Ser estudiante de universidad / Por: Víctor H. Palacios Cruz

"Instantánea en Biarritz", pintura de Joaquí Sorolla (1906)


A través de una ausencia irremediable, rindo homenaje a los esfuerzos, las batallas y las alegrías de mis estudiantes universitarios, que inician, reanudan o concluyen una de las etapas más apasionantes y también más cruciales y difíciles de sus vidas. Los profesores que amamos nuestro oficio estamos a su lado mirando el mismo horizonte ilusionados.



            
R. era una de mis mejores estudiantes. En sus evaluaciones y en el aula especialmente. La vitalidad de sus consultas y aportaciones propagaba entre sus compañeros una ola de energía que favorecía enormemente mi trabajo y contribuía a la fijación duradera de las ideas al unirlas a esa garantía de la memoria que es el hecho emocional de la experiencia.
Tenía más de cuarenta años, había empezado tarde su carrera de Derecho y culminado una vida previa en otro país. Quizá ello añadía a su inteligencia la lucidez de quien comprende el paso del tiempo y la coherencia que impone la determinación. A su vez, este convencimiento la hacía animar a otros estudiantes a acudir con ella a las asesorías en mi despacho que eran, cómo olvidarlo, verdaderas celebraciones del pensamiento y el aprendizaje envueltas en la alegría y el humor.
Al final de un día, cuando en casa mi esposa y yo abrazábamos nuestras jornadas concluidas, una llamada telefónica atravesó la bóveda de la noche partiéndola en pedazos. “Profesor, perdone el atrevimiento de hablarle a esta hora. Necesitaba contarle que desgraciadamente R. ha muerto. Se ha quitado la vida, profesor”.
La noticia produjo un impacto aún más inasimilable entre quienes la trataban con asiduidad. Chicas de 17 o 18 años que no esperaban de ninguna manera un giro comparable en el corazón de una amiga a la que encontraban sólida, madura y ejemplar. Naturalmente, a pocas horas de la tragedia ellas empezaron a repasar las últimas semanas vividas con R. y detectaron los indicios que suele dejar la persona que ha considerado dar término a su existencia. Señales ambiguas y dispersas a las que no solemos conceder la debida importancia, puesto que nunca imaginamos la peor decisión en alguien en quien, por culpa de los límites que subsisten en la mayor cercanía humana, creíamos apreciar una vida colmada de anhelos y proyectos. Señales que posteriormente dejan en quienes sobreviven la duda calcinante sobre si habría sido posible evitar lo irreparable.
Sin duda, es una ligereza imperdonable el deducir una existencia afortunada, armoniosa y saludable a partir de unas simples buenas calificaciones de colegio o de universidad. Datos que con sinceridad no contienen más que un ínfimo fragmento del universo contradictorio y mudable que es cada ser humano. Más aún en una edad como la adolescente, tan vulnerable a las vicisitudes del camino y a las transformaciones de la sociedad.
Vilmente nos alarma el rendimiento estudiantil en rojo en el cálculo de la deserción que restaría un estimable ingreso financiero a la institución, cuando al mismo tiempo seres con profundas heridas ocultas bajo las galas de una excelencia académica discurren a ambos lados de nuestra indiferencia justo en el único instante en que podrían ser escuchados y recibir la palabra decisiva que siquiera les dé el consuelo de saberse acompañados. Rumbos sinuosos a los que no queremos asomarnos porque solo vemos en los alumnos cifras, informes y certificados Amparándonos en la funcionalidad del sistema, alegamos que no nos conciernen sus privacidades cuando, en realidad, le tenemos miedo a los problemas del prójimo y seguramente también a nuestras propias lágrimas delante de tristezas que podrían ser las nuestras o las de nuestros hijos.
Como profesor en dos universidades del norte del Perú, he recibido de mis alumnos alrededor de una mesa, sobre una banca o frente a un café las confidencias más dramáticas que me han dejado exhausto y vacilante ante mis propias certezas, mientras por dentro me preguntaba qué clase de esperanza encuentran los chicos en las clases que los profesores que amamos el oficio intentamos brindar por encima de nuestras limitaciones.
¿No son las clases, adonde procuro llevar el oro de mis asombros, soledades y conversaciones, quizá solo una pausa, una distracción en el sufrimiento cotidiano en que vive buena parte de quienes escuchan y en cuyos rostros, como sucedía con R., solo verifico la mirada absorta y reflexiva centelleando sobre una amplia oscuridad que escapa por completo a mis sentidos?
Por otra parte, qué difícil es ser joven y, en este país de tantos desequilibrios e injusticias, egresar tan pronto de la educación secundaria y ser conminado a escoger una carrera profesional, elección grave y abrumadora, semejante a la del matrimonio o la vocación espiritual. ¿Qué preferir: el buen salario de puesto laboral aventajado, o hacer por el resto del futuro el trabajo que uno realmente ama?
Además, ¿cómo se combate la ausencia de los padres o de sus afectos? ¿Cómo se resiste la influencia hipnotizante del consumo y las nuevas tecnologías que exigen traicionarse, desapegarse de lo que veníamos siendo y de todos nuestros lazos para ser, sin pausa, algo nuevo que mañana será otra cosa luego de pagar por un look o un producto?
Con razón dice David Le Breton que el deber social no escrito de seguir un arbitrario modelo de apariencia acrecienta en los jóvenes el ansia de librarse de la enloquecedora tarea de sostener una representación, por ejemplo en quienes ansían beber o drogarse hasta la inconciencia, no con la ilusión de experimentar la intensidad sino, por el contrario, con el ansia de dejar de experimentarse a sí mismos. Más aún, Le Breton describe la anorexia como “una voluntad de escapar del propio cuerpo haciéndolo diáfano y del vínculo social haciéndole invisible”, en personas que “ven su cuerpo como algo distinto de ellos, como una cárcel de la que intentan huir”.
Para R. las clases eran tal vez las horas más felices de su rutina, y las disfrutaba como disfrutan los niños sus juegos, en que sucede el olvido y la dulce inconciencia de la marcha de los minutos. Por eso, decía Hölderlin, los niños son inmortales porque no saben que han de morir.
Según una tradición jesuita, al pequeño que luego sería San Luis Gonzaga su ama de llaves le dirigió una terrible pregunta: “niño, qué harías si supieras que vas a morir dentro de poco”. Él respondió: “ah, pues… seguiría jugando”. Respuesta infantil, pero sabia que imagino en R., que hasta el último día de su existencia acudió a las aulas, tomó apuntes, charló con sus compañeras y preparó sus exámenes.


