Lecciones de un quequito de plátano / Víctor H. Palacios Cruz

Contestó mi estudiante: “mi abuelita murió un 14 de febrero, poco antes de la pandemia. Justo un día de los enamorados. Cuando yo era niña, mi mamá salía a trabajar y me dejaba con ella, y mi abuelita me llevaba a la cocina y hacía postres conmigo. Por un tiempo no quise volver a hacer postres, pero unos meses después descubrí que hacerlos era, para mí, como estar con ella nuevamente”. Acabada una clase, ocupada por un intenso debate en torno al Discurso del método de Descartes, una estudiante se acercó a mi mesa y me entregó un pirotín relleno de una masita de apariencia rugosa, consistente, blanda y suave: “esta mañana, antes de venir a la universidad, me puse a hacer quequitos, profesor. Le invito uno”. Salíamos ya del aula y solo pude decir “no tenías por qué obsequiármelo, de todos modos muchísimas gracias. Será mi postre luego del almuerzo”. Lo fue finalmente, a la vuelta de la comida en la soledad de mi despacho, donde suelo trabajar en mis asuntos sustraído ...