¿Qué dice la neurociencia sobre la identidad personal y una IA “consciente”: citas de La creación del yo, de Anil Seth
Medicina,
psicología, educación, publicidad e industria tecnológica acuden a la neurociencia para entender
nuestras emociones, conductas, motricidad y percepciones, e impulsar sus
estrategias y sus creaciones. Ya no es exagerado decir que una filosofía del
ser humano que omita estas aportaciones es un saber incompleto y desactualizado. En
definitiva, el estudio de las neuronas y el sistema nervioso repercute en la
visión de casi cualquier aspecto de la vida individual y social. Sin duda. Pero,
¿eso significa que esta cautivante disciplina ha venido a agotar la totalidad
de lo que somos?
En La
creación del yo, el neurocientífico británico Anil Seth entra en terrenos
que exceden a su especialidad con una temeridad que ya hemos visto antes en
astrónomos, biólogos, físicos y en los más vehementes transhumanistas. Entre
otras cosas, se declara “fisicalista” (materialista), y me temo que negar taxativamente
la existencia de un orden no material es tan dogmático como pronunciarse sobre el
alma o sobre Dios con precisión y seguridad casi matemáticas.
Nada de
lo cual impide, sin embargo, apreciar y agradecer la sustanciosa información que
su obra proporciona unida a un vuelo reflexivo y una escritura testimonial de categoría literaria.
Adherirse o no a sus ideas queda en la libertad del lector, pero ignorar sus
contribuciones sería ahora mismo realmente irresponsable en el tiempo que
vivimos.
El yo
reducido a circuitos
“Las
experiencias de ser tú, o de ser yo, surgen de la forma en que el
cerebro predice o controla el estado interno del cuerpo. La esencia de la
yoidad individual no es la mente racional ni el alma inmaterial. Es un proceso
biológico de una profunda naturaleza corporal, un proceso sobre el que se
sustenta la propia sensación elemental de estar vivo, que es la base de todas
nuestras experiencias del yo y, de hecho, de todas las experiencias conscientes
en general. Ser tú es algo literalmente relacionado con tu cuerpo”
(2023, 19).
Posición
fisicalista
“Mi postura
filosófica preferida –que es también el supuesto por defecto del que parten
muchos neurocientíficos– es el fisicalismo. Es la idea según la cual el
universo está hecho de materia física, y los estados conscientes no son más que
–o emergen de– disposiciones particulares de esa sustancia física. Algunos
filósofos emplean el término materialismo en vez de fisicalismo, pero, a
los efectos que aquí nos ocupan, ambos pueden usarse como sinónimos” (2023, 30-31).
Alucinógenos
y fusión yo-mundo
“El químico
suizo Albert Hofmann, inventor de la diletamida de ácido lisérgico (LSD),
escribió un relato de su viaje de vuelta a casa desde los laboratorios de la
empresa farmacéutica Sandoz, en Basilea, el 19 de abril de 1943. (…)
«Poco a
poco, empecé a disfrutar de unos colores y uso juegos de formas sin precedentes
que no se me iban de los ojos cerrados. Me invadía una oleada de imágenes
caleidoscópicas y fantásticas que se iban alternando y diversificando,
abriéndose y cerrándose en círculos y espirales, explotando en fuentes de
colores, reorganizándose e hibridándose en un flujo constante».
El estado
psicodélico, unas alucinaciones perceptivas muy vivas vienen a menudo
acompañadas de inusuales experiencias de yoidad –descritas por quienes las
experimentan como una «disolución del ego»– en las que los límites entre el yo
y el mundo (y otras personas) parecen cambiar o disiparse. Estas variaciones
con respecto a la experiencia consciente «normal» son tan intensas que el
estado psicodélico podría representar un cambio no ya en los contenidos
conscientes, sino también en el nivel consciente en general” (2023, 66-67).
El mundo
como “alucinación controlada”
“Los
contenidos de la conciencia son una especie de sueño despierto –una alucinación
controlada– que es más y (también) menos que lo que el mundo real es de verdad”
(2023, 98).
