Los daños de la pandemia a la enseñanza universitaria: descripción y propuestas / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Vasili Kandinsky, Con y contra, 1929.

Es sabido que, pasado el contagio, la COVID-19 deja afectados en mayor o menor grado algunos órganos del cuerpo. Su expansión, todavía irreversible, ha tocado también varios centros fundamentales de la sociedad: la vida familiar, el trabajo, la economía y la educación en todos sus niveles y sectores. Comparto unas observaciones sobre el caso de la enseñanza universitaria y, en especial, sobre el impacto silencioso y demoledor que está produciendo en el profesorado.

Un análisis en cuatro variables

1. El deterioro de la calidad educativa 
Las deudas y el retiro de numerosos estudiantes a causa de la enorme grieta económica abierta en sus familias –los empleos desbaratados por la larga cuarentena en el país–, han causado un cataclismo financiero en prácticamente todas las universidades del país. Amparándose en el apremio por sobrevivir, muchas de ellas han tomado la decisión más dolorosa: despedir a docentes con contratos menores al tiempo completo e, incluso, aplicar la llamada “suspensión laboral perfecta”. 
El modo de tratar esta cuestión indeseable ha variado de una institución a otra y, claro, no han escaseado los casos de maltrato y prepotencia. Al interior las consecuencias eran previsibles: los profesores con contrato indefinido han visto añadida a su carga lectiva –muchas veces ya considerable– las horas de los colegas ahora ausentes.

Los profesores reciben una cantidad de responsabilidades que ya habría sido insostenible en tiempos presenciales y que ahora se torna apabullante

El resultado es una cantidad de responsabilidades que ya habría sido insostenible en tiempos presenciales y que ahora se torna apabullante, tomando en cuenta el desgaste físico y emocional que supone mezclar el trabajo con la casa y la casa con el trabajo. 
Si por una sola clase la ética impone varias horas de preparación, documentación, actualización, evaluación y orientación de los alumnos, este alud de tareas nos deja con un margen de acción drásticamente disminuido, enfrentados a la alta probabilidad de no dar buenas clases, con la energía y la cabeza renovadas, que es a lo que tienen derecho nuestros matriculados, para intentar al menos salvarlas y cumplirlas. 
Los estudiantes notarán el agotamiento de sus maestros y se discutirá de nuevo si es justo lo que se paga por cada crédito académico. Pero ¿qué podríamos responder? Que se nos exija “dar el doscientos por ciento” en estas circunstancias, como se escucha en reuniones llenas de entusiasmo y poco realismo, resulta no solo iluso sino también inconsecuente.

V. Kandinsky, Amarillo rojo azul, 1925.


2. La frustración vocacional de los profesores 
En mi camino de 26 años de docencia universitaria, he conocido colegas dedicados que no se perdonan una sola clase floja en su jornada. Pero también otros muchos a los que no les importa aceptar más de veinte horas semanales, y aun agregar algunas más en otras universidades. Normalmente no existe capacidad terrenal para acometer algo así, a no ser que hablemos de una deliberada despreocupación por el nivel de lo impartido. Un trabajo, en suma, guiado no por el amor a la enseñanza y el interés por los alumnos, sino por un piloto automático de memoria y de rutina, que por supuesto no compromete ni consume. 
(Dejo a un lado sin remedio otro asunto: el exceso de universidades, la improvisación del profesorado, los bajos salarios y la angustia por completar el presupuesto familiar acudiendo a otros empleos.)

La resignación y la impotencia pueden llevar a lo peor: al odio de lo que se hace

Quienes nos dedicamos por vocación a este oficio sufriremos la inminente falta de tiempo y aire para explicar con gusto y solvencia cada contenido. Entregarse por igual y de inicio a fin durante todas las clases cada semana supondría arriesgar la salud corporal, psíquica y familiar. 
Pero, a la vez, escatimar el esfuerzo traerá consigo el remordimiento de estar traicionando convicciones y principios, en suma rebajar esa intensidad sin la cual muchos no concebimos contar una idea o una historia. ¿Qué conciencia podría tolerar estas culpas? La resignación y la impotencia pueden llevar aun a lo peor: al odio de lo que se hace, a no ser que aceptemos –qué espanto– maquinizarnos para no pensar ni sentir. Deshumanizarnos, en suma. 

