La maravillosa multiplicidad funcional de las manos / Por: Víctor H. Palacios Cruz

La incredulidad de Santo Tomás, óleo de Caravaggio (1602).

Infinitamente móviles, íntimas y distantes, las manos compiten con la expresividad del rostro. Ellas gesticulan, manipulan, moldean, comunican, dicen querer y además quieren de verdad. Ellas golpean o acarician, miden y reconocen, maldicen o bendicen. Y también juegan y encarnan personajes e historias. Según Aristóteles, el humano es un ser inteligente porque está dotado de manos.


La representación de la mano acompaña el alba de la historia, como prueban pinturas como las de una cueva del sur de Francia (Chauvet Pont D’Arc) de hace treinta mil años; y otra descubierta en la isla de Sulawesi entre el sureste asiático y el norte de Australia, diez mil años más antigua que la anterior. Imágenes en las que se adivina a un ser balbuciente que contempla los bisontes, alces y mamuts que salen de las manchas de sus dedos, de repente distraído por la sombra que su mano proyecta sobre una pared alumbrada por antorchas.
Las manos no son una parte aislada, tampoco una casualidad. Ellas se explican por el conjunto del cuerpo así como este se explica por la presencia de las manos. Exoneradas de sus funciones de apoyo gracias al acto de andar erguidos, las manos fueron desembarazándose de la solidez y la aspereza propias de la sustentación y el desplazamiento, en favor de su refinamiento y desenvoltura.

Mano en el arte rupestre de Chauvet Pont d'Arc, Francia, con 30 mil años de antigüedad.


Aptitud expresiva y anímica

Las manos acompañan de modo simultáneo el curso de nuestras variaciones anímicas y emocionales sin que medie un propósito. Aunque las manifestaciones expresivas sean también objeto de aprendizaje e invención, ellas participan de la unidad y el desarrollo de un estado psíquico cualquiera.
Con el tiempo y al igual que el rostro, las manos adquieren los rasgos de las inclinaciones subjetivas, esto es, cobran una personalidad y aun, añade Pallasmaa, “revelan la ocupación y el oficio de alguien”. Su propiedad expresiva, propiciada por su excepcional plasticidad y la piel que cede a los acentos del ánimo y al paso de los años, hace a la mano contemplable por sí sola, como la representación autónoma de una vida. 

Las manos no son una parte aislada o surgida al azar. Ellas se explican por el conjunto del cuerpo así como este se explica por la presencia de las manos.

En el ensayo La mano que piensa, Pallasmaa recoge una bella cita del poeta Rainer Maria Rilke:
“Manos que caminan, manos durmientes y manos que despiertan; manos criminales con taras hereditarias y otras que están cansadas, que ya no quieren nada, que se han tendido en un rincón como animales enfermos que saben que nadie les puede ayudar. Pero las manos son un organismo complicado, un delta en el que confluye mucha vida que viene de lejos para desembocar en la gran corriente de la acción. Existe una historia de las manos, tienen realmente su propia cultura, su particular belleza; les otorgamos el derecho a tener una evolución propia, deseos, humores y amoríos propios”.

Manos dibujadas por Da Vinci





Comunicativa y relacional

         Las manos adoptan posiciones totales (desde la muñeca o el brazo) o parciales (en las falanges de los dedos) para comunicar diversos contenidos o indicaciones. Así, ellas informan, responden, ordenan, imploran, instruyen o inclusive insultan.
Entre los sordomudos las manos forman un sistema de signos, como también dentro de ciertas especialidades y oficios ellas dan lugar a códigos convenidos: el control del tráfico vehicular, la señalización aeroportuaria o marítima, el arbitraje deportivo, etc. En distintos ámbitos sociales la comunicación manual se rige por convenciones morales, costumbres y etiquetas.
Por cierto, es razonable que la mano haya sido el principio y el modelo de los signos y las primeras grafías del lenguaje. La remota escritura cuneiforme recuerda en la rusticidad de sus cuñas las marcas a presión de unos dedos todavía torpes para el desplazamiento delicado que, con los siglos, llegará a ser arte, por ejemplo, en la caligrafía china. Cuenta Martyn Lyons que, durante la expansión del Corán, “la caligrafía se consideró un arte elevado, e incluso una prueba de carácter”, al punto que, según un proverbio árabe, “la pureza en la escritura es la pureza del alma”.
La imprenta, la máquina de escribir, el medio digital y las tecnologías que desactivan el empleo de los dedos en favor de la voz o la mirada, confirman la historia de una paulatina pérdida del contacto con la materia. Poco a poco, las manos dejan de marcar, teñir o dibujar; de sentir el peso, la dureza y la superficie de un soporte y unos utensilios.

Imprenta, máquina de escribir y medio digital confirman la historia de una paulatina pérdida del contacto con la materia.