El mundo
como construido por el cerebro: inaccesibilidad de lo real
“Las
percepciones no proceden de abajo hacia arriba o de fuera hacia dentro, sino
que van principalmente de arriba hacia, o de dentro hacia fuera. Lo que
experimentamos está construido a partir de las predicciones (o «mejores
conjeturas») que el cerebro hace acerca de las causas de las señales
sensoriales. Como ocurriera con la revolución copernicana, esta concepción
descendente de la percepción sigue siendo congruente con buena parte de la
evidencia existente (…)
(Hace mil
años) el erudito árabe Alhacén, escribió que la percepción, en el aquí y el
ahora, depende de unos procesos de «juicio e inferencia», más que de un acceso
directo a una realidad objetiva. Cientos de años más tarde, Inmanuel Kant se
dio cuenta de que el caos de los datos sensoriales ilimitados no tendría nunca
sentido para nosotros si no lo estructuráramos con unas concepciones
preexistentes, entre las que, según él, se incluían marcos apriorísticos como
el espacio y el tiempo. El término kantiano noúmeno alude a «la cosa en sí» (Ding
an sich), una realidad independiente de la mente y oculta tras un velo
sensorial que la hace eternamente inaccesibles a la percepción humana.
(Según
Helmhotz, fines del siglo XIX) los contenidos de la percepción no vienen dados
por las señales sensoriales en sí, sino que tienen que ser inferidos mediante
la combinación de esas señales con las expectativas o creencias que el cerebro
se forma acerca de sus causas. Al calificar ese proceso de inconsciente,
Helmhotz demostró haber entendido que no somos conscientes de los mecanismos
por los que se producen las inferencias perceptivas, sino solo de sus
resultados.
(…) El
propio Helmhotz consideró que lo que él estaba facilitando era una versión
científica de la idea kantiana de que la percepción no nos permite conocer las
cosas del mundo de forma directa: solo podemos inferir que las cosas están ahí,
detrás del velo sensorial” (2023, 102-104).
El mundo
como construido por el cerebro: el color
“Es natural
que pensemos que la percepción es un proceso ascendente de detección de
características: una «lectura» del mundo que nos rodea. Pero lo que percibimos
en realidad es una fantasía neuronal producida de arriba abajo (o dentro hacia
fuera) refrenada por la realidad, no la imagen de lo que quiera que sea esa
realidad llegada a nosotros a través de una ventana transparente. (…)
Nuestro
sistema visual, por asombroso que sea, solo responde a una estrecha franja del
espectro electromagnético: la que va desde los mínimos del infrarrojo hasta los
máximos del ultravioleta. Cada color que percibimos (y, de hecho, cada parte de
la totalidad de cada uno de nuestros mundos visuales) se basa en esa fina
rodaja de la realidad. Basta con saber esto para entender que la experiencia
perceptiva no puede ser una representación exhaustiva de un mundo objetivo
externo: es menos que eso… pero es más que eso también.
(…) El
color que experimentas depende de una compleja interacción entre la luz
reflejada desde una superficie y la iluminación general del entorno en el que
tú te encuentres en ese momento. Para ser más precisos, depende de cómo tu
cerebro elabore inferencias –sus «mejores conjeturas» en cada momento– acerca
de cómo se produce esa interacción.
(…) El
color no es una propiedad de las cosas en sí, sino que es, más bien, un
mecanismo útil que ha encontrado la evolución para que el cerebro pueda
reconocer los objetos y hacerles seguimiento bajo unas condiciones de
iluminación cambiantes” (2023, 107-109).
El mundo
común: alucinaciones coincidentes
“Paul
Cézanne: «El color es el lugar donde coinciden nuestro cerebro y el universo».
(…) La
totalidad de la experiencia perceptiva es una fantasía neuronal que permanece
uncida al mundo a través de la elaboración y la reelaboración continuas de las
mejores conjeturas perceptuales, de alucinaciones controladas.
Incluso
podría decirse que todos estamos alucinando todo el tiempo. Sucede simplemente
que cuando nos ponemos de acuerdo sobre nuestras alucinaciones, encontramos
algo a lo que llamar realidad” (2023, 110-111).
El
cerebro prioriza la supervivencia sobre la fidelidad perceptiva
“La evolución
ha diseñado la alucinación controlada de nuestro mundo perceptivo para que
potencie nuestras posibilidades de supervivencia, no para que sea una ventana
transparente a una realidad externa (una ventana que, en cualquier caso,
tampoco tendría ningún sentido desde un punto de vista conceptual)” (2023, 117).
El
cerebro prioriza la utilidad sobre la fidelidad perceptiva
“Percibimos
el mundo que nos rodea para poder actuar eficazmente dentro de él, para
alcanzar nuestros objetivos y –a largo plazo– favorecer nuestras posibilidades
de supervivencia. No percibimos el mundo como es, sino del modo que más útil
nos resulta percibirlo.
El cerebro
se nos presenta así como un sistema intrínsecamente dinámico y activo que
constantemente sondea su entorno y examina las consecuencias” (2023, 138).
