Los desconocidos placeres de Giacomo Casanova / Por: Víctor H. Palacios Cruz

El beso robado, de J. h. Fragonard (1790).

Al fijar un rasgo o una imagen, la fama distorsiona a la persona y deja al margen cualidades que merecen la luz. En 2009 se editó en castellano la versión completa de Historia de mi vida, las memorias de Giacomo Casanova (1725-1798), diplomático, historiador, músico, matemático, bibliotecario y filósofo. Los dos voluminosos tomos de este libro contentan cualquier previsible curiosidad acerca de sus célebres amoríos, pero sobre todo sorprenden al incluir numerosas y útiles observaciones sobre la sociedad de su tiempo, reunidas desde la melancólica tranquilidad de su vejez solitaria. Aquí una selección mínima para ir más allá de los tópicos.


Libertad, pasiones y confesiones
“Aunque el hombre sea libre, no debe creerse sin embargo que sea dueño de hacer cuanto le venga en gana. Se vuelve esclavo cuando decide actuar dominado por la pasión. Sabio es quien tiene fuerza suficiente para dejar de obrar hasta que llegue la calma. […]
“A pesar de un fondo de excelente moral, fruto necesario de los principios divinos arraigados en mi corazón, toda mi vida fui víctima de mis sentidos; me ha gustado descarriarme, y continuamente he vivido en el error sin más consuelo que el de saber que estaba en él. Por esta razón espero, querido lector, que, lejos de encontrar en mi historia una impronta de impúdica jactancia, encontréis la que conviene a una confesión general, aunque en el estilo de mis narraciones no halléis ni la actitud de un penitente ni el reparo de alguien que se sonroja al dar cuenta de sus calaveradas. Se trata de locuras de juventud. Veréis que me río de ellas y, si sois bondadoso, reiréis conmigo.”
(p. 4-5)

Sabio es el hombre que tiene fuerza suficiente para dejar de obrar hasta que llegue la calma

El daño de humillar la inteligencia infantil
“La barca bogaba, pero con un movimiento tan uniforme que ni siquiera podía darme cuenta; por eso los árboles que rápidamente se ocultaban de mi vista provocaron mi estupor: «¡Ay!», exclamé, «¡querida madre! ¿Qué pasa? Los árboles andan».
En ese momento entraron los dos señores, y al verme estupefacto me preguntaron la causa. «¿Cómo es que los árboles andan?», les respondí.

Giacomo Casanova, retrato de Anton Raphael Mengs (1760).

“Se echaron a reír; pero mi madre, después de haber lanzado un suspiro, me dijo en un tono compasivo: «Es la barca la que anda, y no los árboles. Vístete».
Capté al instante la causa del fenómeno con ayuda de mi razón, que empezaba a desarrollarse y no estaba nada preocupada. Entonces le dije: «Puede que tampoco ande el sol, y seamos nosotros los que nos movemos de Occidente a Oriente». Mi buena madre comenta que eso es una tontería, el señor Grimani deplora mi imbecilidad, y yo me quedo consternado, afligido y a punto de llorar. Es el señor Baffo quien viene a devolverme el ánimo. Se echa sobre mí y me abraza tiernamente diciéndome: «Tienes razón, hijo mío. El sol no se mueve, ten ánimo, razona de forma consecuente, y deja que se rían».
Mi madre le preguntó si estaba loco para darme enseñanzas de ese tipo; mas el filósofo, sin responderle siquiera, continuó esbozando una teoría adecuada a mi razón pura y sencilla. Ese fue el primer placer auténtico del que disfruté en mi vida. De no ser por el señor Baffo, ese momento hubiera bastado para envilecer mi entendimiento: la cobardía de la credulidad se hubiera introducido en él. La estupidez de los otros dos habría mellado en mí, a buen seguro, el filo de una facultad con la que no sé si he llegado muy lejos, solo sé que a ella debo toda la felicidad que siento cuando me encuentro frente a mí mismo.”
(p. 28)

