No se puede ser cristiano “persiguiendo a los cristianos” / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Jesús y la samaritana en el pozo, de Il Guercino (1640-1641)

Este blog no acoge la actualidad periodística, en todo caso aborda la política en términos más amplios. Sin embargo, también es verdad que la literatura y la filosofía son actividades de personas en el mundo y no refugios blindados donde “dejar de escuchar las confusas contiendas de los hombres” (E. Sabato). Abordo excepcionalmente aquí un asunto espinoso y triste, con la premura que tiene el rechazo de todo extremismo, más aún de aquel que utiliza y envilece ideales muy queridos.

Durante la pasada campaña electoral en el Perú, el secretario general del partido Solidaridad Nacional, Rafael López Aliaga desoyó la exhortación que le hizo el Jurado Especial de Lima a disculparse con un adversario atacado con un gesto racista por parte de un candidato de su agrupación en el curso de un debate televisado, alegando que “se vulnera mi derecho a pensar de manera diferente” y añadiendo explícitamente que el agraviado merecía lo ocurrido por ser “izquierdista”.
Respuesta grosera y además inconsecuente, pues si la izquierda es otra “manera de pensar”, ¿por qué un “izquierdista” no tiene el derecho que López A., en cambio, reclama para sí? De paso diré que las palabras de este no eran propiamente una “manera de pensar”, sino un simple atentado contra el honor y una apología del delito.

El amor evangélico no se condice con la complicidad con el mal y el ánimo fratricida

Un agravante del suceso fue la conocida pertenencia de López A. a una institución católica de notable presencia en el país, a la que también se vincula otro personaje irritante y denodadamente mendaz en los medios, Rafael Rey Rey. Sobra decir que el amor evangélico no se condice con la complicidad con el mal y el ánimo fratricida.
La misma incoherencia pudo verse en aquella candidatura presidencial que acuñó la frase “no más odio” con el propósito, sin embargo, de arrogarse el derecho de odiar a sus contendores. O en el colectivo “con mis hijos no te metas” con el fin de atribuirse la prerrogativa de meterse impunemente con los hijos de otras familias.

Detalle de La rendición de Granada, de F. Pradilla (1882).

En Twitter, por cierto, proliferan alias que se definen como “católicos” y “derechistas”. Algunos agregan “pinochetistas y videlistas”. Algo tan absurdo como decirse musulmán y honrar a los Reyes que expulsaron a sus ancestros de España. El caso es que todos estos usuarios suelen avalar los actos más reprochables de jueces, empresarios y congresistas, denostando soezmente a aquellos que por el contrario los denuncian. Activismo que no contribuye precisamente a la paz y la concordia, e incomoda sobremanera a otros cristianos.
En muchos de ellos se observa, asimismo, una desconcertante simpatía por Donald Trump (quien dijo: “odio a los perdedores” y “si disparara contra alguien en la Quinta Avenida seguiría primero en las encuestas”) y Jair Bolsonaro (“preferiría que un hijo mío muera a que aparezca con un bigotudo por ahí”, y “si fuera violador no la iba a violar a usted porque no se lo merece”, a una diputada socialista), justificada en el hecho –dudoso– de que estos gobernantes tutelan valores familiares. No extraña, por ello, que estas facciones coincidan en negar la existencia del machismo en la sociedad y minimicen los hechos de feminicidio, homofobia y xenofobia.

Trump, Putin, Bolsonaro infunden una sensación de amparo en quienes temen perder sus seguridades en tiempos de cambios 

Desde luego, si se comulga con el cuarto mandamiento –“no matarás”, por tanto no alentarás a nadie a que lo haga–, declararse en contra del aborto y a favor de la vida no cuadra en absoluto con vilipendiar y amenazar la vida de alguien que, ya nacido, piensa con todo derecho de un modo distinto.
Como afirma el filósofo Daniel Innerarity, la popularidad sorprendente de Trump, Putin y otros responde a que el perfil de “macho alfa”, que ellos representan, infunde una sensación de amparo en quienes temen perder sus viejas seguridades en tiempos de cambios sociales múltiples y acelerados. Como enseñó el mito de la caverna de Platón, saber más obliga a cuestionamientos que muchos no querrían hacer, al punto de que preferirían silenciar aun con la muerte al primer Sócrates que ose perturbar su preciada comodidad.
Produce inquietud, ciertamente, que el odio al comunista en estos nuevos “cruzados” recurra a un lenguaje virulento que, a lo largo de la historia, ha precedido por desgracia a la acción. Si, con el fin de sustentarlo, invocaran los varios pasados en que revolucionarios y comunistas arremetieron con similar ferocidad contra monárquicos, capitalistas y creyentes –innegables, faltaba más–, habría que aclarar que repetir un acto malo no equivale a efectuar uno bueno.

Noche de San Bartolomé (24 de agosto de 1572) de F. Dubois.

