¿Para qué enseñar filosofía en la universidad? / Por: Víctor H. Palacios Cruz

Biblioteca de la Universidad de Salamanca, España.


En tiempos de un desvío administrativo, pragmático, cosmético y lucrativo en el rumbo de las universidades y, más aún, de una sociedad perpleja en la abundancia de información e imágenes que no forman un conjunto reconocible, defiendo la pertinencia de la mirada panorámica e interpretativa de la filosofía.
Aquí un extracto de mi artículo “El drama de la identidad universitaria y el lugar de la filosofía en la enseñanza”, publicado en la revista IUS de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo.


La astronomía, la geografía, la química o la física escogen una parte del mundo y suprimen el resto. Son ciencias “particulares”. Pero el mundo no es una parte ni una suma de partes. Una enciclopedia no es sabiduría sino un desfile de especialidades. Al humano lo estudian la anatomía, la sociología, la historia. Pero no consistimos en algo anatómico, sociológico o histórico. El dolor es un hecho físico, psicológico y médico; pero ¿quién nos dirá qué es el dolor, qué es el mundo y quiénes somos? Para saber dónde estamos subimos a lo alto y miramos en torno. Trepar la colina de los conocimientos para echar un vistazo que nos entregue al fin la forma de las cosas y permita distinguir el paisaje sobre el caos.
Nada es menos abstracto que la filosofía, cuenta Henri Bergson. Las demás ciencias dividen la realidad, solo el filósofo pretende comprenderla tal como es, entera y esencial. La exactitud de las matemáticas es el lujo que se permite quien trabaja con números y geometrías, es decir con encantadoras irrealidades. ¿O acaso una persona es un metro setenta de estatura, y la Venus de Milo doscientos kilos de piedra? Más devotamente Pitágoras, aun creyendo que todo consistía en números, llamó al universo kosmos (de cuya raíz léxica proviene «cosmética») que significa “bello”.

"Nada es menos abstracto que la filosofía. Las demás ciencias dividen la realidad, solo el filósofo pretende comprenderla tal como es, entera y esencial."

La precisión de los resultados no es una particularidad que por fuerza prestigie a la disciplina que los produce. En la célebre pieza de Shakespeare, Julieta habla a Romeo suspirando: “sería pobre si pudiera contar todos mis caudales”. La filosofía es la más audaz de las ciencias, pues aunque no retenga con sus manos de mortal más que retazos del cielo, ella tiene la osadía de tratar con lo inconmensurable.
Investigar hoy las causas de la lluvia o la elaboración de la penicilina, es anacrónico. Pero meditar sobre la muerte o la felicidad sigue siendo tan acuciante como hace veinticinco siglos, cuando Platón contaba que creer en la inmortalidad del alma suponía un riesgo, pero que correr el riesgo era “hermoso”.
Si la filosofía es “amor a la sabiduría”, sabiduría es un puñado de verdades. Y la verdad, la consonancia entre lo que uno piensa y lo que es. Vivir en el engaño o la ilusión es vivir de espaldas a los hechos. Amar saber es, por el contrario, procurar nuestra concordia con el mundo, anhelar la pertenencia al espacio, celebrar la existencia.
Julio Ramón Ribeyro observa que el hogar en que uno crece se vende, destruye o abandona, pero una parte de nosotros cobijará “el color de sus muros y el aire de sus ventanas”. El vulnerable pequeño que somos precisa una casa para, luego, ser él mismo la casa. Filosofar es inclinarse hacia el mundo y abrazarlo en la cuna de un silencio. Hay más mundo en la austera soledad del poeta que en la tumultuosa riqueza de un magnate desolado por su incapacidad de amar, como en la película Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles.

"Amar saber es procurar nuestra concordia con el mundo, anhelar la pertenencia al espacio, celebrar la existencia."

           Paul Celan enseñó que en alemán denken (pensar) y danken (agradecer) tienen un origen común. No es extraño. Agradecer es ser consciente de lo recibido, estimarlo y conservarlo. Podemos recibir algo y no reconocerlo ni apreciarlo, y aun rechazarlo. Filosofar es “agradecer”, puesto que es tener una conciencia del mundo que la vida nos regala, apreciarlo gracias a la reflexión y guardarlo en la memoria y la palabra.
           El mundo está a salvo más que en la ciencia que lo disecciona, la propiedad que lo desgasta o el consumo que lo disuelve, en el intangible aire que vibra entre dos que conversan. En la cafetería de una universidad, por ejemplo.

El artículo completo aquí: https://2019.vlex.com/#vid/708077297


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