La mujer es como un libro que, bueno o malo, debe empezar a gustar por la portada

Las mujeres son como los libros
“La mujer es como un libro que, bueno o malo, debe empezar a gustar por la portada; si no es interesante, no inspira el deseo de leerlo, y ese deseo tiene la misma fuerza que el interés que inspira. La portada de la mujer va también de arriba abajo, como la del libro, y sus pies, que tanto interesan a los hombres que comparten mis gustos, ofrecen el mismo interés que ofrece en un hombre de letras la edición de la obra. A la mayoría de los hombres no les preocupan los bellos pies de una mujer, y a la mayoría de los lectores no les preocupa la edición. Por eso las mujeres hacen bien en cuidar su cara y su atuendo, porque solo gracias a ellos pueden suscitar la curiosidad de leerlas a quienes, al nacer, la naturaleza no concedió el privilegio de nacer ciegos.”
(p. 164)

Retrato hecho por su hermano, Francesco Casanova (1750-1755).

No hay felicidad sin pensamiento
“El hombre solo puede ser feliz cuando se reconoce como tal, y solo puede reconocerse así en la calma. Por lo tanto, sin la calma nunca sería feliz. El placer, para serlo, debe tener un término. […]
“¡Felices los enamorados que pueden sustituir con la inteligencia a los sentidos cuando estos últimos necesitan reposo! […] El hombre y el universo están en igualdad de condiciones; podría decirse que no hay diferencia de uno a otro, porque si destruimos el universo ya no hay hombre, y si destruimos al hombre ya no hay universo; pues entonces ¿quién podría tener una idea del universo?”
(p. 607-608)

La irracionalidad de las modas
Casanova observa un tumulto y pregunta qué pasa. “Toda esa gente espera para comprar tabaco”, le contestan.
“–¿Solo se vende acaso en esa tienda?
–Lo venden en todas partes; pero desde hace tres semanas solo quieren tener en la tabaquera tabaco de la Civette”.
–¿Es mejor que los otros?
–En absoluto: quizá sea peor; pero desde que la señora duquesa de Chartres lo puso de moda, solo quieren éste.
–¿Qué hizo para ponerlo de moda?
–Se detuvo dos o tres veces cuando pasaba en carroza delante de esta tienda y solo compró lo suficiente para llenar su tabaquera, diciendo en voz alta a la joven que lo vende que es el mejor tabaco de París. Los papanatas que la rodeaban contaron el episodio a otros, y todo París supo que si alguien quería buen tabaco debía comprarlo en la Civette. Esa mujer hará fortuna, pues vende por valor de más de cien escudos diarios.

Hombre y universo están en igualdad de condiciones: si destruimos el universo ya no hay hombre, y si destruimos al hombre ya no hay universo

–Y quizá la duquesa de Chartres no sepa que ha hecho la fortuna de esa mujer.
–[…] No podéis imaginar lo pánfilos que son los parisinos. Estáis en el único país del mundo en el que la inteligencia puede hacer su fortuna, tanto cuando es verdadera, y entonces la recogen los inteligentes, como cuando es falsa, y en este caso la recompensa es la estupidez, una de las características de la nación. Y sorprende que sea hija de la inteligencia, de modo que, y no es una paradoja, la nación francesa sería más sabia si tuviera menos inteligencia.
Los dioses a los que aquí adoran, aunque no les erijan altares, son la novedad y la moda. Basta que un hombre eche a correr para que los que lo ven corran detrás; no se detendrán hasta que descubran que está loco; pero un descubrimiento así es como meter el mar en un cubo: aquí tenemos locos que lo son desde su nacimiento y todavía los toman por sabios.”
(p. 674-676)

El Casanova encarnado por el actor D. Sutherland en la película homónima de F. Fellini (1976).

