¿Por qué el abuso de las normas y los estándares fomenta la mediocridad laboral? / Por: Víctor H. Palacios Cruz

El filósofo y sociólogo canadiense Alain Deneault.

El filósofo Alain Deneault propone una respuesta en su nuevo libro Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder. Hay una certeza, ante todo. Sin planificación ni evaluación cualquier rumbo titubea. No sabríamos adónde vamos ni por dónde venimos. Pero la seguridad que dan los instrumentos de control laboral nos puede enceguecer. La abstracción de los dígitos adquiriría, entonces, una dureza que reemplazaría el titubeo con la inmovilidad. Los años de estafa y caos de nuestras universidades, por ejemplo, no deben convertir los necesarios procesos de acreditación y licenciamiento en instancias suficientes y sofocantes. La academia es también libertad, pensamiento y vida más allá de los dígitos y las rúbricas. Es conveniente defender a Sunedu, sin dejar de entender a la vez que el cumplimiento de sus razonables requerimientos no es un punto de llegada sino, apenas, un punto de partida.

 

El exceso de normas y de estandarización en la esfera laboral y académica genera una profusión de informes que nos ocupa tanto como lo haría la ansiedad de registrar con cámaras, selfies y tweets cada hecho real en lugar de vivirlo más y, precisamente por ello, entenderlo y realizarlo mejor. Ni siquiera el bienestar personal o social es una suma de indicadores y de esqueletos matemáticos, cuya sola obtención consume parte de las fuerzas que se necesitarían para hacer lo que declaramos hacer.
Además, el abuso de los parámetros induce el malentendido de que los mínimos son la excelencia; así como premia el mero cumplimiento de lo correcto en desmedro de la contribución personal, y promueve un alineamiento que sanciona las diferencias y suscita recelos que envenenan el clima laboral.

Erich fromm: “nada peor que la mediocridad dotada de poder”.

El sentido de lo que nos convoca dentro de una fábrica, cuánto más en la escuela y la universidad, es sencillamente inexpresable y no se extrae de ninguna abundancia de cifras y reportes. El amor al oficio no se mide, se encarna. En la obra de Shakespeare, Julieta explica así a Romeo su incapacidad de decirle cuánto lo ama: “sería pobre si pudiera contar todos mis caudales”.
“Nada peor que la mediocridad dotada de poder” fue la frase admonitoria y tajante con que Erich Fromm condensó, en el libro El miedo a la libertad (1941) su estudio sobre cómo la cosificación del ser humano, la industrialización de la vida y la obediencia sin crítica prepararon el triunfo del nazismo.
En este sentido, qué pertinente la reciente aparición en castellano de Mediocracia. Cuando los mediocres llegan al poder, del filósofo canadiense Alain Deneault. Aquí un fragmento de un artículo suyo que recoge algunas ideas de su trabajo, y otro de una muy ponderable reseña periodística sobre esta gran noticia editorial.
Sin duda, una nueva oportunidad para debatir nuestros objetivos y procedimientos de optimización académica y laboral. Una nueva oportunidad para aprender a amar lo que hacemos juntos.

Erich Fromm (1900-1980)

“Cuando los mediocres toman el poder”
Alain Deneault, publicado el 04 de septiembre en el diario El País.

“No esté orgulloso, no sea ingenioso ni dé muestras de soltura: puede parecer arrogante. No se apasione tanto: a la gente le da miedo. Y, lo más importante, evite las “buenas ideas”: muchas de ellas acaban en la trituradora. Esa mirada penetrante suya da miedo: abra más los ojos y relaje los labios. Sus reflexiones no solo han de ser endebles, además deben parecerlo. Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no es usted gran cosa. Eso nos facilitará meterlo en el cajón apropiado. Los tiempos han cambiado. Nadie ha tomado la Bastilla, ni ha prendido fuego al Reichstag... Y, sin embargo, se ha lanzado el ataque y ha tenido éxito: los mediocres han tomado el poder.”
“Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron de los primeros en atestiguar la proliferación de la mediocridad a lo largo y ancho de todo un sistema. Su tesis, El principio de Peter, que desarrollaron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, resulta implacable en su claridad: los procesos sistémicos favorecen que aquellos con niveles medios de competencia asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes como a los totalmente incompetentes.

"Se despedirá a un profesor que no sea capaz de seguir un horario ni sepa nada sobre su asignatura, pero también a un rebelde que aplique cambios importantes a los protocolos".

Se dan ejemplos impresionantes de este fenómeno en los colegios, donde se despedirá a un profesor que no sea capaz de seguir un horario ni sepa nada sobre su asignatura, pero también se rechazará a un rebelde que aplique cambios importantes a los protocolos de enseñanza para lograr que una clase de alumnos con dificultades obtenga mejores calificaciones –tanto en comprensión lectora como en aritmética– que los alumnos de las clases normales. Asimismo, se desharán de un profesor poco convencional cuyos alumnos completen el trabajo de dos o tres años en solamente uno.
Según los autores de El principio de Peter, en este último caso al profesor se le castigó por haber alterado el sistema oficial de calificaciones, pero sobre todo por haber causado “un estado de ansiedad extrema al profesor que habría de encargarse al año siguiente del grupo que ya había realizado todo ese trabajo”. Así es el proceso que va dando lugar a los "analfabetos secundarios", por emplear la expresión acuñada por H. M. Enzensberger. Este nuevo sujeto, producido en masa por instituciones educativas y centros de investigación, se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales.

Fuente:



“La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo
Rodrigo Terrasa, publicado el 4 de septiembre de 2019 en el diario El mundo.

"El sistema no quiere a un maestro que no sepa ni usar la fotocopiadora, pero menos aún aceptará a un maestro que cuestione el programa educativo tratando de mejorar la media. a Tampoco admitirá al empleado de una empresa que intente mostrar una pizca de moralidad en una compañía sometida a la presión de sus accionistas. Traslade el modelo a cualquier otra profesión y encontrará un panorama con profesores universitarios que en lugar de investigar rellenan formularios, periodistas que ocultan grandes escándalos para generar clics con noticias de consumo rápido, artistas tan revolucionarios como subvencionados y políticos de extremo centro. Ni rastro del orgullo por el trabajo bien hecho. «Por oportunismo o por temor a represalias estructurales, es difícil resistir la presión de la mediocridad», lamenta el filósofo canadiense.”

"El sistema, por nuestro comportamiento gregario y por la igualdad democrática, tiende a premiar la conducta adaptativa."

«Nuestros sistemas masivos de calificación, de evaluación y de indicadores están pensados para gestionar la media. Y la verdad es que lo hacen bastante bien», defiende Daniel Inneratity, catedrático de Filosofía Política y Social en la Universidad del País Vasco. «La parte mala es que también castigan la disonancia, lo disruptivo. Lo que nos suena extraño tendemos a calificarlo como malo. La única manera de combatir ese sesgo es tener un sistema en paralelo para concederse una cierta excepcionalidad porque el sistema, por nuestro comportamiento gregario y por la igualdad democrática, tiende a premiar la conducta adaptativa. Quien quiera evitar ese sesgo lo que debe hacer es procurarse la compañía de alguien que le diga la verdad a la cara, que no le haga la pelota como hacen los asesores de hoy en día, sino que le diga alguna vez que está haciendo el ridículo, como hacían los bufones del Rey».”

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