El mundo:
producto de las predicciones neuronales
“Nuestro
mundo perceptivo, con todos sus colores, formas y sonidos, no es nada más (ni
nada menos) que la mejor conjetura que nuestro cerebro puede hacer sobre las causas
ocultas de los inputs que le llegan desprovistos de color, forma y
sonido” (2023, 142-143).
Construcción
del mundo y pintura impresionista
“El
concepto de la participación del espectador es muy conectable con teorías
predictivas de la percepción como la de la alucinación controlada. Según
Kandel, «la idea de que la percepción del espectador implica una inferencia
‘descendente’ convenció a Gombrich de que no existe ninguna ‘mirada inocente’:
es decir, toda percepción visual se basa en la clasificación de conceptos y en
la interpretación de la información. No se puede percibir lo que no se puede
clasificar».
(…) Los
paisajes impresionistas pretenden eliminar al artista de la pintura en sí y
recuperar el «ojo inocente» del que hablaba Gombrich a base de trasladar al
lienzo las variaciones de brillo que forman la materia prima de la inferencia
perceptiva, en vez del resultado final de ese proceso. Para ello, el artista
debe desarrollar y desplegar una sofisticada comprensión del modo en que se
producen los aspectos subjetivos, fenomenológicos, de la visión. Cada obra
puede entenderse como un ejercicio de ingeniería inversa del sistema visual
humano, yendo desde el input sensorial hasta la experiencia subjetiva
coherente. Los cuadros se convierten en experimentos sobre percepción
predictiva y sobre la naturaleza de las experiencias conscientes a las que esos
procesos dan lugar.
(Gombrich:)
«Cuando decimos que los borrones y pinceladas del lienzo impresionistas ‘cobran
vida de repente’, queremos decir que se nos ha conducido a proyectar un paisaje
sobre esos toques de pigmento». Cuando experimentamos el mundo como si
estuviera «realmente ahí», no está produciendo una revelación pasiva de una
realidad objetiva, sino una proyección clara y presente: un intento del cerebro
por proyectarse y contactar con el mundo” (2023, 146-147).
La
identidad personal es solo una percepción
“La
experiencia de ser un yo unificado puede venirse abajo con facilidad. El
sentido de identidad personal, erigido sobre el yo narrativo, puede desgastarse
o desaparecer por completo en situaciones de demencia o en casos graves de
amnesia, y puede retorcerse y distorsionarse en casos de delirio (hospitalario
o no). El yo volitivo puede estropearse en trastornos como la esquizofrenia o
en síndromes como el de la mano ajena, en los que las personas experimentan una
disminución de su sentido de conexión con sus propias acciones, pero también en
el mutismo acinético, un trastorno por el que las personas dejan de mantener
interacción alguna con su entorno. Las experiencias extracorporales y otros
trastornos disociativos afectan al yo perspectivo, mientras que los trastornos
relacionados con el sentido de propiedad corporal van desde el síndrome del
miembro fantasma (…) hasta la somatoparafrenia (experimentar uno de tus
miembros como si fuera de otra persona). Cuando padecen xenomelia (una variante
extrema de la somatoparafrenia), las personas experimentan un deseo intenso de
amputarse un brazo o una pierna, una especie de remedio drástico a su sensación
que, en alguna otra rara ocasión, llevan realmente a la práctica.
El yo no es
un ente inmutable que espía desde detrás de las ventanas de los ojos, desde
donde observa el mundo de fuera y controla el cuerpo como un piloto controla un
avión. La experiencia de ser yo, o de ser tú, es una percepción
en sí misma, o mejor dicho, un conjunto de percepciones, un haz fuertemente
atado de predicciones codificadas a nivel neural y orientadas a mantener tu
cuerpo con vida. Y yo estoy convencido de que esto es lo que necesitamos ser
para ser quienes somos” (2023, 188-189).
La
conciencia del yo requiere de la conciencia del otro
“La
facultad de inferir estados mentales de otros individuos requiere –como toda
inferencia perceptiva– de un modelo generativo. (…) En el caso de la percepción
social, se trata de una hipótesis acerca de los estados mentales de otra
persona. Esto implica un elevado grado de reciprocidad. (…) solo puedo entender
lo que te pasa por la mente si intento comprender cómo estás percibiendo los
contenidos de la mía. Es precisamente de ese modo como nos percibimos a
nosotros mismos refractados a través de las mentes de otras personas. En eso
consiste el yo social, y estas percepciones predictivas encajadas en lo social
son una parte importante de la experiencia global de ser un yo humano.
