La casa soñada. Una propuesta imaginaria como crítica social. / Por: Víctor Hugo Palacios Cruz
(Artículo originalmente publicado en http://www.usat.edu.pe/articulos/la-casa-sonada/)
(Fotografía del autor: fachada de la casa de mis abuelos maternos en la sierra de Piura, Perú)
Sin oponerse a la
calle, la ciudad y el mundo, la casa es la irrenunciable custodia de nuestra
vida, puesta a salvo de las amenazas de la intemperie, y a la vez el cobijo dentro
del cual respira la suma de los lazos con la exterioridad.
Una casa no es una
privacidad opuesta a lo público, ni un reducto inmunizado ante el paisaje. Una
casa no es una ruptura del espacio común, sino, más bien, la continuación
envuelta, reflexiva e integradora del humano como ser-con-los-otros y ser-en-el-mundo.
Aun cuando posea un perímetro, la casa no es cápsula o caparazón sino, en
cierto modo, un órgano de recepción. Un lugar propio desde el cual se captura y
ordena el universo de noticias, influencias, visitas, historia local, geografía
y todos los amores que nos constituyen.
La fachada de la casa
es, en primer lugar, una docencia amable para la mirada del extraño, sin la
agresividad del mal gusto ni la crueldad de la ostentación ni la hostilidad de
la dureza defensiva. Por el contrario, objeto de la curiosidad de los niños que
corren, diario aprendizaje para el andar vecino, confianza para el peatón
desorientado.
Por ello, el límite
entre la vivienda y la vía pública no debe ser un muro largo y tajante o una
hiriente alambrada, sino un espacio intermedio y despejado, quizá dotado de un
gracioso jardín o de la gentileza de un zaguán. De cualquier manera, el sendero
que lleve a la puerta principal debe proponer un proceso, una gradualidad como
la de la ganancia de un amigo, jamás brusca sino paulatina, respetuosa e
irresistiblemente atraída.
Por dentro, asimismo,
una casa debe suponer otros equilibrios de acuerdo con la complejidad psíquica,
la índole híbrida, el sustrato social y la libertad connaturales al humano. Una
casa debe incluir ambientes holgados que alojen la comunicación, la
celebración, la comida especial y la conversación numerosa, pero también
rincones de silencio o de susurros en los que maduren los sedimentos de la
multitud, se digieran las sensaciones, se acariñen los retornos y se sueñen
nuevas partidas. En una casa deben ser posibles la reunión y el escondite, la dispersión
y la condensación, la sonoridad del encuentro así como la soledad que asimila y
restaura.
Además, una casa debe incluir
entornos para el estudio, la meditación y la creatividad favorecidos por la
compañía –estimulante y prescindible a la vez– de libros, tableros, sillones y
la utilería técnica y tecnológica que auxilia cualquier oficio artístico, preexistente
o no. Así como espacios para la expansión física, el juego, el cultivo, el
bricolaje, la gimnasia y cualquier legítima y hermosa pérdida de tiempo. Una
casa incentiva una conciencia de la vida a la par que una desenvoltura lúdica y
trivial.
Una casa debe plantear un
balance entre zonas contrapuestas que no se interfieran y que, sin embargo, se
hallen accesibles a toda hora por medio de adecuadas transiciones: además de
los ambientes amplios y los estrechos, también los indicios de la naturaleza y
la evidencia del artificio, las zonas iluminadas y alguna penumbra que, sin
intimidar, dé una sutil bienvenida a la inactividad, la decisión, la tristeza,
el perdón y los más serenos modos de la alegría.
Por consiguiente, una
casa debe posibilitar el retraimiento y la cháchara, el tedio y el trajín, el recuerdo
y el olvido, la necesidad de acurrucarse y las súbitas ganas de bailar a solas o
en grupo, la racionalidad de las funciones y también los llamados de lo mágico
y lo sobrenatural, la exploración sensitiva en copas y cazuelas y el paseo
inintencionado, papel en blanco listo para los garabatos de la percepción.
Ciertamente, una casa
debe ser una plataforma de observación de la ciudad, el paisaje y la mudable
inmensidad del cielo. Resueltos según las variables del clima y las medidas
disponibles, los patios, ventanas, azoteas, balcones, escaleras externas y
miradores retratan una morada que, aun abrazando el indispensable
ensimismamiento biológico, emocional, espiritual e interpersonal, es en su conjunto
una mirada de la marcha de la realidad alrededor. Las colecciones de objetos en
ángulos, paredes y estanterías mostrarán algunos frutos de este hábito.
Una casa debe hospedar
todas las edades, el paso de una a otra y la coexistencia entre ellas.
