"Solo para fumadores" de J. R. Ribeyro y la fugacidad de la existencia / Víctor H. Palacios Cruz


Comparto un fragmento de mi conferencia "El orden de las rosas. "Silvio en El Rosedal" y el anhelo de saber en J. R. Ribeyro", organizada por El Club Ribeyro y difundida el reciente 28 de diciembre de 2020, y que alude a otro de los relatos cumbre de la obra narrativa del autor de La palabra del mudo.


Nada ayuda tanto a aligerar el paso del tiempo y el espacio, y nada nos eleva mejor por encima de nuestra ruta áspera sobre la Tierra como aquellas gracias creadas por los grupos humanos más diversos: el contar historia y la música. Una vida gris y anhelante fluye, sin embargo, cuando cada punto de su trayecto se ocupa con sonidos y palabras.

Por ejemplo, las canciones nos ayudan a atravesar distintas duraciones sin notoriedad, y vuelven llevaderos los tramos de la espera, la longitud de una travesía, el arduo trabajo en el campo bajo el sol o el dulce pasear a un bebé hasta su sueño.

Al respecto hay una hermosa anécdota en el Decameron de Bocaccio que Ítalo Calvino recoge en uno de sus ensayos (1996, 52):

“–Doña Oretta, si quereís, os llevaré gran parte del camino que hemos de andar como si fuerais a caballo, con una de las más bellas novelas del mundo.

La señora respondió: –Señor, mucho os lo ruego, que me será gratísimo.

El señor caballero, a quien tal vez no le sentaba mejor la espada al cinto que el contar historias, oído esto comenzó una novela que en verdad era en sí bellísima, pero que él estropeaba gravemente, repitiendo tres, cuatro o seis veces una misma palabra, o bien volviendo atrás y diciendo a veces: «No es como dije» (…)

Con lo cual a doña Oretta, al oírlo, a menudo le entraban sudores y un desmayo del corazón, como si estuviera enferma y a punto de morir; cuando ya no lo pudo aguantar más, viendo que el caballero se había metido en un atolladero y no sabía cómo salir, le dijo placenteramente:

–Señor, este caballo vuestro tiene un trote demasiado duro, por lo que os ruego que me dejéis seguir a pie”.

Ítalo Calvino comenta: “el cuento es un caballo: un medio de transporte, con su andadura propia, trote o galope, según el itinerario que haya de seguir” (1996, 52-53). Es, pues, evidente que la impericia del escritor o del músico arruinaría la marcha y nos devolvería de bruces contra el suelo del sendero.

Sheherezada cuenta historias que interrumpe hábilmente para llegar a ver la luz del día siguiente. Es la avidez de la continuación del relato lo que devuelve al sultán que la escucha el interés por la vida que una traición le había arrebatado. Las mil y una noches dejan de ser tan numerosas sobre la alfombra voladora de la voz de Sheherezada.

En la cuentística de Ribeyro, pienso, la cima del contar historias llega después con “Solo para fumadores”, pues allí reanuda el desenlace musical de “Silvio en El Rosedal”. “Solo para fumadores” refleja el conjunto de su producción narrativa por medio de un cuento que es muchos cuentos y es, sobre todo, el ejercicio más puro del contar historias, una tras otra, dado que la culminación del texto no llega como consecuencia de un cierre o un desenlace, sino que simplemente se interrumpe.

Al hilo de su vínculo biográfico con el tabaco, una mezcla indiscernible de memoria e imaginación desplaza al autor a lo largo de distintos escenarios, compañías, trabajos, etapas, pensamientos, escritores leídos y la propia vocación literaria –en suma, viajar y vivir–, y es solo la inminente falta de provisiones lo que lo obliga a abandonar su escritorio. Con la sensación de que el final queda abierto a una virtual continuidad sin término, sujeta a una nueva dotación de nicotina, puesto que “escribir es un acto complementario al placer de fumar”.

Y qué poder metafórico el de una cigarro respecto de la existencia humana: un puñado de hebras sutiles y entreveradas, una selva en miniatura que un envoltorio de papel encierra, alarga y embellece, y cuyas volátiles cenizas, como las de nuestros cuerpos, son el precio que se paga por el resplandor que se produce.



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