(…) es
posible que la autoconciencia –los niveles superiores de la yoidad que comprenden
aspectos tanto narrativos como sociales– requiera necesariamente de un contexto
social para existir. Si existieras en un mundo en el que no hubiera ninguna
mente más –o ninguna mente relevante más, para ser exactos–, tu cerebro
no tendría necesidad alguna de predecir los estados mentales de otros
individuos y, por consiguiente, tampoco de inferir que sus propias experiencias
y acciones pertenecen a un yo. Tal vez sea literalmente verdad que «ningún
hombre es una isla», como ya observara John Donne en el siglo XVII” (2023, 204).
Sustrato
corpóreo y viviente de nuestras percepciones
“Nuestras
experiencias conscientes del mundo que nos rodea, y de nosotros mismos dentro
de él, se producen con, a través de, y debido a nuestros cuerpos vivos. Nuestra
constitución animal no solo es compatible con nuestras percepciones conscientes
del yo y del mundo, sino que, según postulo aquí, no podemos comprender la
naturaleza y el origen de tales experiencias conscientes si no es a la luz de
nuestra naturaleza como criaturas vivas” (2023, 210).
Comprender
la vida animal para comprender la humana
“El estudio
de la conciencia animal nos brinda dos beneficios de gran calado. El primero es
el reconocimiento del hecho de que la manera en que los seres humanos
experimentamos el mundo y el yo no es la única posible. Habitamos una
angostísima región de un inmenso espectro de mentes conscientes posibles, y la
investigación científica que se ha hecho sobre ese espectro hasta el momento
equivale a poco más que unos pocos destellos en la oscuridad. El segundo de los
beneficios es una recién descubierta humildad. Al contemplar por fin la enorme
diversidad de la vida sobre la tierra, tal vez comencemos a valorar más –y a
dar por menos descontada– la riqueza de la experiencia subjetiva en toda su
variedad y peculiaridad, tanto en nosotros mismos como en otros animales. Y
puede que también hallemos motivación renovada para minimizar el sufrimiento
comoquiera (y dondequiera) que se presente.
(…) No solo
puede existir conciencia sin mucha inteligencia que la acompañe –no hace falta
se inteligente para sufrir, por ejemplo–, sino que la inteligencia puede
existir sin conciencia también” (2023, 291-292).
Aún no
es posible una IA consciente
“Yo no veo
argumentos irrebatibles ni a favor ni en contra de la postura de que la
conciencia es independiente de su sustrato, o de que solo es una cuestión de
relaciones entre inputs y outputs, es decir, de «procesamiento de
información». Mi actitud ante el funcionalismo es de suspicaz agnosticismo.
Para que
los ordenadores artificialmente inteligentes puedan ser conscientes, el
funcionalismo tendría que ser verdad. Es la condición necesaria. Pero el hecho
de que el funcionalismo fuese verdad no bastaría sin más: el procesamiento de
información por sí solo no es condición suficiente de la conciencia. El segundo
supuesto es que el tipo de información que por sí solo bastaría para la
presencia de la conciencia sea también el mismo que sirve de sustento a la inteligencia.
(…)
Difícilmente puede sorprendernos que todos esos ingredientes mezclados induzcan
a muchas personas a pesar que la IA consciente está a la vuelta de la esquina y
que debería preocuparnos mucho lo que ocurra cuando llegue. Cierto es que no es
una posibilidad que se pueda descartar por completo. Si los programadores de la
singularidad tecnológica terminan teniendo razón, esa preocupación estaría más
que justificada. El problema es que, desde nuestra perspectiva actual, se trata
de una posibilidad harto improbable” (2023, 295 y 297).
Las
máquinas no son seres vivos
“El
automantenimiento para los seres vivos alcanza a sus niveles más bajos, incluso
al de sus células individuales. Todas las células de tu cuerpo –de cualquier
cuerpo– están regenerando constantemente las condiciones necesarias para su
propia integridad en el tiempo. No se puede decir lo mismo de ningún ordenador
actual (o de un futuro próximo), y también sería verdad para un animal-máquina
de silicio como el que acabo de describir.
(…) los
procesos de regulación fisiológica en los que se sustentan la conciencia y la
yoidad en la teoría del animal-máquina reciben su impulso de ciertos procesos
fundamentales de la vida que se manifiestan «en todos los niveles» de esta, desde
el más alto hasta el más fundamental. Desde ese punto de vista, es la vida, más
que el procesamiento de información, la que insufla un aliento especial a las
fórmulas y las ecuaciones” (2023, 302).
