Un disparo de luz: los diarios de guerra de Ernst Jünger / Por: Víctor H. Palacios Cruz
Los diarios de guerra
de Ernst Jünger (Tempestades de acero,
Radiaciones I y Radiaciones II) evolucionan desde una alabanza de las armas como
escuela de grandeza hasta una observación más serena y distante. Por sus
páginas corre una extraña mezcla de ardor, claridad y elocuencia que vuelve la
lectura indespegable e imprime una marca de dignidad en el centro de la
atrocidad y la destrucción.
Ernst
Jünger (1895-1998). Militar, escritor, novelista, filósofo, historiador y
entomólogo. A los 17 años abandona el hogar familiar y viaja a África alistado en
la Legión Extranjera francesa.
El
ánimo nacionalista y conservador de sus inicios lo hizo popular entre los
alemanes antes de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Jünger rechazó la
propuesta de Goebbels de ponerse a órdenes de Hitler.
Que
luego fuera repudiado tanto por el bando nazi cuanto por el comunista prueba que
el suyo era un espíritu libre e irreductible a ninguna clase de filiación. Crítico
del antisemitismo, exigió a los nazis no usar sus libros con fines de
propaganda y acabó abominando de los totalitarismos. Respetado por el Führer,
los nazis jamás se atrevieron a amenazarlo.
"Tras participar de un fallido atentado contra Hitler, dimitió del ejército y declaró sentir repugnancia por las armas y la vocación militar que tanto había amado."
Jünger
fue sobre todo una conciencia apasionada de su tiempo y de su propia
existencia. Un sagaz observador de la conducta humana y también de la naturaleza.
Durante
la ocupación alemana, Jünger aprovechó su estancia en París para tratar con artistas
como Picasso, Cocteau y Bracque, y se las arregló para salvar a numerosos
judíos. Tras participar de un fallido atentado contra Hitler, dimitió del
ejército y declaró sentir repugnancia por las armas y la vocación militar que
tanto había amado. Sus libros fueron entonces prohibidos.
Aquí
uno de los pasajes más humanos y dramáticos de su diario de la Primera Guerra
Mundial, Tempestades de aceros (los títulos de los fragmentos son míos):
La pérdida de un amigo
“Medio aturdido y una vez me hubieron vendado a
la ligera, volví hacia atrás con pasos vacilantes, para alejarme de aquel foco
de la lucha. Acababa de pasar el primer través cuando llegó corriendo detrás de
mí un soldado y me dijo a gritos que en aquel mismo sitio había caído muerto Tebbe de un balazo en la cabeza.
“Esta noticia me dejó completamente anonadado. ¡Un
amigo dotado de unas cualidades tan magníficas, con el que durante años había
compartido alegrías, tristezas y peligros, un amigo que pocos minutos antes me
había gritado una broma, un amigo como aquél había sido matado por un diminuto
pedazo de plomo! Me resistía a comprender aquello. Mas, por desgracia, era
demasiado cierto.”
"¡Un amigo dotado de unas cualidades tan magníficas, un amigo como aquél había sido matado por un diminuto pedazo de plomo!"
La furia ciega de la
venganza
“Mientras íbamos avanzando se apoderó de
nosotros una ira propia de energúmenos. Un poderosísimo deseo de matar daba
alas a nuestros pies. La rabia me arrancaba lágrimas amargas.
“La monstruosa voluntad de exterminio que sobre
el campo de batalla gravitaba se concentraba en los cerebros y los sumergía en
una niebla roja. Entre sollozos y tartamudeos nos gritábamos unos a otros
frases incompletas, y un observador imparcial habría podido tal vez creer que
de nosotros se había apoderado un exceso de felicidad.”
Un disparo de luz a
tiempo
“Entonces fue cuando divisé al primer enemigo.
Una figura humana vestida con un uniforme pardo y que, al parecer, se
encontraba herida, estaba acurrucada, a veinte pasos de mí, en el centro de
aquella hondonada aplanada por el fuego de tambor; se apoyaba con las manos en
el suelo. Nos vimos al doblar yo un recodo. Vi cómo aquella figura se
estremecía cuando aparecí y cómo me miraba fijamente, con ojos muy abiertos,
mientras lentamente, pérfidamente, me iba acercando hacia ella con el rostro
oculto detrás de mi pistola. Se estaba preparando un espectáculo
sangriento, sin testigos. Era un alivio el tener por fin al alcance de la mano
al antagonista. Apoyé el cañón de mi pistola en la sien de aquel hombre, que
estaba paralizado por la angustia, y con la otra aferré crispadamente la
guerrera de su uniforme. En ella había condecoraciones y distintivos de grado;
era un oficial y seguramente había tenido el mando en aquella trinchera. Con un
quejido metió una mano en un bolsillo, pero lo que de él sacó no fue un arma,
sino una fotografía; me la puse delante de los ojos. Miré la fotografía y en
ella vi a aquel hombre de pie en una terraza, rodeado de una numerosa familia.
“Aquello era un conjuro que llegaba desde un
mundo sumergido, increíblemente remoto. Más tarde he considerado que fue una
gran ventura lo que hice: solté a aquel hombre y seguí con precipitación hacia
adelante. Precisamente ese hombre se me sigue apareciendo en mis sueños con
frecuencia. Eso me permite abrigar la esperanza de que haya vuelto a ver su
patria.”
*
Fuente: traducción de A. Sánchez Pascual. Barcelona, Tusquets, 1998.
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