V. Kandinsky, En blanco II, 1923.


3. La arbitrariedad institucional 
Entendiblemente muchos suspiran diciendo: “somos afortunados, al menos tenemos empleo”. Pero esa innegable verdad se vuelve peligrosa cuando queda en manos de una mala voluntad administrativa. Cada caso es distinto, reitero, pero no sería extraño que algunas gestiones vean este presente como una oportunidad para aumentar la presión sobre los trabajadores y lavarse las manos respecto del declive del servicio brindado. 

Lo pernicioso del exceso de normas y requerimientos es que multiplican las ocasiones de incumplimiento y sanción

De ahí también lo pernicioso del exceso de normas y requerimientos, que multiplican las ocasiones de incumplimiento y sanción. Por parte de los docentes, cunde la zozobra ante la posibilidad de ser observados por una falta leve así como el miedo a confesar una discrepancia. A cada sesión virtual acude, en consecuencia, un maestro extenuado, intranquilo y perturbado. 
Mientras tanto las reuniones que se convocan vía Zoom no proporcionan ni consuelo ni esperanza, puesto que se limitan a comunicar directivas sin ofrecer la posibilidad de debatirlas, eliminando la aportación insustituible del profesor, que es el testimonio de quien trabaja en la zona más decisiva del conjunto, la transmisión del conocimiento y la relación con los alumnos. 

V. Kandinsky, Composición VIII, 1923.


4. El envilecimiento de la conducta laboral 
Semejante crisis es la situación perfecta, soñada, para los planes más oprobiosos de un gobierno universitario, peor aún si el perfil empresarial prevalece sobre el propiamente educativo. 
Como es sabido, un régimen autoritario en la política como en la educación genera alineamientos y acomodos. Es decir, hipocresías. Bajo la mirada ansiosa de quien solo anhela el poder, todo rumor es conspiratorio y los subordinados se dividen entre leales y sospechosos.

Un régimen autoritario en la política como en la educación genera alineamientos y acomodos. Es decir, hipocresías

La vigilancia y la delación se convierten en un vil instrumento para lograr la permanencia o el ascenso en el puesto. Los docentes recelan entre sí, temen ser sinceros, callan u observan atentamente mientras esbozan una sonrisa. Muchos se sienten superiores por ceñirse a las reglas y disposiciones, sin que nada de ello suponga amar la profesión de verdad y enseñar con apasionamiento y rectitud. 
Por lo demás, el incremento de las obligaciones burocráticas alimenta la mediocridad, que vive tan a sus anchas en la satisfacción de los mínimos antes que en el esmero por la excelencia. 

V. Kandinsky, Línea transversal, 1923.


Posibilidades para afrontar la adversidad

1. Concertación interna 
En la previsión de este triángulo crítico: fatiga del profesorado, deterioro de la calidad del producto y clima laboral explosivo, lo aconsejable sería convocar encuentros puertas adentro a fin de buscar fórmulas para mantener una educación aceptable con los recursos disponibles. Es la hora de la imaginación y no de la simplicidad; es la hora del consenso más que de la imposición. 
Quizá las aspiraciones más modestas sean a la larga las que tengan más porvenir. Pero no puede ser que la solución a la pérdida de ingresos pase solo por sobrecargar y afectar el recurso principal y más preciado de una estructura educativa: el maestro. 

Es la hora de la imaginación y no de la simplicidad; es la hora del consenso más que de la imposición

2. Defensa legal de los profesores 
Los docentes no pueden tener miedo a disentir y expresar su percepción de las cosas. Su punto de vista honesto no es jamás un estorbo, sino la información más fiable y valiosa que pueda recibir un directivo. Por tanto, ellos necesitan sentirse legalmente amparados en el ejercicio de su trabajo. 
Pienso que los departamentos de asesoría legal y dirección de personal deben ser receptivos a sus consultas y malestares, y ofrecer las aclaraciones y orientaciones que sean necesarias. Eso es también responsabilizarse por la marcha saludable y aun el futuro económico de la organización. El funcionamiento de cualquier grupo prospera cuando sus miembros se saben reconocidos, respetados y seguros. 

