Nostalgia de la profundidad: un libro sobre arquitectura, consumo e inmunidad / Por: Víctor Hugo Palacios Cruz
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Interior del Palacio de Cristal, construido en Londres en 1851 |
La publicación de un
libro culmina un proceso que, remontando su propia redacción, condensa un
trayecto de búsquedas con sus soledades, insomnios y trajines. Un libro
contiene un tramo de la vida que el recorrido del lector va entreviendo. Y una
lectura atenta pasa inadvertidamente de la captación del contenido a la
sensación de vivir dentro el inicio de otras búsquedas. Tratando sobre
arquitectura Contra suelo, de Iván
Guerrero Ramírez, abre el pensamiento con la fuerza que lo humano e
interdisciplinario adquiere en un tema puntual muy bien tratado.
La
editorial andaluza Recolectores Urbanos ha publicado Contra suelo. Argumentos y arquitectura bajo la cota cero, de Iván
Guerrero Ramírez, arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de la
Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (Chiclayo, Perú). Un libro que
recoge los hallazgos de una tesis de maestría originalmente titulada “Doñana
bajo la cota cero”, premiada por la propia editorial y por el Máster en ciudad
y arquitectura sostenibles de la Universidad de Sevilla (España).
Sobre
sus páginas, acompañan las ideas una serie de ilustraciones que incluyen
dibujos del autor en los que el trazo artístico es inherente a la
funcionalidad. La obra entera realiza una inusual alianza entre la exposición
técnica y la mirada amplia, enriquecida tanto por la filosofía y la literatura
cuanto por una pulsión humanista y social. Es, sin duda, un trabajo útil entre
las manos del experto y, a la vez, un ensayo que nos toca allí donde también lo
hace el mundo que compartimos.
Con sus demarcaciones, la arquitectura no encierra sino que asienta, da forma y proyecta
Pasar
una y otra vez por una calle acaba ocultándola con el manto de la costumbre. La
arquitectura no es una reunión de muros y cubiertas. Con sus demarcaciones,
la arquitectura no encierra sino que asienta, da forma y proyecta. Recoge
la rutina que el tiempo afianza, así como encauza la vida imprevisible. Su raíz
multidisciplinaria le permite modular no una resistencia frente a la
exterioridad, sino una actitud ante el paisaje, el cambio de las estaciones, la
cultura local y la cotidianidad del desempeño humano. Aun la casa más modesta
inculca una determinada relación con la comunidad y el universo.
Es
interesante cómo Iván Guerrero plantea una exploración del espacio bajo tierra
–que evoca la cueva de nuestros ancestros, principio de todo habitáculo– no
como la ansiedad de un escondite, sino como un contraste que tiene la intención
de examinar el urbanismo contemporáneo con su proliferación de estructuras de
departamentos, barrios exclusivos y centros comerciales como series de recintos
abastecidos y autosuficientes para los que es superflua la salida a la intemperie
y perturbadora la sorpresa.
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El Palacio de Cristal fue diseñado por el arquitecto Joseph Paxton |
Sobreviviente
de la feroz Peste Negra de fines de la Edad Media, en que el humano se vio diminuto
y vulnerable ante los poderes de la naturaleza, la modernidad naciente proyectó
una civilización que, con la ayuda de la ciencia y la máquina, tuviera a raya a
los fenómenos y los reprodujera a escala con un ímpetu creciente que va desde los
bocetos de máquinas de Da Vinci hasta el Manifiesto
futurista de 1909 en que Marinetti proclama que “un auto de carreras es más
hermoso que la Victoria de Samotracia” defendiendo un arte nuevo hecho de
virilidad y agresión contra la naturaleza.
El Palacio de Cristal (Londres, 1851) anuncia la sustitución de la polis de los antiguos por el mercado de los modernos
De
ahí la significativa elección que hace este libro del Palacio de Cristal,
abierto con ocasión de la Exposición Internacional de Londres de 1851, y
construido por Joseph Paxton, como una imagen que materializa el orgullo
industrial y anuncia la sustitución de la polis de los antiguos por el mercado de los modernos. Más de
quinientos metros de longitud, bajo un techado curvo y transparente, que permitían
el desplazamiento despreocupado a salvo de la delincuencia de la calle y las
inclemencias de la atmosfera, pero también a salvo del enojoso espectáculo de
la injusticia laboral y los sucios engranajes de la producción.
