La infancia y el amor de los padres. Constantino Carvallo


Diario educar y Donde habita la moral son dos libros del filósofo y educador Constantino Carvallo -fundador del colegio Los reyes rojos, en Barranco- que justifican que se lo deba tratar como uno de los escritores peruanos más notables de los últimos tiempos. La literatura es por encima de todo (la historia, el mensaje, etc.) el arte de la palabra, sin que cuente el género o la opción inclasificable (como las Prosas apátridas de Ribeyro). Lo extraordinario es que Carvallo une a su prosa robusta y elegante, una incitante reflexividad, la franqueza descarnada, la pasión vocacional, la ternura y la calidez. Aquí, dos pequeñas muestras de su mirada de la infancia.


I

“Hace unos meses veía a mi hija de 3 años jugar con unas amiguitas dentro de una casita de plástico. Ella miraba hacia todos lados con cierta incomodidad. Parecía buscar algo. De pronto me vio y salió corriendo hacia donde me encontraba. Pensé que me daría un abrazo y se quedaría a mi lado. Pero no. Estiró su manita y dejó sobre la mía una cosa extraña, húmeda, tibia, viscosa. Era un sorprendente moco que me obligó a cerrar la mano para no avergonzarme. Y se fue a seguir jugando. Yo me quedé meditando sobre el rol del padre. De todas las personas que había en esa fiesta, incluyendo a su niñera, ella me había estado buscando a mí para depositar el fruto asqueroso de sus alergias. Iba a deprimirme cuando comprendí que un beso se le da a cualquiera pero un moco es un tema más personal, más propio, es auténtica intimidad. De modo que esa tarde fui un privilegiado. Mi hija me miraba con la suficiente confianza como para que yo viera, y sintiera en la palma de mi mano, su pegajosa identidad.
“Esto es lo que los hijos necesitan, un amor que sienten incondicional. Podemos ver sus mocos, sus porquerías, sus pulsiones, y los seguimos queriendo. (A los hijos) los queremos porque existen y alguna vez los hemos amado antes de que hubieran existido. Como mi hijita que carga su muñeca y la mima antes de que ese plástico se haga carne de su carne (y lamentablemente de la de otro). Este amor incondicional, esta «afirmación entusiasta de su existencia», como define Savater el amor, constituye la verdadera fortaleza moral del ser humano. Goethe decía que no nos sentimos fuertes porque poseemos la fuerza sino porque nos sabemos amados. El amor incondicional que se dirige hacia nosotros porque somos, porque existimos, sin exigencias, sin negociaciones, es la roca firme sobre la que se constituye la personalidad. Es el remedio preventivo contra la inseguridad, contra el desasosiego, contra la depresión".

Donde habita la moral, p. 275-276.


II

“No niego que he ganado mucho con crecer, con dar tono a mis músculos, con mantener recta la columna, con adquirir exclusividad en la locomoción bípeda; he construido con obstinación una personalidad, me he plantado firme ante la adversidad y he llegado a vislumbrar las fronteras de mi ser, el brillo y las oscuridades de mi alma.
“Sin embargo, permítanme insistir, no he podido desprenderme de mi infancia. Podría decir quizás que me he librado de la angustia adolescente, pero sobre todas las edades permanece mi infancia. Y de ella, primordialmente, el abrazo con la tierra, ese vivir tan cerca del suelo, la panza contra el piso, la igualdad animal, las mejillas palpando la temperatura, escudriñando agujeros, memorizando la extraña geometría de las alfombras.
“Hago el elogio de la sucia edad, del sabueso humano, cuadrúpedo, con el espíritu en el olfato. Añoro la hierba en los labios, el vivir recogiendo la mugre de los suelos, inocente y sucio, atento a la mariposa muerta, a los ojos rojos del gusano, a los sorprendidos crustáceos bajo las baldosas.
“También rememoro el dolor, todas esas caídas que obligaban a buscar el sereno alivio del llorar, las picaduras, las costras en la piel tersa llena de verdes y violetas. El olor del mercurocromo, de las cremas, el talco y las gasas, el Mentholatum, el precio de ser súbdito del reino mineral, viviendo en el universo mudo de la hormiga y los juguetes.
“Y tras cada golpe contra pastos y veredas, te invento, sustituyo tu ausencia. Dibujo tu regazo, tu consuelo, tus cálidos dedos entre mis cabellos. Escucho tu delicada voz acariciando mi nombre.
“Después, como cada día, se renueva el presente. Entonces, cierro los ojos y ya solo aguardo la llegada del sueño o del olvido, mamá”. 

Diario educar. Tribulaciones de un maestro desarmado, p. 213-214.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La amistad según Michel de Montaigne (1533-1592) / Por: Víctor H. Palacios Cruz

¿Cuánto nos representa a todos “El hombre de Vitruvio”? Discusiones y reflexiones en torno al célebre dibujo de Da Vinci / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Una pequeña historia de Navidad (de Eduardo Galeano)

Carta de despedida a mis alumnos / Por: Víctor H. Palacios Cruz

¿Por qué lloramos cuando vemos las fotos de nuestros hijos más pequeños? / Víctor H. Palacios Cruz

¿Por qué la filosofía es la menos abstracta de todas las ciencias? / Por: Víctor H. Palacios Cruz