La Máquina de Ser Otro: las relaciones humanas y las fronteras del yo. Por Víctor H. Palacios Cruz


Inspirado por el deseo de combatir las conductas individualistas de la sociedad, en 2012 apareció en Barcelona el proyecto BeAnother Lab, creado por un grupo interdisciplinario que diseñó una instalación por la que dos personas alternan sus sensaciones corporales y ven “con los ojos del otro” gracias a un sistema interactivo unido a unos visores. Con esta maravilla, creyeron propiciar situaciones de empatía gracias a la inmersión en la subjetividad del prójimo. Lo llamaron la “Máquina de Ser Otro”.
Así, un discapacitado podía sentir como propia la danza de un bailarín, un niño conocer la fatiga de un obrero de limpieza, un médico entender los síntomas de su paciente, o un varón vivir en su cuerpo el cuerpo de una mujer y viceversa. El experimento se convirtió en una performance itinerante dentro y fuera de España.
Ahora bien, imaginemos que en cierto futuro esta tecnología llega lejos, por ejemplo logrando prescindir de la necesidad de que los participantes estén frente a sí para conectarse; volviendo ilimitadamente disponible el suministro de señales con el consentimiento o no de los involucrados, a través de receptores de información de gente, famosa o no, en paquetes similares a un videojuego o un programa descargable on line; con la posibilidad de que los dispositivos electrónicos hurten datos privados a través de aplicaciones encubiertas. Todo ello daría a la Máquina de Ser Otro una perspectiva tan cautivante como perturbadora.
Sus creadores admiten ahora que esta herramienta brinda un acceso solamente parcial a la comprensión del otro. Al margen de la finalidad altruista de la idea a la que han contribuido artistas, psicólogos y antropólogos –que alegan que el intercambio sensorial atenúa los prejuicios raciales–, se trata sin duda de otra muestra del sueño posthumanista de la permeabilidad y la fluidez del cuerpo y el yo.
            Ser parte de otro, la ilusión de transferir o cohabitar la individualidad es antigua y está sugerida en la común manera de hablar sobre los lazos humanos. Lazo o cuerda, o vínculo que en latín significa “atadura” manifiestan ya el anhelo de co-pertenecer y comunicar. Tratar y amar a un tú ha supuesto en la espiritualidad y el arte vivir fuera de uno o hacerse a la forma del otro. Desde el “Melibeo soy” de la Tragicomedia de Calixto y Melibea (1499) y el “muero porque no muero y vivo sin vivir en mí” de Teresa de Jesús (1515-1582), hasta las películas Persona (1966) de Ingmar Bergman y La vida de los otros de Florian von Henckel Donnersmarck (2006).
Las solas palabras compasión y condolencia son literalmente “sentir lo que siente otro” y “vivir el dolor de otro”. A las que se suman frases como “estar en los zapatos de otro” o “ponerse en la piel de otro”. De ello trataba la inolvidable historia El príncipe y el mendigo de Mark Twain (1881). El empleo ritual y milenario de la máscara y el atuendo representaron también el anhelo de participar de unos atributos ajenos, sean humanos, divinos o animales.
Julio Ramón Ribeyro describió el alejarse de un amigo como un “quedar mutilado” y Michel de Montaigne la muerte de alguien querido como un “vivir a medias”. Los amigos, dice San Agustín, son “una sola alma viviendo en dos cuerpos”. “Hijo de mis entrañas”, dice mamá. “Quiero entrar en tu mundo”, dice el enamorado.
El mito del andrógino, con el que Platón intentó explicar el origen del amor en su diálogo Banquete, habla de una raza primigenia de anatomías dotadas de cuatro brazos, cuatro piernas y una sola cabeza de dos caras; seres poderosos que tramaron retar a los dioses, lo que llevó al celoso Zeus a dividirlos en dos mitades que dispersó sobre la Tierra. Desde entonces cada mitad busca a la otra con el fin de completarse, y cuando ambas se encuentran acuerdan no volver a separarse jamás.
