confundirse; y no obstante no sin seguirse, sin concordar, sin combinarse. Sí, quisiera que fluyesen sin agarrarse y sujetarse, de modo que cada uno de ellos pudiera subsistir independiente. Nada de cohesión demasiado estricta; pero nada tampoco de incoherencias: la más leve es monstruosa.”

 

“En el lenguaje ordinario, las palabras sirven para recordar las cosas; pero cuando el lenguaje es realmente poético, las cosas sirve siempre para recordar a las palabras”.

 

“La verdadera metafísica no consiste en hacer abstracto lo que es sensible, sino en hacer sensible lo que es abstracto, aparente lo oculto; imaginable, si es posible, lo que solo es inteligible, inteligible por fin lo que se escabulle de la atención”.

 

“Los pensamientos deben seguirse entre sí y vincularse como los sonidos en la música, por la única relación de armonía, y no como los eslabones de una cadena, como cuentas enhebradas”.

 

 

Retrato del Conde de Chateabriand (1768-1848)

La vida política

 

“Uno de los más seguros medios de matar un árbol es descalzarlo y poner a la vista sus raíces. Al igual que las instituciones. No hay que desenterrar en exceso el origen de las que desean conservarse. Todo inicio es pequeño.”

 

“A los que quisiera gobernar les gusta la república; a quienes desean ser bien gobernados solos le gusta la monarquía.”

 

“El hombre animal solo considera realmente su patria el país que sus ojos pueden abarcar volviéndose hacia todos lados, cuando está situado en el punto que forma el centro del suelo donde está situada su morada natal, como una isla en medio del mar. El hombre sensible solo considera como sus verdaderos compatriotas a quienes habitan ese espacio de tierra. Por lo que se refiere al hombre civil, su patria moral será siempre demasiado extensa cada vez que no sea miembro de un pueblo en el que sea posible para cada individuo conocer a todos sus compatriotas y ser conocido por todos ellos. (…)

Los grandes Estados deben intentar subdividirse de mil modos, si realmente desean la felicidad general e individual. Su propia fuerza exterior depende de la multiplicidad y de la unión de sus partes”.

 

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