Cuarentena con un bebé y una ventana / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Fotograma de la película Kolya (J. Sverak, 1997)

¿Cómo se vive la relación con los hijos pequeños durante estos días de aislamiento con el COVID-19 acechando en la calle? El crecimiento de los niños es indetenible, pero sin duda estas nuevas circunstancias deben estar dejando en ellos, muy sensitivos y permeables a su entorno, unas huellas silenciosas que recién conoceremos en los meses y los años venideros. Aquí unos apuntes de diario de esta cuarentena con un bebé y el mundo que se tiene todavía a través de una ventana.


En estos días de encierro obligado por la propagación de un enemigo sin bandera ni ruido ni visibilidad, salgo a buscar alimentos en los horarios y los días autorizados caminando temprano sobre unas veredas inmaculadamente planas, a la vera de una avenida casi desierta sobre cuyo asfalto cualquier mañana de estas brotará una flor. Hay grupos de policías en una esquina y en la siguiente, y cintas extendidas para impedir el paso de los vehículos.

Atravieso la escenografía de una película que combina el miedo de las pestes medievales con el silencio de las sociedades totalitarias

Me cruzo con esporádicos peatones en los que me veo a mí mismo: embozado con una mascarilla mientras tiran de mí en línea recta los hambrientos caballos de mis dos bolsas de compras. No hay pausas para intercambiar opiniones o buenos deseos, y menos para un apretón de manos. Pasamos con una consabida y mutua indiferencia, no existimos el uno para el otro excepto para esquivarnos y puede que, bajo las mascarillas, se oculte algún conocido. Somos todos espectros de una ciudad de puertas cerradas, ventanas sin rostros y ninguna risa que salga de un patio que no sea la del niño que juega absuelto de sus clases de colegio. 

El chico (Charles Chaplin, 1921).

En definitiva, siento que atravieso la escenografía de una película que combina el miedo de las pestes medievales con el silencio de las sociedades totalitarias. Con la salvedad de que este decorado se prolonga sin límites y que solo en el personal amable y semi-encubierto del supermercado, al que reconozco por mis rutinas pasadas, encuentra una pausa de alivio y familiaridad, pero tan breve que es como el agua fresca que el sediento mira de cerca sin poder llegar a probar.

Benjamín no salió al mundo una vez porque estuvo enfermo, y ahora porque es el mundo el que lo está

Lo que más me duele de esta larga temporada de “invierno social” es que mi bebé de once meses se haya visto bruscamente privado de sus salidas al parque, del contacto con otros niños, de la compañía de sus abuelos y la señora que nos asistía en las tareas domésticas, y de las clases de estimulación que lo regocijaban. Él, que es tan sociable y risueño, que disfruta siempre que se ve rodeado de gente y de alegría, cariño y buen humor, como con las familias de mi esposa y la mía. Él, que agita excitado sus piececitos apenas ve que su guapa mamá se cala unas gafas para salir y yo me ajusto la mochila con sus cosas. Él, a quien prometí –apenas empezó a ser dentro del ser de su mamita– que aprendería a querer a los demás y a sentir y cuidar de esta Tierra que nos ha reunido.
Hago cuentas y reparo en que Benjamín no salió al mundo una vez porque estuvo enfermo, y ahora porque es el mundo el que lo está.

El inolvidable Totó en Cinema Paradiso (G. Tornatore, 1988).

Hace poco, una mañana, le puse una canción de cuna y le susurré inocentemente al oído: “es la guitarra de Coco” y, desde la habitación donde lo paseaba, giró en el acto hacia el rincón del sofá de la sala donde solía sentarse su abuelo a cantarle tocando ese mismo instrumento, confundido al ver los cojines azules y vacíos como quien ve la repentina ausencia de una parte de sí mismo. Y me estrujó el corazón.
Otro día en que la empeñosa señora Isabel vino solo para dejar unos postres para nosotros y para “mi Benjamín, que lo extraño mucho” y, por prudencia, no se acercó a nuestro hijo, sin embargo, desde el mismo cuarto en que lo paseaba mi esposa él la reconoció y le sonrió alborozado moviendo su cuerpecito y gritando como si pidiera que le dejaran ir hacia la buena señora que, hasta ayer, le preparaba sus comidas y jugaba con él por el suelo todas las mañanas.

El luto cruel que es ver a los que uno quiere y no poder quererlos humanamente, es decir con el cuerpo

Después de cada de una de estas frustraciones, viéndome niño en el niño que es él, la pena me dio un duro mordisco muy dentro y de inmediato saltó el zumo amargo de unas lágrimas, las de ese luto cruel que es ver a los que uno quiere y no poder quererlos humanamente, es decir con los gestos del cuerpo. Como en las videollamadas con nuestros parientes, largas, divertidas y bien conversadas, luego de las cuales uno se queda esperando que alguno de ellos aparezca por la cocina o salga de una habitación, y en realidad no se oyen por ninguna parte más que nuestras propias voces de todos los días.
Tengo terror del tiempo inminente en que, por culpa de la inflexible reglamentación universitaria, mi esposa y yo debamos dar clases por internet a la misma hora con un bebé que, desde luego, no podría quedarse solo por un segundo, y me angustia que nuestra inexorable solución sea tener que turnarnos para incumplir estos deberes inhumanos.

