La enseñanza universitaria y la libertad de “jugar por jugar” / Por: Víctor H. Palacios Cruz


Hay universidades que se jactan de “satisfacer la necesidad del mercado laboral”, en lugar de aspirar también a cambiar lo que hay que cambiar en la sociedad que da sentido a su existencia. Es la misma mentalidad conservadora que confunde la educación con los procesos industriales e impone una organización académica para la cual la excelencia consiste en que distintos profesores de una misma asignatura impartan exactamente lo mismo, utilicen las mismas diapositivas y se atengan a un único y rígido cronograma, como si se tratara de producir egresados idénticos y en serie. Ahogando, con ello, el crecimiento personal así como la genuina libertad universitaria. Aquí una anécdota para respirar juntos el poco aire puro que nos queda.

Hace años sucedió algo en mi rutina de profesor universitario sobre cuyo recuerdo el tiempo ha añadido una creciente gratitud. Con quien es ahora mi esposa solíamos charlar sobre algo muy querido: la libertad de hacer las cosas no por sus resultados sino por el gusto de hacerlas. El “jugar por jugar”, sin la ansiedad del premio o el aplauso.
Una cuestión que trasciende la educación de la infancia y sobre la cual Roger Caillois decía que “mientras más sin finalidad se juegue, más felicidad proporciona el juego”, y Eugen Fink que el juego es “lo inútil por excelencia”.
La idea vino oportunamente a consolar mi renuncia a un deporte que en mi ciudad de origen había practicado por años con tanta pasión entre amigos con quienes nos citábamos sin que mediara otro propósito y, no obstante, con la mayor entrega y aun la exaltación que finalmente un buen abrazo fraterno disipaba. En la ciudad donde ahora vivo –que he aprendido a querer por otros buenos motivos–, por el contrario nunca pude dar con un grupo de colegas o estudiantes capaces de jugar sin poner de por medio la apuesta de un dinero.

R. Caillois: “mientras más sin finalidad se juegue, más felicidad proporciona el juego”

Una tarde, harto de ver fricciones y altercados, pregunté por qué teníamos que apostar y recibí una respuesta que aserró como una máquina la parte que unía mi corazón al vaivén de la pelota: “para tener motivación”. ¡¿Y qué mejor motivación que la de compartir con los amigos un rato de ejercicio?!
Decía Hölderlin: “el niño, como no sabe que ha de morir, es inmortal”. Por eso juega, pues hacerlo es vivir un tiempo en un no-tiempo, en la suspensión del pasado –que el niño no tiene todavía– y del futuro –que no lo abruma con responsabilidades–, en una libertad similar a lo que nuestra modesta humanidad ha denominado “lo eterno”.
Entonces se me ocurrió introducir en una de mis aulas un trozo del divino “jugar por jugar” y propuse a mis chicos, con la libertad que permite la naturaleza de mi oficio, una tarea sencilla con unas características particulares.


Martha Nussbaum, (n. 1947), autora de El cultivo de la humanidad.

Se trataba de redactar un comentario sobre una noticia de orden tecnológico que concernía a algunas de las ideas que veníamos viendo en la asignatura. El encargo tenía límites concretos –una fecha de entrega y una extensión límite de dos páginas–, pero no iba a tener efecto alguno en la evaluación. A lo sumo, la calificación consistiría en leer el documento presentado y comunicar en privado mis observaciones sobre el lenguaje y la argumentación del texto.
Para mis alumnos se trataba del reto de hacer algo que dejara rastros solo en el aprendizaje personal y ninguno en el proceso académico. Incrédulos, se enfrentaban a la inaudita posibilidad de hacer o no algo que no existiría jamás en sus expedientes.
Honrando la idiosincrasia de esta parte del país, la mayoría de ellos se entusiasmaron y contestaron que encantadísimos y qué bonita idea, profesor. Cumplido el plazo, solo una estudiante entregó la tarea. Callé mi decepción y caminé con la lentitud de la pena mientras colmaban mis oídos las voces de los futboleros que solo juegan si está en juego una moneda ruin.