Máquinas
“conscientes” y rebeldía contra la finitud
“¿Por qué
atrae tanto la posibilidad de que las máquinas tengan conciencia? ¿Por qué
ejerce semejante tirón gravitacional sobre nuestra imaginación colectiva? Al
final, pienso que tiene que ver con una especie de arrebato tecnológico
nuestro, un deseo muy arraigado de trascender nuestra existencia biológica,
restringida y desaliñadamente material, a medida que se acerca nuestro momento
final. Si las máquinas conscientes son posibles, nace con ellas la posibilidad
también de realojar nuestras mentes conscientes desde su actual soporte de wetware
hacia la prístina circuitería de un futuro superordenador que nunca envejezca
ni muera. Entraríamos así en el territorio de la carga y la descarga de mentes,
uno de los temas favoritos de futurólogos y transhumanistas, para quienes una
vida no es suficiente.
(…) En su
«hipótesis de simulación», Nick Bostrom, profesor de filosofía de la
Universidad de Oxford, expone un argumento estadístico, según el cual, es más
probable que formemos parte de una simulación informática enormemente
sofisticada, diseñada e implementada por unos descendientes nuestros (muy
superiores a nosotros a nivel tecnológico y, al parecer, obsesionados con la
genealogía), que no que sigamos perteneciendo a la raza humana biológica
original. Según esa hipótesis, ahora mismo ya seríamos agentes sintientes
virtuales en un universo virtual.
(…) Es lo
que ocurre cuando el excepcionalismo humano se desboca. Visto desde esta
perspectiva, todo ese alboroto en torno a la conciencia de las máquinas es
sintomático de nuestra alienación creciente respecto a nuestra naturaleza
biológica y nuestra herencia evolutiva.
(…) Desde
la perspectiva del animal-máquina, el propósito de llegar a comprender mejor la
conciencia no nos aleja de la naturaleza, sino que nos va situando cada vez más
dentro de su terreno.
Como debe
ser” (2023, 314-315).
Materia,
biología y misterio
David
Chalmers: «Existe un amplio consenso en torno al hecho de que la experiencia
nace de una base física, pero no tenemos una buena explicación de por qué ni de
cómo nace. ¿Por qué el procesamiento físico da origen a una rica vida interior?
No parece objetivamente razonable que lo haga, y, aún así, lo hace» (2023, 319).
Somos
parte de un todo
“Esta
continuidad profunda permite que, al mismo tiempo, nos concibamos en una
relación más estrecha con los demás animales y con el resto de la naturaleza, y
a la vez, más alejada de los cálculos incorpóreos de la IA. De este modo, por
un lado, se vinculan la conciencia y la vida, mientras que, por el otro, se
separa la conciencia de la inteligencia. Esta reorientación de nuestro lugar en
la naturaleza es aplicable no solo a nuestros cuerpos físicos, biológicos, sino
también a nuestras mentes conscientes, a nuestras experiencias del mundo que
nos rodea y del ser quienes somos.
(…) La
teoría de Charles Darwin de la evolución por medio de la selección natural no
dio una familia, un vínculo con las demás especies vivas y una mejor
apreciación del tiempo profundo y del poder del diseño evolutivo. Y ahora la
ciencia de la conciencia, de la que la teoría del animal-máquina no es más que
una parte, está traspasando la última barrera defensiva que le quedaba al
excepcionalismo humano (es decir, a la presuposición de que nuestras mentes
conscientes son únicas y especiales) y nos está mostrando que también esto está
profundamente integrado en los patrones generales de la naturaleza.
(…) Las
experiencias individuales de libre albedrío son percepciones. El flujo del
tiempo es una percepción. Puede que incluso la estructura tridimensional del
mundo tal como lo experimentamos sea un aspecto perceptual, y que también lo
sea la sensación de que los contenidos de la experiencia perceptiva son
objetivamente reales. Las herramientas de la ciencia de la conciencia nos están
permitiendo acercarnos cada vez más al noúmeno de Kant, esa realidad
incognoscible en última instancia de la que también nosotros formamos parte”
(2023, 323-324).
Al
final, siempre el misterio
“Ese
momento final de nuestra vida en que la alucinación controlada de ser tú se
disuelve en la nada: cuando el olvido no es una interrupción (inducida por la
anestesia) del río de la conciencia, sino un retorno a la eternidad de la que
cada uno de nosotros emergió en algún momento.
Aunque,
bien pensado, tal vez no esté tan mal que, al final de esta historia,
cuando la vida en primera persona alcanza su momento concluyente, siga habiendo
un poco de misterio” (2023, 325).
Fuente: Seth,
Anil (2023) La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia.
Madrid: Sexto Piso.
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