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Mostrando las entradas de abril, 2025

Mario Vargas Llosa no ha muerto en realidad (Piura en su vida y su obra) / Víctor H. Palacios Cruz

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  La súbita partida de un escritor que, por la enormidad de su producción, nos parecía gigante e inmortal, nos sume en una ruidosa soledad. Ocurre que, con los grandes pensadores y artistas que nos han iluminado la vida, entablamos una relación que nos autoriza a verlos como hermanos, como padres y como amigos también. Como una parte de nosotros. Por tanto, como alguien que no puede haber muerto en realidad. Pienso que tendría que morirse el último de los lectores y aun el último ejemplar de la especie humana, para que realmente hombres como el autor de La casa verde se extingan de verdad. Sin embargo, ahora lamentamos no haberle agradecido todo lo que nos ha dado mientras podía vernos y escucharnos. Pero luego del silencio triste, queda la celebración. La verdad de que existió y de que es para siempre indudable la existencia de sus libros. Nos queda el resto de la vida para agradecer su legado no con homenajes y fastos sociales, sino con el más poderoso de todos los actos cultu...

Mis hijos y la muerte / Víctor H. Palacios Cruz

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    “Los niños son inmortales, pues nada saben de la muerte” Friedrich Hölderlin, Hiperión o el Eremita en Grecia .   * Las imágenes que acompañan esta publicación pertenecen a la película El viaje de Chihiro , de Hayao Miyazaki (2001).   Todas las mañanas, por la amplia ventana de nuestra sala, veíamos destacar sobre el oculto patio de una casa vecina un papayo alto que, justo entonces, mostraba sus floraciones más tupidas y nos regalaba el verdor de su madurez espléndida. “Miren, chicos”, les decía a mis dos hijos de 5 y 3 años, “poquito a poquito esas flores pequeñitas se irán convirtiendo en papayas amarillas, grandes y sabrosas”. Mientras veía sus gestos de asombro, caía en la cuenta de que nunca íbamos a probar un bocado de esa cosecha: ese árbol no nos pertenecía y, por más grandes que llegaran a ser sus frutos, no estarían nunca al alcance de nuestras manos ni de nada que las pudiese alargar. Otra tarde cayó una lluvia copiosa. Mis hijos pid...