El verano de Kikujiro (Takeshi Kitano, 1999).

Pero, mientras esperamos esa nueva etapa de la cuarentena, saboreamos todo lo posible esta inesperada reunión de los dos-trés –como diría mi querido amigo Manuel– durante cada jornada entera, de lo que justamente la vuelta al trabajo nos había privado.
Por supuesto, alternamos sus juguetes, introducimos alguno descubierto en las estanterías más intransitadas del supermercado, e inventamos rutinas y entretenimientos para que Benjamín no extrañe ese “afuera” lleno de pulpa para él, en el que mamá y papá desaparecían muy temprano y de donde resurgían agotados y locos de dicha agigantándose hasta hacerlo trepar a lo alto de sus besos con los que volvíamos a pegar lo que el comienzo del día había despegado.

Se repite el milagro, el arribo puntual de ese multitud de signos alados de un reino lejano y superior 

Ayer, otro amigo me contaba por celular que la orden de inmovilización nacional lo había sorprendido en Cajamarca, en la sierra del norte del Perú. Separado de su familia por un plazo indefinido, traté de darle consuelo y, más bien, terminé envidiándolo. Tú puedes, le dije, darte el gusto de abrir la ventana y avistar verdores y montañas que la luz natural va modificando con el paso de las horas, como si un pintor en el aire recreara su obra a lo largo de todos los instantes y no le saliera nada mal en ninguno uno de ellos.
Yo, en cambio, a través de mi ventana solo puedo ver una sucesión de fachadas incongruentes, muros inconclusos o erosionados y azoteas resecas y esqueléticas. Hasta que, una tarde, después de jugar con Benjamín sobre su piso de goma, lo llevo a mis brazos y de pronto, oh maravilla, vemos bandadas de golondrinas que migran precisamente delante de esa ventana que se convierte en el cuadro en que se traza y se borra cada vez ese vuelo enigmáticamente exacto y armonioso.

Un mundo perfecto (Clint Eastwood, 1993).

Desde aquella tarde, a la misma hora, Benjamín me pide que lo levante y acerque a esa ventana y apunta con su manita impaciente y sus ojitos ávidos hacia los edificios por donde de nuevo –¡sí!– se repite el milagro, el arribo puntual de ese multitud de signos alados de un reino lejano y superior que nos salpica las retinas y no se demora pero sucede y la vemos como sin verla y no se queda pero nos deja, irrebatible, esa certeza de infinito que es el acto de la espera por parte de dos seres humanos que se quieren y están juntos.

Comentarios

  1. Muchas gracias por compartir esta experiencia como padre y por las maravillosas reflexiones

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  2. Me acercó maravillosamente a Benjamín, mí nieto engreído y a sus papis. Besos a Bimbín
    Coco Morán...

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  3. Si profesor, es muy triste ver como se ha reducido nuestra existencia a mirar por la ventana paredes vacías y calles abandonadas. Y esto es aun mas difícil para los pequeños que esperan poder salir a divertirse y jugar en los parques. Lo peor de todo es que parece no tener fin esta pandemia, debido a que no hay una cura o una solución factible. En fin esperemos que todo mejore y podamos reencontrarnos con el mundo... Saludos profesor y muchas bendiciones a su familia.

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    1. Pienso que hay que recurrir a la imaginación y, si la edad de los niños lo permite, la conversación y los vídeos educativos y artísticos. Para quienes trabajamos dando clases on line es más difícil, sobre todo si hay una demanda administrativa de parte de la institución académica. Ánimo, estamos todos juntos en la distancia que es lo que ahora más nos une

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  4. Me gustó mucho tu texto, y ver tu lado humano como padre. Un abrazo

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  5. Emotivo, real y sobretodo esperanzador. Te felicito Víctor ahora serán dos tus motivos.

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    1. Muchísimas gracias por tu lectura, y por las felicitaciones. Qué amabilidad!

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  6. Me encantó este texto muy bonito y real, sobretodo el amor de familia que se siente en cada frase, es muy alentador y saber que a pesar de todo lo que estamos viviendo, la familia sobrevive...

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    1. Alumnos bastante jóvenes me cuentan que aspiraban a viajar, a buscar proyectos sin importar que ello supusiese alejarse de la familia, y que la experiencia de la pandemia en cambio los ha vuelto a acercar a sus casas, a sus parientes más cercanos. Han aprendido, en definitiva, a compaginar las ilusiones personales con la gratitud y el cuidado de sus propias familias. Dotados de alas pero también provistos de raíces, se diría

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