Una
esfera de brillos que atraen y multiplican, a lo largo de galerías detrás de
cuyos cristales se exhiben las mercancías en un decorado de resplandeciente
opulencia, verdadera escenificación de la imposibilidad perpetua que es la
sociedad de consumo. Si el imparable proceso fabril engendra objetos innecesarios
e incesantes, conviene acudir a todos los medios posibles de persuasión a fin
de procurar la caducidad de los productos y el desapego de las cosas. Crear un
espesor circulatorio de objetos que nos envuelvan con su superficie multicolor,
que nos engrían con su inyección emocional y nos vayan dulcemente separando de la
realidad.
Con
ello, diría Byung-Chul Han, desprestigiar la duración y la espera, y alentar la
desmemoria de los rastros, la pérdida de identidad. Tras el artículo que se
compra hay otro vidrio que nos separa de un artículo mejor, y tras éste otro
vidrio, y otro y otro. ¿Acaso no llevamos en el bolsillo un trocito de
aquel palacio que ha conservado y avivado el reflejo de una totalidad
inagotable e inaccesible?
Años
después del Crystal Palace, Fernando Pessoa escribió: “entre yo y la vida
hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no
puedo tocarla”. En 1926 Marcel Duchamp terminó su obra El Gran Vidrio o la novia desnudada por sus solteros en que,
utilizando piezas de uso cotidiano, representó en un panel superior a una mujer
sujetando con hilos a un conjunto de varones situados en un panel inferior,
separados del objeto de su codicia por una barrera inatravesable.
F. Pessoa: “entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no puedo tocarla”
Dos
décadas antes de la Exposición de Londres, Alexis de Tocqueville visitó varias
ciudades de Norteamérica y observó que cada individuo es “extraño al destino de
sus conciudadanos, están a su lado pero no los ve; los toca, pero no los
siente; no existe más que en sí mismo y para sí mismo”.
Leyendo
a Iván Guerrero uno ve en la vivienda inteligente la consumación de la
privacidad impermeable dispuesta a sustituir pasado y futuro con la
instantaneidad, y cualquier lejanía con la falsa inmediatez de lo virtual. En
suma, la culminación de la ruptura de la comunidad
en favor de la inmunidad, la
existencia replegada y sumida en un hábitat bajo estricto control.
El autor, Iván Guerrero Ramírez. |
Consideremos
que “privado” quiere decir “desposeído”. Propiamente, la privacidad es el reducto
que se recorta y sustrae al ámbito primigenio de lo público. El lugar natural
de la condición humana, en rigor, no es la individualidad delineada y retraída
de la abstracción liberal, sino el encuentro y la interrelación. Por las
arterias de cada uno de nuestros cuerpos discurren multitudes.
Heidegger
llamó a la verdad aleteheia, en
griego “des-ocultación”. Entender es desvelar, traspasar la superficie,
profundizar, excavar. En un movimiento similar, Iván Guerrero propone entrar
bajo la cota cero a fin de buscar “nuevas formas de relación con la gravedad”,
fuerza cósmica que recuerda la pertenencia, el vínculo. Tendencia hacia el
centro únicamente desde el cual es sostenible la partida.
Iván Guerrero propone entrar bajo la cota cero a fin de buscar “nuevas formas de relación con la gravedad”
Contra suelo aspira a alumbrar el
sustrato terrestre de nuestro estar-en-el-mundo. No contraponer pero sí otorgar a la melodía volátil de la flauta, el arraigo de lo táctil, el cimiento del ritmo,
el tañido de un tambor, ese envoltorio de un interior que repite el latido de
un origen, la olvidada música del corazón de mamá.
Ideas
como las de Iván Guerrero estimulan, pero también ayudan a combatir la soledad.
Le dan a la vida diaria en el campus universitario la confianza en la palabra,
la solidaridad en las ilusiones. Nos encontramos no ante un especialista
enclaustrado en sus maquetas, sino ante un humanista instalado en la
arquitectura. En una arquitectura donde, ahora mismo, somos recibidos.
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