La Escuela Bauhaus: un siglo de renovación e influencias / Por Víctor H. Palacios Cruz





Este año se cumple un centenario de la creación en Alemania de la Escuela de arquitectura, diseño, arte y artesanía Bauhaus (Staatliche Bauhaus: Casa de la Construcción Estatal), realizada por iniciativa del arquitecto Walter Gropius en medio de la calma enrarecida que fue el período de Entreguerras, fin de una época y preludio de la aniquilación nazi.
La Primera Guerra Mundial había hecho pedazos lo que Stefan Zweig llamó en sus memorias la “era de la seguridad”, un siglo XIX de logros técnicos y desarrollo industrial en que el Imperio Austrohúngaro aún proporcionaba referencias políticas y culturales a la Europa heredera de los ideales ilustrados.
La polvareda de los escombros inspiró poemas lúgubres como La tierra baldía de T. S. Eliott; diagnósticos como La decadencia de Occidente de Oswald Spengler; novelas como El hombre sin atributos de Robert Musil; y todos los relatos de perplejidad e insignificancia de Franz Kafka.
En esa atmósfera de caída e incertidumbre, las vanguardias de la pintura, la fotografía y el cine desplegaron sus distintos atrevimientos en una vastedad deshabitada por la vieja Razón.

Sede de la Bauhaus en Dessau

Pero en la ciudad de Weimar, donde a duras penas Alemania trataba de sostener una democracia titubeante, Gropius tuvo la difícil valentía de mirar hacia adelante y crear una escuela que no negara el legado de la ciencia y la técnica sino que, más bien, le confiriera una proyección renovadora, más humana y social.
Su voluntad de reivindicar la artesanía y replantear los métodos de enseñanza con la cooperación de otros maestros y disciplinas, así como la ilusión de acercar la calidad de los productos a todas las clases sociales, llevaron no a la definición de un estilo particular, sino a algo todavía más fecundo: la formación de un campo libre para las nuevas ideas en la arquitectura, el teatro, la tipografía, el diseño, etc., con una funcionalidad que halló en su simplificación posibilidades inéditas no exentas de belleza, que seguimos apreciando en electrodomésticos populares, en la apariencia de un Iphone o en los grandes almacenes de Ikea y de sus imitadores.

Tetera Marianne Bandt

Aquí reúno un par de documentales instructivos y panorámicos sobre la Bauhaus y su legado.
Debajo de ellos planteo unas coincidencias inesperadas entre el programa de la Bauhaus y el espíritu del rock, con el colofón de un vídeo de una banda inglesa de este género a inicios de los 80 llamada precisamente Bauhaus.

“Bauhaus: el rostro del siglo XX”, escrito y narrado por Frank Whitford



“Bauhaus: diseño para la sociedad”, producido por la cadena alemana DW, cuyos documentales y reportajes recomiendo con entusiasmo.
Parte 1


Parte 2


Parte 3



EL BONUS TRACK: LA BAUHAUS Y EL ROCK 
Similitudes entre la Bauhaus y el rock: La búsqueda de simplificación, accesibilidad, universalidad, libertad, innovación y especialmente el tomar los insumos del medio urbano y tecnificado e imbuirlos de enaltecimiento, humanidad y estilización. Asimismo, una alianza con la producción en serie a fin de dirigir el arte a todos los sectores sociales. Y, por supuesto, aun tomando todas las herencias posibles, crear mirando firmemente hacia el futuro.
Curvar el acero para obtener una liviana silla Bauhaus, se parece esencialmente a los efectos del sonido vigoroso y estridente de la guitarra eléctrica en que el cemento y el metal, y por tanto la dureza, la agitación, el ruido y la tristeza de las ciudades, se doblegan y tuercen, es decir, se domestican y finalmente se bailan en una sublimación que la música de otro tiempo no estaba preparada para afrontar.
En suma, Bauhaus y rock representan la rehumanización de un nuevo orden de artificios a punto de volverse autónomos, fríos y amenazantes.
Iggy Pop declaró que su vocación rockera provenía de su asombro de niño ante el estruendo de las fábricas de Detroit, la ciudad automotriz por excelencia. “Quería imitar ese sonido ensordecedor, porque simplemente me parecía hermoso”.
A su vez, la banda alemana Kraftwerk introdujo en los setenta el empleo de la electrónica y el abandono de los instrumentos convencionales para generar una música de laboratorio que, sin embargo, extrajera una estética de la marcha de los robots, las autopistas, la cibernética, los trenes de alta velocidad y hasta de una bicicleta (recuérdese su música homenaje al Tour de France).
En realidad, un efecto no tan diferente del que buscaron las flautas que, milenios atrás, imitaron los cantos de los pájaros y los tambores que reprodujeron los truenos de los cielos. Porque el arte no es sino la adopción y transformación de lo que nos rodea, como lo es, por ejemplo, el ritmo en relación con los latidos del corazón, nuestra primera morada: el regazo de mamá.
El rock y la música electrónica han hecho con la electricidad y la informática lo mismo que hicieron nuestros antepasados que modelaron preciosos cuencos y vasijas a partir del barro que tenían a sus pies.
Se dice a menudo, y con razón, que el rock es el folclor de las ciudades. La Bauhaus fue el anhelo de convertir en ideas y arte un mundo nuevo surgido de la industria y la expansión del comercio, un mundo que ya no podíamos entender ni manipular con los pensamientos del pasado.





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