Comentarios

  1. Excelente artículo Profesor, reflexivo, real y preciso en esta época donde muchos jóvenes deciden poner fin a los problemas finalizando su vida... Es muy difícil reconocer esos indicios que muestran como una persona que en apariencia se ve saludable física y sicológicamente, está pensando en darle fin a todo. Lamentable lo de R.

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    1. Efectivamente. Lo que percibimos de nuestros muchachos es tan poco o a menudo tan engañoso. Hay quienes gritan "auxilio" a nuestro lado y la prisa inhumana nos impide escuchar. Al fin y al cabo, nos rodean no usuarios, clientes o matriculados, sino seres humanos. Como nosotros...

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  2. Gracias Víctor! Me parece una entrada excelente para prestar atención a un problema que, al menos en Honduras, se está volviendo alarmante. Gracias a este magnífico relato y a la reflexión que el mismo ocasiona, R trasciende, lo cual no justifica de ninguna manera esta lamentable pérdida.
    Aprovecho para comentar que hay estudios que demuestran que una buena parte de estos desenlaces ocurren por la falta de educación en el tema de salud mental. En El Grupo de Investigación de Neurociencias Aplicadas (GINA) de la Universidad Nacional AUtónoma de Honduras (UNAH) recién hemos comenzado un proyecto de Salud Mental de los Jóvenes con el objetivo de educar en el tema para favorecer el diagnóstico temprano y reducir el estigma. Estamos muy entusiasmados con esta intervención, espero en algún momento compartirle resultados.

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    1. Sin duda, cada historia es distinta. Pero las ideas, los estudios y las conclusiones compartidas pueden ayudar, efectivamente, no a desaparecer lo siempre posible en el ser humano, pero sí a disminuir sus motivos y circunstancias. Por ello, qué extraordinario y consecuente lo que están haciendo allá en la UNAH y ya anhelo conocer los resultados, con la ilusión de compartirlos con mis colegas aquí en Perú.
      De otro lado, la salud mental es una disciplina que por tanto tiempo hemos desestimado por prejuicios y quizá sobre todo por temores. Poco a poco, la atención psicológica se va naturalizando, profesionalizando y extendiendo. Aunque pienso que el más grande antídoto o el consuelo de toda clase de angustia y sufrimiento es siempre la compañía y el afecto que ayuda a salir de uno mismo y reconcilia con el mundo. Muchísimas gracias, Virna, por escribir.

