El jazz, la vida en comunidad y la filosofía


Wynton Marsalis (n. 1961) es uno de los rostros del jazz de fines del siglo XX e inicios del XXI. Su estilo neoclásico y su exquisita calidad interpretativa lo vuelven asequible a diversos públicos. Notoriedad que se enriquece con sus aportaciones como conocedor y divulgador del género. Hace unos años publicó el libro Jazz. Cómo la música puede cambiar tu vida (Barcelona: Paidós, 2012), que reúne sus reflexiones sobre el jazz como sentimiento de las contradicciones de la vida y como escuela de la vida en comunidad.
Aquí, un extracto de mi artículo "La originalidad de la mirada filosófica. Sobre la filosofía en la ciudadanía y la universidad" (recientemente publicado por Thémata, revista de filosofía de la Universidad de Sevilla, España), inspirado en una cita de Marsalis que es, también, una ilustración sobre la conveniencia del diálogo y la pluralidad en el ejercicio del pensamiento.


En el anhelo de saber, el valor de los títulos profesionales no convalida el desprecio de otras perspectivas. Mientras haya una rectitud en la voluntad y una confianza en la argumentación, a la hora de observar el mundo todo el que ocupa un lugar dentro de él tiene, por supuesto, algo que decir.
Es interesante, a propósito, lo que dice el músico norteamericano Wynton Marsalis al hablar sobre su oficio. Una banda de jazz, asegura, es una auténtica escuela de virtudes cívicas, pues en ella se trata de “hacer algo juntos y permanecer unidos”. Querer ahondar en mi estilo “me hacía ser más consciente de los demás, ya que mi libertad de expresión estaba estrechamente vinculada a la expresión de los restantes miembros de la banda. Yo tenía algo que decir, pero ellos también. «Cuanto más libres eran, más libre podía ser yo, y viceversa». Ser oído implica tener que escuchar al otro. Y hacerlo, además, atentamente. Y para que sonara bien, debíamos confiar los unos en los otros” (2012: 33-34).
Como en cualquier grupo, también el de quienes desean saber, los músicos tocan distintos instrumentos y es la diferencia de sus sonidos lo que contribuye a la ejecución gracias a la coordinación de las partes, cada una de las cuales aporta en la medida en que es fiel a sí misma sin separarse del resto. Un solo instrumental es la exhibición de un talento en un ámbito creado por el público y el acompañamiento de los demás músicos. Cuando el solista es un compañero, es uno quien sostiene su protagonismo. La individualidad es, pues, un don de la comunidad, del mismo modo que la comunidad es una reunión de individualidades.
Como entre los músicos, conversar es saber esperar, dado que “mi palabra depende de la palabra del otro” (Bauman, 2005: 156). Por ello, el desenlace de una charla es naturalmente imprevisible –como un concierto de jazz–. De lo contrario, se trataría de la marcha rectilínea de un monólogo, o de los efectos calculados por la manipulación y la propaganda. En el curso de una conversación dos o más fisonomías se alumbran mutuamente, brindándose el mundo que cada una encierra a fin de habitar el único mundo sobre el cual se vive. Sin duda, ver juntos es siempre ver más.

El resto del artículo se puede leer en este link:
http://institucional.us.es/revistas/themata/58/3_art.pdf


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