Los juegos de los niños y la filosofía / Por: Víctor H. Palacios Cruz

 

Oskar Kokoschka, Niños jugando (1909).

Nada más serio para los niños que jugar. La actividad más pura, feliz e intemporal. En mi experiencia de padre que ve a su bebé ampliar cada día sus posibilidades de entretenimiento y actividad se entromete mi mirada de académico o filósofo, y me emociono encontrando conexiones y similitudes que no esperaba. Comparto unas observaciones domésticas y un texto de Julio Ramón Ribeyro a propósito, utilizado a menudo en mis clases.

 A Benjamín, mi chinito risueño y vivaracho.

 En mi hijo de un año y tres meses el estar despierto se confunde permanentemente con el jugar. Además de reír, correr o esconderse para que le dé alcance, él mira, prueba, imita, manipula y descompone todo lo que tiene a la mano. Con el tiempo, sus juegos se volverán más diferenciados, prolongados y complejos, pero ya en cada pequeña cosa que hace –y en su semblante serio y concentrado– observo todas las relaciones que puede trabar con la parte del mundo que le toca: el descubrimiento, la participación y la posesión.

Lo que un niño hace jugando, por medio de sus ojos y sus dedos, yo lo intento al filosofar por medio de mis palabras y mis textos

Hasta cuando veo que, sobre su piso de goma, arrastra una cajita y enronquece su voz emulando el motor de un auto, siento que asoma el destino de mi oficio o, más bien, mi manía de pensarlo todo. Lo que él hace por medio de sus ojos y sus dedos, unas veces con agrado y excitación, y otras agitado por alguna impaciencia, yo lo intento a través de las palabras y mis textos: el deseo de encontrarle una definición, una causa y un sentido a cada hecho y el empeño por inscribirlo en una estructura que le dé alguna coherencia, con una ambición todavía más descabellada que la de intentar reproducir la calle, la gente y el paisaje por medio de unos cubos y unos bloques que se desordenan y se juntan.

Julio Ramón Ribeyro y su hijo Julito en París hacia 1973.

Más de una vez el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro encontró en los juegos de su único hijo un anuncio o un símbolo de su profesión de escritor. Pero en una página de Prosas apátridas, ese libro suyo que he leído más veces que ningún otro en toda mi vida, hace una anotación aún más sugerente y cercana a mi condición:

“Al igual que yo, mi hijo tiene sus autoridades, sus fuentes, sus referencias a las cuales recurre cuando quiere apoyar una afirmación o una idea. Pero si las mías son los filósofos, los novelistas o los poetas, las de mi hijo son los veinte álbumes de las aventuras de Tintín. En ellos todo está explicado. Si hablamos de aviones, animales, viajes interplanetarios, países lejanos o tesoros, él tiene muy a la mano la cita precisa, el texto irrefutable que viene en socorro de sus opiniones. Eso es lo que se llama tener una visión, quizá falsa, del mundo, pero coherente y muchísimo más sólida que la mía, pues está inspirada en un solo libro sagrado, sobre el cual no ha caído la maldición de la duda. Solo tiempo más tarde se dará cuenta de que esas explicaciones tan simples no casan con la realidad y que es necesario buscar otras más sofisticadas. Pero esa primera versión le habrá sido útil, como la placenta intrauterina, para protegerse de las contaminaciones del mundo mayor y desarrollarse con ese margen de seguridad que requieren seres tan frágiles. La primera resquebrajadura de su universo coloreado, gráfico, será el signo de la pérdida de su candor y de su ingreso al mundo individual de los adultos, después de haber habitado el genérico de la infancia, del mismo modo que en su cara aparecerán los rasgos de sus ancestros, luego de haber sobrellevado la máscara de la especie. Entonces tendrá que escrutar, indagar, apelar a filósofos, novelistas o poetas para devolverle a su mundo armonía, orden, sentido, inútilmente, además”.