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  3. Saludos a todos. Víctor Hugo, también comparto experiencia desde mi acompañamiento en la formación a los estudiantes de Medicina Humana quienes tienen problemas muy serios que inician con ansiedad que va alterando toda su salud y que se convierte en impedimento para continuar con sus estudios, porque generan "gastos económicos" para sus padres , recordando que la Seguridad social una vez que cumplen la mayoría de edad ya no les presta atención médica y entonces tienen que hacer una consulta privada o particular y esto resulta muy costoso para la economía familiar, entonces optan por dejar de estudiar porque "es la causa de su enfermedad" ...cuando se van de nuestras aulas porque "ya no pueden más" , se van con un sinsabor de haber perdido tiempo y dinero (toda vez que los costos en esta carrera son altos) y el serio problema está en que por desconocimiento los padres lo único que hacen es obligarlos a trabajar "porque no sirves para estudiar" y esto es terrible porque se sienten peor!!! esto porque no hay una formación y difusión en el manejo de problemas de salud mental. Como docente me apena no poder acompañar más, tendríamos en ámbito universitario acompañarnos con profesionales psicólogos y médicos en salud mental para ayudar a dar solución a estos serios problemas ...totalmente desatendidos!. Un brazo a cada uno Dra. Virna , saludos.

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    1. Gracias, Marita, por tus apuntes y tu testimonio, que refuerzan el convencimiento que varios colegas compartimos de que la carga lectiva y administrativa de los profesores debe cuidar el hecho de que gran parte de nuestra rutina es, aparte de investigar y producir, escuchar a nuestros estudiantes y escucharnos entre nosotros. Incluso para regular nuestros contenidos y competencias. Una universidad no es solo un lugar y unas actividades programadas, sino también una forma de vida y una vida en comunidad. Deberíamos tener una mayoría de profesores de planta, a tiempo completo, con muchas horas disponibles para la lectura, el conocimiento, la conversación con los chicos y la asociación para generar ideas. De otro modo, somos apenas operarios de un sistema implacable que no admite tregua ni la retroalimentación conveniente y favorable a la institución que proporciona la reflexión y el diálogo sobre el trabajo que nos ilusiona.
      Los alumnos perciben que somos profesores atareados, que pasamos tan poco tiempo con ellos. Y se callan sus propias ideas, sus sugerencias, sus sufrimientos. Definitivamente, es preciso rehumanizar lo que hacemos y creer más en la comunicación personal que en los papeleos copiosos e innecesarios. Vivir más en la realidad que en las estadísticas que solo puede reflejarla parcialmente en cuadros e informes que no tienen más destino que la papelera...

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  4. Excelente artículo, profesor. Creo que dentro de cada uno se extiende una infinitud de sentimientos, pensamientos, entre otros aspectos que, de alguna u otra se reflejan siempre en nuestras conversaciones con otros compañeros, pero que muchas veces los demás pasan por desapercibido o como un signo de "querer hacerse notar frente a otra persona", eso que llaman "querer llamar la atención" muchas veces es un llamado de emergencia que nosotros como seres humanos queremos hacer ver, pero no falta quien te juzga y te apedrea porque caen en las apariencias o comentarios que los demás hacen de tal persona y no se fijan en que, tal vez, de alguna manera, podríamos ser capaces de evitar lo inevitable.

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    1. Qué amable por tu lectura. Y celebro el eco de las reflexiones compartidas. En efecto, diría que está enferma una sociedad grande o pequeña dentro de la cual nos atemoriza la percepción de nuestros actos. El recelo aísla, la sospecha amuralla. Y la convivencia necesita participación y cooperación, es decir confianza mutua. Sin embargo, siempre el curso de un grupo humano depende no de estructuras o fatalidades sino de la iniciativa y la determinación, valiente, de sus miembros. Alguien debe dar el primer paso. Pienso que debemos aprender a vivir con alegría y sobrellevar los rumores alrededor. Además, como diría el profesor italiano Nuccio Ordine, "nadie que ame lo que hace puede ser corrompido por los demás". Un saludo!

