¿Cómo comenzamos a amar los libros? Una conversación entre Víctor H. Palacios y Alberto Machuca


Imagen: Joven decadente, pintura de Ramón Casas i Carbó, 1899.


La disputa entre el libro de papel y el libro digital –que ahora mismo es más convivencia que rivalidad– olvida que ya la aparición del libro como objeto –rollo de papiro o pergamino y luego un puñado de hojas unidas por uno de sus costados – fue un acontecimiento novedoso que despertó el recelo incluso de Platón, para quien un escrito es solo el simulacro de una sabiduría que únicamente existe en el diálogo.

Antes de Gutenberg, el lugar de la cultura era la oralidad y, a lo sumo, la lectura en grupo. Por ello, la multiplicación de los libros provocada por la imprenta supuso la propagación de una conducta extraña y sospechosa: leer a solas y en silencio, un contacto invisible con el conocimiento y las historias. Sin saberlo, todos somos hijos de ese lazo clandestino, de esas ensoñaciones solitarias.

Comparto con los lectores una charla amena y feliz con el mediador de lectura –y grandísimo lector– Alberto Machuca Maza, con la que intentamos reconstruir los sucesos borrosos pero cruciales de la infancia que grabaron a fuego en nosotros un común amor por los libros. Y entender con ello qué ha quedado en el camino de esa marca que, como todo lo que nos ocurre cuando niños, no hace más que ahondarse con el paso de los años.


Primera parte





Segunda parte


Agradecimiento especial a Alberto Machuca M.


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