            Según parece, en suma, los mortales no solemos conformarnos con nuestra finitud. Dice Vargas Llosa: “los hombres no están contentos con su suerte y quisieran una vida distinta de la que tienen. Para aplacar ese apetito nacieron las ficciones”. Sin embargo, hay una gran diferencia entre llegar a otra persona animados por el interés y el afecto durante una lectura o una conversación, gracias a la imaginación y el pensamiento; y conseguirlo por medio de la recepción de evidencias físicas que solo son una parte de la complejidad de una experiencia humana y más aún de una vida real. ¿No hemos sentido siempre que nos adentrarnos en una región de la interioridad de otro gracias a sus canciones, sus pinturas, su arquitectura o su poesía?
¿Qué opciones apreciables podría tener este invento todavía ficticio? El padre sabría mejor lo que le sucede al hijo aún pequeño o incapacitado para comunicarse. Se podrían realizar terapias de neurorehabilitación y performances artísticas o explorar otras vías de la propia corporalidad. Gracias a la práctica de destrezas y movimientos ignorados, mejoraríamos nuestra motricidad con un fin deportivo, lúdico o utilitario. ¿Qué tenista no querría recrear en su juego la armoniosa elegancia de Roger Federer? Si a la Máquina de Ser Otro se le añade memoria, podríamos recordar el niño que fuimos o sentir aún a quien ya no está.
De otro lado, ¿qué podríamos temer de esta Máquina de Ser Otro avanzada? El negocio de las sensaciones de personas públicas o prototipos humanos al alcance de quienes deseen por un rato ser otros y vivir lo insólito (la creatividad, el peligro, el amor). Por contraste, ello activaría el conflicto con la pobreza cotidiana de cada cual. Una alienación que llevaría a vivir vidas prestadas y no la propia vida; que alentaría la vergüenza de ser yo.
Si estamos enfermos o ancianos y disfrutamos el cuerpo sano y joven de otro o de uno mismo, ¿no tendría ello consecuencias depresivas? ¿Qué ocurriría si los dispositivos electrónicos que detectan y miden el ejercicio y los síntomas psicofísicos del cuerpo envían su valiosa data a un servidor de internet que permite a desconocidos monitorear mi conducta con variados propósitos? Sabemos que el dueño de Facebook traficó con los datos de millones de usuarios. Surgirán pleitos legales en torno a la propiedad no de una obra o idea, sino de la identidad individual. ¿Estaríamos ante nuevas formas de trata de personas?
Sería abrumador cruzar la calle y espiar con nuestros sensores a transeúntes que también nos espían. Conocimientos fríos y prematuros que causarían mayores malentendidos que los que causa una humilde charla de café. La pérdida de la discreción arruinaría la aventura de la amistad y el amor, a la que le es connatural el misterio, la espera y la palabra. En las relaciones humanas cuentan no unas señales cuantificables, sino la novedad del camino compartido, los pasos que damos sin saber adónde llegaremos.
Si el principio del relato fue el anhelo de fomentar la comprensión de personas diferentes, la estrategia de intentar “ser otro” afectaría el sustento de toda relación, que es precisamente la diferencia entre las partes. Abolir la otredad, diluir el yo, disolver las fronteras de los sujetos es socavar la libertad de acercarse a un semejante. Querer ser otro volvería superflua la interrelación e, irónicamente, aumentaría la soledad. Por lo demás, ya dentro de uno habita el otro, como prueba nuestro cuerpo fruto de una mezcla de uniones de innumerables seres irrepetibles y diferentes.


Comentarios

  1. El contenido de su blog, en primer instancia es muy relevante el saber, tocar y hacer de dos personas en una, pero se perdería el sentido de la vida, por que si todos sentiríamos lo mismo ya no habría duda o incertidumbre al realizar las cosas , la tecnología no es malo , pero siempre y cuando se le de un uso necesario y no para todo las cosas.

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