Jugar es vivir un tiempo en un no-tiempo, en la suspensión del pasado y del futuro

Ya en mi mesa, la lectura del impreso me consoló con la apreciable calidad del trabajo de su autora. Y no volví a hacer nunca más algo parecido. Sin embargo, la actual burocratización del funcionamiento académico, de la mano con la estandarización de la enseñanza y el discutible modelo de educación por competencias, me ha hecho desenterrar aquel preciado experimento con una nostalgia color sepia.
El debate de la educación por competencias merece otro espacio, pero es inevitable adelantar aquí dos sospechas: por una parte, está orientada a contentar las demandas empresariales del presente y no a una práctica profesional eficiente y a la vez crítica y creativa, para lo cual haría falta unir a la adquisición de habilidades la comprensión del sentido de cada oficio y de su inserción en la sociedad. Lo que involucra una conjunción de contenidos teóricos, humanísticos e interdisciplinarios.

Nuccio Ordine (n. 1958), autor del libro La utilidad de lo inútil.

Por otra parte, el término “competencias” es indesligable de esa plaga de nuestra era que es la competitividad, que fomenta individualismos y rivalidades encarnizadas en perjuicio del horizonte cooperativo que enriquece y da sustancia a la actuación personal. Como, por otra parte, estamos teniendo ocasión de recordar en nuestra batalla global contra el COVID-19.
Educar por competencias reduce la universidad a una función de aprovisionamiento laboral, convirtiendo en superflua toda actividad que tenga cometidos no utilitarios como la creación de saber, la formación de la sensibilidad y el espíritu crítico, que ha sido por largo tiempo lo que justamente la sociedad ha esperado de nosotros. 
Como dice Martha Nussbaum, ello atenta contra el cultivo de una humanidad integral, en tanto que perfila un egresado experto en ejecutar los mecanismos del mercado y la industria, pero totalmente inapto para cuestionarlos y modificarlos.

El término “competencias” es indesligable de esa plaga de esta era que es la competitividad, que fomenta individualismos y rivalidades encarnizadas

Lo que es contraproducente para el futuro de los sectores interesados –que invierten en universidades que sean viveros de la mano de obra necesaria para su continuidad–, puesto que sin duda el mercado y la industria se transforman, pero no con la repetición de sus funcionamientos sino a partir de su atenta relación con la cambiante realidad de la que forman parte.
Un productivismo que, en fin, debe estar robando el alma que aún queda en aquellos universitarios que realmente quieren aprender y no van a las clases, a los libros y a las asesorías con el único y mediocre objetivo de no desaprobar.
Ignoro la opinión actual de la alumna que hizo aquella tarea, pero me esperanzo en que la experiencia de hacer algo sin ganancia le haya enseñado que la ética laboral no supone limitarse al cumplimiento de normas y cronogramas, y contempla el poner todos los sentidos en la rutina para mejorarla como consecuencia de sentir que ella nos importa.


Lo que en definitiva supone amar lo que se hace. "Nadie corrompe a quien hace lo que ama”, dice Nuccio Ordine. Que es hacerlo también por el puro placer de hacerlo, en la conciencia del valor de lo que se realiza sin que lo contamine la expectativa, legítima por lo demás, de alguna recompensa. Quien camina para ir a la panadería o la farmacia, quiere el pan o la medicina mas no el caminar en sí. Quien camina por caminar lo disfruta, anhela y cuida, y naturalmente termina por perfeccionarlo.
El utilitarismo olvida que se aman personas y no cualidades que convienen. Que una señal de amistad no es llamar a alguien para pedir ayuda, transmitirle una condolencia o saludarlo por su cumpleaños, sino para escucharlo sin más. Una música no es bella porque “relaje”, sino porque lo es en sí misma; y una película es buena no porque imparta lecciones, sino porque está bien hecha como película. La dicha más pura y verdadera es aquella que no comparece en las redes sociales a la espera de recibir de otros un certificado de existencia.