Los prejuicios en las relaciones humanas
“En sociedad se ha llegado a un punto en que, si se quiere ser cortés, ni siquiera se puede preguntar a alguien el nombre de su patria, porque si es normando o calabrés debe, si os lo dice, pediros excusas, o si es del país de Vaux deciros que es suizo. Tampoco podéis preguntar a un señor por su escudo de armas, porque si ignora la jerga heráldica lo ponéis en un aprieto. Hay que abstenerse de felicitar a un hombre por sus hermosos cabellos, porque si es una peluca podría creer que os burláis de él, ni alabar a un hombre o una mujer sus bellos dientes, porque podrían ser postizos. […]
En Londres, el colmo de la descortesía es preguntar a alguien cuál es su religión, y también en Alemania, porque si es Hernhuter o anabaptista le fastidiará confesároslo. En última instancia si uno quiere que lo aprecien, lo más seguro es no preguntar a nadie sobre nada, ni siquiera si tiene cambio de un luis”.
(p. 2146)

Los parisinos adoran la novedad y la moda. Basta que un hombre eche a correr para que los que lo ven corran detrás

Diferencia entre leer a alguien y verle hablar
Una mujer le expone personalmente sus motivos para estimarse digna de ser enamorada y no conquistada por otros medios. “El razonamiento que me hizo –cuenta el veneciano–, y del que acabo de realizar un breve resumen, no habría tenido probablemente fuerza alguna si me lo hubiera mandado por carta; pero dicho por su boca terminó encadenándome. En una carta no habría visto ni sus lágrimas ni sus deliciosos rasgos, que la defendían ante un juez corrompido de antemano por el amor”.
(p. 2449)

Portada de la primera edición completa en castellano de las memorias de Casanova.

La belleza de la lengua española
“La lengua española es sin contradicción una de las más bellas del universo, sonora, enérgica, majestuosa, que se pronuncia ore rotundo («con boca redondeada», con perfecta elocución), susceptible de la más sublime armonía poética, y que en cuanto a musicalidad podría compararse a la italiana si no tuviera las tres letras guturales que echan a perder su dulzura, pese a lo que puedan decir los españoles que, como es lógico, tienen una opinión contraria. […] Su timbre, sin embargo, le hace parecer a oídos indiferentes más imperativa que todas las demás lenguas.”
(p. 2835)

La riqueza, maldición de España
“¡Pobres españoles! La belleza de su país, la fertilidad y la riqueza son la causa de su pereza, y las minas del Perú y del Potosí son las de su pobreza, de su orgullo y de todos sus prejuicios. Para convertirse en el más floreciente de todos los reinos de la tierra, España tendría necesidad de ser conquistada, zarandeada y casi destruida, y renacería apta para ser la morada de seres felices.”
(p. 2960)

La belleza y la riqueza de España son la causa de su pereza, y las minas del Perú y del Potosí las de su pobreza

La vejez
“Siento la misma paz, la misma calma cuando estoy sentado a la orilla de un río y contemplo el agua corriente que pasa delante de mí sin sustraerse nunca a mis ojos, y sin que su continuo movimiento la haga menos límpida. Para mí representa la imagen de mi vida, y la tranquilidad que le deseo para que llegue, como el agua que contemplo, al término que no veo y que solo puede estar al final de su curso.”
(p. 350)

* Fuente: Historia de mi vida, trad. Mauro Armiño. Girona, Atalanta, 2009.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La amistad según Michel de Montaigne (1533-1592) / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Una pequeña historia de Navidad (de Eduardo Galeano)

¿Cuánto nos representa a todos “El hombre de Vitruvio”? Discusiones y reflexiones en torno al célebre dibujo de Da Vinci / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Carta de despedida a mis alumnos / Por: Víctor H. Palacios Cruz

¿Por qué lloramos cuando vemos las fotos de nuestros hijos más pequeños? / Víctor H. Palacios Cruz

La Máquina de Ser Otro: las relaciones humanas y las fronteras del yo. Por Víctor H. Palacios Cruz