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Perder un hijo, perder un padre. / Víctor H. Palacios Cruz

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  Perder a un hijo puede sumirnos en el abandono, la parálisis y hasta la locura. Cuántas personas cambiaron y cuántas creencias se derrumbaron tras la pérdida de un ser que, siendo otro, es tan nosotros al mismo tiempo. A la inversa, la pérdida del padre es también una carencia arrolladora y, a veces, lentamente arrolladora. En la ciudad donde vivo, el loco más ilustre, el loco Chete, cayó en el estado en que hasta ahora se encuentra luego de ver, impotente, a su padre perecer consumido por las llamas de un incendio. * Las imágenes de esta publicación pertenecen a la película La tumba de las luciérnagas de Isao Takahata (1988).  I La emoción de ver, desde mi taxi al partir, los rostros de mis hijos despidiéndome desde una ventana se compone de innumerables capas de alegría misteriosa por encima de todas las cuales se añade una de rara tristeza. Cuando regrese a casa por la tarde habrán jugado, comido, escuchado cuentos y vuelto a jugar; y no serán los mismos a los que saludaba