La humanidad accedió a sus mayores logros no a través de métodos y planificaciones, sino gracias al azar, al ocio y al juego

Quienes condicionan el reconocimiento –y la financiación pública o privada– de cualquier proyecto a su vínculo con algún beneficio, por noble que sea, han perdido no sé dónde la memoria esencial de que la humanidad accedió a sus mayores logros no a través de métodos y planificaciones, sino gracias al azar, al ocio y al juego.
De la conquista del fuego vinieron sucesivos frutos de orden práctico y civilizatorio: sobrevivir entre fieras, alumbrar la noche, ocupar cuevas, cocer alimentos, modelar arcilla, inventar la metalurgia... Pero absolutamente ninguno de ellos se hallaba en la mente libérrima de aquel antepasado que, venciendo sus miedos, se acuclilló lentamente y acercó su mano todavía tosca a una rama ardiendo por uno de sus lados, la tomó y la agitó mirando “deslumbrado” cómo se encendía, apagaba y encendía. Aquella mañana no se hallaba manipulando un utensilio o validando un repertorio de conocimientos. No lo apremiaba el comer, cazar, huir de un peligro u otra necesidad. Simplemente fue feliz olvidándolo todo y realizando una hazaña sin saberlo mientras “jugaba por jugar”.
Y todo lo demás vino solo.

Comentarios

  1. Un buen momento para recordar al 'Homo ludens' de Huitzinga

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Y después de Huizinga, Lewis Mumford también ha reivindicado el juego y el ocio como las oportunidades en que nuestros antepasados pudieron descubrir y estimular su versatilidad muscular y perceptiva, que les dio un mayor grado de autodominio, indispensable para lanzarse al dominio del entorno

      Borrar
  2. Profesor buenas noches, no ha sido tan malo al final uno termina reinventado se y sacando lo mejor de esta nueva experiencia... yo diría que lo mas difícil es la falta de esa corporalidad, que nos hacia sentir mas cercanos a nuestros amigos. Pero ni modo a acostumbrarse al nuevo futuro y para adelante con fe. Hasta luego profesor un gusto saludarlo...

    ResponderBorrar
  3. Hola, yo soy aquella alumna. No negaré que al leer este artículo me he sonrojado y he soltado carcajas, recordando aquella tarea, aquel "experimento". Recuerdo mi primera clase de Filosofía con el Prof. Victor Hugo Palacios, corrían fuertes rumores de que reprobaría a más de la mitad del salón de jovenes entusiastas. Él ingreso impecable, explicó las reglas de la clase e inmediatemnte comenzó. Era incanzable, las palabras brotaban y brotanban y uno debía escribir antes de que se le escape la idea y él se aventurara a otra. Algún alumno cansado solo le pidió que vaya más despacio "por favor". Yo estaba encantada, egresaba de un colegio mediano, y nadie había hecho trabajar a mi cerebro de esa forma. Cada clase, a las siete de mañana, él cerraba la puerta, despedía, con una sonrisa bonachona, a los alumnos que quedaban afuera, y comenzaba la gran travesia. Siempre admiré su preocupación por mejorar como docente. Ninguna opinión de algún alumno era menos importante que la de otro o la de él mismo, todas formaban un hilo para el descubrimiento del saber. Cuando, informó que podríamos escribir un articulo de dos caras sin que haya nota, lo primero que vino a mi mente fue "tengo opción a equivocarme sin temor a la calificación"; además, una vez más comprobé cuánto podía poner de sus parte para hacernos mejorar. Pues, se daría el tiempo, del que muchos se quejaban, para revisar el escrito de alumnos, que no servirían para absolutamente nada. Ese día "límite" para la entrega de la tarea, yo entregué el escrito, escuché con atención sus recomendaciones, y salí satisfecha. Había escrito, y alguien me habia leído. Gracias por el experimento profesor, y por la experiencia de "jugar por jugar". Ese concepto siempre acompañó sus clases "aprender por aprender"; "rozar nuestros cerebros" . Las calificaciones eran secundarias, para mí solo demostraban ese interés por la clase.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias, Verónica, por tan buenos recuerdos. Cuéntanos, te sirvió en algún sentido aquel experimento en nuestra asignatura. Gracias por comentar!

