Esa noche que es mediodía (Un elogio del café) / Por: Víctor H. Palacios Cruz
Un texto que nació de un proyecto irrealizado de un libro literario colectivo en torno al café, fruto de una de tantas estimulantes y productivas reuniones del grupo piurano Magenta. Fue publicado por la revista Mundo Cachina de Chimbote y posteriormente por el diario El Tiempo de Piura.
Imagen: afiche de mi recital literario "La lluvia, el amor y el café" en Piura, 2017.
A mi hermano Piero,
músico apasionado y amante del café
Enérgico
como un espresso; transeúnte como un americano; con leche a partes iguales, más
bien manchado, quizá cortado; artístico y alto como un capuccino, con crema o
sin ella; puro y sin azúcar, maridado con pisco, cognac o algunas hierbas;
aliado a una canción o a un cigarrillo; casi siempre esta bebida domicilia en
un círculo, de vaso o de taza, de loza o de cartón, círculo donde brilla
cautiva una criatura oscura y hermosa. Círculo que hospeda la soledad buscada o
la irremediable, el encuentro súbito o el acordado, el socorro de un cuerpo que
tiembla de invierno o la reacción de un alma aún inédita en la mañana; que demarca
una actividad sobre la mesa, o un momento vacante y dispuesto a los incentivos
de su calor.
Lo que ocurre desde que el pequeño lago
negro bordea el recipiente hasta que avistamos su estrecho y turbio suelo, es el
curso de un solo acontecimiento: un rito, un itinerario, una plática, una
meditación o una tristeza a la que también tenemos derecho. Sentados o de pie,
en casa o en la calle, en la cama o en la cocina, en torno a un café cuyas
paredes acariciamos se está por un rato fuera del mundo, pensándolo,
agradeciéndolo, maldiciéndolo, reinventándolo o simplemente bebiéndolo.
No aguardo su
acción química en mi sangre o mis nervios. Ya me despierta el solo hecho de
caminar hasta donde puedo pedirlo o servírmelo; como también la esperanza previa
que como sol en el campo me abre la boca; el acto de sentarme y hacerme un
espacio; la cháchara de los que me han precedido; la ceremonia sencilla o
lujosa que esta bebida impone a su alrededor. Oh, sí, la exhalación de las
bolsas recién abiertas o de las tazas recién puestas enriqueciendo el aire de la
habitación o la cafetería, un perfume como de madera que revive, hechicera, tras
el ardor.
Me intriga su composición en una máquina
que parece probarlo antes que yo y exhalar su placer con una expulsión de vapor.
Y cuando me lo hago yo mismo, calculando unas medidas que nunca son las mismas,
quitando o poniendo agua, mezclando y vigilando su color, abriendo frascos e
introduciendo cucharitas, me sé un alquimista elaborando la fórmula que
decidirá la razón o la locura.
Líquido hecho de centellas por donde la
tierra removida para la siembra, la lluvia que platea los granos y el fuego que
los ennegrece, se amalgaman y depuran hasta alzarse y formar espumas de ideas, nostalgias
y proyectos. Cuántas flores de arbustos contagiando sus fragancias, cuántas alas
de insectos haciendo su labor, cuántos brazos nudosos y coordinados despojando
las ramas, cuántos cafetales divididos y sacos apilados en camiones, hasta la lisa
cerámica o la tintineante industria de los utensilios, que son finalmente la vasta,
dispersa e innumerable semilla entre cuyos brotes emerge, con el sigilo con que
orbitan los astros, el diseño de una arquitectura, el argumento de un filósofo,
la factura de unos versos o un primoroso arreglo polifónico. Solo a través de
su vapor se torna azul la belleza de un rostro que amamos.
Su superficie es la incitación no del
lienzo en blanco sobre el cual se ensayan trazos y pigmentos, sino la de la
noche en que la aventura presiente encantos huidizos. Una esfera sombría en que
adentramos no las manos ni los ojos, sino unos labios ávidos que solo temen el
dolor de una temperatura.
Cierro los ojos, bebo un poco y una
combinación de notas de oboe y rugidos de fieras me recorre y sujeta, hasta
acunarme como un punto que palpita y estalla en átomos que se esparcen en toda
dirección. Mi conciencia atónita salta y abre sus manos reuniendo al azar las
partículas que flotan; mientras otras se alejan como escarcha dorada, dejando
en lo alto la música de lo imposible.