Pasadizos, leoneras, descampados aledaños, rincones de juegos y gabinetes
didácticos para la infancia. Salas de música y tecnología, recibidores
confortables y amenos así como patios deportivos para la adolescencia. Recodos
acogedores para las riquezas propias del sosiego de la madurez y la senilidad. Del
mismo modo que comedores, salas, terrazas y otras áreas de intersección y
convivencia.
Inclusive, en la consistencia
sólida que proporciona innegociables márgenes de seguridad, una casa ha de
tener una vida ella misma, abierta razonablemente a los intercambios,
desplazamientos y mutaciones de muebles, colores y contornos. Es claro que una
casa pulcra e inmutable se alejaría poco a poco de sus habitantes. Cautivos en un
orden físico impasible e incapaz de reaccionar a sus itinerarios vitales, ellos
corresponderán con la negligencia y el desapego de unos simples inquilinos.
El cuerpo humano
envejece y se encorva sin remedio. La piel honesta se reseca al atardecer. Para
una existencia crepuscular, la suave firmeza de las superficies hogareñas es un
contrapeso a sus titubeos, torpezas y nostalgias. Las modificaciones y
adaptaciones de la casa terminarán por fijar una constelación de sucesos señalados.
Aun en sus cicatrices y deterioro, ella será la escenificación de una antología,
una composición, un relato. En su interior una mañana o una noche final, su
habitante reconocerá entrecerrando los ojos su inesperado y verdadero rostro.
Al fin, la casa será
tan irrepetiblemente un testimonio y una identidad que, con la irrevocable
partida de sus dueños, nadie más podrá volver a entrar en ella para entenderla,
poseerla y habitarla.
Mi casa soñada es la casa de tus abuelos estimado Víctor Hugo... una bella fotografía acompañada de un escrito pictórico que revela tu percepción estética,compartida también por mi persona. Y es que no se puede pensar sin ser consciente de lo bello.
ResponderBorrarEl pensamiento tiene en su sola existencia el gesto de una gratitud, de una afirmación de la vida incluso cuando el sentido de ese pensamiento pueda ser pesimista en otros casos. Creo en la filosofía, y la poesía igualmente, nacida de las sensaciones, en el viaje natural de los sabores y aromas y colores y sonidos hacia la altura de una generalidad no descarnada y más fraterna en ese sentido. Un saludo, Francisco.
BorrarQué hermoso sería tener una casa como la que sugieres en virtud a tus sueños...Ha quedado impregnado en tu materia gris, y por qué no decirle, desde tu infancia, la casa de tus abuelitos maternos, y, a partir de allí, tu quehacer imaginario le dio forma a esa casa, que sería la más querida y deseada por cualquier humano.
ResponderBorrarInteresante relato.
Cuando conoci la casa de mi abuela Carmen, en Olleros_Frias, me enamoré de ella, entonces, mis ocho años se bañaban en la quebradita que circundaba la casita...
Abrazos, Víctor.
La casita de San Miguel, siento que a la muerte de sus dueños, empezó a morir como ellos.
ResponderBorrarQué hermosa reflexión. Me encanta mi hogar y me he dedicado a la decoración no para crear lujo, sino que mi filosofía es precisamente lo que esboza en su artículo.Al final del día llego a casa para estar con los míos y compartir y pienso y siento qué bien se siente estar aquí. Maravilloso.
ResponderBorrarAl principio, una casa por modesta que sea nos imprime el orden del universo que ella representa. Como las extensiones de nuestro propio cuerpo y la prolongación de nuestros sentidos, la casa es nuestra relación con la exterioridad inabarcable e indómita. Luego, el recorrido del mundo deja en la mente, el corazón y los dedos huellas, confirmaciones, desencantos y fascinaciones que hacen que nuestro regreso exija una casa distinta, una adaptación al cuerpo renovado e infinito que el mundo, lo viajes y las personas han amplificado por medio de encuentros y silencios dentro de cada uno de nosotros.
BorrarMuchísimas gracias por su lectura, su interés y su comentario.
Me encantó leer de principio a fin . Gracias Víctor. Atte. Tu tía Martha.
ResponderBorrarEstrenando casa nueva , vista abierta , horizonte amplio ... Parafraseando a Neruda : había tanto azul y tanto , que lo dejaron aquí , sobre mis ojos...
ResponderBorrar"Lo que es arriba es abajo" reza un principio del Kybalion, lo que significa la casa material relativa a cada uno de nosotros es el retrato de lo que significará la casa absoluta, la casa universal
ResponderBorrarMuchísimas gracias por la contribución de sus comentarios. Es la ilusión del blog, servir de pretexto y de espacio para la comunidad de las ideas
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