En efecto, en los juegos más avanzados de los niños se encierra un mundo en miniatura, un simulacro de lo real a una escala a su medida. Una pelotita, un títere, un juego de té no bastan por sí solos, más bien se vuelven parte de una historia, una rutina o un conjunto. La pieza es juego solo cuando genera algo mayor. Ello prueba, como en mi bebé, que desde muy temprano el humano ensaya una tendencia hacia la apropiación y la construcción, que responde a su vez a una profunda necesidad de darle orden y función a las cosas. Quizá bajo la influencia de la casa y de quienes la comparten con él. Pues el espacio doméstico es su primera versión del cosmos, el primer fragmento de una realidad inabarcable sobre la cual más adelante intentará reconocer la misma clase de unidad y armonía que tenía en el rincón donde jugaba.

En los juegos más avanzados de los niños se encierra un mundo en miniatura, un simulacro de la realidad a una escala a su medida

Por cierto, llegada cierta edad las reglas del juego se vuelven muy estrictas para los niños, al punto que suelen enfadarse mucho cuando un compañero las conculca, o cuando alguien invade el área que para él es, por ejemplo, una autopista, una granja o una canchita de fútbol. Mágicamente ellos transforman las cosas y les confieren una nueva existencia con sus propias atribuciones. Negarles todo eso representaría un acto de destrucción, la insoportable pérdida de un poder soberano.

Ocurre que ellos necesitan en sus comportamientos unas referencias estables a las que aferrarse mientras crecen y acceden poco a poco al ámbito de los adultos. Un juego sin normas sería para un niño algo así como una vida sin padres o un universo desolado y caótico. Es decir, el desamparo. De ahí que ellos se tomen más a pecho las reglas de sus juegos que los mayores las normas de la sociedad que, como decía Johan Huizinga, es en cierta forma una proyección del acto de jugar.

Joaquín Sorola, El balandrito (1909).

Además, es conocida la dimensión moral que tiene el juego al habituar al niño a ceñirse a unos códigos, a fiarse de un entorno distribuido y estable dentro del cual conducirse individualmente. A través de muñecos, animalitos o canicas, o en esos juegos colectivos de los que se han visto privados nuestros hijos durante la pandemia aún en curso, ellos ensayan su futuro sin saberlo, su paso a la esfera de la mayoría de edad en que interviene una cantidad incomparablemente mayor de jugadores y en que se juegan, a la vez, varios juegos que interfieren entre sí.

Y cuando Benjamín toma entre sus dedos un trozo de queso como si fuera un carrito o hace de una lata una olla donde cocinar como papá y mamá, o cuando cualquier niño toma una escoba por caballo o un cepillo por micrófono , su imaginación al fin se ha desembarazado de los sentidos. Surge, entonces, una confianza en la mente, que es el principio de la confianza en las ideas y en los ideales. Una confianza depositada en lo invisible y que supone seguir lo que no se ve a partir de lo que se ve.

Los niños se toman más a pecho las reglas de sus juegos que los mayores las normas de la sociedad

En ello se anuncia la futura práctica de la abstracción y el pensamiento con que luego opera por ejemplo la filosofía, que es mi trabajo. Pero, sobre todo en esa decisión de añadir algo a lo evidente, y por tanto de engrandecer el más humilde objeto, un niño se prepara para comprender que los seres humanos tienen un corazón que está más allá de sus palabras, que existen los secretos, que hay silencios que deben ser respetados. Que todos somos más grandes que la pequeñez que estamos condenados a mostrar.

Que, en suma, todo tiene un fondo oculto, un misterio. Y que, como el hijo del autor de La palabra del mudo, no debe esperarse que la suma de los novelistas, poetas y filósofos ni la de sus propias experiencias agote la totalidad de lo existente.

A. A. Nicolajevich, Jugando en la playa.

Porque -por fortuna además- decir, como hace Ribeyro, que esa búsqueda de sentido es “inútil” no es precisamente adelantar una derrota y declarar una renuncia. Sino, más bien, insinuar que se trata de un camino sin término que habrá de asegurarnos la mayor de las dichas. La de saber que nunca dejaremos de avanzar, de escribir y de cotejar nuestros hallazgos con los de otros compartiendo un aula, una tarde o un café. Que entender el mundo es una tarea tan necesaria como irrealizable. Que, por tanto, jamás dejaremos de jugar. Y de jugar juntos rodeados por la inmensidad.