Será fascinante descubrir la movilidad que ellas adquieran en una sociedad, según Byung-Chul Han, cada vez más desterrenalizada, pero donde quizá también coexistan distintas técnicas y distintos tiempos culturales, como sucede con la música, por ejemplo, en que es posible todavía pellizcar las cuerdas de un violín o presionar con los labios la caña de un oboe, así como hacer surgir sonidos orquestales rozando una pantalla con la yema de uno de los dedos.

El grito III (1983), pintura de Oswaldo Guayasamín.




Utilitaria y modeladora

Las manos alcanzan o alejan las cosas, pero sobre todo actúan sobre ellas de modo directo o mediado. Ellas solas son herramientas –al tomar una fruta– o dan lugar a otras herramientas que multiplican sus prestaciones –al usar un cuchillo para cortar una fruta–. Son el principio de los utensilios.
Por cierto, estos únicamente podrían haber sido hechura de partes anatómicas capaces de conferir infinitas determinaciones a la materia, justamente por no hallarse encerradas en ninguna determinación.
En los útiles más rudimentarios asoma la presencia de la mano como modelo o referencia, al punto que cada uno parece un perfeccionamiento preciso que el humano hubiera obtenido y apartado de sí: la cuchara es una palma que lleva el alimento a la boca; el cuenco o el vaso son dos manos que se juntan para albergar un contenido en su concavidad; el hacha, unos dedos alineados que cortan mejor; el martillo, un puño que golpea con contundencia; el destornillador, una uña que hiende y gira sin hacerse pedazos; la palanca, la amplificación del impulso de los brazos; y los dedos entrelazados, la primera canasta y el embrión del tejido.
Al modelar la materia las manos transfieren a ella una representación mental que, a su vez, se inspira y regula con la reacción de aquélla tanto cuanto con el desempeño de estas maravillosas extremidades. Sin ellas no solo no podrían fabricarse instrumentos, sino que ni siquiera habría sido posible concebirlos.

Las manos son diligentes secretarios, leales mayordomos y gentiles médicos. Con ellas vestimos, acicalamos, aseamos, masajeamos o curamos nuestro cuerpo o el de otros.

La técnica es la prolongación de la mano, la especialización externa de un ser inespecializado; la evolución múltiple de un cuerpo que ha detenido sus adaptaciones orgánicas y queda a salvo después de cada utilización.
La evolución es al resto de los animales lo que la técnica es al humano, si bien cada inserción de un útil condiciona recíprocamente la conducta de la mano y de todo el cuerpo. Por contraste, ello queda vivamente ilustrado en la torpeza, la frustración y el aprendizaje de las personas zurdas en un entorno de objetos que privilegia la mano derecha.
Las manos son también diligentes secretarios, leales mayordomos y amables médicos. Con ellas vestimos, acicalamos, aseamos, cuidamos, masajeamos o curamos nuestro cuerpo o el de otros. Ellas serán también nuestro propio cuerpo que se adelanta para sostenernos en el bastón o el andador de un organismo lastimado o en declive.

La comunicabilidad de las manos en el arte del mimo. Marcel Marceau.


Afectiva o gratificante

Las manos acogen, incluso con la ayuda de los brazos amplían los límites del individuo para hacer a otro parte de uno. Las manos atraviesan la distancia entre la posición a la que me confina mi cuerpo y la presencia de alguien hacia quien dirijo el afecto. No se limitan a hacer señales o transmitir mensajes e indicaciones, ellas mismas efectúan sobre otro una intención unitiva, aliviadora, fortalecedora o pasional. Las manos no solo “dicen querer”, sino que también se acercan y “quieren” de verdad.

Las manos acogen, incluso con la ayuda de los brazos amplían los límites del individuo para hacer a otro parte de uno.

Ellas dan forma a una materia, a un pedazo de mundo sobre el cual actúan con violencia y despotismo siguiendo o cambiando un plan. Pero también, en un ejercicio de control y finura, la mano acaricia, recorre una piel delineando y reconociendo una forma preexistente que se recibe, prueba y enaltece. En la caricia, una mano no sujeta ni oprime, sino que indaga respetuosamente, explora admirativamente y aclama con ardor. Al acariciar, el cuerpo que acaricia se encuentra a sí mismo, se acaricia a sí mismo.

Alberto Manguel.




Métrica y cognitiva

En la mano la palma, más que el dorso, es especialmente rica en terminaciones nerviosas que explican su exquisita sensibilidad. Su versatilidad óseo-muscular le concede el medir, indagar y reconocer. El tacto es el principio de todo conocimiento y las manos son su principal encarnación.
Todos los sentidos son distintos modos de tactilidad: la luz que atraviesa la córnea del ojo, la onda sonora que hace vibrar el tímpano, el aroma que remueve la mucosa olfativa. Según Ashley Montagu, la piel “es el más antiguo y el más sensible de nuestros órganos”, y según una antigua valoración es “la madre de todos los sentidos”.
En el siglo XVII y durante sus funciones como tutor de los hijos de la familia Cavendish, Thomas Hobbes los envió a un cuarto oscuro en que había colocado toda clase de objetos. “Cuando hubieron buscado a tientas, les pidió que abandonaran la habitación y le describieran qué habían «visto» con las manos. Observó que los niños empleaban un lenguaje más agudo, más preciso, que el que les era habitual cuando veían en un espacio iluminado.”
Las manos son la primera medida del tamaño, la dureza y el volumen de las cosas. Asimismo, ellas gobiernan el decurso de la percepción detectando, señalando, sosteniendo, aproximando, mostrando, reteniendo o simplemente dejando las cosas al alcance de la mirada, el oído, el olfato, etc. Ellas fijan y organizan la atención, refiriendo los objetos al sujeto e integrándolos en su radio de actividad.