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  5. Víctor, mirando tus escritos me encontré con este relato. Acoto un detalle en tu reflexión, de seguro reflexionado pero aún no del todo expresado en el mismo, que nos lleva al Misterio. La vida no es sino, el numen (el misterio), de lo que ha diario hacemos y reflexionamos. Ya desearíamos conocerle y, por ende, conocernos; pero he ahí el mayor reto para el ser humano. Volver a nosotros mismo y desafiar nuestro propio encuentro, puede ser un camino, una pequeña luz, ante tanta oscuridad y poca visión para seguir "andando".

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    1. Le agradezco su tiempo y su lectura. Qué sugerente su comentario. Precisamente, pienso, una de las grandes dificultades para remontarnos a cualquier sentido de trascendencia es la pérdida de contacto con nosotros. No nos escuchamos, atareados y expuestos al mero roce de las superficies por la velocidad de las ocupaciones, y entonces no somos capaces de hospedar, profundizar y descubrir. Lo que Byung Chul-Han llama el aroma del tiempo, tan inhabitual en este tiempo de impaciencias. Y, por supuesto, si no frecuentamos el espacio y la hondura que habitamos, es decir lo más próximo a nosotros, menos podríamos percibir una música lejana, preciosa y de otra índole.

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  6. Felicitaciones, Victor Hugo, esta experiencia es realmente conmovedora, la vocación de maestro nos lleva a la reflexión de cuantos maestros universitarios pasan de largo por las aulas, pero somos quienes trabajamos con seres humanos llenos de experiencias invisibles para muchos docentes, pero quienes tienen vocación la perspectiva es totalmente distinta por que es saber quienes sin tus alumnos, de donde vienen, con quienes viven y dialogando con ellos, descubrir sus temores, dificultades en la podemos, tan solo escucharles o darles una palabra de aliento, confianza.
    Nuestra tarea es disponerse a darse por entero a la profesión pero a la vista de nuestra humanidad y una vida espiritual unida a tu creador, veo que primero debemos estar personalmente equilibrados para orientar, guiar, en lo posible acompañar en situaciones difíciles.
    Lo que pasó con R. Me atrevo decir no había encontrado el equilibrio personal, en su edad, muchas veces no hay explicación, no tiene sentido.
    Como maestros es una gran decepción interna, por que lo digo, por experiencia por que no pude ver lo que sucedía en esos momentos, mi alumno falleció pero fue por salud, dormía en el aula constantemente y no encontraba razón más que la expresión "se madrugó" o es "flojo" no fue así murió por aneurisma , esto sucedió al inicio de mi carrera hace 15 años y luego mis perspectivas, mi visión cambio mucho.
    Esto no lo podemos ver y por el caso de R aún más mostrando una vida cuasi normal.
    Aún así sigamos motivando vidas a vivir y mejor, con una mirada no solo formando habilidades duras para ser exitosos sino motivandolos a descubrir sus habilidafes blandas y buscar la verdadera felicidad.
    Gracias Víctor Hugo, gran maestro, gracias por compartir este hecho que ha muchos de nosotros nos hace reflexionar

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    1. Qué generoso y qué útil su comentario, estimada Fabiola. Ciertamente, hasta como padres experimentales unos límites en la relación con los hijos. Los límites que caraterizan a la individualidad humana, relacionados con su psicología, su organismo, su historia. Este misterio condiciona, pero también vuelve más urgente el amor a lo que hacemos en las aulas en particular. No estamos seguros de nada, pero sí del sentido de lo que intentamos vivir y transmitir, imbuido por una profunda y sólida esperanza.
      Si me permite, le recomiendo dos entradas más de este blog relacionadas con la educación y la relación con los alumnos: "Enseñar es estar juntos para aprender a estar solos", y "El fuego de todo maestro". Gracias de nuevo!!

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  7. Qué alegria he tenido al reencontrarme hoy contigo y en estas reflexiones que tienen todo el sabor de la madurez y la benevolencia! Me será no solo muy grato sino muy útil mantenerme al tanto de estas reflexiones que son, además, trozos de vida auténtica. Gracias Víctor Hugo por pensar y ser como eres. Un gran abrazo de re encuentro.

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    1. Qué maravilloso que las palabras nos reúnan. Cuántos recuerdos, don Jesús. Muchísimas gracias por su comentario generoso quizá pueda seguir estas publicaciones desde aquí o desde la página de Facebook del blog. Le envío un abrazo, y ojalá pueda saber más de usted pronto

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