“Si esto es un hombre”. Primo Levi: sobrevivir a un campo de concentración / Por: Víctor H. Palacios Cruz


Fotografía de Francisco Boix en un campo de concentración de Mauthausen.

Primo Levi (1919-1987) fue un militante italiano antifascista que en 1943 fue capturado por las fuerzas de Mussolini y entregado a los nazis por su identificación de judío. Recluido en el campo de Monowitz, anexo a Auschwitz, Levi fue uno de los 20 sobrevivientes entre centenares de cautivos. Dos años después de su liberación en 1945 publicó Si esto es un hombre, el primero de sus libros que abordan el horror de lo vivido, y uno de los testimonios más indispensables y lúcidos sobre la degradación y la dignidad. Cuarenta años más tarde, se arrojó por unas escaleras en un todavía confuso acto de suicidio.

El solo título Si esto es un hombre sugiere un crudo examen de la destrucción deshumanizante que sufrieron la víctimas del odio nazi, mayormente a causa de un antisemitismo que, como recordó Hannah Arendt, tuvo sus resortes en las interpretaciones seudocientíficas del evolucionismo en el siglo XIX así como sus más remotas raíces en la Europa cristiana medieval.
La excepcionalidad de este y otros libros de Primo Levi, como Los hundidos y los salvados, se halla en que no se trata de una construcción teórica, sino de un registro de sensaciones concretas producidas por una cotidianidad abominable que no se agota con todas las palabras conocidas ni es concebible por la imaginación común.
Quizá como el poeta Paul Celan, que se arrojó a las aguas del Sena en París, salvarse supuso para Levi el deber abrumador de un testigo del abismo, la conciencia de culpa por la inexplicable fortuna de haber sobrevivido y la angustia de no poder reconocerse en la propia vida, pues la identidad personal es obra de un relato y en Primo Levi el relato era inseparable de la atrocidad. La escritora rusa Anna Ajmátova habló ciertamente de la imposibilidad de “matar la memoria, procurar que el corazón se vuelva de piedra y aprender de nuevo a vivir”.

No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían.

Ninguna comprensión del ser humano puede ni debe eludir la aproximación a lo más espantoso que puede ser cometido, observado o padecido. Quizá los rastros de lo innegable nos enseñen a no olvidar lo que no debe repetirse, pero también a apreciar la más modesta normalidad de los días y a entender el amor al prójimo como el regalo más grande que le puede hacer la vida a un ser humano.


Aquí unos textos de Si esto es un hombre:

“Por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. […] No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre; y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca.” (p. 39-40)

“Pensad cuánto valor, cuánto significado se encierra aún en las más pequeñas de nuestras costumbres cotidianas, en los cien objetos nuestros que el más humilde mendigo posee: un pañuelo, una carta vieja, la foto de una persona querida. Estas cosas son parte de nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo […] Imaginaos ahora a un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le quiten la casa, la ropa, todo, literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo.” (p. 40)

"Lavarse es inútil; pero es importantísimo como síntoma de un resto de vitalidad e instrumento de supervivencia moral."

“En este lugar, lavarse todos los días en el agua turbia del inmundo lavabo es prácticamente inútil a fines de limpieza y de salud; pero es importantísimo como síntoma de un resto de vitalidad, y necesario como instrumento de supervivencia moral.

Tengo que confesarlo: después de una única semana en prisión noto que el instinto de la limpieza ha desaparecido en mí. […] ¿Por qué voy a lavarme? ¿Voy a estar mejor de lo que estoy? ¿Voy a gustarle más a alguien? ¿Voy a vivir un día, una hora más? Incluso viviré menos porque lavarse es un trabajo, un desperdicio de energía y calor. […] Cuanto más lo pienso más me parece que lavarse la cara en nuestra situación es un acto insulso y hasta frívolo: una costumbre mecánica, o peor, una lúgubre repetición de un rito extinguido. Vamos a morir todos, estamos a punto de morir: si me sobran diez minutos entre diana y el trabajo quiero dedicarlos a otra cosa, a encerrarme en mí mismo, a echar cuentas o tal vez a mirar el reloj y a pensar que puede que lo esté viendo por última vez; o también a dejarme vivir, a darme el lujo de un ocio minúsculo.” (p. 62-64)



“Aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; y si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada, intercambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes, habría explicado también la esencia de la gran locura de la tercera Alemania.
Lo que todos nosotros pensábamos y decíamos de los alemanes se percibió en aquel momento de manera inmediata. El cerebro que controlaba aquellos ojos azules y aquellas manos cuidadas decía: «esto que hay ante mí pertenece a un género al que es obviamente indicado suprimir. En este caso particular, conviene primero cerciorarse de que no contiene ningún elemento utilizable».” (p. 181)

“El año pasado a esta hora yo era un hombre libre: fuera de la ley pero libre, tenía un nombre y una familia, tenía una mente ávida e inquieta y un cuerpo ágil y sano. Pensaba en muchas cosas lejanísimas […] Tenía una enorme, arraigada, estúpida fe en la benevolencia del destino, y matar y morir me parecían cosas extrañas y literarias. Mis días eran alegres y tristes, pero todos los añoraba, todos eran densos y positivos; el porvenir estaba delante de mí como un gran tesoro. De mi vida de entonces no queda hoy más que lo necesario para sufrir el hambre y el frío; no estoy ya lo suficientemente vivo para poder suprimirme.” (p. 246)

"Es no humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre."

“La obra de bestialización de los alemanes triunfantes había sido perfeccionada por los alemanes derrotados.
Es hombre quien mata, es hombre quien comete o sufre injusticias; no es hombre quien, perdido todo recato, comparte la cama con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino terminase de morir para quitarle un cuarto de pan, está, aunque sin culpa suya, más lejos del hombre pensante que el más zafio pigmeo y el sádico más atroz.
Parte de nuestra existencia reside en las almas de quien se nos aproxima: he aquí por qué es no humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre.” (p. 295)

“Quizás no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender es casi justificar. Me explico: «comprender» una proposición o un comportamiento humano significa (incluso etimológicamente) contenerlo, contener al autor, ponerse en su lugar, identificarse con él. […]
Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también.” (p. 340-342)

Fuente: Si esto es un hombre, trad. Pilar Gómez Bedate. Barcelona, El Alpeh Editores, 2006.



Comentarios

  1. Impresionante y formidable el relato sobre el sobrevivir en un campo de concentración... Nos muestra al genocida Hitler en su odio máximo hacia los judíos...

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