      Borrar
  4. Reflexiones tan válidas como reales , estimado VH. Sin quererlo me llevó a recordar a muchos maestros buenos, lástima que son demasiado pocos, que siempre me repetían lo que dicen sus líneas: "BUSCA LA LIBERTAD A TRAVÉS DE DISFRUTAR LAS COSAS MÁS SIMPLES DE LA VIDA". Particularmente, no soy adepto a hacer uso de los eufemismos y sí lo soy de llamar a las cosas por su nombre, como bien lo hace usted, por eso comparto sus ideas y con su permiso trataré de que las mismas lleguen a más personas. Es justo y necesario.

    Renglón aparte, me llevó a recordar uno de los Dichos de Luder (mi favorito), ¡sí! el que está relacionado, precisamente, con el juego.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. gracias por la generosidad de la lectura y del comentario, me siento feliz con una sola reacción entusiasta de un buen lector, y qué honor en tu caso. Me temo, volviendo al tema, que la profesionalización de la enseñanza universitaria se convirtió con el tiempo, mediando la productivización y economización de la sociedad, en la vía por la cual el mundo empresarial e industrial vampirizó la educación universitaria. Y, desde luego cómo negarlo, la organización académica se ha vuelto más innecesariamente onerosa con exigencias que aplanan la calidad de lo que se enseña y, además, fuerzan a los profesores a una uniformización que atenta contra la libertad de cátedra, el desarrollo personal y el fomento de la investigación y la creación de conocimiento. Se ha creado un sistema rígido como consecuencia, también, de una estandarización convertida en camisa de fuerza... en fin. Apenas se respira aire puro, auténtico aire de amor a la sabiduría, en la relación directa con los alumnos y en el cada vez más reducido tiempo compartido con los demás colegas en los pasillos o en el café.

      Borrar
  5. Sé que no son horas sensatas para comentar, pero quiero hacerlo, comparto su tristeza e indignación. Nos arrebatan nuestro criterio propio y en lugar de enriquecer nuestra personalidad, nos la minimizan y nos someten a sus propias reglas del juego; sin embargo, tal cual usted aclara, nosotros también participamos a que esto continúe y lo normalizamos, ya que somos parte de la sociedad. Esto es desmotivar en algunos casos, pero por mi parte, me motiva a jamás perder la ilación de mi personalidad y me golpea, haciéndome recordar que no todo se trata de un interés egoísta, ya que la vida y los detalles, son mucha más que eso.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Me conmueve tu comentario, aunque queda sin identidad quien lo escribe. Gracia por la lectura interesada y por amar la vida universitaria de esta manera tan honorable y alentadora. Más allá de la rigidez de la organización académica, siempre quedará la magia posible que solo puede surgir en la comunicación entre profesores y estudiantes. Eso no habrá nada que pueda sofocarlo.

      Borrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

La amistad según Michel de Montaigne (1533-1592) / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Una pequeña historia de Navidad (de Eduardo Galeano)

¿Cuánto nos representa a todos “El hombre de Vitruvio”? Discusiones y reflexiones en torno al célebre dibujo de Da Vinci / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Carta de despedida a mis alumnos / Por: Víctor H. Palacios Cruz

¿Por qué lloramos cuando vemos las fotos de nuestros hijos más pequeños? / Víctor H. Palacios Cruz

La Máquina de Ser Otro: las relaciones humanas y las fronteras del yo. Por Víctor H. Palacios Cruz