V. Kandisnky, Arco y punta, 1929.


3. Simplificación de la carga administrativa 
Siempre he tenido la impresión de que el incremento de controles laborales, informes, estándares y reglas, parte de una profunda desconfianza en el trabajador. Para muchas universidades, y más aún aquellas con sucursales en varias ciudades del país, un docente es una pieza intercambiable, sin valor propio, pues lo que cuenta es la repetición del mismo sílabo y el mismo patrón de contenidos. Una homogeneidad que violenta la libertad de cátedra y sofoca el crecimiento personal, que es lo que en rigor atrae más a los estudiantes. Y, luego, lo que más prestigia a la institución y contribuye a la sociedad. 
Bajo esa óptica, no sé si conveniente para las fábricas pero de ninguna manera pertinente para la enseñanza, el profesor es un operario, el ejecutor de un sistema irrefutable cuyo funcionamiento no debe ser interferido por la originalidad, el cuestionamiento y la diferencia de estilos.

Para muchas universidades un docente es una pieza intercambiable, sin valor propio

En esta era de escasez de tiempo y fuerzas ante una gestión académica aplastante, nada brindará tanto alivio como una simplificación de los procesos administrativos que acompañen la organización curricular, a fin de no generar un cansancio mayor del necesario. 
Hace falta sentido común y flexibilidad por parte de los distintos estamentos dentro y fuera de las universidades –Sunedu incluida– para evitar el exceso de trámites, reportes y tareas menudas que no tienen incidencia clara en el bien del conjunto. En este contexto, sin duda juegan con ventaja las universidades que hicieron contrataciones adecuadas y fomentaron a tiempo un espíritu corporativo, una identificación interna, una optimización operativa y una actualización intelectual y tecnológica de su personal. 
Como soldados en el campo de batalla, los docentes debemos tener de nuestros superiores las instrucciones más claras y sencillas, y una sola vez a ser posible, porque recibir una directiva tras otra, e incluso improvisaciones, puede hacer que nos dé una bala en el cuerpo por haber tenido que mirar para otro lado. 

V. Kandinsky, Trama negra, 1922.


4. Mayor relación de la universidad con la comunidad 
Como ya hacen algunas instituciones reputadas, ante el escrutinio de los medios de comunicación las universidades deberían reforzar su vínculo con el público exterior. Por ejemplo, compartir con la comunidad su patrimonio inmaterial más allá de lo académico. Ahora es cuando la población aprecia más la ciencia y la generosidad de los expertos; y se supone que la mayoría de ellos están en las universidades. 
Me refiero a volver accesibles su banco bibliográfico, sus servicios técnicos, su consultoría legal, psicológica y médica, su oferta cultural, etc. Ahora más que nunca la universidad debe organizarse para aprovechar su bagaje, compartir su sabiduría práctica y mantener una continua conexión con la ciudadanía que permita ponderar mejor su saber y su compromiso social. Y con ello fomentar una sólida simpatía que ayude a valorar el costo de los estudios de sus hijos. 

Es mejor plantar cara a la tormenta como unidad y no como una suma de fragmentos dispersos y en conflicto

5. Comunicación, ante todo 
Probablemente ninguna de estas propuestas ni la suma de todas ellas y otras sea suficiente. Entonces, como en toda encrucijada corresponde cuidar la cohesión de las partes que es siempre indispensable para resistir. Es mejor plantar cara a la tormenta como unidad y no como una suma de fragmentos dispersos y en conflicto. 
Este tiempo como nunca nos exige escucharnos todos –autoridades, maestros, estudiantes–, y escucharnos abiertamente sin miedo a la disconformidad, con una franqueza solo en la cual asoma la verdadera magnitud de los hechos, que es a su vez la única manera de afrontarlos con eficiencia. 
La palabra “crisis” viene del griego krinein, que significa “separar, distinguir” y que originó en castellano otros derivados como “criterio” y “crítica”. En efecto, una crisis se llama así no solo por la brusquedad de los cambios que comporta, sino también porque llega a ser un acontecimiento analizado y entendido. Es decir, vivido humanamente. 
Una crisis es una oportunidad para sostenernos mutuamente y recuperar el poder más grande que siempre ha estado allí: el de la confianza, la unión y la palabra.

Comentarios

  1. Muy buen análisis de la situación del Docente frente a la Pandemia. Un fuerte abrazo Dios y la Virgen te de protección a ti y a tu familia.

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  2. Excelente análisis. No solo se atosiga al docente, sino que se enferma y nadie acude a ayudarlo, solo su familia. Espero que las autoridades universitarias lean esto y lo tomen en cuenta. De todos modos vale el aporte.

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  3. Reflexiones interesantes aplaudo y comparto tus opiniones.

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