Filosofar en la calle. Reflexiones sobre el oficio filosófico / Víctor H. Palacios Cruz

A bordo de un taxi en la ciudad de Lima, no recuerdo si por iniciativa mía o del taxista, surgió una charla casual a la que la conciencia del prolongado tiempo que nos esperaba en la ruta dio una extensión despreocupada y cordial. “¿A qué se dedica?”, preguntó mi conductor. “Bueno, soy profesor de filosofía…” “Ahh, ¡o sea que usted es filósofo!”, se sorprendió interrumpiéndome para añadir de inmediato: “Tengo un problema…” Y empezó a contarme la mitad de su vida, para luego terminar con unas palabras que en realidad se escuchaban ya desde el principio: “¿Qué me aconseja?” Sin duda, para un chofer que tal vez hablaba en nombre del ciudadano común, el filósofo era un experto en crisis existenciales, un sabio consejero al volante o, tal vez, un coach motivacional. Del mismo modo que, para otros, el filósofo es un maestro en dialéctica o en oratoria, un teólogo o un ateo, un psicólogo o un adivinador de futuros. El caso es que no creo ser nada de todo ello y hasta puedo considerar...