Tristemente, es el mismo rencor con que otros cristianos combatieron a los moros hace siglos y enceguecidos católicos degollaron a miles de calvinistas hugonotes en la Francia del siglo XVI y, a la inversa, el mismo delirio con que muchos protestantes y anticlericales cometieron parejas atrocidades; y la misma inicuidad con que dictadores en Chile y Argentina torturaron y asesinaron a muchísimos inocentes.
Jamás olvidaré al colega chileno, católico confeso, que en Bogotá hace años recusó una alusión a las víctimas de Pinochet diciendo que se debía acabar con la “amenaza comunista” y que, por último, “solo murieron dos mil personas”. En rigor fueron más de dos mil las muertes, pero una sola habría bastado para que alguien honesto repudiara a aquel régimen. Más aún un cristiano, porque, si no me equivoco, Jesucristo derramó su sangre por cada uno de todos los hombres sobre la Tierra.
Sin duda, está en juego el perverso supuesto de que ser “comunista” descalifica no solo a las ideas sino a la persona que las profesa. Una condena que tarde o temprano deriva en exclusión o exterminio, y que en Latinoamérica tiene sus convulsos antecedentes en los años 70 y 80.

Está en juego el perverso supuesto de que ser “comunista” descalifica no solo a las ideas sino a la persona que las profesa

Sin embargo, insisto, es en esencia el mismo esquema mental con que los nazis cometieron execrables barbaridades, Stalin ordenó barrer a numerosos miembros de su partido en la Unión Soviética totalitaria, y Mao Ze Dong provocó un brutal genocidio en la China de los años 60. Lo que recuerda la lúcida observación de Cioran: a menudo el hombre anima una idea y “proyecta en ella sus llamas y sus demencias”.
En el Perú, al referirse a las más crueles matanzas de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán llamó a campesinos y alcaldes renuentes a su causa “gusanos, microbios, malas hierbas que deben ser arrancadas de los campos”. La misma injuria ciega que, salvando los siglos, llevó a Teodosio I –tras ordenar que el cristianismo sea la religión del imperio romano en el Edicto de Tesalónica (380dC)– a autorizar a sus súbditos a llamar “locos insensatos” a todos los que se resistieran al credo oficial y a blandir las armas contra ellos. Con lo cual no hizo más que invertir la dirección de las persecuciones contra los cristianos de Nerón y Diocleciano.

Carlomagno coronado por el papa León III, año 800.

Con el paso del tiempo entendimos que alcanzar el estatus de culto de un Imperio no trajo consecuencias felices para la Iglesia, que fue cediendo poco a poco a los afanes mundanos, la suntuosidad y el modelo jerárquico propios de un aparato político gigantesco, rico y decadente.
El regalo de vastos territorios por parte de Carlomagno acrecentó las ocupaciones materiales de la Iglesia y conminó al Papa a una defensa armada de sus dominios. El cisma de Occidente (1378-1417) dejó a la vista aspiraciones menudas tan alejadas del sentido de servicio de la investidura pastoral. Lutero no calumniaba al señalar hábitos “babilónicos” en la corte papal.
Un pensador lejos de toda sospecha, Julián Marías, concluyó que el gran error de la Iglesia, en lo que ella tiene de humana, fue incorporar a la fe la adhesión a realidades de orden temporal –la Monarquía y el arte barroco en España–, como si el Credo que se reza en la Misa fuera también un tratado de ciencia, política y sociedad.

Julián Marías: "el gran error fue incorporar a la fe la adhesión a realidades de orden temporal"

Por otro lado, es conocido el caso de conversos que, en la prisa por dejar atrás una conducta de la que se reniega y en el terror de ser confundidos, marcan tan enfáticamente su nuevo estado que acaban haciendo de su credo una confrontación con todo aquello que les recuerde su debilidad y su vida anterior. Tertuliano pasó de ser pagano a creyente, y luego a hereje.
En el fondo, se trata de fieles inseguros que temen que Jesucristo sea mucho más que el que ha recortado su lectura interesada. Por eso, ponen más ahínco en el cuidado del dogma que en la práctica de la caridad, y quien antepone la corrección en la verdad al amor al prójimo se condena al amargo oficio de ser un inútil policía del mundo.

Familiares de los 69 campesinos asesinados por Sendero Luminoso en Lucanamarca, 1983.

Y hablamos de un Jesucristo que no tuvo reparos de etnia ni de clase en charlar con la samaritana junto a un pozo de agua y en declarar que no había hallado en toda Judea mayor fe que la de un centurión romano. El mismo que no sermoneó con indignación a la mujer adúltera, y el que repuso la oreja en el verdugo que el cuchillo de la iracundia de su discípulo, Pedro, había cercenado.

Quien antepone la corrección en la verdad al amor al prójimo se condena al amargo oficio de ser un inútil policía del mundo

Que yo sepa, Jesucristo dijo: “sean mansos como palomas y astutos como serpientes”, y no “odien y maten al que no cree como ustedes”. Aconsejó a sus apóstoles que, si en un pueblo su prédica no fuese bienvenida, “salgan de allí y sacúdanse el polvo de las sandalias”, pero no “odien y maten al que no cree como ustedes”.
El mismo que aclaró diáfanamente que “a ustedes los conocerán no porque no sean lujuriosos ni glotones, sino porque se aman los unos a los otros”. Y no: “los conocerán porque donde quiera que vayan maldecirán e insultarán al primer vecino que cometa la estupidez de ver las cosas de otro modo”.

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