 

 

Comentarios

  1. Es maravilloso que pueda compartir estas observaciones, imagino que el pequeño Benjamín debe extrañar jugar en el parque o con otros pequeños de su edad, una vez me comentaron el caso de una madre que no quería que nadie juegue con su bebé, lo cual lamentó con el pasar del tiempo porque su hijo se no soportaba compañía de otros(as) niños(as). Cuan importante es el juego para su aprendizaje. Saludos para todos en casa profesor.

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    1. Otro caso es el de niños que no juegan con otros no porque se los impidan, y a veces se los deben impedir lamentablemente como en la crisis sanitaria que vivimos, sino porque se les permite permanecer demasiado tiempo delante de celulares y videojuegos, desarrollando una adicción difícilmente afrontable justo en estos tiempos de encierro para los pequeños. Si algo ha sobredimensionado la cuarentena que hemos vivido ha sido el empleo casi a toda hora y por parte de todos los miembros de la familia de los dispositivos electrónicos, y eso altera la vida personal y las relaciones familiares.
      Es otro gran tema el del reemplazo de los juegos colectivos de la calle con los que habíamos crecido hasta hace poco, por los juegos solitarios y tecnológicos que hechizan con su poderoso simulacro de un mundo paralelo al real. Es una atracción difícil de vencer una vez que se ha apoderado de la vulnerable mente de un pequeño. Gracias por comentar

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  2. Qué hermosa reflexión sobre la actividad lúdica infantil...Desgraciadamente, esta emergencia sanitaria ha frenado los juegos infantiles, dónde están concentrados sus intereses y necesidades...En lo que me concierne, cómo abuelito de Benjamín, es que guardo la esperanza de correr con él tras un balón de fútbol o empujar un carrito sobre una pista...
    Besos y cariñitos para mí Chinito de la sonrisa dibujada en su rostro...
    Coco Morán Alméstar.

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    1. Tengo una fe testaruda en que volveremos a esa normalidad perdida, como la gripe en su momento la COVID-19 se volverá habitual entre nosotros y poco a poco por ello mismo más controlable. Nos falta tiempo y perspectiva para evitar fatalismos y desalientos. Y entonces, querido Coco, reencontrarnos en familia y con los amigos será todavía más fascinante y agradecible. Y quizá recuperamos el encanto que tiene saber que los momentos son todos únicos e irrepetibles

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  3. Que agradó leer tan interesante reflexión. Ya la habíamos compartido en algún momento en clase. Se la he leído a mi padre y le ha hecho recordar cuando yo era niño y mi enciclopedia era una especie de Biblia irrefutable.

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    1. Gracias, Marco, por tu lectura y tu comentario. También recuerdo y mucho las clases compartidas. En cierto modo hasta una clase tiene algo de juego y, por tanto, de aventura, deleite y descubrimiento en medio de la búsqueda de sentido compartida y dialogada.

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  4. Me ha hecho recordar a mi niñez. a esa etapa que, como usted dice "los niños se toman más a pecho las reglas de sus juegos que los mayores las normas de la sociedad" y tiene mucha razón ¿qué nos pasó? Si con el pasar del tiempo, a pesar de ir desarrollando aún más la madurez, en el fondo no deberíamos dejar de ser un hombre con alma de niño.
    Los niños son la fuente de felicidad en una familia, en un hogar, lamento decir que soy hija única, quizá pronto mi familia estará en la dulce espera, y bueno espero que sea así, porque no existe mejor momento que tener a alguien tan pequeñito por la casa, llenando el ambiente de luz.
    Amé lo que ha escrito, gracias!

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  5. El extraordinario músico y director de orquesta argentino, con varias nacionalidades internacionales, Daniel Baremboim, fue un niño prodigio del piano. Creció escuchando esa frase alrededor. Sin embargo, su padre, también músico y por lo visto un padre admirable, le explicó que debía olvidarse de la palabra "prodigio" y, en cambio, nunca de la palabra "niño". Picasso, por su parte, contó que toda su vida intentó pintar desde la mirada del niño, sin conseguirlo jamás, y por ello mismo pintando toda su vida. Gracias, Suny, por el comentario, y todo mi aliento para tu familia. DEsde luego, si difundes el blog entre tus contactos, te lo agradeceré muchísimo

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