A. Montagu: la piel “es el más antiguo y el más sensible de nuestros órganos, la madre de todos los sentidos”.

Ellas preceden a la razón en el contacto con el mundo. Aunque otras señales –visuales, acústicas, olfativas– se les adelanten, solo poniendo las manos sobre algo juzgamos irrefutable una presencia y verdaderos unos atributos. Fue natural, por ello, que uno de los apóstoles exigiera meter sus dedos en las llagas del costado del Maestro para saber que realmente había resucitado y vuelto con sus discípulos. De ahí que por definición la fe sea, como dicen los teólogos, una virtud sobrenatural.
Dice Alberto Manguel: “no me siento cómodo en una biblioteca virtual: no se puede poseer verdaderamente a un fantasma (aunque el fantasma sí puede poseerlo a uno). Yo anhelo la materialidad de las cosas verbales, la presencia sólida del libro, su forma, su tamaño, su textura. Entiendo la conveniencia de los libros inmateriales y la importancia que tienen en una sociedad del siglo XXI, pero para mí poseen la cualidad de las relaciones platónicas. Tal vez por eso siento tan profundamente la pérdida de aquellos libros que mis manos conocían tan bien. Soy como Tomás, que quiere tocar para creer”.
La acción configuradora de la materia es particularmente significativa para el despliegue de la inteligencia. La constatación de la misma figura en distintos restos de arcilla dejó a la vista un mismo arquetipo, de una índole impalpable y por ello indestructible. En cada pieza dicha forma inmaterial se recupera o descubre mediante la abstracción. Es nuestro primer universal, a partir del cual el humano edifica celdas invisibles con las que cataloga el inmenso universo. En otras palabras, las cosas que hacemos nos enseñan nuestros propios pensamientos, y ante todo que poseemos un pensamiento libre y móvil.

Muñecas precolombinas de la cultura Chancay,


Lúdica y recreativa

Las manos se mueven de modo inconsciente o deliberado, comunicativo o instrumental. Pero también revelan una independencia motriz como si se tratara de organismos vivos, personajes o representaciones, artísticas o entretenidas. En la aptitud comunicativa ya consta esa autonomía, con la salvedad de que su condición de signos nos desvía hacia el objeto “señalado”.
Sucede que también hacemos figuras con sus sombras o a través de títeres. Los «muñecos» o «muñecas» son juguetes derivados de la fijación y exteriorización de la mano que simula un personaje. Quizá los «muñecos» surgieron no tanto de la miniaturización de la figura humana cuanto de la emancipación de unas manos ataviadas.

Quizá los «muñecos» surgieron no tanto de la miniaturización de la figura humana cuanto de la emancipación de unas manos ataviadas.

En distintas culturas existen juegos infantiles que combinan el choque de codos, palmas y puños entre dos o más personas con canciones que siguen pequeños relatos, pero que a menudo se componen de frases no precisamente coherentes y de carácter más bien onomatopéyico. Este uso de las manos confirma la conjunción de autogobierno corporal y juego en el aprendizaje del lenguaje y la convivencia, pues cada participante sincroniza la coordinación de su motricidad individual con la coordinación de otro.
Sin duda el esculpir, el pintar, el manipular marionetas o el tocar cualquier instrumento musical, desde una tabla que se percute hasta una pantalla táctil que se toca con levedad, supone una mezcla de las funciones utilitaria y recreativa de las manos. En la danza y en especial en el arte del mimo, el movimiento de ellas y de todo el cuerpo prescinde de cualquier auxilio o mediación invitándonos a la sola contemplación de su espléndida inmanencia.

En resumen, las manos llevan el cuerpo al mundo y traen el mundo al cuerpo. Cuando nos cubre un tibio sol otoñal, cuando aspiramos un olor a tierra mojada, cuando nos detenemos junto al mar, cuando una música sosiega la sangre… cerramos los ojos y descansamos las manos relajando la columna. En seguida ellas cobran vida de nuevo, se elevan y vuelan trazando en el aire cintas y volutas. En toda nuestra biología nada como ellas, receptivas y teatrales, comunica intensamente nuestra comunión con el mundo.

Comentarios

  1. Excelente conocimiento. Un fuerte abrazo.

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  2. «(…) la función evolutiva más sofisticada de las manos no es manipular una herramienta, sino lograr entrelazarse con las de otros.»

    Gabriela Damián Miravete, El tercer mundo después del Sol (La sincronía del tacto)

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