Michel de Montaigne y el amor a la vida sencilla / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Estatua de Montaigne frente a La Sorbona, París. Un tiempo de cuarentena nos fuerza a un trato más continuo con nuestro interior, el íntimo y el doméstico, con sus fantasmas, sus silencios, sus asperezas y su sabor particular. Los ensayos de Montaigne (1533-1592) alumbran ese reducto con una luz tenue, que no enceguece pero que tampoco es la grisura de la mediocridad. Él, que prefirió la parte más antigua y modesta de su castillo para instalar su estudio. Él, que decía leer a Cicerón con el mismo interés con que escuchaba a los campesinos de sus tierras, en quienes además creía haber visto mayor entereza para enfrentar la muerte que en tantos entendidos en Aristóteles. “Yo, que no me muevo sino a ras de tierra, detesto la inhumana sabiduría que nos quiere volver desdeñosos y hostiles hacia el cuidado del cuerpo. Me parece tan injusto acoger de mala gana los placeres naturales como tomárselos demasiado a pecho. Jerjes, envuelto en todos los placeres humanos, ofrecía premio...