El café es también la bienvenida al
viajero, el sofá o la mesa donde se acoge al pariente o al amigo, la vuelta a
casa, la hospitalidad de mi abuelo y de mis padres. Debe ser huraño o pétreo el
espíritu que no tenga café para invitar a su amigo, su amante o su visita. Un
café es el consuelo, la complicidad, el debate, el ágape, la seducción, el
licor que a diferencia de los alcoholes embriaga no con la locuacidad o el
alboroto, sino con una ebullición interior, incomunicable y persistente. Un
café es la introspección, la fraternidad, la familia, el taller, la ciudad y la
cultura.
En una cata, la experta me instruía
diciendo que la dulzura del brebaje se paladea en el extremo exterior de la
lengua, la acidez en su parte media y la amargura en su base profunda. Vaya
–pensé–, debe ser por ello que las dulzuras son superficiales y las amarguras tan
hondas. Alguna vez en que una linda muchacha me obsequió una cosecha de
Moyobamba, en el momento de la primera bebida reconocí en la anchura del sabor
una tenue orilla de chocolate. Volviendo la taza a mi boca, aspiraba los
estriados y curvos frutos del cacao, la humedad iluminada de la selva
moyobambina. A mi costado brincaba una mariposa amarilla.
Y por qué
tomar uno solo y no varios. Uno es el café que refulge en el cuerpo que lo
ansía y no lo tiene; otro el de su presente lento y gozoso; y otro distinto,
desvaído y perenne, en la memoria que lo agradece. Uno es el que viene hasta mí
con el humo liberado entre las tejas de una casa al otro lado de la quebrada.
Otro, venerable y bendito, el que mi abuela remueve con una cuchara de palo en
un tiesto de arcilla sobre leños de eucalipto. Uno es el glorioso y dorado del
primer trago; otro el maduro y discernido hacia la mitad, con manchas color
caramelo en sus costados. Y otro, tibio, dulzón y melancólico en el último
sorbo.
Uno es el café en el olfato, quemado y
celeste a la vez; otro el de las yemas de los dedos que lo auscultan con
respeto; otro el de un secreto que los ojos buscan en la negrura que lo ahoga; otro
el que suena en la colocación del servicio sobre la mesa de mármol o de vidrio,
y en los trinos de la cucharita metálica que gira. Sin duda, hay una bebida en
la boca que no es la que enardece la garganta ni la que finalmente calienta el
corazón.
Dice mi hermano que el café “debe ser
negro como el demonio, caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce
como el amor”. Él está lejos, lo echo de menos y cuando volvamos a vernos beberemos
algún cultivo de África o Centroamérica, de San Ignacio o Villa Rica, o de la
sierra de nuestros ancestros, y escucharé su descripción y su entusiasmo de
conocedor que barrerá, al fin, toda esta escoria de frases que alinea mi espera.
Gracias por esta formidable reflexión de este ritual tan cotidiano y tan recurrido. Me ha encantado: " la reacción de un alma aún inédita en la mañana"
ResponderBorrarGracias por tu acogedora lectura,´Alex. Son líneas con las que intenté recoger todos los cafés del camino con sus diversas emociones y conversaciones, cafés que me enseñaron a esperar otros encuentros y caminos, a paladear más profundamente los regalos de la vida, como los de la amistad, por ejemplo.
BorrarHermoso, por lo que expresa y por la que omite, quizas el amor hacia algo es mirar hacia otro lado. Sentí la ausencia de lo que el café te deja en los nervios, que te quita a veces algo de calma en lugar de entregarla.
BorrarQue te precipita a la acción , que te vuelve vulnerable. Que provoca acidez en algunos casos, como si algunos fueran privilegiados. En cualquier caso, provoca estados
de alerta, permitiendo recorrer la noche con sigilo, ganandole horas a la vida.
Me ha encantado tu texto, voy a copiar algún fragmento en mi libreta con tu permiso, y por supuesto reconoceré tu autoría ❤
ResponderBorrarQué alegría que haya encontrado sensaciones gratas en este escrito. Puedo contarle que pronto saldrá, en una editorial de Lima, un nuevo libro literario mío que precisamente está compuesto por otros textos como este y es en su conjunto un homenaje al café. Ojalá pueda estar atenta a la aparición de este proyecto, y también pueda, si acaso, conocer otras entradas de este blog que podrían ser igualmente de su interés. Saludos de aliento y esperanza!
BorrarEstaré atenta a la publicación de su libro y leeré sus entradas en el blog. Gracias. Compartiré tu texto en Instagram en mi cuenta @alburquerque60
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